Bajos fondos (43 page)

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Authors: Daniel Polansky

Tags: #Fantástico, Intriga, Otros

BOOK: Bajos fondos
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«Supéralo, supéralo. El zumbido cesará o no, pero si sigues aquí tumbado acabarás muerto de todos modos.»

Me levanté, consciente de que no podría luchar, rogando a Meletus que la Hoja hubiese salido peor parado que yo.

Y así había sucedido. El suelo del despacho había saltado por los aires, dejando boquetes en la madera y proyectando metralla por doquier. Una astilla del tamaño de un brazo se había clavado en el estómago de Beaconfield. Yacía de espaldas sobre una viga caída, sangrando por la boca. Caminé con torpeza hacia él, intentando por todos los medios mantener un comprometido equilibrio.

—¿Dónde está Wren? —pregunté—. El muchacho, ¿dónde está?

La Hoja esbozó aún una última sonrisa, a la cual sacó todo el jugo posible, para a continuación murmurar las palabras lentamente, lo bastante para que yo pudiera leerlas en sus labios.

—Tienes más... futuro como... asesino que... como detective...

En eso no podía llevarle la contraria.

Una vez agotada la reserva de energía, Beaconfield quedó inerte sobre la lanza que le atravesaba el torso. Murió al cabo de unos segundos. Le cerré los ojos y me puse en pie.

Nadie malgasta su último aliento mintiendo. Había respondido por despecho, un último golpe dado antes de reunirse con Quien Aguarda Tras Todas las Cosas. No tenía preso a Wren, y yo la había jodido bien jodida en algún punto del camino, aunque no sabía exactamente dónde.

Pasaba el tiempo, y me pareció probable que alguien hubiese reparado en que la mansión de lord Beaconfield había saltado por los aires. Bajé la escalera, a sabiendas de que podía darme por muerto si había problemas.

El ala trasera de la casa parecía derruida, toneladas de madera y ladrillo sepultaban el corredor. En el salón principal, el hollín había echado a perder las alfombras, hermosas en otros tiempos, y las esquirlas de las lámparas rotas lo cubrían todo. Una de las explosiones había prendido fuego en la cocina, y las llamas se extendían rápidamente hacía el resto de la casa.

El mayordomo de la Hoja yacía postrado junto a la puerta, con la cabeza torcida de un modo que ningún contorsionista habría podido igualar. La muerte parecía el castigo inevitable a su arrogancia, y por lo desagradable que siempre se había mostrado conmigo, y es que somos pocos los que tenemos lo que nos merecemos. Pasé sobre él y salí a la nieve.

Caminaba a trompicones hacia la puerta exterior cuando caí en la cuenta de que el zumbido había cedido terreno, quizá no mucho, pero lo suficiente para comprender que no me engañaba: no me estaba quedando sordo, y quise postrarme y llorar, y dar las gracias al Primogénito por mantenerme con vida. En vez de ello seguí caminando, saltando detrás de un seto cuando vi luces que se acercaban por el camino que tenía delante. Regresé a El Conde sin llamar la atención, y lo hice tan rápidamente como pude, teniendo en cuenta que estaba destrozado.

CAPÍTULO 47

Entré en la taberna con toda la discreción posible. Necesitaba tiempo para pensar, para encontrar en qué punto había equivocado el razonamiento. Fuera como fuese, Wren había desaparecido, pero que la Hoja no lo hubiese secuestrado no significaba que estuviera a salvo. Una vez en el cuarto, abrí un frasco de aliento y me lo llevé a la nariz.

Recuperaba poco a poco el oído, pero después del primer chute fui incapaz de distinguir nada a excepción de los latidos de mi corazón acelerados por la droga.

En la cómoda estaba la misiva de Grenwald. La abrí con torpeza, y me hice un corte en el pulgar por culpa de las prisas que tenía por confirmar mi creciente temor, manchando de sangre la superficie blanca del pergamino.

La parte superior del documento era idéntica al que había recuperado del cadáver de Crispin, pero la mitad inferior estaba intacta. Era una lista de todos los practicantes involucrados en la operación Acceso. Reconocí los nombres de Brightfellow y Cadamost.

Y también reconocí otro, el nombre que figuraba al pie, bajo la rasgadura que había afectado a la versión que tuve en mis manos con anterioridad.

Me saqué la camisa, luego tomé la cuchilla que guardaba en el fondo de la bolsa. La abrí. Noté paulatinamente en la espalda el peso de mis pecados, y por un instante me pregunté dónde aplicar la hoja para obtener el máximo efecto. Entonces practiqué un corte superficial bajo el zafiro de mi hombro. El dolor me hizo torcer el gesto.

Al cabo de cinco minutos caminaba a paso vivo por la parte baja de la ciudad, sangrando a través del vendaje que había improvisado tras rasgarme la ropa interior.

Por todos los Daevas que confiaba estar aún a tiempo de impedirlo.

CAPÍTULO 48

La Grulla Azul llevaba seis horas muerto. Encontré el cadáver sentado en la silla de roble del despacho, con los ojos azules abiertos, las heridas de los brazos, y la hoja que las había causado en el suelo, un cuadro que me confirmó que se había suicidado. En el escritorio, ante él, había un pergamino, con dos palabras escritas con letra confusa: «Lo siento».

También yo lo sentía. Le cerré los ojos y bajé la escalera.

Encontré abierta la puerta que daba al despacho de Celia, y entré. Celia y Brightfellow me daban la espalda. Inerte,Wren estaba sentado en una silla del rincón, sin ataduras, con la mirada vidriosa.

—Insisto en que nos encarguemos de él. —La última vez que lo vi, Brightfellow se deslizaba poco a poco hacia la inconsciencia. Llevaba la misma ropa que en la fiesta de la Hoja y gesticulaba como un loco—. Encarguémonos de él y deshagámonos del cadáver antes de que alguien huela algo.

Celia, por el contrario, permanecía firme como el bloque de piedra de una cantera mientras ponía en orden en la mesa el instrumental químico.

—Sabes tan bien como yo que la fiebre tarda medio día en manifestarse, y aún no se la hemos transmitido. No pienso echar por la borda todo lo que hemos logrado porque tú estés perdiendo los nervios. —Vertió en una taza el contenido de un cuenco, antes de volverse hacia Wren—. ¿Por qué no tomas asiento y lo vigilas?

—No va a ir a ninguna parte. Mi obra lo tendrá dormido el resto de la noche.

—Tiene un don, como el resto, aunque no sepa cómo usarlo. No puedes estar seguro de cómo reaccionará.

Brightfellow se mordió una uña mugrienta.

—Antes has dicho que ya no percibías la joya.

—Sí, Johnathan, eso dije.

—¿Significa que ha muerto?

—Significa exactamente lo que significa —dijo. No había muestras de enfado en su voz.

—Habrá muerto —insistió Brightfellow.

Celia levantó la cabeza e inspiró varias veces, como si husmeara el ambiente.

—Lo dudo —replicó, dejando el alambique y volviéndose hacia mí—. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—El suficiente.

Cuando Brightfellow me vio, perdió lo poco que le quedaba de cordura. Se puso lívido como un cadáver, y miró primero a Celia y luego a mí, como si en el espacio que mediaba entre ambos hubiera algo capaz de solucionar las cosas.

—Esto significa que Beaconfield... —empezó Celia, cuya calma era implacable, pues al parecer mi irrupción no importunaba lo más mínimo sus planes.

—Ha organizado su última fiesta de celebración del solsticio de invierno —confirmé—. El muy cabrón... Ni siquiera llegó a sospecharlo, ¿verdad? Supongo que lo metiste en el ajo cuando empecé a husmear, para asegurarte un chivo expiatorio.

—Johnathan tenía tratos con él. Encajaba.

—Era perfecto. Lo odié en cuanto lo vi, de hecho deseé que estuviera detrás de todo, y me aferré a lo que me indicó tu joya. Por supuesto, aprovechaste la menor ocasión para respaldar mis sospechas, y de paso dejar en el lugar correspondiente las pruebas adecuadas. —Saqué de la bolsa la cuchilla, que arrojé al suelo—. Supongo que tienes otra dispuesta para Wren.

Celia miró el instrumento con el que había sacrificado a un par de niños, y luego levantó la vista como si aquello no fuera con ella.

—¿Cómo has entrado en el Aerie?

—El ojo de la Corona tiene el poder de disipar obras menores. Utilicé el ojo de Crispin para forzar la entrada. ¿Recuerdas a Crispin? ¿O ha llegado el momento en que son tantos que los confundes?

—Lo recuerdo.

—Veamos: tenemos a Tara, y el kireno a quien contrataste para secuestrarla; y Caristiona, y Avraham. Ya hemos mencionado a mi antiguo socio. Y arriba, el maestro optó por el remedio de la cuchilla en lugar de enfrentarse a aquello en lo que te habías convertido, aunque no estoy seguro de que podamos incluir un suicidio en tu cuenta.

Brightfellow se tensó, sorprendido, pero Celia únicamente pestañeó.

—Me entristece mucho oír eso.

—Sí, desde luego te veo destrozada.

—Me había preparado para este día.

—Supongo que sí. En realidad todo esto obedece a esa razón, ¿no? A prepararte para la muerte del Crane. Nunca asumiste el control de las salvaguardas, eso fue una mentira; no puedes, y sabías que una vez muerto el maestro, su obra moriría con él.

—El maestro era un genio —dijo, momento en que un destello de arrepentimiento le cruzó por la mirada—. Nadie puede obrar lo que él. Me vi obligada a buscar alternativas.

—Te refieres a asesinar adolescentes.

—Si quieres expresarlo de ese modo.

—¿Y contagiarles la peste?

—Un desdichado requisito del ritual. Desagradable, pero necesario.

—Sobre todo para las víctimas.

Brightfellow intervino con vehemencia en la conversación.

—¿Por qué le cuentas todo esto? ¡Mátalo antes de que lo eche todo a perder!

—Aquí nadie va a precipitarse —ordenó, tajante, Celia.

—¿Y tú qué me dices, Brightfellow? ¿Te sumaste a la empresa por el bien de la ciudad? No te había tomado por alguien tan solidario.

—Este agujero de mierda no me importa nada. Por mí como si toda la ciudad arde hasta los cimientos.

—Por una mujer, ¿eh?

Me dio la espalda, pero supe cuál era la respuesta.

—¿Pensabas que bastaría con matar a un par de niños para que se enamorase locamente de ti?

—No soy un insensato. Sé que no tengo ninguna posibilidad. Nunca pretendí nada, ni cuando estudiábamos en la Academia. Nunca. Me pidió ayuda. No podía permitir que lo hiciera sola. —No hablaba conmigo, aunque yo era el único que prestaba atención.

»Nadie significa nada para ella. Algo se quebró en su interior hace mucho tiempo. Ella no fue responsable... Pero ahora qué importa, ya no tiene arreglo. Menciona Rigus, habla también de la parte baja de la ciudad, pero para ella no son reales. Para ella la gente no es real.

—Tú sí —dijo él—. Eres el único, y morirás por ello.

Celia reaccionó entonces.

—Johnathan —dijo.

Pero él ya había tomado una decisión.

Entonces sucedieron cuatro cosas, más o menos al mismo tiempo. Brightfellow levantó un brazo para intentar algo, pero antes de lograrlo se oyó un sonido de carne a la parrilla y un fuerte tufo a carne quemada se extendió en el ambiente. Ésa fue la segunda cosa. Celia me protegió de la tercera, escudándome con su cuerpo.

La cuarta sucedió muy rápidamente, y Celia ni siquiera reparó en ella.

Brightfellow observó su pecho, rojo, que ya no estaba cubierto de piel, lo bastante profundamente para dejar al descubierto buena parte de la caja torácica. Volvió la cabeza hacia Celia, y después cayó de bruces.

La mano de Celia aún resplandecía tras la magia que había obrado para acabar con la vida de Brightfellow. Empezó a hablar de inmediato, olvidando el cadáver que teníamos delante en cuanto lo hubo asesinado.

—Antes de que hagas nada, antes de que digas algo, hay cosas que debes escuchar. —Retrocedió para apartarse de mí—. Lo que hizo el maestro, la obra que llevó a cabo, no puede duplicarse, ¿entiendes? No quería utilizar a esos niños, créeme. No quería. He pasado los últimos diez años de mi vida metida en esta condenada torre, preparándome para el día de hoy, preparándome para la muerte de mi padre. Me gustaría ser mejor. —Cerró los ojos, que inmediatamente volvió a abrir—. Por el Primogénito que querría serlo. Pero no lo soy. Muerto el maestro, su salvaguarda se ha esfumado. Es invierno, pero en cuanto el tiempo se vuelva más cálido... No comprendes lo que sucederá si se declara de nuevo la peste.

—No he olvidado lo que sucedió. No vuelvas a insinuarlo.

Exhaló un suspiro, dándose por enterada.

—Sí, supongo que no lo has olvidado.

Pensé que iba a continuar. Cuando vi que permanecía callada, opté por intervenir.

—¿Para qué necesitas a Wren?

—Tenía que ser un niño con potencial para el Arte. No es tan fácil dar con ellos. —Su voz mostraba apenas un rastro de disculpa, tan leve que quizá fue cosa de mi imaginación—. No tuvimos tiempo de buscar más.

—Y sabías que secuestrarlo me llevaría tras la Hoja.

—Sí.

Intenté que mi expresión no delatara los sentimientos que alumbraban sus revelaciones, pero no debí de lograrlo, porque ella cerró con fuerza los labios antes de replicar:

—No me mires de ese modo. Pude haber acabado contigo. Pude haber dirigido a esa cosa contra ti en cualquier momento, o dejar que te congelaras en la nieve.

—Eres un encanto. —Sentí como si algo se hubiera abierto camino hasta mi cerebro, un ser que hubiera arraigado en mitad de mi cráneo y que ahora me estuviese destrozando. Lo único que me mantenía en pie era todo el aliento de hada que había aspirado, y tuve que esforzarme para escuchar a Celia, tan intenso era el estruendo que reverberaba en mis oídos—. ¿Qué te ha pasado?

—Me valoro en lo que soy, y no me engaño. Pero no permitiré que la obra del maestro sea en vano, no permitiré que todo vuelva a ser como antes. Diez mil madres, veinte mil padres, los muertos apilados levantando muros, más de los que puedes contabilizar durante toda una semana dedicado a esa tarea. Verano tras verano, año tras año. No espero que me perdones, supongo que nadie podría hacerlo, pero cuando llegue el próximo verano los habitantes de la parte baja de la ciudad no se pudrirán al sol como la carroña.

—Supongo que desde esta altura te cuesta ver las caras de la gente. Si sacas a un niño del fango, quizá consideres las cosas de otro modo.

—Sabía que no lo entenderías.

—Es posible que no sea tan altruista como tú. Hoy he asesinado a varias personas. Algunos no se lo merecían.

—La gente... muere —dijo ella, y en eso tenía toda la razón—. He hecho todo esto... Esperaba que nunca te enterases. Pero la situación ha ido demasiado lejos para parar. No permitiré que los sacrificios hayan sido en vano. Eso se lo debo. No permitiré que nadie me detenga, ni siquiera tú.Y vas a intentarlo, ¿verdad?

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