Ay, Babilonia (41 page)

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Authors: Pat Frank

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Ay, Babilonia
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Fue en junio, también, cuando cosecharon su primera garrafa de licor, gracias al alambique construido por Bill McGovern y Tuo Tone. Fue todo un acontecimiento. Luego de que una serie de piñas ardieran durante tres horas debajo de la caldera de diez litros, el líquido empezó a gotear por el serpentín. Tuo Tone cogió estas primeras gotas en una taza y se las entregó a Randy. Randy olfateó aquel género incoloro. Olía horriblemente. Cuando se enfrió un poco lo probó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y su estomago le rogó que no lo tragase. Sin embargo, logró engullir un poco. Era horripilante.

—¡Maravilloso! —jadeó y rápidamente pasó la copa a los demás.

Después de que todos los hombres se hubiesen tomado un trago y adecuadamente felicitaran la invención de Tuo Tone y el mecanismo construido por Bill. Randy dijo:

—Claro que resulta un poco crudo. Al envejecer, será más suave.

—Debiera envejecer en madera —dijo Bill—, ¿Podríamos conseguir un barril?

—Será todo un problema —contestó Randy—. Cualquiera que tenga un barril de Whisky, lo cambiará por un par de litros del licor después de que haya envejecido.

Pero para Dan Gunn, el whisky de maíz resultó inmediatamente útil. Mientras que no se atrevía a utilizarlo por anestesia, calculó como muy alto su contenido alcohólico. Sería un excelente repelente para las moscas, un linimento y un antiséptico preparativo para la piel.

III

Un día de julio, Alice Cooksey trajo a casa cuatro libros sobre hipnotismo y se los presentó a Dan Gunn.

—Si puedes aprende hipnotismo —sugirió ella—, podrías utilizarlo como anestesia.

Dan sabía que buena cantidad de doctores y de dentistas, también practicaban comúnmente el hipnotismo; siempre le pareció un sustituto lento y poco eficiente del éter y de la morfina, pero ahora se aferró a la idea como si Alice le hubiese ofrecido un específico contra el cáncer.

Cada noche, Helen le leía. Ella insistió en leer para así no cargar los ojos del médico. Ya no tenían velas ni petróleo pero sus lámparas y linternas quemaban aceite pesado extraído de los tanques subterráneos con una bomba de mano. Era verdad que el aceite pesado olía de manera horrible y producía una luz amarillenta y poco efectiva. Pero era luz.

Pronto Dan hipnotizó a Helen. Luego hipnotizó o intentó hipnotizar a todos en Kiver Road. No logró triunfar con el almirante en absoluto. Consiguió un hipnotismo parcial en Randy, con pobres resultados, incluyendo mareo y dolor de cabeza. Randy trató de cooperar pero no pudo dejar su mente en blanco ni un solo instante.

Los niños resultaron excelentes sujetos. Dan les volvía a hipnotizar una y otra vez hasta que le bastaba sólo con hablar unas cuantas frases en la jerga del hipnotizador, chasquear sus dedos y ellos caían en un trance maleable. Randy se preocupó de esto hasta que Dan le explicó.

—He estado adiestrando a los niños para que sean sujetos rápidos, porque en una emergencia, tengan una posibilidad fácil de anestesia.

—¿Y si tú no estás cerca?

—Helen también estudia hipnotismo —se quedó pensativo—. Se está haciendo toda una experta. Mira, Helen podría haber sido médico. Helen no es feliz a menos que cuide a alguien. Se preocupa por mí.

Una semana más tarde, Ben Franklin tuvo dolor de vientre que le obligó a levantar su rodilla derecha encogiéndose cuando trataba de acostarse. El dolor siempre estaba allí y a intervalos se convertía en un pinchazo agudo que le recorría el cuerpo en oleadas. Dan decidió que el dolor de Ben no era producido por comer demasiados plátanos. Era imposible hacer un recuento de glóbulos rojos pero el chico tenía algo de fiebre y Dan sabía cuál era su mal.

Dan operó en la mesa de billar de la sala de juegos, después de someter a Ben en un profundo trance. Dan utilizó los cuchillos de carne, las agujas de coser, los rizadores del pelo y el hilo de nylón, todo esterilizado adecuadamente y quitó un apéndice inflamado y a punto de perforarse.

A los cinco días, Ben se levantaba y trabajaba. Después de aquello, Randy con cierta aprensión se refirió a Dan como: «Nuestro brujo particular y hechicero».

IV

En agosto agotaron el último maíz, exprimieron las últimas naranjas tardías, las valencianas, y consumieron las últimas deliciosamente dulces uvas de las parras. En agosto se quedaron sin sal, los armadillos destruyeron la cosecha de ñame y los peces dejaron de picar. Aquel terriblemente cálido agosto fue el mes del desastre.

El final del maíz y el agotamiento de la cosecha de cítricos había sido inevitable. Los armadillos en los ñames fue mala suerte, pero soportable. Pero sin pescado y sal su supervivencia resultaba dudosa.

Randy tuvo cuidado en racionar la sal desde que se vio sorprendido, en julio, al descubrir las pocas libras que quedaban. La sal era un artículo de primera necesidad, no simplemente los granitos blancos que uno dejaba caer sobre los huevos. Dan utilizaba soluciones salinas para media docena de propósitos. Los niños empleaban sal para limpiarse los dientes. Sin sal, la matanza de los cerdos de Henri, habría sido un desperdicio terrible. Planeaban curtir la piel de uno dé ellos para confeccionarse mocasines que necesitaban con urgencia y sin sal, esto resultaba imposible.

En cuanto se quedaron sin sal pareció que casi todo lo que tomaban necesitaba salarse, más que nada el cuerpo humanó. Día tras día, el termómetro del porche marcaba 35 o más y cada día todos —tenían trabajos manuales que hacer y kilómetros que caminar. Sudaban a raudales. Perdían la sal al sudar y se debilitaban y enfermaban. Y todos los de Fort Repose se debilitaron y enfermaron porque no había sal por ninguna parte.

En julio, Randy fue a casa de Rita Hernández y ella ie cambió veinticinco libras del sal por tres grandes lubinas, un cajón de Valencias y cuatro cartuchos de perdigones. No cambiaban por regla general sus productos por estas cosas, creyó Randy, pero a causa de que él la ayudó a preparar un entierro decente para Peter y la proporcionó mano de obra para llevarle ai cementerio Én Fort Repose, accedió. Desde julio, le fue imposible encontrar sal en ningún lugar. En Marines Park, una libra de sal valdría cinco de café, si es que alguien tenía café. No se podía comprar sal ni con licor de maíz potente aunque sólo ligeramente envejecido.

En agosto, los comerciantes de Marines Park, iban como zombies por falte de sal. Y por la primera vez en su vida, Randy sintió una extraña intranquilidad que se convirtió casi en locura cuando se secó el sudor de la cara y luego lamió la sal de sus dedos. Ahora comprendía el ansia animal hacia la sal, entendía por qué un jaguar y un ciervo compartían lamiendo el mismo terrón salino en un esfuerzo por mantener una tregua que les impidiera morir por falta de sal.

Pero aún más importante que la sal, era el pescado, porque los peces del río eran su plato fuerte, como las focas para los esquimales. Había sido muy sencillo, hasta agosto. Sus cañas de bambú, con mangos de metal o de madera, colocadas a extremos y lados de los muelles, cada noche proporcionaban bastante pescado para el día siguiente. Por la mañana, alguien no tenía más que acercarse hasta el muelle y recoger lo que se había enganchado en los anzuelos durante las horas de oscuridad. Si la pesca automática nocturna era magra, o se necesitba pescado extra para comerciar, alguien recibía permiso para abandonar sus tareas ordinarias y pescar por la mañana, o al oscurecer cuando las lubinas picaban con furia. Las cañas crecían en macizos, tenían sedales en abundancia, anzuelos bastante para durar años (el pescar había sido el deporte, antes de El Día, de Bill McGovern y Sam Hazzard, lo mismo que de Randy) y todas clases de cebos... gusanos, grillos, saltamontes, renacuajos, moscas, etc., y, además, todos eran capaces de utilizar una red, o simplemente las manos.

Randy tenía más de un centenar de cebos artificiales y cucharillas y quizás casi la mitad de moscas y gusanos de la lubina. Los compró sabiendo que la mayor parte de los cebos están diseñados para engatusar a los pescadores más que a los peces. Sin embargo en ocasiones, la lubina se volvía loca por lo artificial y en la primavera las moscas falsas podían ser suplementadas por mosquitas de verdad y por diminutas cucharillas. Así que pescar no resultó nunca un problema, hasta que los peces dejaron de picar. Yel problema fue grave.

Cuando cesaron, cesaron de pronto y todos juntos. Incluso con su red circular, vadeando a pies descalzos en las hondonadas, Lib a su lado llevando esperanzada un cubo, Randy no pudo ver ni un pececito de ninguna clase. Randy, se consideraba un buen pescador y sin embargo, reconoció que no comprendía por qué los peces picaban o no picaban. Agosto jamás fue un buen mes para la lubina negra, es cierto, pero aquel agosto resultó extraño. Sólo durante las tormentas se veía agua en el río. Un sol calcinador se levantaba, se hacía rojo, blanco y se hundía colorado y fundente, y el río estaba fantasmalmente quieto y sólo agitado como pudiera estarlo el acuario de Florence. Incluso al amanecer o en el crepúsculo vespertino, ningún pez nadaba ni saltaba. Eso era malo. Y además terrible.

En la tercera semana de agosto, cuando todos estaban débiles y medio enfermos, Randy contó sus temores a Dan. Era por la tarde. Randy y Lib acababan de venir del seto. Durante una hora estuvieron agachados juntos bajo un gran roble, esperando a que bajasen a comer las grandes ardillas grises. Todo estaba en profundo silencio y las ardillas habían armado su bullicio y Randy disparó matando a dos o tres con su doble 20, un uso vergonzoso de su insustituible munición para tan poca carne. Sin embargo, tres ardillas no eran suficientes para dar sabor a carne al potaje de aquella noche. Lo que tomarían para desayunar, si desayunaban, nadie lo sabía. Encontraron a Dan en el despacho de Randy, con Helen recortándole el pelo. Randy, le habló de las ardillas y luego dijo:

—Dan, he estado pensando en los peces. Nunca vi tan mala la pesca, antes. ¿Podría haber ocurrido algo grave y permanente? ¿Es posible que la radiación los haya barrido a todos?

Dan se rascó la barba y Helen le apartó la mano diciendo:

—Estate quieto.

—Los pescados —comentó Dan—. Déjame pensar en los pescados. Dudo que les haya ocurrido algo. Si el río hubiese quedado empozoñado por la radiación después de El Día, los peces muertos habrían subido a la superficie. El rio hubiese quedado alfombrado de cadáveres. Entonces no sucedió y tampoco ha ocurrído desde aquél día. No, dudo de que haya habido una i matanza general de peces.

—Eso me preocupa —dijo Randy.

—La sal me preocupa más. La sal no crece ni se cría ni se siempra. O se tiene o no se tiene.

Helen hizo girar la silla. Dan estaba frente al cofre de teca. De pronto abandonó su asiento, se dejó caer de rodillas, abrió el arcón y empezó a hurgar.

—¡El diario! —gritó—. ¿Dónde está el diario?

—Aquí. ¿Por qué?

—¡Ahí sale en el diario! Recuerdo cuando Helen me lo leía después de la paliza que me dieron los salteadores. Se hablaba de sal. ¿Te acuerdas, Helen?

Randy no había mirado el diario del Teniente Randolph Rowzee Peyton durante años, pero ahora se j acordaba. Los Marinos del teniente Peyton, también j tuvieron escasez y necesidad de sal y de algún modo i la obtuvieron. Se puso de rodillas junto a Dan y rápidamente encontró el diario. Repasó las páginas. El teniente Peyton, tal y como se acordaba, se quedó sin sal durante su segundo año. Encontró la partida. Pechada el 19 de agosto de 1839:

"Una lancha de suministros de Cow's Fort, se retrasó mucho y a mis tropas les falta sal y sufren mu cho por el calor, el seis de agosto, envié a mi leal guia Creek, Bill Longnose, hasta St. Johns (a veces llamado río Mayo) para descubrir la causa del retraso. Hoy ha vuelto con la información de que nuestra lancha de suministros, subiendo corriente arriba, tuvo que amarrar en Mandarín (una ciudad llamada así en honor a la nación oriental de la que se importaron sus naranjos). Por mala suerte, aquella noche los semino— las atacaron Mandarín, matando a gran número de los habitantes y quemando las casas. El patrón de la lancha de suministros, un paisano, y su tripulación, consistente en un hombre blanco y dos esclavos, escaparon a los bosques y llegaron más tarde a St. Agustino. Sin embargo, la lancha fue saqueada y quemada.

"Todas las demás privaciones pueden ser soportadas por mis hombres excepto, la falta de agua y la falta de sal".

La siguiente partida estaba fechada el 21 de agosto. Randy la leyó en voz alta:

"Bill Longnose hoy trajo al fuerte a un seminóla, un joven recio y de ojos turbios, que se hacia llamar Kyukan, que se ofreció a llevarnos al lugar en donde hay sal suficiente para llenar diez veces este fuerte. Eso dice. Como pago pidió tres litros de ron. Aun cuando sea ilegal vender licor a los seminólas, nada dice la ley sobre darles bebidas. Por consiguiente, ofrecí al indio una jarra de un litro y él aceptó".

Randy volvió la página y dijo:

—Aquí está. Abril 23: "Hoy regreso a Fort Repose en la segunda lancha, trayendo doce grandes sacos de sal. Era cierto. Pude haber llenado el fuerte diez veces."

"El lugar está cerca de las fuentes del Timucuan, unas 22 millas náuticas, calcularía, subiendo por ese tributario. El nombre indio significa "Laguna del Cangrejo Azul". La laguna en si es Icara como el cristal, como Silver Springs. Pensé que estaba rodeada por una blanca playa, pero descubrí luego, que lo que yo creía que era arena resultó simplemente pura sol. Fue del todo increíble. En esa laguna habían cangrejos azules, como los que se encuentran sólo en el océano, sin embargo, el agua queda a muchos kilómetros tierra adentro y a más de trescientos kilómetros de la boca del St Johns o del Mayo.

Randy cerró el diario, sonrió y dijo:

—Ya he oído hablar de la Laguna del Cangrejo Azul, pero nunca estuve allí. Mi padre solía ir cuando era niño, a pescar congrejos. Nunca mencionó la sal. Creo que esa sal no impresionó a mi padre. Siempre había en la cocina. Teníamos en abundancia.

A la mañana siguiente la flota de Fort Repose zarpó veloz, cinco barcos al mando de un almirante cuya última vez que estuvo en el mar también mandó cinco navios... un super portaviones, dos cruceros y dos destructores.

Para agosto, la mayoría de las lanchas de Fort Repose habían sido provistas de velas cortadas de toldos, cortinajes e incluso de sábanas de nylón, colocadas en las ligeras embarcaciones fuera borda y con proas y flotadores laterales y con timones hechos a mano. Para la expedición Timucuan arriba, Sam Hazzard eligió lanchas de capacidades excepcionales y de buenas condiciones navegables. La barca ligera de fibra de vidrio de Randy no era conveniente, asi que Randy tuvo que unirse a la tripulación del almirante. Con el viento sur soplando cálido y firme, teniendo intención de llegar a la laguna del Cangrejo Azul antes de la noche y volver a Fort Repose a medio día de la siguiente jornada, porque su velocidad sería el doble a su regreso, siguiendo la corriente.

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