Ay, Babilonia (24 page)

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Authors: Pat Frank

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Ay, Babilonia
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—He tratado de hacerles excavar letrinas en el jardín. Y no quieren. Se han ilusionado a sí mismos en la creencia de que las luces, el agua, las doncellas, el teléfono, el.servicio de comedor y el transporte se reanudarán dentro de un día o dos. En su mayoría tienen pequeños depósitos de alimentos en conserva, dulces y caramelos. Comen solos en sus habitaciones. Cada mañana despiertan diciendo que las cosas volverán a la normalidad al anochecer y cada noche se acuestan pensando que la normalidad quedará restaurada por la mañana. Ha sido un gran sobresalto para esas pobres personas. No pueden enfrentarse a la realidad.

Dan había estado hablando mientras hacía la maleta. Cuando dejaron el hotel, cargados de maletas y libros, Randy dijo:

—¿Qué les pasará?

—No lo sé. Habrá una gran cantidad de enfermedades. No puedo impedirlo porque no quieren prestar atención a mis consejos. Me es imposible detener una epidemia si se produce. No sé lo que les pasará.

Dan se instaló en la casa de River Road, aquel día. Después durmió en la cama turca, el único lecho de la casa que podía acomodar confortablemente su corpachón, instalada en el apartamento de Randy, mientras que Randy ocupaba el diván de la sala de estar.

Aquella noche, después, se recordó como «La noche de la orgía de filetes». Sin embargo, no fue por el rico gusto de la carne bien cocinada por lo que Randy se acordó de la fecha. E¡1, el almirante y Bill McGovern cocinaron los filetes fuera y luego los llevaron hasta la sala de estar. Unos gruesos leños ardían en la gran chimenea y una cafetera hervía sobre los calientes ladrillos. A los pocos minutos antes de las diez, Randy puso su radio de transistores y todos escucharon. Lib McGovern estaba sentada en la alfombra cerca de él, con el hombro tocándole el brazo. La habitación estaba caliente y cómoda y en cierto modo, segura.

Oyeron el zumbido de la onda portadora y luego la voz del locutor por el canal claro de la estación en algún lugar del corazón del país.

"Aquí, el Cuartel General de la Defensa Civil. Tengo que hacer un anuncio importante. Escuchen con cuidado. No se volverá a repetir esta noche. Se repetirá, si las circunstancias lo permiten, a las once en punto de mañana por la mañana."

Randy notó cómo los grandes dedos de Lib rodeaban el antebrazo y le apretaban. En torno al grupo instalado ante el fuego, todos los rostros estaban ansiosos, los de los blancos, en la fila primera, los de los negros, con ojos desorbitados, detrás.

"Una exploración aérea preliminar del país acaba de ser completada. Por orden del Jefe Ejecutivo actuante, señora Van Bruuker-Brown, ciertas áreas han sido declaradas Zonas Contaminadas. Queda prohibido a la gente entrar en esas zonas. Queda prohibido llevar material de cualquier clase particularmente metal o recipientes metálicos, sacados de las zonas nombradas.

"Las personas que salgan de las Zonas Contaminadas deben primero ser examinadas en los puntos de investigación que están siendo establecidos ahora. La situación de estos puntos será anunciada por sus estaciones locales Conelread.

"Las zonas
contaminadas son:

"Los Estados de Nueva Inglaterra."

Sam Hazzard, sentado en una mecedora de madera de cerezo que, como Sam nació en Nueva Inglaterra, contuvo el aliento.

El locutor continuó:

"Todo el estado de Nueva York al sur de la linea Ticonderog, bahía de Saketts.

"Los Estados de Pensilvania, Nueva Jersey. Delatare y Maryland.

"El distrito de Columbio.

"El este de Ohio a partir de línea Sanduskv-Chillicotne. También el Ohio, la ciudad de Columbía y FUS suburbios.

"En Michigan. Detroit y Dearbom y en las zonas de un radio de ochenta kilómetros de esas ciudades. También el Michigan, las ciudades de Flint y Grand Rapids.

"En Virginia, toda la cuenca del río Potomac. Las ciudades de Richmond y Norfolk y sus suburbios.

"En Carolina del Sur, él puerto de Charleston y todo el territorio dentro de un radio de cincuenta kilómetros de Charleston.

"En Georgia, las ciudades de Atlanta, Savannah. Augusta y sus suburbios.

"El Estado de Florida."

Randy se sintió furioso e insultante. Comenzó a ponerse en pie.

—¡No todo el estado —gritó, dándose cuenta al mismo tiempo de que su protesta era completamente irracional.

—¡Chisst! —le dijo Lib y le obligó a volver a la alfombra.

La voz prosiguió, contando Mobile y Birmingham, Nueva Orieans y Lake Charles.

Entró en Tejas anulando Fort Worth y Dallas y todo en un radio de ochenta kilómetros de esas dos ciudades y Abilene, Houston y Corpus Christi. Volvió a subir hacia el norte:
"En Arkansas, Little Rock y sus suburbios, más una zona de treinta y cinco kilómetros de Little Reck."

Missouri, durante toda la noche no había dicho nada, excepto respondiendo preguntas; ahora intervino.

—¿Por qué bombardearon Little Rock? —Hay una gran base del C.E.A. en Little Rock... o la había —contestó el almirante.

La voz subió hasta Oak Ridge, en Tennessee, y luego habló de Chicago y de lo que rodeaba Chicago en Indiana del norte y siguió por la costa del oeste por el lago Michigan hasta Milwaukke y los suburbios de la ciudad. Inexorablemente, murmuró los nombres de Kansas City, Wichita y Topeka. La voz prosiguió:

"En Nebraska, Lincoln. También en Nebraska, Omaha y todo el territorio dentro de una radio de ochenta kilómetros de Omaha."

Randy pensó que con eso acababa toda su esperanza acerca de Mark. Más de un proyectil dirigido para Omaha. Probablemente tres, como esperó Mark. Desde el momento del alba doble de El Día, supo que la cosa era probable. Ahora tenía que aceptarla como así segura. Miró al círculo, a los tres rostros bañados por la luz del fuego. La cara de Peyton estaba medio escondida contra el pecho de su madre. El rostro de Helen inclinado y sus brazos en torno a los hombros de Peyton. Ben Franklin miraba con fijeza las llamas, la barbilla recta. Randy pudo ver el sendero de las lágrimas por la cara de Helen y asomando éstas en los ojos de Ben.

Los anuncios prosiguieron, la voz anulaba porciones de estados y ciudades, Seattle, Hanford, San Francisco, toda la costa del sur de California, Elena, Cheyenne... pero Randy lo oyó sólo a medias. Todo lo que podía percibir, con claridad, eran los agudos sollozos de la garganta de Peyton.

El corazón de Randy voló hacia ellos. Pero nada dijo.

¿Qué se podía decir? ¿Cómo decir a una niñita que uno siente que ya no tenga padre?

Cerca suyo, Lib se agitó y habló, dos palabras sólo, dirigidas a Helen.

—Lo siento.

Randy había advertido, aquella noche, una tensión entre Helen y Lib. No se decían nada y sin embargo, había una vigilancia, una hostilidad, entre ellas. Así que se alegró de que hablara Lib. Quería que se quisieran una a otra. Le molestaba que no fuese así.

Entonces pasó. La radio calló. Más que nunca Randy se sintió aislado. Florida era zona prohibida y Fort Repose un sector diminuto aislado dentro de aquella zona. Podía apreciar por qué todo el estado había sido señalado Zona Contaminada. Habían muchísimas bases, muchísimos blancos alcanzados, con la consiguiente contaminación. Habían tenido una gran suerte en Fort Repose. El viento les favoreció. Habían recibido sólo un residuo de lluvia radioactiva de Tampa y Orlando y nada en absoluto de Miami y Jacksonville. Incluso un arma razonablemente limpia en Patrik hubiese hecho llover partículas radioactivas sobre Fort Repose, pero el enemigo no se había molestado en anular Patrik.

De pie, al otro lado de la habitación, el predicador Henri había estado escuchando, pero no entendió por entero la designación de zonas contaminadas ni comprendió sus implicaciones. Había notado y comprendido la sorpresa y la pena que la emisión produjo en los Braggs y notó que había llegado el momento de marcharse. Dio un codazo a Malachai, tocó la grupa de Tuo Tone con la punta del pie,, llamó la atención de Hannah y Missouri y dijo, con dignidad:

—Nos vamos, ahora. Gracias, señor Kandy por la estupenda cena. Espero que algún día podamos pagarle cuanto hizo.

Randy se puso en pie y contestó:

—Buenas noches, predicador. Ha sido agradable tenerlas a ustedes en casa.

IV

El cuarto día después de El Día. Randy, Malachai y Tuo Tone extendieron el sistema de agua artesiana hasta las casas del almirante Hazzard y Florence Vechek. El extender la cañería a través del seto hasta la mansión del almirante fue sencillo, pero proporcionar agua para Florence Vechek y Alice Cooksey obligó a excavar a través del asfalto de River Road con picos y palas.

V

La noche del sexto día ardió Riverside Inn. Sin agua en los algibes, con el sistema de riegos del hotel inoperante, el departamento de bomberos nada pudo hacer. Sólo aparecieron unos cuantos bomberos de la reserva y una sola bomba entró en acción, utilizando agua del río. Fue un esfuerzo inútil y tardío. La vieja y resinosa estructura de madera ardía brillantemente antes de que el primer chorro de agua tocase las paredes. Pronto el calor apartó a los bonlberos. Pocos minutos después se oyó el último grito procedente del tercer piso.

Avisaron a Dan una hora más tarde y Randy le llevó hasta la ciudad. Para entonces, no se podía hacer otra cosa que ocuparse de los supervivientes. Eran poquísimos. Algunos murieron intoxicados por |el humo o por el miedo... resultó difícil de diagnosticar... dentro de las siguientes horas, Los con quemaduras fueron llevados a San Marco en las escasas ambulancias de Bubba Offenhaus. Los ilesos se alojaron en la escuela de Fort Repose. No había calefacción en el edificio, ni comida, ni agua. Era un simple cobijo, menos cómodo que el hotel y al cabo de pocos días mucho más escuálido.

Dan Gunn sospechó que el fuego se inició en un cuarto donde los huéspedes utilizaban combustible en conserva en un intento de hervir agua. Quizás alguien construyó alguna artesana chimenea de leña. Eso era, según la opinión de Dan, inevitable.

VI

En el noveno día después de El Día, murió Lavinia MgGovern. Esto, también, había sido inevitable desde que se apagaron las luces y cesó la refrigeración. Puesto que Lavinia McGovern "sufría diabetes, la insulina la mantenía viva. Sin refrigeración, la insulina se deterioraba rápidamente. No sólo Lavinia, sino todos los diabéticos de Fort Repose, que dependían de la insulina, murieron casi en el mismo periodo en que la droga perdió su potencia.

Randy y Dan hicieron cuanto pudieron por salvarla. Fueron hasta el hospital de San Marco esperando encontrar insulina refrigerada, o la nueva droga oral.

Habían unos treinta kilómetros hasta San Marco. Incluso conduciendo a la velocidad más económica en aquel potente coche. Randy calculó que el viaje consumiría doce litros de gasolina. Calculó que le quedaban sólo diécinueve en total dentro del depósito, más una lata de otros diecinueve en reserva.

Randy
tomó una decisión difícil. Para entonces, la casa
Bragg
estaba enlazada con las casas del almirante
Hazzard, Florence
Vechek y los Henri no sólo por un
sistema
arterial de cañerías alimentadas por la presión natural, sino también por otras necesidades comunes. El modelo A de los Henri no era ni hermoso ni cómodo, pero su motor resultaba el triple económico que el lujoso coche deportivo de capota dura de Randy. El auto de Sam Hazzard tragaba gasolina con tanta rapidez como el de Randy, y el de Dan estaba vacío. El modelo A era incluso más económico que el viejo Chevrolet de Florence. Dan decidió que desde entonces el modelo A proporcionaría el transporte para la comunidad. Así fue que en tal modelo Randy y Dan hicieron el viaje a San Marco.

El viaje fue un fracaso. El hospital ya no poseía insulina ni sustitutos. Como las farmacias, el hospital adquiría sus suministros en cantidades pequeñas y dependía de las entregas semanales o bisemanales de los almacenistas de las grandes ciudades. Su insulina ya desapareció por la demanda en su propia comunidad. Además, el generador auxiliar del hospital funcionaba sólo durante las horas de la tarde para operaciones de emergencia y unos pocos minutos cada hora para suministrar energía a la WSMF. Era necesario economizar combustible y a menos que el generador funcionase continuamente resultaba inadecuado para la refrigeración.

Volviendo a Fort Repose en el modelo A, Dan gruñó:

—El lugar en donde podríamos haber encontrado almacenes estaba bien adentro del país, como Tami— cuan. Los almacenes ya no iban a ser muy útiles a las ciudades después de El Día porque no quedarían ciudades en pie. ¿Pero dónde estaban los almacenes? Naturalmente que en las ciudades. Era más fácil.

Así que Lavinia McGovern murió cuarenta y ocho horas después de pasadas en coma.

Alice Cooksey estaba a su cabecera después de media noche del noveno día, cuando expiró Lavinia. El marido de Lavinia y su hija, ambos exhaustos por el esfuerzo de mantener la casa en orden, dormían. Alice no les despertó ni a ellos ni a nadie hasta la mañana. Continuó sola la vigilia, dormitando en una silla. Nadie podía ayudar a Lavinia, pero todo el mundo necesitaba descanso.

Alice llevó las noticias a la casa Bragg, por la mañana. El fuego ardía en el comedor, que olía agradablemente a tocino y café. Randy, Helen, los niños y Dan Gunn estaban desayunando... un desayuno exactamente igual al que hubieran consumido diez días antes, sin ninguna excepción importante. Había allí jugo de naranja, recién exprimida, huevos frescos del corral de los Henri, tocino y café. No habían tostadas, porque carecían de pan. Randy ya empe zaba a echar de menos el pan. Se preguntaba por qué no pensó en comprar harina. Para cuando Helen co locó la harina en su lista las estanterías estaban
y¿
vacías en toda la ciudad. Sospechó que las amas de casa mayores de Fort Repose, recordando cuando le gente cocinaba su propio pan en lugar de comprarlo empaquetado, hecho rabanadas, con vitaminas, había limpiado los almacenes de toda la harina durante El Día. Resolvió que, cuando pudiera, haría combalaches y otras cosas por sacos de harina. Se tendría que llegar a junio para poder preparar pan de centeno, de la cosecha del predicador Henri.

Alice vino en bicicleta desde la casa de los McGovern. Antes de que cerrase la oficina de la Western Union, Florence Vechek se apoderó de la bicicleta del recadero. Era una posesión valiosa, ahora que toda la gasolina que les quedaba estaba unida para hacer funcionar un coche; la bicicleta era el transporte primario para Alice y Florence. Alice vestía por primera vez en su vida, pantalones, cosa necesaria para ir en bicicleta. Aceptó café y contó la muerte de Lavinia. Bill McGovern y Elizabeth, dijo, se lo habían tomado bien, pero no sabían qué hacer con el cadáver. Necesitaban ayuda para el entierro.

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