Así habló Zaratustra (40 page)

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Authors: Friedrich Nietzsche

BOOK: Así habló Zaratustra
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Pero es mejor estar loco de felicidad que estarlo de infelici­dad, es mejor bailar torpemente que caminar cojeando. Aprended, pues, de mí mi sabiduría: incluso la peor de las co­sas tiene dos reversos buenos,

-incluso la peor de las cosas tiene buenas piernas para bai­lar: ¡aprended, pues, de mí, hombres superiores, a teneros so­bre vuestras piernas derechas!

¡Olvidad, pues, el poner cara de atribulados y toda tristeza plebeya! ¡Oh, qué tristes me parecen hoy incluso los payasos de la plebe! Pero este hoy es de la plebe.

20

Haced como el viento cuando se precipita desde sus cavernas de la montaña: quiere bailar al son de su propio silbar, los ma­res tiemblan y dan saltos bajo sus pasos.

El que proporciona alas a los asnos, el que ordeña a las leo­nas, ¡bendito sea ese buen espíritu indómito, que viene cual viento tempestuoso para todo hoy y toda plebe,

que es enemigo de las cabezas espinosas y cavilosas, y de todas las mustias hojas y yerbajos: alabado sea ese salvaje, bueno, libre espíritu de tempestad, que baila sobre las ciéna­gas y las tribulaciones como si fueran prados!

El que odia los tísicos perros plebeyos y toda cría sombría y malograda: ¡bendito sea ese espíritu de todos los espíritus li­bres, la tormenta que ríe, que sopla polvo a los ojos de todos los pesimistas, purulentos!

Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vosotros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa que os hayáis malogrado!

¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír!

Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres superiores, aprendedme ¡a reír!

* * *

La canción de la melancolía
1

Mientras Zaratustra pronunciaba estos discursos se encon­traba cerca de la entrada de su caverna; y al decir las últimas palabras se escabulló de sus huéspedes y huyó por breve espa­cio de tiempo al aire libre.

«¡Oh puros aromas en torno a mí, exclamó, oh bienaventu­rado silencio en torno a mí! Mas ¿dónde están mis animales? ¡Acercaos, acercaos, águila mía y serpiente mía!

Decidme, animales míos: esos hombres superiores, todos ellos ¿es que acaso no huelen bien? ¡Oh puros aromas en torno a mí! Sólo ahora sé y siento cuánto os amo, animales míos.»

-Y Zaratustra repitió: «¡Yo os amo, animales míos!» El águila y la serpiente se arrimaron a él cuando dijo estas pala­bras, y levantaron hacia él su mirada. De este modo estuvie­ron juntos los tres en silencio, y olfatearon y saborearon jun­tos el aire puro. Pues el aire era allí fuera mejor que junto a los hombres superiores.

2

Mas apenas había abandonado Zaratustra su caverna cuando el viejo mago se levantó, miró sagazmente a su alrededor y dijo: «¡Ha salido!

Y ya, hombres superiores permitidme cosquillearos con este nombre de alabanza y de lisonja, como él mismo ya me acomete mi perverso espíritu de engaño y de magia, mi demo­nio melancólico,

el cual es un adversario
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a fondo de este Zaratustra: ¡perdonadle! Ahora quiere mostrar su magia ante vosotros, justo en este instante tiene su hora; en vano lucho con este es­píritu malvado.

A todos vosotros, cualesquiera sean los honores que os atribuyáis con palabras, ya os llaméis “los espíritus libres” o “los veraces”, o “los penitentes del espíritu”, o “los liberados de las cadenas”, o “los hombres del gran anhelo”,

a todos vosotros que sufrís de la gran náusea como yo, a quienes el viejo Dios se les ha muerto sin que todavía ningún nuevo Dios yazga en la cuna entre pañales,
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a todos voso­tros os es propicio mi espíritu y mi demonio-mago.

Yo os conozco a vosotros, hombres superiores, yo lo co­nozco a él, yo conozco también a ese espíritu maligno, al cual amo a mi pesar, a ese Zaratustra: él mismo me parece, con mucha frecuencia, semejante a la bella máscara de un santo,

semejante a una nueva y extraña máscara, en la que se complace mi espíritu malvado, el demonio melancólico: yo amo a Zaratustra, así me parece a menudo, a causa de mi es­píritu malvado.

Pero ya me acomete y me subyuga este espíritu de la melan­colía, este demonio del crepúsculo vespertino: y, en verdad, hombres superiores, se le antoja

¡abrid los ojos! se le antoja venir desnudo, si como hombre o como mujer, aún no lo sé: pero llega, me subyuga, ¡ay!, ¡abrid vuestros sentidos!

El día se extingue, para todas las cosas llega ahora el atar­decer, incluso para las cosas mejores; ¡oíd y ved, hombres su­periores, qué demonio es, ya hombre, ya mujer, este espíritu de la melancolía vespertina!»

Así habló el viejo mago, miró sagazmente a su alrededor y luego cogió su arpa.

3
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Cuando el aire va perdiendo luminosidad,

Cuando ya el consuelo del rocío

Cae gota a gota sobre la tierra,

No visible, tampoco oído:

Pues delicado calzado lleva

El consolador rocío, como todos los suaves consoladores

Entonces tú te acuerdas, te acuerdas, ardiente corazón,

De cómo en otro tiempo tenías sed,

De cómo, achicharrado y cansado, tenías sed

De lágrimas celestes y gotas de rocío,

Mientras en los amarillos senderos de hierba

Miradas del sol vespertino malignamente

Corrían a tu alrededor a través de negros árboles,

Ardientes y cegadoras miradas del sol, contentas de causar daño.

«¿El pretendiente de la verdad? ¿Tú? así se burlaban ellas

No! ¡Sólo un poeta!

Un animal, un animal astuto, rapaz, furtivo,

Que tiene que mentir,

Que, sabiéndolo, queriéndolo, tiene que mentir:

Ávido de presa,

Enmascarado bajo muchos colores,

Para sí mismo máscara,

Para sí mismo presa ¿

Eso el pretendiente de la verdad?

¡No! ¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!

Sólo alguien que pronuncia discursos abigarrados,

Que abigarradamente grita desde máscaras de necio,

Que anda dando vueltas por engañosos puentes de palabras.

Por multicolores arcos iris,

Entre falsos cielos

Y falsas tierras,

Vagando, flotando,

¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!

¿Eso el pretendiente de la verdad?

No silencioso, rígido, liso, frío,

Convertido en imagen,

En columna de Dios,

No colocado delante de templos,

Como guardián de un Dios:

¡No! Hostil a tales estatuas de la verdad,

Más familiarizado con las selvas que con los templos,

Lleno de petulancia gatuna,

Saltando por toda ventana,

¡Sus!, a todo azar,

Olfateando todo bosque virgen,

Olfateando anhelante y deseoso

De correr pecadoramente sano, y policromo, y bello,

En selvas vírgenes,

Entre animales rapaces de abigarrado pelaje,

De correr robando, deslizándose, mintiendo,

Con belfos lascivos,

Bienaventuradamente burlón, bienaventuradamente infernal,

Bienaventuradamente sediento de sangre:

O, semejante al águila que largo tiempo,

Largo tiempo mira fijamente los abismos,

Sus abismos:

¡Oh, cómo éstos se enroscan hacia abajo,

Hacia abajo, hacia dentro,

Hacia profundidades cada vez más hondas!

¡Luego,

De repente, derechamente,

Con extasiado vuelo,

Lanzarse sobre corderos,

Caer de golpe, voraz,

Ávido de corderos

Enojado contra todas las almas de cordero,

Furiosamente enojado contra todo lo que tiene

Miradas de cordero, ojos de cordero, lana rizada,

Aspecto gris, corderil benevolencia de borrego!

Así,

De águila, de pantera

Son los anhelos del poeta,

Son tus anhelos bajo miles de máscaras,

¡Tú necio! ¡Tú poeta!

Tú que en el hombre has visto

Tanto un Dios como un cordero

Despedazar al Dios que hay en el hombre

Y despedazar al cordero que hay en el hombre,

Y reír al despedazar

¡Ésa, ésa es tu bienaventuranza!

¡Bienaventuranza de una pantera y de un águila!

¡Bienaventuranza de un poeta y de un necio!»

Cuando el aire va perdiendo luminosidad,

Cuando ya la hoz de la luna

Entre rojos purpúreos:

Hostil al día,

A cada paso secretamente

Segando inclinadas praderas de rosas,

Hasta que éstas caen,

Se hunden pálidas hacia la noche:

Así caí yo mismo en otro tiempo

Desde la demencia de mis verdades,

Desde mis anhelos del día,

Cansado del día, enfermo de luz,

Me hundí hacia abajo, hacia la noche, hacia la sombra:

Por una sola verdad

Abrasado y sediento:

¿Te acuerdas aún, te acuerdas, ardiente corazón,

De cómo entonces sentías sed?

Sea yo desterrado

De toda verdad,

¡Sólo necio!

¡Sólo poeta!

* * *

De la ciencia

Así cantó el mago; y todos los que se hallaban reunidos cayeron como pájaros, sin darse cuenta, en la red de su astuta y melancólica voluptuosidad. Sólo el concienzudo del espíri­tu no había quedado preso en ella: él le arrebató aprisa el arpa al mago y exclamó: «¡Aire! ¡Dejad entrar aire puro! ¡Haced entrar a Zaratustra! ¡Tú vuelves sofocante y venenosa esta ca­verna, tú, perverso mago viejo!

Con tu seducción llevas, falso, refinado, a deseos y selvas desconocidos. ¡Y ay cuando gentes como tú hablan de la ver­dad y la encarecen!

¡Ay de todos los espíritus libres que no se hallan en guardia contra tales magos! Perdida está su libertad: tú enseñas e in­duces a volver a prisiones,

tú viejo demonio melancólico, en tu lamento resuena un atractivo reclamo, ¡te pareces a aquellos que con su alabanza de la castidad invitan secretamente a entregarse a voluptuosi­dades! »

Así habló el concienzudo; y el viejo mago miró a su alrede­dor, disfrutó de su victoria y se tragó, en razón de ella, el disgus­to que el concienzudo le causaba. «¡Cállate!, dijo con voz mo­desta, las buenas canciones quieren tener buenos ecos; después de canciones buenas se debe callar durante largo tiempo.

Así hacen todos éstos, los hombres superiores. Mas sin duda tú has entendido poco de mi canción. Hay en ti poco de espíritu de magia.»

«Me alabas, replicó el escrupuloso, al segregarme de ti, ¡bien! Pero vosotros, ¿qué veo? Todos vosotros seguís ahí sen­tados con ojos lascivos

Vosotros, almas libres, ¡dónde ha ido a parar vuestra liber­tad! Casi os asemejáis, me parece, a aquellos que han contem­plado durante largo tiempo a muchachas perversas bailar desnudas: ¡también vuestras almas bailan!

En vosotros, hombres superiores, tiene que haber más que en mí de eso que el mago llama su malvado espíritu de magia y de engaño: sin duda tenemos que ser distintos.

Y, en verdad, juntos hemos hablado y pensado bastante, antes de que Zaratustra volviese a su caverna, como para que yo no supiese: nosotros somos distintos.

Buscamos también cosas distintas aquí arriba, vosotros y yo. Yo busco, en efecto, más seguridad, por ello he venido a Zaratustra. Él es aún, en efecto, la torre y la voluntad más firme

hoy, cuando todo vacila, cuando la tierra entera tiembla. Pero vosotros, cuando miro los ojos que ponéis, casi me pare­ce que lo que buscáis es más inseguridad,

más horrores, más peligro, más terremotos. Vosotros apetecéis, casi me lo parece, perdonad mi presunción, voso­tros hombres superiores

vosotros apetecéis la peor y más peligrosa de las vidas, la cual es la que más temo yo, la vida de animales salvajes, vosotros apetecéis bosques, cavernas, montañas abruptas y abismos laberínticos.

Y no los guías que sacan del peligro son los que más os agradan, sino los que sacan fuera de todos los caminos, los seductores. Pero si tales apetencias son reales en vosotros, tam­bién me parecen, a pesar de ello, imposibles.

El miedo, en efecto, ése es el sentimiento básico y heredi­tario del hombre; por el miedo se explican todas las cosas, el pecado original y la virtud original. Del miedo brotó también mi virtud, la cual se llama: ciencia.

El miedo, en efecto, a los animales salvajes fue lo que du­rante más largo tiempo se inculcó al hombre, y asimismo al animal que el hombre oculta y teme dentro de sí mismo: Za­ratustra llama a éste “el animal interior”,
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Ese prolongado y viejo miedo, finalmente refinado, espiri­tualizado, intelectualizado: hoy, me parece, llámase: cien­cia.»

Así habló el concienzudo; mas Zaratustra, que justo en ese momento volvía a su caverna y había oído y adivinado las últi­mas palabras, arrojó al concienzudo un puñado de rosas y se rió de sus «verdades». «¡Cómo!, exclamó, ¿qué acabo de oír? En verdad, me parece que tú eres un necio o que lo soy yo mismo: y tu verdad voy a ponerla inmediatamente cabeza abajo.

El miedo, en efecto, es nuestra excepción. Pero el valor y la aventura y el gusto por lo incierto, por lo no osado, el va­lor me parece ser la entera prehistoria del hombre.

A los animales más salvajes y valerosos el hombre les ha envidiado y arrebatado todas sus virtudes: sólo así se convir­tió en hombre.

Ese valor, finalmente refinado, espiritualizado, intelectuali­zado, ese valor humano con alas de águila y astucia de ser­piente: ése, me parece, llámase hoy »

«¡Zaratustra!», gritaron como con una sola boca todos los que se hallaban sentados juntos, y lanzaron una gran carcaja­da; y de ellos se levantó como una pesada nube. También el mago rió y dijo con tono astuto: «¡Bien! ¡Se ha ido, mi espíri­tu malvado!

¿Y no os puse yo mismo en guardia contra él al decir que es un embustero, un espíritu de mentira y de engaño?

Especialmente, en efecto, cuando se muestra desnudo. ¡Mas qué puedo yo contra sus perfidias! ¿He creado yo a él y al mun­do?

¡Bien! ¡Seamos otra vez buenos y tengamos buen humor! Y aunque Zaratustra mire con malos ojos ¡vedlo!, está enoja­do conmigo

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