—Lo llamamos té. Cultivo menta en la parte baja de la casa y la seco hasta que se hace polvo. Así que tenemos té de menta.
—Lo dejaremos estar esta noche, Missouri. Vine a colocar a Ben Franklin en su paranza. ¿Está listo Caleb?
El hijo de Missouri salió de las sombras, cabeza y dientes y ojos reluciendo. Increíblemente, llevaba una lanza de dos metros.
—Déjame ver eso —dijo Randy. La sospesó. Vio que estaba hecha con el mango roto de un rastrillo de jardín, la hoja afilada y reducida hasta formar un estrecho triángulo. Pesaba, estaba bien equilibrada y era mortífera.
—Me la hizo el tío Malachai —dijo orgulloso Caleb.
—De acuerdo, es una buena arma —contestó Randy y se la devolvió al muchacho.
—Me imaginé que si Ben Franklin fallaba con la escopeta, Caleb debía tener un arma para la defensa próxima, si es un verdadero lobo, como dice el predicador —dijo Malachai.
Randy estaba seguro de que lo que hubiese robado las gallinas y el cerdo de los Henri no era un lobo, pero quería impresionar a Ben Franklin con la gravedad de su guardia.
—Probablemente no es un lobo —dijo—, pero podría ser un jaguar... una pantera. Mi padre solía cazarlas cuando era joven. Habían muchas panteras en el condado de Timucuan hasta que vino la primera oleada de población. Ahora que no hay tanta gente habrán más panteras.
Caminaron hacia el establo de la cansada Balaam. La muía rezongó e hizo rechinar los tableros de su pesebre.
—Soy yo, Balaam —dijo Malachai—. ¡Balaam, tranquilízate!
Balaam se tranquilizó.
Randy señaló al banco que se extendía a lo largo del establo.
—Esa es tu paranza, Ben —Bill McGovern había puesto allí el banco la noche anterior, montando guardia no vio nada.
—¿Paranza? —preguntó Ben Franklin. —Así se le llama en la caza mayor. Cuando yo tenía tu edad mi padre solía llevarme a cazar y me colocaba en una paranza. Hay un par de cosas que quiero que recuerdes, Ben. Todo depende ti... y de ti, Caleb... depende de que os estéis absolutamente quietos. Lo que sea que esté ahí fuera, está mejor equipado que vosotros. Puede ver mejor, oír mejor y olfatear mejor. Todo lo que tenéis son sesos. Vuestra única posibilidad de vencerle es oírle antes dé que él os oiga a su vez. —Randy miró al cielo. Habían sólo estrellas. Más tarde, habría un cuarto de luna—. Lo más probable es que lo oigáis antes que lo veáis. Pero si habláis, o efectuáis algún sonido, nunca lo veréis porque os oirá primero y se irá. ¿Comprendido?
—Sí, señor —contestó Ben.
—Tendréis frío y os sentiréis cansados. Así que cuando os plantéis en la paranza, podréis moveros todo lo que queráis, al principio, para calcular hasta cuán lejos se puede avanzar sin hacer ningún ruido. ¿Tienes cartuchos en la recámara?
—Sí, señor, y otros cuatro más en el bolsillo.
—Sólo necesitarás lo que hay en la escopeta. Si no le alcanzas con dos cartucnos, no le alcanzarás en absoluto. Y, Ben...
—Sí, señor.
—Apunta tranquilo y no falles, es preciso que nos desembaracemos de esa amenaza o alguien tendrá que estarse aquí sentado cada noche hasta quién sabe cuándo.
—Randy, ¿y si es un hombre? —preguntó Ben.
Desde el principio esta posibilidad había estado inquietando la mente de Randy y no quiso mencionarla, pero puesto que acababa de salir a la conversación dio la respuesta ineludible.
—Sea lo que sea, Ben, dispara. Y, Caleb, si falla, confío en que no falles tú —se volvió a Malachai—. Gracias por darnos luz. Ahora nos vamos a casa del almirante Hazzard. Buenas noches, Malachai.
—Buenas noches —contestó Malachai—. Señor Randy, tengo el sueño ligero.
Lib le tomó la mano y caminaron por la orilla del río y por el sendero que conducía hacia el único cuadrado de luz anunciando que Sam Hazzard estaba en su cubil. Randy soltó una risita, pensando en la lanza de Caleb.
—Acabamos de presenciar un acontecimiento histórico —dijo.
—¿Qué quieres decir?
—La civilización norteamericana vuelve a la edad neolítica.
—No creo que tenga gracia —contestó Lib—. No me gusta el modo en que le hablaste a Ben Franklin. Fue brutal.
—En el neolítico —dijo Randy—, o un muchacho crecía de prisa o no crecía en absoluto.
El cubil de Sam Hazzard estaba atestado como la cabina del capitán de un barco., con género para un largo y solitario viaje. Estaba llena de recuerdos de su servicio, espadas ceremoniales y de Samurai, instrumentos náuticos, cartas, mapas, libros en las estanterías y, amontonados en los rincones, legajos atados de
"Proceedings"
.
"The Foreign Affairs Quarterly"
y los
"Analesf"
de la academia americana de ciencias políticas y sociales. El escritorio en forma de L del almirante se extendía a lo largo de dos paredes. Un lado estaba ocupado por el receptor de aspecto profesional de onda corta y el diario de su radio. La radio estaba puesta pero cuando Randy y Lib entraron en el cuarto todo lo que oyeron fue un zumbido bajo.
Sam Hazzard no era tan alto como Lib y su piel curtida estaba tensa en torno a los huesos. En zapatillas y un batín con dragones bordados —sus implacables ojos grises sombreados y ablandados por el brillo indistinguible de las gafas de montura de concha, el pelo algodonoso como un halo— parecía frágil. Un engaño. Era tan duro como una figurita antigua de marfil que hubiese soportado las vicisitudes de los siglos y que aún pudiera soportar más.
—Hagamos sitio para que se siente la dama —dijo. Tomó un modelo en plástico del portaviones Wasp... el viejo Wasp citado por Churchill por dar dos buenos golpes en el Mediterráneo y luego hundirse torpedeado... hasta el extremo lejano del escritorio—. Aquí —ordenó a Lib—, en donde pueda ser usted propiamente admirada. Y tú, Randy, quita esos libros de esa silla. Con cuidado, por favor. Bien venidos a bordo los dos.
—No habrá visto a Dan Gunn, ¿verdad? —preguntó Randy.
—No. Hoy no. ¿Por qué?
—No ha vuelto a casa.
—¿Perdido, eh? Eso no suena bien Randy.
—Si vuelve mientras estemos fuera, Helen o Ben harán sonar la campana. ¿Se oye desde aquí dentro?
—Claro que sí mientras esté la ventana abierta. Siempre me sobresalta.
Randy vio que el almirante había estado trabajando Escribía algo que llamaba sin presunción, «Notas al pie de la Historia». Una máquina de escribir portátil estaba en el centro de un anillo de libros. Investigaciones, supuso Randy. Reconoció el libro
"César y Cristo"
, de Durán;
"Declinación y Caída"
, de Gibbon y
"Vom Kriege"
por Clausewitz, señalando comentarios a la antigua historia.
—¿Alguna noticia esta noche? —preguntó Randy.
—Supongo que oísteis la emisión de la Defensa Civil.
—En parte. A mitad, mis baterías expiraron silen— cionsamente.
El almirante prestó atención a la radio. Giró el mando que cambiaba las ondas.
—He estado escuchando una estación en la banda de 31 metros. Pretende estar en Perú. La oí por primera vez, anoche. Emitía unas noticias verdaderamente sobresalientes. Parece que no radia aún, así que probaremos más tarde. Acabo de cambiar a 5.7 megaciclos. Es la frecuencia de la aviación en la que algunas veces oigo algo. Tú nunca la has escuchado, Randy. Interesante, pero ininteligible.
El altavoz chirrió y silbó.
—El transmisor de alguien está abierto —interpretó el almirante—. Algo se oirá.
Una voz bramó con sorprendente "potencia en la pequeña habitación:
"Reina del Cielo, Reina del Cielo. No conteste. No conteste. Aquí Gran Peña. Aquí Gran Peña. Aguardiente de manzanas. Repita, Aguardiente de manzanas. Compruebe Rayo X."
Lib habló excitada.
—¿Qué es? ¿Qué significa?
Hazzard sonrió:
—No lo sé. No conozco ni el código ni la jerga de la Fuerza Aérea. He oído esa llamada de Reina del Cielo un par o tres de veces el mes pasado. Reina del Cielo podría ser un bombardero, o un avión patrulla, o toda una escuadrilla o una división aérea. Gran Peña, sea lo que fuere, podría estar emitiendo a Reina del Cielo, también sea lo que fuere, una gran cantidad de cosas. Diríjase hasta el blanco, dé la vuelta, continúe de patrulla, vuelva a casa, todo está perdonado. Ni siquiera me lo puedo imaginar con bases. Sin embargo, sé esto. Fue una llamada americana y esto significa que seguimos en acción —la sonrisa se amplió—. Por otra parte, también indica que el enemigo está actuando.
—¿Cómo se lo imagina? —preguntó Randy.
—Esa frase «no conteste». ¿Por qué ordena Gran Peña a Reina del Cielo que guarde silencio? Porque si Reina del Cielo acusa la llamada, quizás alguien podría localizarla por radio, calcular la velocidad y el rumbo y los sectores de combate... o disparar cohetes tierra a aire y derribarla.
Randy pensó en esto.
—Quizás entonces Reina del Cielo está husmeando por encima del territorio enemigo.
—Buena deducción, pero de la que no podemos estar seguros. Lo único que sabemos es que Reina del Cielo puede estar persiguiendo a un submarino, lejos de Daytona. Me pone frenético escuchar a esa maldita Fuerza Aérea... por favor, perdóneme, Lib...
Pero si el enemigo está escuchando esta frecuencia, también deben ponerse frenética s. Lib preguntó:
—Qué significa eso de «compruebe autenticidad del rayo X»?
—El rayo X es una clave internacional de la letra X. Me imagino que antes de cada emisión cambian la letra identificativa para que el enemigo no pueda ocupar esa frecuencia y emita falsas instrucciones para el Reina del Cielo o la dirija a un rumbo equivoco.
—Mire, me alegro de enterarme de eso —dijo Lib—. Me proporciona una hermosa sensación. Como un sólido acento del mediano oeste.
Sam Hazzard movió la vela para que la luz alumbrase mejor los mandos.
—Gran Peña no volverá a radiar esta noche —dijo—. Nunca la oí más de una vez cada noche. Hace su llamada y eso es todo. Probaré otra vez en la banda de los 31 metros.
A la luz de la vela las manos de Hazzard brillaban con la sedosa y trasluciente pátina del tiempo y sin embargo, eran notablemente diestras. Descubrieron un chirrido fascinante. Sus dedos trabajaron con el mando ampliador de banda delicadamente como el experto ladrón violando una caja fuerte y apretó el rostro hacia delante como si esperase oír algún chasquido indicando que el mecanismo se abría. Muy despacio una débil voz sustituyó al grito. Aumentó la potencia. Oyeron, en inglés, pero con un acento indefinido:
—"Continuamos con las noticias para Norteamérica...
"El representante de Argentina ha informado a la Federación Sudamericana que dos barcos de trigo han zarpado hacia Niza, al sur de Francia, respondiendo a las llamadas por radio de esta ciudad. Las llamadas de Niza dicen que varios centenares de miles de refugiados están acampados en improvisados albergues de la Costa Azul. Muchos padecen hambre. El casino de Monaco y el palacio del principe han sido convertidos en hospitales.
"En la emisión en español escuchada hoy, radio Tokio anunciaba que los Tres Grandes se han reunido en Nueva Delhi y han aprobado planes preliminares para enviar por aire las vacunas necesitadas desesperadamente y las antitoxinas para las ciudades no contaminadas de Europa, Norte América y Australia".
—¿Los Tres Grandes? ¿Quiénes son los Tres Grandes?
—¡Chist! —dijo el almirante—. Quizá lo averigüemos.
El locutor prosiguió:
"China, en donde el sentimiento de primero salvar Asia es más fuerte, urgió que debiera darse primera prioridad en los embarques aéreos en la vacuna en— viándola a la Unión Soviética, a sus provincias marítimas, en donde se han presentado epidemias de tifus. India y Japón creyeron que la epidemia de viruela en la Costa Oriental de los Estados Unidos, Canadá y México debiera recibir la misma prioridad. La escasez universal de aviación y de gasolina de aviación hará que sea difícil la rápida ayuda, sin embargo..."
El zumbido aumentó introduciéndose en la voz y apagándola. Hazzard acarició el mando amplificador de la banda.
—La atmósfera está como loca desde El Día —bruscamente preguntó a Randy—: ¿Lo crees?
—Es fantástico —contestó Randy—. Quizás sea propaganda negra soviética pretendiendo ser una estación sudamericana, emitiendo para confundirnos e iniciar rumores. Reconozco que estoy confuso. Yo creí que los chinos habían intervenido, en el otro bando.
A los chinos jamás les gustó el interés ruso por el Mediterráneo —dijo Hazzard—. Quizás han optado por salirse, lo que sería una prueba de su inteligencia. No podría haber nada más sencillo. Si no tenían capacidad nuclear no nos molestaríamos en atacarles duante El Día y sin armas nucleares tampoco se atreverían a meter las narices en una verdadera guerra. Si así fue, han tenido suerte.
—He notado que esa estación citaba Tokio. ¿Cómo es que usted no escucha Tokio?
—Nunca pude captar ninguna estación asiática. Solía coger Europa estupendamente... Londres, Moscú, Bonn, Berna, Africa, también, especialmente la Voz de América transmitida desde Tánger. Ya no pesco más. No desde El Día. La señal se aclaró. Oyeron: —... pero puesto que los Tres Grandes son incapaces de establecer la comunicación con Dimitri Torgatz. Según radio Tokio, Torgatz dirije él gobierno soviético mientras la capital de la unión soviética está en Ulan Bator, Mongolia Exterior. La estación de onda media funcionando en Ulan Bator ya no se capta".
—Eso nó me suena a propaganda soviética —dijo Randy—. ¿Quién es Dimitri Torgatz?
El almirante miró una serie de obras de referencia. Seleccionó un libro delgado,
"Directorio de Jefes Comunistas"
: encontró el nombre y leyó:
—Torgatz Dimitri, nacido en Leningrado en 1903. Casado, no está el nombre de sU esposa; no está el de sus hijos; director de la propaganda activista de Leningrado desde 1946 a 1949; miembro candidato del presidium 1950-53; director de las obras fluviales Mar Naryan. Siberia, desde la caída de Malenkov»...
—Parece como si hubiesen recibido una buena paliza —dijo Randy—. Han tenido que buscar y encontrar entre los individuos de menor categoría hasta hallar un jefe burocrático.
—Sí. Es sorprendente que Torgatz gobierne Rusia —admitió el almirante—, pero hay que considerar que una mujer, la última en la lista de los miembros del gobierno, dirige los Estados Unidos.
Randy se dio cuenta de que Lib no escuchaba. Miraba la panoplia con una espada colgada detrás de la cabeza de Randy los labios entreabiertos, sin parpadear. Los pensamientos de ella, descubrió él con frecuencia, se adelantaban a los suyos o caían por senderos rápidos, oscuros y fascinantes. Cuando se concentraba de esa manera abandonaba todo lo demás.