—¡Vaagen! ¿Qué ha ocurrido?
—¡Señora!
—Apretó sus manos temblorosas—. Esos idiotas, esos estúpidos ignorantes… —balbuceó, pero entonces contuvo el aliento y volvió a comenzar de forma rápida y concisa, como si temiese que lo privasen de su imagen en cualquier momento—. Al principio pensamos que estaríamos bien. Ocultamos la réplica en el Hospital Militar, pero nadie vino a buscarlo. Permanecimos escondidos, turnándonos para dormir en el laboratorio. Entonces Henri logró sacar a su esposa de la ciudad, y ambos permanecimos allí. Tratamos de continuar los tratamientos en secreto. Pensamos que lograríamos aguantar hasta que viniesen a rescatarnos. El desenlace tenía que llegar, de un modo o de otro…
»Casi habíamos dejado de esperarlos, pero al fin llegaron. Fue… ayer. —Se pasó una mano por el cabello como si buscara alguna conexión entre el tiempo verdadero y el tiempo de la pesadilla, donde los relojes enloquecían—. La patrulla de Vordarian. Vinieron a buscar la réplica. Nosotros cerramos el laboratorio, pero ellos entraron por la fuerza. Nos exigieron que la entregáramos. Nos negamos… nos negamos a hablar, y no podían inyectarnos a ninguno de los dos. Por lo tanto, nos golpearon. A él lo mataron a golpes, como a una escoria de la calle, como si no fuese nadie… toda esa inteligencia, toda esa educación, toda esa promesa desperdiciada, aplastada por un retrasado mental que lo golpeaba con la culata de un arma… —Las lágrimas corrían por su rostro. Cordelia permaneció pálida y petrificada, sufriendo un fuerte
déjà vu
imperfecto. Había imaginado mil veces la escena del laboratorio, pero nunca había visto al doctor Henri muerto en el suelo, ni a Vaagen desmayado a golpes.
—Entonces irrumpieron en el laboratorio. Todo, todos los informes de tratamientos. Todo el trabajo de Henri sobre quemaduras… ha desaparecido. No tenían por qué hacer eso. ¡Todo ha desaparecido por nada! —Su voz se quebró, ronca de furia.
—¿Y… y encontraron la réplica? ¿La vaciaron? —Cordelia podía verlo; lo había imaginado una y mil veces, volcándose…
—Al fin la encontraron. Pero se la llevaron. Y entonces me dejaron en libertad. —Vaagen sacudió la cabeza.
—Se la llevaron —repitió Cordelia con estupor. ¿Por qué? ¿Qué sentido tenía llevarse la tecnología sin los técnicos?—. Y lo dejaron en libertad para que corriera a nosotros, supongo. Para que nos trajera la noticia.
—Exactamente, señora.
—¿Adonde cree que la llevaron?
La voz de Vorkosigan habló a su lado.
—A la Residencia Imperial, probablemente. Los mejores rehenes se encuentran allí. Haré que comiencen a trabajar en ello. —Permaneció con los pies plantados en el suelo, y el rostro gris—. Parece que no somos el único bando que incrementa la presión.
Dos minutos después de que Vorkosigan llegara a la entrada principal de seguridad, tendieron al capitán Vaagen sobre una camilla flotante y lo enviaron camino a la enfermería, mientras se solicitaba la presencia del traumatólogo principal de la base. Cordelia reflexionó amargamente sobre la naturaleza de la cadena de mando; todas las verdades, las razones y las necesidades apremiantes no alcanzaban para que alguien ajeno a esa cadena impartiese una orden ocasional.
Cualquier otro interrogatorio al científico debería aguardar a que hubiese recibido tratamiento médico. Vorkosigan empleó el tiempo para informar a Illyan y a su departamento sobre el nuevo problema. Cordelia en cambio sólo pudo distraerse caminando en círculos por la sala de espera de la enfermería. Droushnakovi la observó preocupada, aunque no cometió la tontería de ofrecerle palabras de consuelo que ambas sabían absurdas.
Al fin el traumatólogo apareció para anunciar que Vaagen estaba consciente, y que se encontraba lo bastante orientado como para someterse a un breve —enfatizó la palabra «breve»— interrogatorio. Aral llegó, seguido por Koudelka e Illyan, y todos entraron en la habitación para encontrar a Vaagen en una cama, con un parche en el ojo y conectado a una sonda.
La voz ronca y fatigada de Vaagen añadió algunos detalles espeluznantes, pero nada que cambiara trascendentalmente el primer resumen que había ofrecido a Cordelia.
Illyan lo escuchó con mucha atención.
—Nuestra gente de la Residencia lo ha confirmado —dijo cuando Vaagen guardó silencio, deprimido—. Al parecer la réplica llegó ayer, y la han instalado en el ala más custodiada, cerca de las habitaciones de Kareen. Nuestros partidarios no saben qué es, y suponen que se trata de algún tipo de artefacto, tal vez una bomba, para destruir la Residencia con todos sus habitantes en la batalla final.
Vaagen emitió un gruñido, tosió y esbozó una mueca de dolor.
—¿Alguien la está cuidando? —Cordelia formuló la pregunta que, hasta el momento, nadie había formulado—. ¿Un médico, un técnico, alguien?
Illyan frunció el ceño.
—No lo sé, señora. Puedo tratar de averiguarlo, pero con cada comunicación pongo en peligro a nuestra gente de allí.
—Mm.
—De todos modos, el tratamiento ha sido interrumpido —murmuró Vaagen mientras jugueteaba con el borde de la sábana—. Se ha ido al diablo.
—Tengo entendido que ha perdido sus notas, pero… ¿podría reconstruir su trabajo? —preguntó Cordelia tímidamente—. Quiero decir… si recuperara la réplica. ¿Podría empezar donde lo dejó?
—Para cuando lográramos recuperarla, ya no estaría donde lo dejamos. Y yo no llevaba todo el asunto. Una parte era responsabilidad de Henri.
Cordelia respiró hondo.
—Según recuerdo, estas réplicas portátiles de Escobar cumplían un ciclo de dos semanas. ¿Cuándo cargó por última vez la energía? ¿Cuándo cambió los filtros e introdujo los nutrientes?
—La célula de energía tiene carga para varios meses —la corrigió Vaagen—. Con los filtros habrá más problemas. De todas formas, la solución nutriente será el primer factor limitativo. A su ritmo metabólico estimulado, el feto moriría de hambre un par de días antes de que el sistema quedase obturado por los excrementos. Aunque una avería en los mecanismos podría causar la obturación mucho antes.
Cordelia evitó la mirada de Aral y continuó con la vista fija en Vaagen, quien la miraba con su único ojo sano y transmitía un dolor que iba más allá de lo físico.
—¿Cuándo fue la última vez que usted y Henri realizaron el servicio de la réplica?
—El catorce.
—Quedan seis días —susurró Cordelia, consternada.
—Respecto… a eso. ¿Qué día es hoy? —A Cordelia le dolió el corazón al ver que ese hombre, habitualmente tan seguro de todo, miraba a su alrededor, desorientado.
—El límite de tiempo sólo se aplica si nadie le está brindando los cuidados precisos —intervino Aral—. El médico de la Residencia, el que atiende a Kareen y a Gregor… ¿no notará que se requieren sus servicios?
—Señor —dijo Illyan—, se nos ha informado de que el médico de la Princesa murió en el primer día de luchas en la Residencia. Ya he tenido dos confirmaciones… debo considerarlo un dato cierto.
—Podían dejar morir a Miles por pura ignorancia —comprendió Cordelia—. O matarlo intencionadamente. —Incluso uno de sus partidarios secretos, guiado por la heroica intención de desactivar una bomba, podía ser una amenaza para su hijo.
Vaagen se retorció entre las sábanas. Aral miró a Cordelia y le hizo una seña para que se dirigiese a la puerta.
—Gracias, capitán Vaagen. Nos ha brindado un extraordinario servicio. Más allá de su deber.
—A la mierda con el deber —murmuró Vaagen—. Se ha ido al carajo… malditos ignorantes…
Todos se fueron para permitir que Vaagen iniciase su recuperación, y Vorkosigan pidió a Illyan que fuese a ocuparse de sus múltiples tareas.
Cordelia se dirigió a Aral.
—¿Y ahora, qué?
Él tenía la boca tensa y la mirada algo ausente mientras su mente realizaba cálculos. Los mismos que efectuaba ella, comprendió Cordelia, complicados por mil factores más debido a su posición.
—En realidad nada ha cambiado —dijo él lentamente.
—Sí ha cambiado: me parece que hay alguna diferencia entre estar oculto y ser un prisionero. ¿Pero por qué Vordarian esperó hasta ahora para capturarlo? Si no conocía la existencia de Miles, ¿quién se lo dijo? ¿Kareen tal vez, decidida a cooperar?
Droushnakovi pareció desalentada ante esta sugerencia.
—Tal vez Vordarian esté jugando con nosotros —dijo Aral—. Quizás haya estado manteniendo la réplica en reserva desde el principio, hasta el momento en que más necesitase un nuevo recurso.
—Nuestro hijo. En reserva —le corrigió Cordelia. Miró esos ausentes ojos grises. ¡Mírame Aral!—. Debemos hablar de esto.
Lo condujo por el pasillo hasta la habitación más cercana, una sala de conferencias para médicos, y encendió las luces. Obedientemente, él se sentó a la mesa, con Kou a su lado, y la esperó. Cordelia se sentó frente a él.
Antes siempre nos sentábamos juntos. Drou permaneció tras ella.
Aral la miró con cautela.
—¿Sí, Cordelia?
—¿Qué está pasando por tu cabeza? —le preguntó—. ¿Dónde estamos nosotros en todo esto?
—Yo… lo siento. Me arrepiento de no haber ordenado antes una incursión. Ahora la Residencia es una fortaleza mucho más protegida que el hospital, por más peligroso que fuera éste. Sin embargo… no pude cambiar esa decisión. Mientras le pedía a mi propia gente que esperase y resistiese, no podía arriesgar hombres y gastar recursos para mi propio beneficio. La… posición de Miles me concedía el derecho de exigir su lealtad a pesar de las presiones de Vordarian. Sabían que no les pedía ningún riesgo que yo mismo no estuviese dispuesto a afrontar.
—Pero ahora la situación ha cambiado —le señaló Cordelia—. Ahora tú no compartes los mismos riesgos. Sus familiares disponen de todo el tiempo que quieran. Miles sólo tiene seis días, menos el tiempo que dedicamos a discutir. —Podía sentir el tictac de ese reloj en su cabeza.
Él no dijo nada.
—Aral… desde que estamos aquí, ¿te he pedido que me hicieras algún favor utilizando tus poderes oficiales?
Una sonrisa curvó los labios de Vorkosigan y desapareció. Ahora sus ojos la miraban profundamente.
—Nada —le susurró. Ambos permanecieron muy tensos, inclinados uno hacia el otro. Él tenía los codos en la mesa y las manos en el mentón; ella apoyaba las suyas sobre la mesa, bajo control.
—Te lo pido ahora.
—Nos encontramos en un momento extremadamente delicado para la situación estratégica general —dijo él después de una gran vacilación—. Estamos manteniendo negociaciones secretas con dos de los principales comandantes de Vordarian, quienes parecen dispuestos a traicionarlo. Las fuerzas espaciales están a punto de implicarse. Podríamos lograr acabar con Vordarian sin que estalle una gran batalla.
Cordelia se distrajo un momento pensando cuántos comandantes de Vorkosigan estarían negociando en secreto para traicionarlos a
ellos
. El tiempo lo diría. El tiempo.
Vorkosigan prosiguió.
—Si las negociaciones resultan tal como espero, estaremos en condiciones de rescatar a casi todos los rehenes en un gran ataque sorpresa, desde una dirección que Vordarian no espera.
—No te pido un gran ataque. —No. Pero lo que te estoy diciendo es que esa pequeña incursión, sobre todo si resulta mal, podría interferir seriamente con el éxito de la otra. —Sólo tal vez.
—Tal vez. —Él inclinó la cabeza hacia un lado, concediéndole la duda. —¿Fecha?
—Dentro de unos diez días.
—No me sirve.
—No. Trataré de acelerar las cosas. Pero debes comprenderlo… si pierdo esta oportunidad, este momento, varios miles de hombres podrían pagar mi error con la vida.
Ella lo comprendía con claridad.
—Bien. Supongamos que por el momento dejamos fuera de esto al ejército de Barrayar. Déjame a mí, con un par de hombres. Nadie más correría ningún riesgo.
Él golpeó la mesa con las manos y exclamó:
—¡No! ¡Por Dios, Cordelia!
—¿Desconfías de mi competencia? —preguntó ella con tono peligroso.
Porque yo sí
. Sin embargo, ése no era el momento para admitirlo—. ¿Eso de «querida capitana» no es más que un apodo para una mascota, o lo sientes de verdad?
—Te he visto hacer proezas extraordinarias…
También me has visto caer de bruces, ¿y qué?
—…pero tú no eres sacrificable. Dios. Eso acabaría por volverme loco. Esperar, sin saber…
—Tú me pides que haga eso mismo. Esperar, sin saber. Me lo pides cada día.
—Tú eres más fuerte que yo. Tu fortaleza no tiene límites.
—Muy halagador, pero no me convences.
Aral trató de penetrar en sus pensamientos, ella pudo verlo en sus ojos punzantes como un cuchillo.
—No. No te irás por tu cuenta. Lo prohíbo, Cordelia. Absolutamente. Quítatelo de la cabeza. No puedo arriesgaros a los dos de ningún modo.
—Ya lo estás haciendo.
Él apretó los dientes e inclinó la cabeza. Mensaje recibido y comprendido. Koudelka, sentado junto a él, los miraba con gran consternación. Cordelia sentía la mano de Drou, presionando con fuerza el respaldo de su silla.
Vorkosigan tenía todo el aspecto de alguien que estaba siendo aplastado entre dos grandes rocas; ella no tenía ningún deseo de verlo convertido en polvo. En un momento, Aral le pediría su palabra de que permanecería confinada en la base, de que no correría ningún riesgo.
Cordelia abrió un puño y lo dejó posado sobre la mesa.
—Yo hubiese decidido otra cosa. Pero nadie me ha designado a mí regente de Barrayar.
La tensión lo abandonó con un suspiro.
—Me falta imaginación.
Un defecto muy frecuente entre los barrayareses, mi amor
.
Al regresar a las habitaciones de Aral, Cordelia se encontró con el conde Piotr en el pasillo. Ya no se parecía en nada al anciano agotado que la dejara en un sendero de la montaña. Ahora llevaba las ropas elegantes que solían usar los Vor retirados y los ministros imperiales: pantalón bien planchado, botas cortas lustradas y una túnica muy ornamentada. Bothari se encontraba a su lado, nuevamente con su librea formal color marrón y plata. Bothari traía un grueso abrigo plegado en el brazo, por lo cual Cordelia dedujo que el conde acababa de llegar de su misión diplomática en algún Distrito al norte de los territorios de Vordarian. Con excepción de las zonas ocupadas, al parecer la gente de Vorkosigan podía moverse a voluntad.