Ay, Babilonia (43 page)

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Authors: Pat Frank

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Ay, Babilonia
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¡Cómo cambiaban las costumbres! Y ¡cómo cambiarían todavía!

En octubre, la nueva cosecha de naranjas tempranas comenzó a madurar. El jugo sabía sabroso y refrescante después de haberse pasado meses sin él.

En octubre comenzaron a escasear los armadillos en la zona de Fort Repose, pero las gallinas de los Henri habían aumentado y la cerda parió de nuevo. También, los patos llegaron en número enorme desde el norte... más de los que Randy había visto jamás. Los pavos salvajes, que antes de El Día habían sido cazados hasta casi exterminarlos en el condado de Timucuan, de pronto resultaron comunes. Randy se fabricó un seriodo para pavos y disparó matando a unos dos cada semana. La codorniz apareció en los setos, campos y patios, en grandes bandadas. No utilizó sus cartuchos en caza tan insignificante. Pero Tud Tone sabía cómo prepaíar cepos y enseñó a los muchachos, asi que para desayunar comían codorniz, junto con huevos.

Una tarde, cerca de finales de mes, Dan.Gunn regresó de su clínica, sonriendo y silvando.

—Randy —dijo—. ¡Acabo de ayudar a nacer a mi primer niño después de El Día! ¡Un chico, unos cuatro kilos, brillante y sano!

—¿Y qué hay de maravilloso en que nazca un niño? —preguntó Randy—. ¿Tenías a la madre hipnotizada?

—Sí. Pero eso no es lo fantástico —la sonrisa de Dan desapareció—. Mira, este ha sido el primer niño vivo, después de los nueve meses de su gestación. Tuve otros dos embarazos que terminaron prematuramente. La naturaleza tiene un modo de proteger a la raza, creo, aunque no sé llegar a una conclusión estadística con base de sólo tres embarazos. De todas maneras, ahora sabemos que habrá raza humana, ¿verdad?

—Jamás pensé que no pudiera haberla.

—Yo sí —afirmó en voz baja, Dan.

En noviembre, un alto pino, hendido por un rayo durante el verano dejó caer sus pardas agujas y murió y Randy y Bill lo derribaron con una sierra y una hacha. Era el momento. Así, aun cuando Randy echaba de menos a Malachai, realizaron la tarea y recortaron las ramas más gruesas. La madera era valiosa, porque se acercaba otro invierno.

Randy se fue temprano a la cama aquella noche, exhausto. Despertó de pronto con un raro sonido en sus oídos, como música, casi. Miró el reloj. Era un poco antes de la media noche. Lib dormía tranquila a su lado. Tuvo miedo. La despertó con unos codazos. Ella levantó la cabeza y abrió los ojos.

—Tesoro —dijo—, ¿oyes algo?

—Pontea dormir —contestó ella, y dejó caer su cabeza en la almohada. De pronto se volvió a levantar y exclamó—: ¡Sí, oigo algo! Parece música. Claro que no puede ser música, pero suena como si lo fufera.

—Me siento aliviado —contestó Randy—. Creí que era una ilusión mía —escuchó con atención—.Juraría Que es «En forma». Si pudiera ser, juraría que es el disco dé Glenn Miller.

Ella le apremió.

—¡Levántate! ¡Levántate!

Randy saltó de 1a cama y abrió la puerta que daba a la sala de estar del piso superior, encendió una lámpara del mostrador. Rebajó la mecha. Era necesario mantener fuego en la casa porque no tenían ni cerillas ni piedras de encender, ni combustible. Randy pensó, debe ser la radio de transistores, animada de pronto pero al mismo tiempo supo que eso era imposible porque hacía tiempo que había tirado a la basura las baterías gastadas. No obstante cogió la radio y escuchó. Estaba muda pero la música persistía.

—Viene del vestíbulo —dijo Lib.

Abrieron la puerta y entraron en el pasillo. El ritmo era más fuerte pero el pasillo estaba vacío. Randy vio una rendija de luz bajo la puerta de Peyton.

—¡El cuarto de Peyton! —exclamó.

Puso la mano en la empuñadura de la puerta, pero decidió que sería más caballero llamar primero. Después de todo, Peyton ya tenía doce años. Llamó.

La música cesó de pronto. Peyton dijo, con voz baja y asustada:

—Entre.

El cuarto de Peyton estaba iluminado por una lámpara que Randy jamás había visto antes. Peyton no tenía lámpara "propia. En el escritorio de Peyton, había un antiguo fonógrafo de cuerda con su sobresaliente bocina. A su lado se veía un álbum de discos.

—Ponlo otra vez, Peyton —dijo Randy en voz baja.

Peyton se entretuvo en cerrarse la parte delantera del pijama, un arreglo de uno viejo de Ben Franklin, al igual que los pijamas de Ben, eran también pijamas de los desechados por Randy dado que los niños crecían muy de prisa. Empezó el disco, desde el principio. AI oírle, Randy se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos la música, de lo mucho que la música sazonaba su civilización. En casa de los Henri, Missouri cantaba a menudo, pero en casa de los Bragg, apenas nadie sabía entonar una melodía, ni siquiera tararearla.

Por encima del ritmo, Randy susurró:

—¿Dónde lo sacaste, Peyton? ¿De dónde vino?

—Del ático. Subí por la escalera de mano del cuarto posterior. Mamá se pondrá furiosa. Me dijo que no subiese nunca porque las vigas estaban podridas y yo podría caerme.

—Tu madre estuvo en el ático hace unos meses. No vio nada.

—Lo sé. Yo me escondí detrás del gran baúl y vi una puerta, una puerta de tablas que cerraba parte de la pared La abrí y había otro cuarto, más pequeño.

—¿Por qué lo hiciste, Peyton? —preguntó Randy. —No lo sé. Me sentía sola y no había otra cosa que hacer y jamás había estado ahí arriba, ya sabéis cómo son las cosas. Cuando una no ha estado nunca en un lugar, quiere ir.

Randy abrió uno de los álbums.

—Viejos discos de 78 revoluciones —dijo, con voz casi reverente—. Clásico Jazz. Escucha esto. Tony Dorsey... «Que venga la lluvia o salga el sol», «Polvo de Estrellas», «Chicago». Carmen Caballero en «Tiempo borrascoso», también, «Cuerpo y alma». Interpretaciones de Artie Snaw. Todo lo mejor de lo mejor. Me imagino estoy seguro, que esto era la colección de papá. Jamás vi esta máquina antes, pero me acuerdo de los discos «En forma», terminó.

—Ponlo otra vez, Peyton —dijo Randy—. No. Pon este otro.

—¿No estás enfadado, Randy? —preguntó Peyton.

—¡Enfadado! ¡Diría que no!

—Encontré otras cosas ahi arriba también.

—¿Como qué?

—Bueno, esta antigua máquina de coser... de las que se manejaban con los pies. Hay unas cuantas lámparas de petróleo, de las que se cuelgan. También encontré esta del escritorio. Luego hay una antigua estufa y mucha tubería de hoja de lata. Oh, y cantidades de chatarra. Lo dejé porque quería probar el tocadiscos. Es la única cosa que bajé y la traje para ti y para Dan, Randy. Está ahí encima de la cama.

Randy cogió el negro maletín de cuero. Le resultaba familiar. Lo había visto antes. Lo abrió y vio dos navajas de afeitar que habían pertenecido a su padre.

—No te preocupes por lo que te diga tu madre —le dijo—. Yo lo arreglaré todo. Si tuviese medallas que dar, te regalaría una, Peyton, ahora mismo.

De este modo, Peyton se convirtió en heroína.

P
ARTE
13
I

Una mañana en noviembre, cuando Randy estaba desayunando temprano y a solas, Dan Gunn bajó por la escalera recién afeitado, su barbilla con una singular palidez en contraste con la bronceada frente, la nariz, óvulos y cuello.

—Buenos días —dijo Randy—. ¡Juraste que no te volverías a afeitar! ¿Por qué?

—Bueno —dijo Dan con aire arrepentido—, tenía la navaja y parecía una vergüenza no utilizarla después de que Peyton me la regalase. Después estaba el jabón.

En las pasadas semanas, barras de jabón casero habían aparecido en Marines Park, fabricadas por la señora Estes, que había sido decana de las cajeras del banco y dos antiguas compañeras de trabajo. Todo el mundo estuvo de acuerdo de que sería pronto un negocio próspero y compensador.

—¡La verdad, Dan! —exclamó Randy.

—Helen me lo pidió. Dijo que se había cansado de recortarme la barba.

—Oh, eso es distinto. Será mejor que vuelvas a casa a la hora de cenar esta noche. John García, ha hecho otro viaje hasta la Laguna de Cangrejo Azul y nos traerá toda una tina de cangrejos. A cambio de un cuarto de combustible.

—Le tengo mucho cariño a Helen —dijo—. No sé qué haría sin ella.

—¿Y por qué hacer algo sin ella?

Randy, quiero casarme con Helen.

Randy se levantó de la mesa, se inclinó y dijo:

—¡Os daré mis bendiciones!

—Eso no tiene gracia.

—El matrimonio rara vez tiene gracia.

—Ella no quiere casarse conmigo.

—¿Entonces por qué te afeitaste la barba?

—Maldita sea, Randy, la quiero. Y ella me ama. Lo reconoció. Quiere casarse conmigo. Pero no quiere. Piensa que hay una posibilidad de que Mark siga vivo. Teme de que si nos casáramos y luego Mark apareciese vivo nos veríamos envueltos en uno de esos terribles líos de que todos hemos oído hablar o leído. Como cuando se informaba qué hombres habían muerto en las Filipinas o Corea y luego aparecían después de la guerra en una prisión enemiga. Volvían a casa y encontraban a sus esposas felizmente casadas con otros hombres. Algunas veces habían niños por medio. Siempre resultaba un lío.

—Sucedió —admitió Randy—, pero en este caso no creo que haya la menor probabilidad. ¿Quieres que hable con ella?

Dan se frotó la cara allá donde había estado la barba.

—Me siento desnudo. No, Randy, gracias. No creo que Helen quisiera discutir este asunto. Por lo menos todavía no. Ella acaba de tener esa sensación y me temo que tendrá que vaciarse a sí misma de prejuicios.

Fue en aquel mes cuando el primer avión, volando bajo les asustó y les emocionó.

En períodos irregulares antes se informó del paso de aviones, pero siempre reactores, volando muy altos, de ordinario no más que una manchita plateada en el firmamento, o contra las nubes, de día y sólo un sonido por la noche.

Pero en la segunda semana de noviembre, un gran avión de transporte de cuatro motores rugió por encima de Fort Repose a trescientos metros. Llevaba las insignias de la Fuerza Aérea. En Marines Park todo el mundo gritó y agitó las manos. El aparato ni siquiera osciló en sus alas, sino que siguió adelante, hacia el sur. Dan Gunn, que estaba en la ciudad, le vio pasar por encima de la cabera. Randy lo oyó y lo vio desde River Road. El almirante, que estaba en el río, en su barco, fue capaz de Observarlo por los binoculares.

Aquella noche, Randy, Lib, Dan y Helen, fueron a casa de Sam Hazzard para saber su opinión.

—Advertí dos cilindros colgados debajo de las alas —dijo—. No eran tanques de combustible extra. Sigo pensando que eran trampas aéreas. Creo que debían estar tomando muestras de la radiacción.

Una semana más tarde, el mismo avión, u otro parecido, volvió a cruzar por encima. Esta vez dio la vuelta a Fort Repose y un chorro de lo que parecía confeti, desde lejos, cayó de su panza y voló hasta las riberas del río y dentro de la ciudad.

Randy estaba en Marines Park, en aquel momento, discutiendo un sistema de alarma con los oficiales de su compañía. Campanas de iglesia fueron utilizadas en Inglaterra durante la Segunda Gran Guerra Mundial y allí estaban las campanas de las iglesias católica y episcopal. Era posible preparar un código sobre el que sus subordinados pudiesen comprender el tipo y situación de la emergencia. El avión pasó una y otra vez y todo el mundo gritó, como si desde arriba pudieran oírles. Luego los pasquines cayeron. Decían:

NO SE ALARMEN.

"Este pasquín viene de un avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos efectuando inspecciones atmosféricas en las Zonas Contaminadas.

"Dentro de poco inspección más precisa será realizada por helicópteros.

"En caso de que un helicóptero tenga que aterrizar cerca de su comunidad, no interfieran, por favor, con las actividades del personal de a bordo. Prestadles su cooperación si es necesario.

"Esta actividad es esencial y preliminar para llevar ayuda a las Zonas Contaminadas".

En cierto modo, era desalentador. Pero sólo en cierto modo. Ya era algo que uno pudiese asir con las manos, que uno pudiera notar algo apremiante del exterior. Era prueba de que el gobierno de los Estados Unidos seguía funcionando. Era también un papel higiénico muy útil. Al día siguiente, con diez pasquines, se compraba un huevo y con cincuenta, una gallina. Era papel y por tanto dinero.

En diciembre, vino el helicóptero. Dio una vuelta temerosa por encima de Fort Repose. En diversos espacios abiertos, incluyendo Marines Park, bajó y dejó caer de su panza un largo cable, con un cilindro pequeño al extremo del cable que tocó eventualmente el suelo. Era como un gusano gigante, tratando de libar la miel.

Subió hasta el Timucuan y dio la vuelta a casa de los Bragg.

Los niños estaban en el muelle; Helen y Lib en casa Randy visitaban a Sam Hazzard.

Dio cuatro vueltas. Las dos mujeres subieron a la atalaya. Desde allí lo veían mejor. Agitaron los brazos y luego Helen se quitó el delantal rojo y lo agitó también.

Dentro del helicóptero vieron rostros y el piloto abrió una ventanilla y respondió al saludo. Luego se fue, Timucuan arriba.

—En cinco minutos, Randy, el almirante y los niños, todos sin aliento, estaban en la casa.

Helen estaba llorando.

—¡Nos saludó! —exclamaba— ¡Nos saludó! ¡Precisamente a nosotros! ¡Estoy segura de que vino a vernos sólo!

—Vamos no te excites demasiado —dijo Randy—. Puede ser que buscase simplemente gente... no a nadie en particular... y que viese a los niños en el muelle y luego diera la vuelta a la casa para enimarnos c infundirnos valor.

Helen se secó la cara con al delantal.

—Oh, deseo que vuelva —dijo—. Por favor Dios mío, haz que vuelva.

En aquel momento, le oyeron volver.

Los niños subieron corriendo al tejado. Randy, salió y se sentó en los escalones del porche. Seguía sin aliento y no quería subir corriendo la escalera. Si el maldito helicóptero quería verle, tendría que bajar aquí. El no iría a su encuentro. Sam Hazzard se sentó a su lado.

Randy aguardó. Por el sonido supo que estaba dando vueltas de nuevo. Bajó por encima de los árboles y pareció decidido a posarse en el césped. Todo lo demás estaba sobrecrecido de maleza y ahogado con malas hierbas y hojas, excepto aquella simple zona entre la casa y el camino, donde Randy mantenía el césped. Era una de las tareas de Ben Franklin, cortar la hierba una vez a la semana, y resultaba una especie de eslabón de enlace entre la casa y la época de antes de El Día, como afeitarse.

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