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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (26 page)

BOOK: Barrayar
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Si se produce otra hemorragia interna
… Siguieron andando, más y más.

Al fin abandonaron el medio galope para comenzar a ir al paso. Ella parpadeó. Tenía el rostro ruborizado y se sentía mareada. De algún modo, habían subido hasta un claro desde donde se veía el lago, rodeando la amplia ensenada que se extendía a la izquierda de la propiedad Vorkosigan. A medida que se fue aclarando su visión, Cordelia distinguió la pequeña mancha verde que constituía el jardín de la vieja casa. Al otro lado del agua se encontraba la diminuta aldea.

Bothari les esperaba más adelante, oculto entre los matorrales, con el caballo atado a un árbol. Al verlos llegar se acercó a ellos y miró a Cordelia con preocupación. Ella se dejó caer en sus brazos.

—Avanza demasiado rápido para ella, señor. Todavía está delicada.

Piotr emitió un bufido.

—Estará mucho peor si nos encuentran los hombres de Vordarian.

—Me las arreglaré —dijo Cordelia, inclinada hacia delante—. En un minuto. Sólo… necesito… un minuto. —A medida que descendía el sol otoñal, la brisa soplaba cada vez más fría sobre su piel. El cielo estaba encapotado y parecía casi sólido. Poco a poco, Cordelia se fue enderezando a pesar del dolor abdominal. Esterhazy llegó al claro tras ellos, a un paso más lento.

Bothari movió la cabeza en dirección a la casa distante.

—Allí están.

Piotr y Cordelia se volvieron. Un par de aeronaves aterrizaban en el jardín. No pertenecían a las fuerzas de Aral. Los hombres emergieron de ellas como hormigas negras en sus uniformes de faena, salpicados con uno o dos vestidos de rojo y dorado, y algunos con el uniforme verde de oficial.

Fantástico. Nuestros amigos y nuestros enemigos visten los mismos uniformes. ¿Qué debemos hacer? ¿Dispararles a todos y dejar que Dios los identifique?

Piotr mostraba una expresión amarga. ¿Arrasarían toda su casa y la dejarían hecha una ruina buscando a los refugiados?

—Cuando cuenten los caballos que faltan, ¿no averiguarán cómo nos hemos marchado y dónde estamos? —preguntó Cordelia.

—Los dejé salir a todos, señora —explicó Esterhazy—. De ese modo al menos tendrán la posibilidad de salvarse. No sé cuántos lograremos recuperar.

—Me temo que la mayoría no irá muy lejos —dijo Piotr—. Estarán esperando la comida. Quisiera que se alejaran lo más posible. Dios sabe qué serán capaces de inventar esos vándalos, al ver que no encuentran nada más.

Un trío de aeronaves estaba aterrizando en el perímetro de la pequeña aldea. Los hombres armados que desembarcaron de ellas se desvanecieron entre las casas.

—Espero que Zai los haya podido advertir a tiempo —murmuró Esterhazy.

—¿Por qué querrían molestar a esas pobres personas? —preguntó Cordelia—. ¿Qué buscan ahí?

—A nosotros, señora —dijo Esterhazy con preocupación. Al ver su mirada confundida continuó—: A nosotros, los hombres de armas. A nuestras familias. A cualquiera que puedan llevarse como rehén.

Esterhazy tenía una esposa y dos hijos en la capital, recordó Cordelia. ¿Qué les habría ocurrido? ¿Alguien los habría puesto sobre aviso? Esterhazy parecía estar preguntándose lo mismo.

—Vordarian se llevará a todos los rehenes que pueda, sin duda —asintió Piotr—. Ahora ya estará metido en esto. Debe triunfar o morir.

Bothari tenía la vista perdida a lo lejos y movía levemente la mandíbula. ¿Habría recordado alguien avisar a la señora Hysopi?

—Pronto comenzarán la búsqueda por aire —observó Piotr—. Es hora de ponernos a cubierto. Yo iré primero. Sargento, condúzcala a ella.

Piotr viró su caballo y se desvaneció entre las malezas, siguiendo un sendero tan poco marcado que Cordelia nunca lo hubiese reconocido como tal. Esta vez fueron necesarios Bothari y Esterhazy para volverla a subir sobre su montura. Piotr decidió entonces marchar al paso, no por consideración a ella, sospechó Cordelia, sino a sus sudorosos animales. Después de ese odioso galope, ir al paso fue casi un alivio. Al menos al principio.

Cabalgaron entre árboles y matorrales, a lo largo de una hondonada y cruzando un arroyo, con los cascos de los caballos raspando sobre la piedra. Cordelia se esforzó por escuchar el zumbido de las aeronaves sobre su cabeza. Cuando se acercó una, Bothari la condujo por una empinada cuesta que acababa en una hondonada, donde desmontaron y se ocultaron bajo un peñasco durante varios minutos, hasta que el sonido se alejó. Volver a subir de la hondonada fue aún más difícil, ya que debieron conducir a los caballos por la pronunciada cuesta sembrada de malezas.

Cayó la noche; el frío y el viento se hicieron más intensos. Dos horas se convirtieron en tres, cuatro, cinco, y la penumbra se transformó en noche cerrada. Entonces marcharon todos juntos, tratando de no perder de vista a Piotr. Luego comenzó a llover, una llovizna negra y triste que volvió aún más resbaladiza la montura de Cordelia.

Alrededor de la medianoche llegaron a un claro, y por fin Piotr ordenó un descanso. Cordelia se sentó apoyada contra un árbol, aturdida por la fatiga, con los nervios deshechos, abrazando a Gregor.

Bothari dividió una ración de comida que llevaba en el bolsillo y la repartió entre Cordelia y el niño. Envuelto en la chaqueta del sargento, al fin Gregor logró vencer un poco el frío y quedarse dormido. A Cordelia se le acalambraron las piernas por su peso, pero al menos la abrigaba un poco.

¿Dónde estaría Aral ahora? ¿Y dónde estaban ellos? Cordelia esperaba que Piotr lo supiese. No podían haber recorrido más de cinco kilómetros en una hora, con todas esas subidas y bajadas, idas y vueltas. ¿De verdad creía Piotr que lograrían eludir a sus perseguidores de ese modo?

El conde, quien había permanecido sentado bajo su propio árbol a unos metros de ella, se levantó para orinar entre las malezas y luego se acercó al grupo.

—¿Está dormido? —preguntó mirando al niño en la penumbra.

—Sí. Es sorprendente.

—Mm. La juventud. —Piotr emitió un gruñido. ¿De envidia?

Su tono no era hostil como esa tarde, y Cordelia se aventuró a preguntarle:

—¿Cree que Aral ya se encontrará en Hassadar? —No se atrevió a decir: «¿Cree que habrá logrado llegar vivo a Hassadar?»

—A estas horas, habrá llegado y se habrá ido ya.

—Pensé que la convertiría en su guarnición. —La levantará y hará que se disperse en cien direcciones distintas. ¿Y qué escuadrón tendrá el emperador? Vordarian no lo sabrá. Pero con un poco de suerte, se sentirá tentado de ocupar Hassadar.

—¿Suerte?

—De ese modo lograremos distraerlo. Hassadar no tiene ningún valor estratégico. Pero Vordarian debe contar con un número limitado de tropas leales, y tendrá que disponer de una buena parte para ocupar esa ciudad emplazada en un territorio hostil, con una larga tradición de guerrillas. Dispondremos de buena información sobre todo lo que hagan allí, y la población no se les unirá.

»Además, se trata de mi capital. Si ocupa el distrito de un conde con tropas imperiales… los demás condes deberán detenerse a pensarlo. Cualquiera podría ser el siguiente. Es probable que Aral haya ido a la base de lanzamiento Tanery. Debe establecer una línea de comunicación independiente con las fuerzas con base en el espacio, si Vordarian ha destruido las del cuartel general imperial. En las bases espaciales las lealtades estarán divididas. Creo que habrá muchas dificultades técnicas en sus salas de comunicaciones, mientras los comandantes de las naves tratan de adivinar cuál será el bando ganador. —Piotr emitió una risita macabra, en las sombras—. Vordarian es demasiado joven para recordar la Guerra de Yuri el Loco. Peor para él. Ya ha conseguido bastante ventaja con su ataque por sorpresa, no quisiera otorgarle más.

—¿Ocurrió muy rápido?

—Sí, mucho. No había ningún indicio de ello cuando estuve en la capital al mediodía. Debió de iniciarse justo después de mi partida.

Permanecieron en un frío silencio unos momentos, mientras los dos recordaban por qué Piotr había viajado ese día.

—¿La capital… tiene un… un gran valor estratégico? —preguntó Cordelia, cambiando de tema. No quería volver a hablar de aquel tema que le resultaba tan doloroso.

—En determinadas guerras, sí. No en ésta. No se está combatiendo por un territorio. Me pregunto si Vordarian lo comprenderá. Es una guerra por lealtades, por las mentes de los hombres. En ella los objetos materiales sólo tienen una importancia táctica pasajera. Sin embargo, Vorbarr Sultana es un centro de comunicaciones, algo muy importante. Pero además del centro, están las comunicaciones colaterales.

Nosotros no estamos comunicados de ninguna manera, pensó Cordelia. Aquí en el bosque, bajo la lluvia
.

—Pero si Vordarian ya se ha apoderado del cuartel general imperial…

—Si no me equivoco, en este momento sólo se ha apoderado de un gran edificio caótico. No creo que ni la cuarta parte de los hombres se encuentren en sus puestos, y la mitad de ellos deben de estar planeando algún sabotaje para beneficiar al bando que favorecen en secreto. El resto debe de haber corrido a esconderse, o estarán tratando de sacar de la ciudad a sus familias.

—¿Usted cree que el capitán Vorpatril se habrá alia… cree que Vordarian molestará a lord Vorpatril y su esposa?

El embarazo de Alys estaba muy cerca del término. Cuando visitó a Cordelia en el Hospital Militar (¿sólo diez días atrás?) ya caminaba pesadamente y tenía el vientre muy abultado. El médico le había prometido que tendría un niño fuerte y hermoso. Iván, lo llamarían. Su habitación ya estaba completamente equipada y decorada, le había contado Alys con un gemido, acomodándose el vientre sobre la falda, y
ahora
sería un buen momento…

Ahora ya no era un buen momento
.

—Padma Vorpatril encabezará la lista. Sin duda habrán ido a buscarlo. Él y Aral son los únicos descendientes que quedan del príncipe Xav, y si alguien es lo bastante estúpido para volver a iniciar ese maldito debate por la herencia… O si algo le ocurre a Gregor. —Piotr apretó los dientes como si de ese modo pudiese controlar el destino.

—¿Lady Vorpatril y el bebé también?

—Tal vez no Alys Vorpatril. Pero el niño sí, sin duda.

No eran exactamente dos cuestiones separadas, de momento.

Al fin el viento amainó. Cordelia oía cómo pastaban los caballos.

—¿Los caballos no aparecerán en los sensores térmicos? Y nosotros también, a pesar de habernos despojado de nuestras cargas de energía. No imagino cómo podrían tardar tanto en descubrirnos. —¿Las tropas se encontrarían allá arriba en ese momento, como ojos entre las nubes?

—Oh, todas las personas y bestias de estas colinas aparecerán en sus sensores térmicos, en cuanto comiencen a apuntarlos en la dirección adecuada.

—¿Todas? No he visto a nadie.

—Oh, esta noche ya hemos pasado cerca de unas veinte pequeñas haciendas. Allí hay personas, vacas, cabras, venados, caballos y niños. Somos como agujas en un pajar. Si logramos llegar al sendero en la base del Paso Amie antes de media mañana, se me ocurren un par de cosas que hacer.

Para cuando Bothari volvió a subirla sobre Rose, la oscuridad no era tan profunda. La luz del alba tino los bosques de gris mientras se ponían en marcha nuevamente. Las ramas de los árboles los golpeaban en medio de la niebla. Cordelia se aferró a su montura en silenciosa desdicha, conducida por Bothari. Durante los primeros veinte minutos de viaje, Gregor siguió dormido, pálido y con la boca abierta, sujetado por Piotr.

La luz del amanecer reveló los estragos de la noche. Tanto Bothari como Esterhazy estaban cubiertos de lodo y con la barba crecida, cubiertos de rasguños y con los uniformes ajados. Bothari había tapado a Gregor con su chaqueta, por lo que andaba en mangas de camisa. Llevaba el cuello abierto, de forma que parecía un criminal a punto de ser decapitado. El uniforme verde de Piotr había resistido bastante bien, pero su rostro enrojecido y barbudo le otorgaba un aspecto desaliñado. Cordelia misma se sentía desastrosa, con el cabello húmedo, las ropas viejas y las zapatillas domésticas.

Podría ser peor. Podría estar embarazada todavía. Ahora si muero, moriré sola
. ¿El pequeño Miles se encontraba más seguro que ella en ese momento? Era un ser anónimo en su réplica uterina, sobre algún estante del laboratorio de Vaagen y Henri. Cordelia podía rezar para que se encontrase a salvo, aunque no terminase de creerlo.
Será mejor que dejéis en paz a mi hijo, malditos barrayareses
.

Subieron en zigzag por una larga cuesta. Los caballos resoplaban a pesar de que iban al paso, y se resistían a avanzar al tropezar con raíces y piedras. El grupo se detuvo en el fondo de una pequeña depresión. Tanto los caballos como las personas bebieron del arroyo oscuro. Esterhazy volvió a aflojar las cinchas y les rascó las cabezas a los caballos. Los animales lo empujaron con suavidad y husmearon sus bolsillos vacíos en busca de alguna golosina. Él les murmuró una disculpa y algunas palabras de aliento.

—Está bien, Rose, podrás descansar cuando termine el día. Son sólo unas pocas horas más. —Nadie se había molestado en brindar a Cordelia tanta información.

Esterhazy dejó los caballos con Bothari y acompañó a Piotr a los bosques, trepando por la cuesta. Gregor se dedicó a arrancar unas plantas para tratar de alimentar a los animales. Los caballos las lamieron y al final las dejaron caer, sin ningún interés. Gregor volvió a probar su suerte y recogió las hojas para tratar de introducirlas entre los dientes de los caballos.

—¿Cuáles son los planes del conde, lo sabe? —preguntó Cordelia a Bothari. Él se alzó de hombros.

—Habrá ido a ponerse en contacto con alguien.
Esto
no funcionará. —Con un movimiento de cabeza indicó que se refería a aquella noche de vagabundeo absurdo.

Cordelia no pudo menos que estar de acuerdo con él. Se tendió de espaldas y trató de percibir el sonido de alguna aeronave, pero a sus oídos sólo llegó el rumor del arroyo y el de su estómago vacío. De pronto tuvo que levantarse y correr hasta el niño, ya que el pequeño trataba de calmar su propia hambre comiendo unas plantas.

—Pero los caballos las comieron —protestó él. —¡No! —Cordelia se estremeció, imaginando en detalle las reacciones bioquímicas e histamínicas que podían producirle—. Es una de las primeras cosas que se aprenden en Estudios Astronómicos Betaneses, ¿sabes? Nunca te pongas objetos extraños en la boca a menos que hayan sido examinados en el laboratorio. En realidad, debes evitar el contacto con los ojos, la boca y las mucosas.

BOOK: Barrayar
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