Bangkok 8 (30 page)

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Authors: John Burdett

Tags: #Intriga

BOOK: Bangkok 8
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Después de firmar los planos, mi madre paga la cuenta y nos levantamos. La abrazo con cariño. Me dirige una mirada de perplejidad mientras nos despedimos. Coge un taxi, pero yo decido abrirme paso por entre los coches atrapados en el atasco. «¿Qué importa? Me adoraba incluso antes de que existiera. El la amaba.» Estoy en una nube.

Todavía exaltado, intento pasar inadvertido de camino al hospital Charmabutra. El complejo es nuevo y moderno y está a un minuto más o menos de los bares de Nana Plaza. Hay un McDonald's en la planta baja y un Starbucks en el vestíbulo del primer piso, un área de recepción de mármol y cristal con un mostrador parabólico, acceso a Internet desde los ordenadores que encuentras por todas partes y un teléfono allí donde pongas el codo. Pero es un hospital. El folleto se enorgullece de tener más de seiscientos médicos altamente cualificados y un pequeño ejército de administradores de Singapur, Tailandia, Estados Unidos y Europa y habla del Centro Cardíaco, de la corrección por láser de la miopía, de las exploraciones, de ultrasonidos abdominales, de un laboratorio completo de análisis de sangre, orina y heces, de la liposucción, del contorno del cuerpo y la reafirmación por láser del rostro, de los servicios que se encargan de las necesidades que implica el viaje desde Estados Unidos y Europa y de las habitaciones de lujo con unas vistas magníficas de la ciudad. En la recepción menciono mi cita con el doctor Suri— chai. Un administrativo me acompaña en el ascensor hasta la séptima planta, donde el doctor me está esperando. Pasamos juntos cerca de una hora. Al salir del hospital, un grupo de tres hombres corpulentos me rodea y me mete en una limusina que está esperando. Es una Lexus azul marino y en la parte de atrás hay un montón de espacio para mí y dos de mis secuestradores. El tercero se queda atrás mientras salimos a toda velocidad con un chillido gastado de neumáticos que no creo digno de mi coronel, que está distraído en el asiento del copiloto, vestido de calle y con unas gafas oscuras. Al volante está su chófer habitual.

—¿Puedo preguntar por qué me rapta?

—No te estoy raptando. Te pongo en cuarentena para prepararte para la reunión. Lo último que necesitamos es que aparezcas con tus camisas Tommy Bahama de imitación, enseñando la placa para que la vea cualquier hijo de vecino.

—¿Aparecer dónde?

—Dame tu placa.

Se la entrego.

—Me gustaría saber adonde vamos.

El coronel se guarda mi placa en el bolsillo de su chaqueta Zegna, que no es una copia ilegal, y menea la cabeza al ver mi cerrilismo.

—¿Recibí o no recibí una petición por escrito hace dos días a las cuatro y treinta y tres de la tarde en la que un tal detective Jitpleecheep Sonchai pedía permiso para interrogar a un tal Khun Warren Sylvester durante el viaje de negocios de cinco días que éste iba a hacer a nuestro país? —Se vuelve para mirarme, levantando las gafas—. ¿Una petición por escrito con fecha y hora?

—Me gusta hacer bien las cosas.

—Lo que a ti te gusta es joder las cosas con mucha pompa, eso es lo que te gusta a ti. ¿A quién habrías ido a ver con tu petición por escrito con fecha y hora si yo te la hubiera denegado?

—A nadie. No hay nadie a quien ir a ver. Sólo quería dejar claro que…

—¿Que en toda la Policía Real tailandesa hay un
arhat,
un alma pura y perfecta que hace su trabajo valiente y heroicamente mientras el resto de nosotros vamos por ahí pasando de todo? —Me he quedado boquiabierto, una imagen poco atractiva—. ¿Tienes idea de en qué mierda nos estás metiendo? ¿Por qué no podías entrar en mi despacho discretamente cuando nadie miraba y susurrarme al oído que necesitabas ver al gran Khun si podía mover los hilos adecuados y siempre y cuando nos pareciera bien a mí y a todos los que me ponen el pie encima hasta la cúspide de la pirámide? ¿Sabes que la mayoría de las mujeres más importantes e influyentes de este país le compran sus piedras preciosas a ese cabrón? Sobre todo las chinas. ¿Lo sabías?

—Sí —confieso.

—¿ Sabes que cuando está en Krung Thep oficialmente se hospeda en el Oriental en la suite Somerset Maugham con toda su nostalgia encantadora y esas vistas al río, y que cuando no está aquí oficialmente se queda en otro sitio muy distinto?

—Ya suponía que tendría dos preferencias distintas dependiendo de si el negocio era oficial o no oficial.

—Entonces ya suponías que a cambio de las generosas donaciones que
el
gran Khun hace a la Fundación de Viudas y Huérfanos de la Policía, tus superiores dedican bastantes esfuerzos a ayudar al Khun a conseguir que sus pequeños placeres extraoficiales no lleguen a los medios de comunicación?

—SC probablemente me pasó por la mente. —¿Y no te pasó por la mente que cualquier interrogatorio a que pudieras someter al Khun tendría que contar con la presencia de personas cualificadas para desmentir cualquier comentario que pudiera incriminarle, en el caso improbable de que diga algo que pueda tener alguna importancia para ti?

—No, nunca pensé en eso porque nunca pensé que me dejaría hablar con él. El coronel gruñe.

—¿No? ¿Ni siquiera después de mencionar a tus amigos de la embajada estadounidense que habías hecho una petición formal para interrogar a Warren que esperabas que fuera denegada?

—Mierda.

—¿Precipitando con ello uno de esos efectos dominó inversos, ya sabes, de esos que hace que todas las fichas vuelvan a ponerse en pie justo cuando todos creíamos que por fin habían caído y nos habían dejado en paz? —¿Ya ha habido problemas antes? —El Khun es un cabrón peligroso. Toda una sección de nuestro noble cuerpo se encarga de asegurarse de que no va demasiado lejos cuando está por aquí. Es uno de esos /a
— rangs
que cree que nuestro país es un paraíso para psicópatas occidentales ricos que han sido injustamente reprimido» por sus culturas del Primer Mundo y que necesitan volver a experimentar las raíces primordiales de la humanidad, aquí, en el exótico Oriente. ¿Cómo no podría haber habido problemas antes?

—¿Qué clase de problemas?

—No es asunto tuyo.

—Soy detective…

—Eres un detective capullo a quien concederán un deseo antes de morir mientras que el resto de nosotros tendremos que limpiar tu mierda. Eres peor que mi hermano. ¿Tienes idea de lo coñazo que es que tu hermano sea un puto santo? —Aparta los ojos de mí para mirar por una ventanilla lateral—. Todo lo que iba mal siempre era culpa mía. Contigo va a pasar lo mismo. Lo veo venir. Los medios de comunicación se enterarán después de tu muerte espectacularmente violenta, construirán un santuario dedicado a ti, serás el primer poli tailandés que se convierta en mártir por su amor a la verdad, la justicia y el imperio de la ley, y yo me pasaré el resto de mi vida diciéndole a la gente que fue todo un honor tenerte en el cuerpo y que para un pobre desgraciado como yo es muy difícil estar a tu altura. ¿No crees que ya tengo suficiente de todo ese rollo teniendo a un abad de hermano?

—¿Fue por una puta? —pregunto.

—¿El qué fue por una puta?

—Los problemas. ¿Hizo daño a alguna? Debió de ser algo bastante horrible si alguien se fijó.

Un suspiro.

—Fue horrible; ¿vale?

—Incluso así debió de ser con una puta extranjera —pienso en voz alta—. Aunque hubiera matado a una chica tailandesa, no habría habido la clase de presión de la que ha hablado.

—Sin comentarios,
¿y
qué coño tiene todo esto que ver con
Bradley?
Warren no mató a Bradley.

—Ya lo sé. Pero eso no quiere decir que Warren no sea el culpable, kármicamente hablando.

Cuando entramos en Asok, menea la cabeza.

—Igual que mi puto hermano.

El tráfico se estanca a mitad de Asok. Estoy bastante seguro de adonde nos dirigimos y, por supuesto, el coronel sabe que yo lo sé. Alza la vista para mirarme por el retrovisor.

—Por cierto, ¿ qué hacías en ese hospital? —

No es asunto tuyo. —¿ Warren ha estado ahí alguna vez?

—No que yo sepa. Aparta los ojos del espejo.

—¿Por qué será que no me gusta esa respuesta?

Treinta y ocho

Tal y como sospechaba, nos dirigimos al Rachada Strip. Pensad en Las Vegas, pero con un vicio distinto en el núcleo. Pensad también en la arquitectura de los pasteles de boda neo-oriental de vulgaridad cegadora. Pensad en usar gafas de sol después de que haya anochecido. De día, el neón compite con el sol y la mayoría de carteles incluyen la palabra MASAJE. Entramos sigilosamente en el patio delantero del hotel Emerald donde las cuatro puertas del Lexus se abren merced a unos lacayos formados a tal efecto para servir a ja— ponesitos con cuentas bancarias imponentes, ya que normalmente éste no es un feudo occidental. Por otro lado, he empezado a preguntarme si Sylvester Warren es realmente occidental.

Observo y espero con mis dos gorilas mientras el coronel recorre el vasto vestíbulo para hablar con uno de los doce re— cepcionistas, quien enseguida le
xvaia.
Incluso a distancia, puede percibirse la veneración que suscita la simple mención del nombre de Warren. Un movimiento de cabeza del coronel nos lleva hasta los ascensores. Escogemos el que llega hasta la suite del ático, y cuando el luminoso muestra el 33, salimos a otro vestíbulo. Una joven que lleva un sarong de seda azul y dorado nos
waia
y nos conduce hasta una habitación del tamaño del hall de un colegio con ventanas que van del suelo al techo, sofás de cinco plazas, una maleza de orquídeas en jarrones de cristal tallado y un hombre alto y

delgado colocado de perfil a nosotros con las manos metidas en un batín acolchado estilo años veinte. Hemos perdido a los gorilas en la planta baja, así que sólo somos el coronel y yo quienes toáramos al Khun, quien para mi sorpresa nos devuelve la
wai
con elegancia, con el momento apropiado de atención. Según las normas, se supone que un hombre de su elevada posición no tiene que
wai amp;r
a inferiores como nosotros, pero el gesto posee un encanto que al coronel no se le escapa. Pese a las pestes que de él ha dicho en el coche, el coronel Vikorn es todo sonrisas y deferencia para con esta fuente única de riqueza y poder.

—Bienvenidos al Paraíso —dice Warren con una sonrisa generosa que encierra muchas cosas, una de ellas hacer mofa de sí mismo. Siento que me deprimo ante una sutileza tan impenetrable. Su perfecta desenvoltura también intimida y parece combinar con su bronceado perfecto, la cadena de oro en filigrana que lleva en la muñeca izquierda y que recuerdo de las fotos con los presidentes, el aroma de un perfume caro, y esos ojos grises azulados implacables que parecen reconocer que toda afectación es simplemente un medio para lograr un fin, adornos de un tipo de camuflaje de la selva. Nos hemos quedado tan cautivados por el aura del Khun que el coronel y yo tardamos más de un minuto en darnos cuenta de que hay alguien más en la habitación.

—Ya conocen al coronel Suvit, superintendente del distrito 15.

Wflio diligentemente al hombre bajo y fornido con la cabeza rapada y que lleva el uniforme de coronel de la policía mientras el coronel Vikorn, que no está del todo sorprendido, le saluda con la cabeza. La presencia del coronel Suvit me ha impresionado sobremanera, principalmente porque significa una confirmación insolente de mis peores temores: nunca me permitirán avanzar más allá de este momento, en el terreno profesional, incluso en el personal. Seré el pájaro que choca contra la ventana hasta que caiga exhausto y me reúna con los cuerpos de todos los otros pájaros que yacen en el suelo. Me siento más que un poco mareado.

—Le he pedido al coronel Suvit que viniera porque tengo entendido que su ronda abarca el lugar en donde se encontró al difunto William Bradley. El coronel y yo nos conocemos desde hace muchos años, así que también suponía una oportunidad de disfrutar de su compañía. —La frase es un poco florida porque ha hablado en tailandés y nosotros somos así. A la vez, sé que Warren me ha calado, que ha absorbido la totalidad de lo que soy, y se ha relajado. Como ya esperaba, no supongo ninguna amenaza para él. Ahora me mira fijamente a los ojos—. Por desgracia, el tiempo de que dispongo en este viaje es muy limitado—. Calla y parece dudar en serio entre un número de opciones. Sus ojos parpadean en dirección al-coronel' Sírvit, quien permanece inescrutable. No poseo conocimiento intuitivo alguno sobre este norteamericano, incluso sus vibraciones están cuidadosamente, magistralmente controladas, como las de alguien que vive en una burbuja—. Me pregunto, por lo tanto, si a todo el mundo le parecería bien que hablara yo y, luego, si me he dejado algo, que el detective Jitpleecheep me pregunte lo que quiera.

—Estoy seguro de que no olvidará nada, Khun Warren, y que el detective no querrá hacerle ninguna pregunta. —El coronel Suvit no se molesta en mirarme. En lugar de eso, mira levantando media ceja a Vikorn, quien ladea la cabeza, con recelo. La hostilidad que hay entre estos dos hombres es mi única fuente de consuelo en este palacio de privilegios.

—En primer lugar, debo pedirle disculpas, detective; tendría que haberme puesto en contacto con usted en lugar de ocasionarle la molestia de tener que buscarme.

La mayor sorpresa que me producen sus palabras, tras la disculpa, es que ha cambiado al inglés, gesto con el que excluye hábilmente a los dos coroneles, que quedan reducidos a observadores mudos. Su acento es suave y casi británico. Mientras intento pensar en una respuesta elegante a su comienzo elegante, sigue hablando con elegancia.

—Me comunicaron la muerte de Bradley probablemente poco después de que usted lo encontrara. Seré sincero y admitiré que tengo muchos amigos en su país, muchos de los cuales ocupan posiciones importantes y, como son tailandeses, cuidan de mí. Sabían que Bradley y yo éramos amigos, por así decirlo, que nos unía una pasión bastante irracional por el jade. —Se detiene para examinar mi rostro antes de proseguir—. Como decía Hemingway acerca de la caza mayor, o la entiendes o no la entiendes. A los que no la comprenden, la manía por el jade debe de parecerles algo ridículo en este mundo moderno en el que reina la silicona. A los que la comprenden, no les cuesta imaginar una amistad entre un sargento de la marina y un joyero; al contrario. Las aficiones unen a gente de distintos estilos de vida: vinos, caballos, palomas, halcones… piedras preciosas. Cuando la gente encuentra una pasión común no tiene en cuenta las barreras sociales. No es que un joyero sea un personaje que tenga un estatus social alto. Mi negocio me obliga a cultivar la amistad de personas que sí lo tienen. ¿Quién compra piedras preciosas sino los ricos? Mis amigos y mis clientes constituyen la plana mayor de este mundo; yo no soy más que un sencillo comerciante.

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