Le lanzo una mirada furiosa y niego con la cabeza. Suvit me aprieta el brazo con más fuerza, mientras Vikorn me suelta y se dirige a la recepción para intercambiar unas palabras con uno de los hombres de esmoquin. Los gorilas se acercan a mí por detrás. Veo que Vikorn saca una tarjeta de crédito.
Ahora Vikorn ha vuelto y nos dirigimos a los ascensores. En el quinto piso un letrero nos advierte de que estamos entrando en el VIP Club, reservado sólo para socios. Tres chicas, que se han beneficiado de la dieta mejorada al alcance de las mujeres de su generación y que miden más o menos igual que yo y son candidatas fijas a Miss Tailandia, esperan en batas de seda muy elaboradas. La cuarta mujer tendrá unos cuarenta años, es más baja y lleva su vestido de fiesta.
—Éstas son Nit-nit, Noi y Nat —les explica con una sentida
wai
a Vikorn y a Suvit. Los gorilas se quedan custodiando el ascensor.
—¿Dónde está la habitación? —pregunta Vikorn. La mamasan señala una puerta forrada con piel verde alejada de la recepción. Se vuelve hacia mí—. Tú eliges. ¿Quieres que te desnuden las chicas o prefieres que lo hagamos nosotros por ellas? —Sin molestarse a esperar una respuesta, le dice a la mamasan—: Cierre la puerta con llave cuando el chico haya entrado. No le deje salir hasta que se le acabe el tiempo. ¿Cuántas horas he pagado abajo?
—Tres —contesta con una genuflexión y una wai.
Las chicas sueltan risitas detrás de mí mientras me conducen y me hacen entrar a un cuarto de baño enorme, con un jacuzzi como característica principal, un televisor de plasma Sony de un metro de largo por medio metro de alto, colgado en un soporte alzado, una cama de matrimonio con sábana protectora, y una selección deslumbrante de frascos de aceites aromáticos colocados alrededor del jacuzzi. La puerta se cierra, luego se vuelve a abrir y Nit-nit, Noi y Nat entran enérgicamente, sonriendo. La puerta se cierra acompañada de un clic. Nit-nit abre el grifo del jacuzzi mientras Noi y Nat me desabrochan habilidosamente la camisa y los pantalones, me quitan los zapatos y los calcetines, los calzoncillos, y me tumban en la cama. No ayuda en nada a mi amor propio que mi resistencia se vea menoscabada por la aplicación generosa de un producto estadounidense. El aceite para niños Johnson's es el mejor amigo de una chica en estas zonas. No me estoy resistiendo tan ferozmente como podría. No me estoy resistiendo en absoluto. En un último intento desesperado por resistirme, salmodio las escrituras en pali para mis adentros tal y como las recuerdo; por desgrada, recuerdo lo mismo que recuerdan todos los monjes jóvenes: «Monjes, yo tenía tres palados, uno para el verano, uno para el invierno y uno para la estadón de las lluvias. Durante los cuatro meses de lluvias, me quedaba dentro del palado del monzón, y nunca traspasaba sus puertas; a todos lados me acompañaban cortesanas que bailaban y tocaban música, cantaban y me procuraban placeres sin descanso». Un precedente seductor del Hombre de
Oro,
cuyos pasos me esfuerzo por seguir.
Nit-nit vuelve del
jacuzzi,
se desviste totalmente y recorte suavemente con un dedo la escalera que forma mi cicatriz, gimiendo compasivamente. Me basta eso para romper a llorar.
—¿Quieres que la tele esté encendida o apagada? —me pregunta Nat con dulzura mientras se desviste.
—Me da igual. Como quieras.
—¿Te importa si ponemos el fútbol?
—¿Juega el Mánchester?
—Contra el Bayern de Munich. —Sus pechos se balancean al alargar la mano para coger el mando…
EI coronel, un cibervirgen si es que alguna vez ha habido alguno (¿ratón?, ¿doble clic?, ¿carácter?), ha sorprendido e impresionado a mi madre al comprar por un dineral a un gángster de Atlanta un mailing especializado (que se actualiza cada treinta minutos) que se transmite automáticamente a un gángster de Phnom Penh (intentad trincar a alguien por algo en Phnom Penh) quien, por no demasiado dinero, pasará anuncios del Club de los Veteranos a cualquier inter— nauta que haya sido tan incauto como para entrar durante un nanosegundo en una página web que contenga palabras clave como Viagra, sexo, Bangkok, gogó, pornografía, impotencia y próstata. Realmente no puede haber demasiados hombres activos sexualmente de más de cincuenta años que usen Internet y que no hayan recibido el equivalente cibernético de mi madre del
Helio sailorl
Esta mañana, de camino al trabajo en la parte de atrás de la moto escucho el programa con llamadas de los oyentes de Pisit: el
Thai Rath
informa de que unos ladrones de coches han dado con un nuevo truco: alquilan un coche, cruzan la frontera con Camboya, país donde no rige la ley, lo venden a un matón jemer, informan de su desaparición a la policía camboyana y dejan que las empresas de alquileres de coches reclamen el seguro. Según el
Thai Rath,
los inculpados son todos policías tailandeses. Se produce la avalancha habitual de llamadas quejándose de la corrupción policial antes de que Pisit presente a su invitado, un experto en seguros.
—Hay que sacarse el sombrero ante estos polis —dice Pisit riéndose—. Parece que han descubierto un delito sin víctima. Pbrque, a ver, ¿aquí, quién sale perdiendo?
—Todo el mundo, porque las primas de los seguros aumentan.
—¿El conductor medio tailandés paga seguro?
—No, si tiene un accidente, soborna al poli —contesta el experto en seguros riéndose.
—¿Significa eso que el dinero que iría a las compañías de seguros va a la policía? —pregunta el oyente.
—Eso parece, ¿no? —dice Pisit, riéndose.
—¿ Eso es bueno o malo? —pregunta el oyente—. Quiero decir, si los polis no sacaran dinero, habría que aumentarles el sueldo, lo que significaría subir los impuestos, ¿no?
—Esa es una pregunta muy tailandesa-dice Pisit con admiración.
Cuando llego a la comisaría de policía, Jones ya está ahí, en nuestra sala de trabajo. Decido empezar con una nota dinámica que se me antoja que encierra cierta agresividad estadounidense, algo que creo que apreciará.
—Kimberley, Warren tuvo que hacer algo más. ¿Por qué no lo sueltas ya?
Ocupo mi sitio a su lado en una mesa de madera apoyada sobre caballetes. Reanudamos el trabajo desde donde lo dejamos anteayer y hay una pila de casetes en una caja de madera entre nosotros. Jones imaginó que no dispondríamos del equipo necesario para reproducir las cintas de carrete grande que usan en Quantico, así que ha hecho que
grabaran las conversaciones telefónicas de Elijah en case— tes. Con la misma clarividencia imaginó que tampoco tendríamos el equipo necesario para reproducir los casetes, así que ha comprado un par de walkman baratos de camino aquí, y ahora se está tomando un descanso con los auriculares alrededor del cuello. En los listones desnudos de la mesa no hay nada, aparte de los walkman y nuestros codos. Ni boüs, ni papel, ni ordenadores, ni expedientes, pero hay un montón de carpetas tiradas en una esquina, y una silla vacía en otra.
—¿Por qué estás tan seguro de que hizo algo más que cometer un fraude con obras de arte? —No me mira mientras habla.
—Principalmente porque no creo que lo de Warren sea el fraude con obras de arte. Creo que tú quieres creértelo porque has entrado en este mundo por él. Así que me pregunto por qué quieres meterlo en esto y la respuesta que me ha venido a la mente es el sexo. No odias a los hombres porque sean ricos y poderosos y tengan más ventajas que las mujeres, nos odias porque tenemos polla.
—Sonchai —dice con voz fatigada—, el mito de la envidia del pene se dio por terminado en mi país antes de que yo naciera y no estoy de humor para revivir esas batallas prehistóricas. Cometí el error de tomar cerveza tailandesa anoche, lo que me ha provocado un dolor de cabeza espantoso, y escuchar a esos dos hablar arrastrando las palabras en dialecto de Harlem cerrado no ayuda. No es un comentario racista, por cierto, sólo una observación sociológica. Y encima, al venir hacia aquí me he torcido el tobillo en una boca de alcantarilla por tercera vez en tres días. Dime, listillo, ¿por qué las bocas de alcantarilla en tu ciudad tienen que estar dos centímetros por encima de la calzada? Sé que hacer esta observación es chovinista, pero en mi país tenemos el hábito excéntrico de ponerlas a ras de suelo. Si no lo hiciéramos, la ciudad de Nueva York tendría que declararse en bancarrota por culpa de las demandas por negligencia. Sé que tiene que haber alguna razón. Es el karma, ¿verdad? ¿Todos los ciudadanos tailandeses se pasaron una vida anterior poniéndole la zancadilla a los demás?
Le ofrezco una sonrisa dulce.
—Nosotros no le ponemos la zancadilla a nadie. Sólo los
farangs
lo hacen. Serías tú quien le puso la zancadilla a alguien en una vida anterior.
Niega con la cabeza.
—Vale, dejemos el tema. Bueno, ¿por qué estás tan activo esta mañana?
Es una buena pregunta. He necesitado cinco duchas para quitarme el aceite Johnson's del pelo y la piel, pero voy a necesitar unos días más para desprenderme de esa sensación especial, ese orgullo fálico que ningún buen meditador permite que envilezca su mente. No pensé nunca que sería capaz de hacer frente a un desafío como ése, pero parece que lo he logrado pese a los lapsos de concentración que sufrían las tres N cada vez que Beckham marcaba un gol. Tales proezas nunca formaron parte de mi egotismo. Decido hablar del caso.
—Creo que Warren hizo daño a una mujer, probablemente a una prostituta. Y creo que lo tapó tan bien que es imposible que alguien en todo Quantico encuentre algún día las pruebas para presentar cargos contra él.
—Si ése fuera el caso, sería una indiscreción por mi parte hablarte de ello, ¿verdad? Escucha esto, creo que puede ser lo que buscas, y no es que siga tu oculto razonamiento, precisamente.
Me pasa su walkman y los auriculares.
—Escucha, hermano, hay algo que no te he dicho.
Pedí dinero prestado. Supongo que no sabes qué significa eso aquí. Pides dinero prestado, lo devuelves, pero no, la cosa no acaba ahí. Hablo de prestamistas, hermano, prestamistas de los que no hay en Estados Unidos. A estos tíos no les hace falta amenazarte.
—Sí, ya me imaginaba algo así, Billy. Me pasó por la cabeza. ¿Cuánto?
[Respuesta inaudible]
»Joder, tía, eso es una pasta. Ahora no tengo tanto, y si lo tuviera probablemente tendría que usarlo para invertir. Tengo unos negocios entre manos, tengo que hacer que mi dinero trabaje por mí.
—No te estoy pidiendo dinero, exactamente. Te estoy pidiendo que me busques una salida, Eli. Tengo que salir de esto de una vez por todas. Dime qué tengo que hacer, como en los viejos tiempos. [William habla en un susurro ronco, el susurro de un hombre que se está derrumbando por dentro.] Tú me conoces y todo lo que siempre has dicho sobre mí era cierto. Soy un suplente nato, soy el síndrome del segundo hijo en persona. Y encima acabo de pasarme treinta años cumpliendo órdenes. Soy la hostia cuando tengo que hacer lo que me dicen, Eli, sabes que sí. Puedo perfeccionar cualquier orden que me den, hasta el último detalle. Eso es lo que sé hacer. Pero si se me ocurre algo a mí, la he jodido. No sirvo para eso.
—Billy, ¿crees que es de listos o de tontos empezar esta clase de conversación por la línea telefónica de un tío con antecedentes.
—Sí, sí, lo haremos de la otra forma. Lo siento, Eli, siento que hayas tenido que decir eso. Me he equivocado… [Una pausa muy larga, quizá de unos cinco minutos]. Cuando doy por hecho que la conversación ha terminado y estoy esperando a que empiece la siguiente, se oye un gemido de agonía espiritual como jamás había oído en un hombre adulto. Dura más de treinta segundos.
—Aguanta, Billy. [Un suspiro] Veré lo que puedo hacer.
—Estoy jodido, hermano, muy jodido. Estoy acojo— nado.
Ya lo veo, chaval, ya lo veo. [Con ternura]
Paro el walkman y me saco los auriculares. Le hago a Jones un movimiento con la cabeza a modo de agradecimiento. Me coge el walkman y lo deja sobre la mesa.
—Muy bien, haremos un trato. Tú me dices por qué sabes seguro que yo sé seguro que Warren hizo daño a una mujer y yo te diré si lo hizo o no.
—Hubo un escándalo que está poniendo a todo el mundo nervioso. Parece como si la mitad de los jefes de policía de Bangkok estuvieran implicados en taparlo. No sé qué pasó, pero el coronel admitió más o menos que tenía que ver con una mujer. Imaginé que si había hecho algo así aquí, era probable que también lo hubiera hecho en tu país.
Jones es incapaz de oír ninguna referencia a mi coronel sin que los músculos de su mandíbula hagan horas extras. Parece estar eligiendo las palabras con sumo cuidado.
—Una prostituta de veintinueve años especializada en sexo sumiso. Cobraba grandes cantidades de dinero a cambio de que hombres ricos la ataran y abusaran de ella y de fingir que disfrutaba. Era fuerte y lista y podía fingir orgasmos igual que… bueno, igual que cualquier mujer. Sólo elegía a hombres que tenían demasiado que perder si iban demasiado lejos. También sabía escoger. Creía que podía ver lo que pasaba por la mente de los hombres, al menos por la de esa clase de hombres, y nunca aceptaba un trabajo sin comprobar que el tío era de fiar. Supongo que imaginó que Sylvester Warren era una apuesta segura. Creo que fue la única vez que se equivocó con un hombre.
—¿Le hizo daño?
—El cuerpo humano no puede sobrevivir con menos del sesenta por ciento de la piel. El problema es más por el agua que por la sangre. El cuerpo se deshidrata a una velocidad de vértigo, incluso suponiendo que no estés atado y no seas capaz de beber agua.
—¿Murió?
—Gladys Pierson murió el 15 de febrero de 1996. Aún estaba atada. —Jones vuelve a ponerse los auriculares, luego se los quita de nuevo—. Todos los que trabajaron en el caso saben que lo hizo Warren, pero no hay ninguna prueba, no hay pelos, ni fibras, ni esperma, ni ADN. Creemos que pagó a un equipo para que limpiara a fondo después de marcharse, a especialistas que normalmente trabajan para la mafia.
—¿Utilizó un cuchillo?
—Un látigo. A eso le llaman ser desollado vivo. —Enciende y apaga el walkman, lo enciende y lo apaga—. Por el curso que hice sobre perfiles psicológicos, diría que las dos caras de Sylvester Warren se encontraron en ese momento. Creo que antes ya había estado con muchas mujeres especializadas en eso, pero que ésta tenía algo que le hizo traspasar el límite. Creo que fue el momento más extático de su vida, algo que había ido desarrollando subconscientemente desde la adolescencia, pero que había sido demasiado listo, demasiado fuerte, había controlado demasiado como para ceder a ello hasta entonces. Pero era algo que tarde ó temprano tenía que repetir. Normalmente la psicosis que tiene su origen en la adolescencia se expresa en su plenitud entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco años. Hablamos de hombres, hombres blancos. Pero Warren era un hombre muy disciplinado, el muro que hay entre el ego consciente y las fantasías que bullían en su mente sería mucho más grueso en su caso. Creo que se metió en esto ya de bastante mayor. Quizá también consumía drogas, pero lo dudo, no sé por qué. Creo que es un psicópata auténtico sin necesidad de recurrir a la química. —Una pausa larga; no hay duda de que Iones se ha emocionado—. Tienes razón, cuando nos dimos cuenta de que no íbamos a encontrar las pruebas que necesitábamos, el resto del equipo se rindió, pero yo decidí que Warren andaba metido en algún tipo de fraude con obras de arte. Era una excusa para seguir investigándole… y para estudiar el arte oriental. ¡Qué coño! Estaba cabreada y no creo que todas sus transacciones sean legales. El arte es mucho más complejo que el asesinato, en el FBI a todo el mundo le resulta difícil discutir conmigo cuando digo que hay pruebas de que está cometiendo fraudes con obras de arte. ¿Cómo podrían saberlo si no se han leído una enciclopedia sobre antigüedades del sureste asiático? Voy a pillarle tarde o temprano. Trincaron a Al Capone por evasión de impuestos, ¿acaso no lo recuerda nadie? ¿Tienes idea de lo que hizo aquí en Tailandia?