Ellos la siguieron para encontrarse en otro desagüe antiguo, aún más estrecho, que se extendía por una empinada cuesta. Lo recorrieron lentamente, rozando los costados húmedos con la ropa. De pronto Drou se irguió y trepó sobre una pila de ladrillos rotos hacia una habitación oscura, rodeada de columnas.
—¿Qué es este sitio? —preguntó Cordelia—. Parece demasiado grande para ser un túnel…
—Las antiguas caballerizas —le respondió Drou—. Ahora nos encontramos bajo los jardines de la Residencia.
—Pero esto no debe de ser ningún secreto. Seguramente aparecen en los viejos planos. La gente… los de seguridad conocerán su existencia. —En la penumbra, Cordelia observó los nichos mohosos y las arcadas iluminadas por sus vacilantes linternas.
—Sí, pero éste es el sótano de las caballerizas viejas,
viejas
. No las de Dorca, sino las de su tío abuelo. Tenía más de trescientos caballos. Se quemaron en un incendio espectacular hace unos doscientos años y en lugar de reconstruir las caballerizas en el mismo lugar, derribaron lo que quedaba y levantaron las que ahora se conocen como viejas en el sector este, contra el viento. En tiempos de Dorca fueron convertidas en viviendas para oficiales. Allí es donde se encuentran ahora la mayoría de los rehenes. —Drou marchó con pasos firmes y seguros—. Estamos al norte de la Residencia, bajo los jardines diseñados por Ezar. Al parecer, él encontró este antiguo sótano hace treinta años y junto con Negri ocultaron el pasaje. Una vía de escape que ni siquiera conocían sus propios hombres de seguridad. Parece de fiar, ¿no?
—Gracias, Ezar —murmuró Cordelia con ironía.
—Aunque el verdadero riesgo comienza al abandonar el pasaje de Ezar —comentó la joven.
Sí, todavía podían emprender la retirada, volver sobre sus pasos y olvidar el proyecto.
¿Por qué estas personas me han otorgado el derecho a poner en juego sus vidas? Dios, odio estar al mando
. Algo se escabulló entre las sombras, y en alguna parte goteó el agua.
—Por aquí —dijo Droushnakovi, iluminando una pila de cajas—. Las reservas secretas de Ezar. Ropas, armas, dinero… el capitán Negri me hizo añadir prendas de mujer y de niño el año pasado, cuando se produjo la invasión de Escobar. Estaba preparado por si se presentaban problemas, pero los disturbios no llegaron hasta aquí. Mis ropas no le quedarán muy grandes.
Se quitaron sus prendas cubiertas de fango. Droushnakovi extrajo unos vestidos limpios, de los que usaban las criadas de más categoría en la Residencia; la joven los había llevado cuando cumplía esas funciones. Bothari extrajo su uniforme negro del bolso y se lo puso, añadiéndole las insignias de Seguridad Imperial. Desde lejos parecía un guardia como cualquier otro, aunque sus prendas estaban demasiado ajadas para pasar una inspección más de cerca.
Tal como Drou había prometido, había toda una colección de armas cargadas en cajas selladas. Cordelia cogió un aturdidor, y Drou la imitó. Sus ojos se encontraron.
—Nada de vacilaciones esta vez, ¿eh? —murmuró Cordelia. Drou asintió con la cabeza. Bothari cogió una de cada: aturdidor, disruptor nervioso y arco de plasma.
—No puede disparar eso en el interior —objetó Droushnakovi, observando el arco de plasma.
—Nunca se sabe —respondió Bothari.
Después de pensarlo unos momentos, Cordelia se ató el bastón de estoque a la cintura. No se trataba de una verdadera arma, pero había resultado muy útil durante el viaje. Para la buena, suerte. Entonces, de las profundidades del bolso, extrajo lo que según ella era el arma más potente de todas.
—¿Un zapato? —preguntó Droushnakovi, confundida.
—Pertenece a Gregor. Es para cuando nos encontremos con Kareen. No sé por qué, imagino que ella conserva el otro. —Cordelia lo guardó en un bolsillo interno de su chaquetilla Vorbarra, con la cual completaba la imagen de una criada de la Residencia.
Cuando se hubieron preparado lo mejor posible, Drou volvió a conducirlos hacia el pasaje estrecho y oscuro.
—Ahora estamos bajo la misma Residencia —susurró, doblando una esquina—. Debemos subir por esta escalera entre los muros. La añadieron después, y no hay mucho espacio.
Esto demostró ser una subestimación de la realidad. Cordelia contuvo el aliento y subió tras ella, aplastada entre los dos muros, tratando de no hacer ruido. Por supuesto, la escalera estaba hecha de madera. Le latía la cabeza por la fatiga y el flujo de adrenalina. Trató de calcular el ancho entre las dos paredes. No resultaría nada sencillo bajar la réplica uterina por allí. Se dijo con firmeza que debía pensar en forma positiva, pero aquello era positivamente cierto.
¿Por qué hago esto? Podría encontrarme en base Tanery con Aral en este momento, dejando que estos barrayareses se maten entre sí todo el día, si tanto les gusta
.
Encima de ella, Drou alcanzó un pequeño saliente, apenas una tabla. Cuando Cordelia llegó arriba, la joven le dirigió una seña para que se detuviese y apagó la linterna. Entonces tocó algún mecanismo silencioso y un panel de una pared se abrió ante ellas. Por lo visto, todo se había mantenido bien engrasado hasta la muerte de Ezar.
Ante ellas se hallaba la alcoba del viejo emperador. Habían esperado encontrarla vacía, pero no era así. La boca de Drou se abrió en una exclamación silenciosa de horror y aflicción.
La inmensa cama de madera tallada donde Ezar había muerto no estaba vacía. Una suave luz anaranjada proyectaba sombras sobre dos figuras dormidas, con los torsos desnudos. Cordelia reconoció de inmediato el rostro plano y el bigote de Vidal Vordarian. Estaba estirado ocupando casi toda la cama, y uno de sus brazos sujetaba de forma posesiva a la princesa Kareen. Ella tenía el cabello oscuro esparcido sobre la almohada. Dormía muy acurrucada en el rincón superior de la cama, dándole la espalda, con los brazos apretados al pecho, casi a punto de caer.
Bueno, hemos encontrado a Kareen. Pero hay un obstáculo
. Cordelia se estremeció con el impulso de dispararle a Vordarian mientras dormía. Pero la descarga de energía pondría en funcionamiento las alarmas. Hasta que tuviera la réplica de Miles en sus manos, no podía correr el riesgo. Hizo señas a Drou para que volviese a cerrar el panel y se inclinó hacia Bothari, quien aguardaba debajo de ella.
—Abajo —le dijo. Entonces volvieron a descender los cuatro pisos. Cuando estuvieron nuevamente en el túnel, Cordelia se volvió hacia la joven, quien lloraba en silencio.
—Se ha vendido a él —susurró con la voz trémula por la pena y la repulsión.
—Explícame qué posibilidades tiene en este momento de resistirse a su poder. Me interesaría saberlo —replicó Cordelia con frialdad—. ¿Qué esperas que haga, arrojarse por una ventana para evitar un destino peor que la muerte? Ya pasó por situaciones peores que la muerte con Serg. No creo que encuentre ninguna emoción en ellas.
—Pero si hubiéramos llegado antes, tal vez… tal vez habríamos podido salvarla.
—Quizá todavía podamos.
—¡Pero ya se ha vendido!
—¿La gente miente mientras duerme? —preguntó Cordelia. Ante la expresión confundida de Drou, le explicó—: No me pareció que durmiera como una amante. Más bien lo hacía como una prisionera. Prometí que trataríamos de rescatarla, y lo haremos. —
Tiempo
—. Pero primero iremos por Miles. Probemos la segunda salida.
—Tendremos que atravesar más pasillos vigilados con monitores —le advirtió Droushnakovi.
—No podemos evitarlo. Si esperamos, llegará la mañana y nos toparemos con más gente.
—Están comenzando las tareas en la cocina —suspiró Drou—. Solía ir por allí a tomar un café con bollos.
Qué pena, no podrían realizar una incursión para hacerse con el desayuno. La pregunta era sencilla: ¿ir o no ir? Lo que la impulsaba a continuar, ¿sería valentía o estupidez? No podía ser valentía, ya que estaba enferma de miedo, invadida por la misma náusea ácida que había sentido justo antes del combate en la guerra de Escobar. El hecho de que la sensación le resultara familiar no la ayudaba en nada.
Si no actúo, mi hijo morirá
. No tenía más remedio que hacerlo, aun sin valor.
—Ahora —decidió Cordelia—. No habrá una ocasión mejor.
Volvieron a subir la escalera. El segundo panel se abrió a la oficina privada del viejo emperador. Para alivio de Cordelia, estaba oscuro y en silencio, intacto desde que se limpió y cerró después de la muerte de Ezar. La consola, con todos los dispositivos de seguridad, estaba desconectada, vacía de secretos, tan muerta como su dueño. Las ventanas todavía estaban oscuras con la tardía madrugada invernal.
Cordelia atravesó la habitación mientras el bastón de Kou le golpeaba contra el muslo. Resultaba extraño atado a su cintura. Sobre un escritorio había una gran bandeja de madera con un tazón de cerámica. Cordelia apoyó el bastón sobre la bandeja y la alzó de forma solemne, al estilo de los criados.
Droushnakovi asintió con la cabeza.
—Llévela entre la cintura y el pecho —le susurró—. Y mantenga la espalda recta… siempre me decían eso.
Cordelia asintió. Cerraron el panel, enderezaron la espalda y llegaron al pasillo inferior del ala norte.
Allí había dos criadas y un guardia de seguridad. A primera vista no llaman en absoluto la atención, ni siquiera en esos tiempos difíciles. Al ver las insignias de Bothari, un cabo que montaba guardia al pie de una escalera hizo la venia, y él le respondió del mismo modo. Casi habían desaparecido de la vista escaleras arriba cuando el joven volvió a mirar con más atención. Cordelia tuvo que controlarse para no echar a correr. Una sutil confusión: las dos mujeres no podían constituir una amenaza, ya que se encontraban bajo custodia. El cabo podía tardar unos minutos en pensar que el mismo guardia podía constituir una amenaza.
Viraron al llegar al pasillo superior. Allí estaban. Detrás de aquella puerta, según los informes de personas leales, era donde Vordarian guardaba la réplica. Bien a la vista. Tal vez como escudo humano, ya que cualquier explosivo arrojado a las habitaciones de Vordarian también mataría al pequeño Miles. Aunque, ¿considerarían los barrayareses que su hijo era humano?
Otro guardia se encontraba junto a la puerta. Los miró con desconfianza, posando la mano sobre su arma. Cordelia y Droushnakovi siguieron adelante sin volver la cabeza. La venia de Bothari se transformó rápidamente en un golpe de mandíbula que envió al hombre contra la pared. Bothari lo sujetó antes de que cayera. Abrieron la puerta y arrastraron al guardia al interior; el sargento ocupó su lugar en el pasillo. En silencio, Drou cerró la puerta.
Cordelia miró a su alrededor con desesperación, buscando monitores automáticos. La habitación debía de haber sido una especie de alcoba para que los guardaespaldas durmiesen cerca de sus amos Vor, o tal vez sólo se trataba de un guardarropa grande; ni siquiera tenía una ventana a un oscuro patio interno. La réplica uterina portátil estaba sobre una mesa cubierta por un mantel, en el centro exacto de la habitación. Sus luces verdes y ámbar todavía brillaban de forma tranquilizadora. No había ninguna luz roja que indicase algún mal funcionamiento. Un suspiro de agonía y alivio escapó de entre los labios de Cordelia.
Droushnakovi miró a su alrededor con preocupación.
—¿Qué ocurre, Drou? —susurró Cordelia.
—Es demasiado fácil —murmuró la joven.
—Aún no hemos terminado. Dentro de una hora sabremos si ha sido tan fácil. —Se humedeció los labios, invadida por una sensación similar a la de Droushnakovi. No había nada más que hacer. Debía cogerlo y partir. Ahora su única esperanza radicaba en la velocidad.
Cordelia apoyó la bandeja sobre la mesa, se dispuso a levantar la réplica, y se detuvo. Algo fallaba, algo fallaba… Miró con más atención los registros. El monitor de oxígeno ni siquiera funcionaba. Aunque la luz verde estaba encendida, la lectura del fluido de nutriente era 00.00.
Vacío
.
Cordelia abrió la boca en un gemido silencioso. Tenía el corazón en un puño. Se inclinó más hacia el aparato, devorando con los ojos la confusión de cifras absurdas. De pronto, su angustiante pesadilla se volvía real… horriblemente real… ¿lo habrían tirado al suelo?, ¿por un desagüe?, ¿en un retrete? ¿Miles habría muerto rápidamente, o lo habrían visto agonizar lentamente, privado de sus nutrientes vitales? Tal vez ni siquiera se habían tomado la molestia de mirarlo…
El número de serie. Busca el número de serie
. Una esperanza vana, pero… enloquecida, se esforzó por recordar. Había reflexionado sobre ese número allá en el laboratorio de Vaagen y Henri, meditando sobre aquella muestra de tecnología y el mundo distante que la había creado… y este número no coincidía. No era la misma réplica, ¡no era la de Miles! Era una de las otras dieciséis, utilizada como cebo en esta trampa.
El corazón le dio un vuelco. ¿Cuántas otras trampas habrían tendido? Se imaginó a sí misma, corriendo frenéticamente de una réplica a otra, buscando…
Me volveré loca
.
No. Donde fuera que hubiesen puesto la verdadera réplica, tenía que ser cerca de Vordarian. De eso estaba segura. Se hincó junto a la mesa, bajando la cabeza un momento para luchar contra las nubes negras que oscurecían su visión y amenazaban hacerle perder el conocimiento. Alzó el mantel.
Allí estaba
. Un sensor de presión. ¿Habría sido idea del mismo Vordarian? Sucio y depravado. Drou se inclinó a su lado.
—Una trampa —susurró Cordelia—. Si levantamos la réplica, se activa la alarma.
—Si la desmontamos…
—No. No te molestes. Es un cebo. Se trata de otra réplica. Está vacía, con los controles conectados para que parezca que está funcionando. —Cordelia trató de pensar con claridad a pesar de los latidos en su cabeza—. Tendremos que volver por donde hemos venido. Bajar y volver a subir. No había esperado encontrar a Vordarian aquí, pero te garantizo que él sabe dónde se encuentra Miles. Lo someteremos a un pequeño interrogatorio a la antigua usanza. Deberemos trabajar contra el tiempo. Cuando se ponga en funcionamiento la alarma…
Unos pasos resonaron en el corredor, y gritos. El zumbido de un aturdidor. Maldiciones. Bothari irrumpió en la habitación.
—Nos han descubierto.
Cuando se ponga en funcionamiento la alarma, todo habrá terminado
, concluyó la mente de Cordelia en medio del vértigo. Ninguna ventana, una puerta, y acababa de perder el control de su única salida. La trampa de Vordarian había funcionado, después de todo.
Que Vidal Vordarian se pudra en el infierno
…