Read Así habló Zaratustra Online
Authors: Friedrich Nietzsche
¡Y con cincuenta espejos a vuestro alrededor, que halagaban el juego de vuestros colores y lo reproducían!
¡En verdad, no podríais llevar mejor máscara, hombres del presente, que vuestro propio rostro! ¡Quién podría - reconoceros!
Emborronados con los signos del pasado, los cuales estaban a su vez embadurnados con otros signos: ¡así os habéis escondido bien de todos los intérpretes de signos!
Y aun cuando se sea un escrutador de riñones:
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¡quién creerá que vosotros tenéis riñones! De colores parecéis estar amasados, y de papeles encolados.
Todas las épocas y todos los pueblos miran abigarradamente desde vuestros velos; todas las costumbres y todas las creencias hablan abigarradamente desde vuestros gestos.
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Quien os quitase velos y aderezos y colores y gestos: todavía tendría bastante para espantar a los pájaros con el resto.
En verdad, yo mismo soy el pájaro espantado que una vez os vio desnudos y sin colores; y me escapé volando de allí cuando el esqueleto me hizo señas amorosas.
¡Preferiría ser jornalero en el submundo y entre las sombras del pasado!
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- ¡más gruesos y rellenos que vosotros son ciertamente los habitantes del submundo!
¡Esto, sí, esto es amargura para mis intestinos, el no soportaros ni desnudos ni vestidos a vosotros, los hombres del presente!
Todas las cosas siniestras del futuro, y todas las que alguna vez espantaron a pájaros extraviados, más confortables son, en verdad, y más familiares que vuestra «realidad».
Pues habláis así: «Nosotros somos enteramente reales, y ajenos a la fe y a la superstición»: así hincháis el pecho - ¡ay, aunque ni siquiera tenéis pechos!
Sí, ¡cómo ibais a poder creer vosotros, gentes salpicadas de múltiples colores! - ¡si sois estampas de todo lo que alguna vez fue creído!
Refutaciones ambulantes sois de la fe misma, y una dislocación de todos los pensamientos. Indignos de fe: ¡así os llamo yo a vosotros, reales!
Todas las épocas han parloteado unas contra otras en vuestros espirítus; ¡y los sueños y parloteos de todas las épocas eran más reales incluso que vuestra vigilia!
Estériles sois: por eso os falta a vosotros la fe. Pero el que tuvo que crear, ése tuvo siempre también sus sueños proféticos y sus signos estelares - ¡y creía en la fe!
Puertas entreabiertas sois vosotros, junto a las cuales aguardan sepultureros. Y ésta es vuestra realidad: «Todo es digno de perecer».
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¡Ay, cómo aparecéis ante mí, estériles, con qué costillas tan flacas! Y algunos de vosotros se han dado sin duda cuenta de ello.
Y dijeron: «¿Es que un dios nos ha sustraído secretamente algo mientras dormíamos? ¡En verdad, bastante para formarse con ello una mujercilla!
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¡Asombrosa es la pobreza de nuestras costillas!», así han hablado ya algunos de los hombres del presente.
¡Sí, risa me causáis, hombres del presente! ¡Y especialmente cuando os asombráis de vosotros mismos!
¡Y ay de mí si no pudiera yo reírme de vuestro asombro y tuviera que tragarme todas las repugnantes cosas de vuestras escudillas!
Pero quiero tomaros a la ligera, pues yo tengo que llevar cosas pesadas; ¡y qué me importa el que escarabajos y gusanos voladores se posen sobre mi carga!
¡En verdad, no por ello me ha de pesar más! Y no de vosotros, hombres del presente, debe llegarme a mí la gran fatiga.
¡Ay, adónde debo ascender yo todavía con mi anhelo! Desde todas las altas montañas busco con la vista el país de mis padres y de mis madres.
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Pero no he encontrado hogar en ningún sitio: un nómada soy yo en todas las ciudades, y una despedida junto a todas las puertas.
Ajenos me son, y una burla, los hombres del presente, hacia quienes no hace mucho me empujaba el corazón; y desterrado estoy del país de mis padres y de mis madres.
Por ello amo yo ya tan sólo el país de mis hijos,
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el no descubierto, en el mar remoto: que lo busquen incesantemente ordeno yo a mis velas.
En mis hijos quiero reparar el ser hijo de mis padres: ¡y en todo futuro - este presente!
Así habló Zaratustra.
* * *
Cuando ayer salía la luna me pareció que iba a dar a luz un sol: tan abultada y grávida yacía en el horizonte.
Pero me mintió con su preñez; y antes creería yo en el hombre de la luna que en la mujer.
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Ciertamente, poco hombre es también ese tímido noctámbulo. En verdad, con mala conciencia deambula sobre los tejados. Pues es lascivo y celoso el monje que hay en la luna, lascivo de la tierra y de todas las alegrías de los amantes.
¡No, no me gusta ese gato sobre los tejados! ¡Me repugnan todos los que rondan furtivamente las ventanas entornadas! Piadosa y silente camina sobre alfombras de estrellas: mas no me gustan, en el varón, esos pies sigilosos, en los que ni siquiera una espuela mete ruido.
El paso de todo hombre honesto habla; pero el gato se escurre furtivo por el suelo. Mira, gatuna y deshonesta avanza la luna.
¡Esta parábola os ofrezco a vosotros los sensibles hipócritas, a vosotros los hombres del «puro conocimiento»! ¡A vosotros yo os llamo - lascivos!
También vosotros amáis la tierra y las cosas terrenas: ¡os he adivinado bien! - pero vergüenza hay en vuestro amor, y mala conciencia, ¡os parecéis a la luna!
A que despreciéis a la tierra ha persuadido alguien a vuestro espíritu, pero no a vuestras entrañas: ¡mas éstas son lo más fuerte en vosotros!
Y ahora vuestro espíritu se avergüenza de estar a merced de vuestras entrañas, y a causa de su propia vergüenza recorre caminos tortuosos y embusteros.
«Para mí sería lo más elevado - así se dice a sí mismo vuestro mendaz espíritu - mirar a la tierra sin codicia y sin tener la lengua colgando, como el perro:
¡Ser feliz en el contemplar, con una voluntad ya muerta, ajeno a la rapacidad y a la avaricia del egoísmo - frío y gris en todo el cuerpo, mas con ebrios ojos de luna!»
«Lo más querido sería para mí - así se seduce a sí mismo el seducido - amar la tierra tal como la ama la luna, y sólo con los ojos palpar su belleza.
Y el conocimiento inmaculado de todas las cosas sea para mí el no querer nada de las cosas: excepto el que me sea lícito yacer ante ellas como un espejo de cien ojos.
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»
¡Oh, sensibles hipócritas, lascivos! A vosotros os falta la inocencia en el deseo: ¡y por eso ahora calumniáis el desear! ¡En verdad, no como creadores, engendradores, gozosos de devenir amáis vosotros la tierra!
¿Dónde hay inocencia? Allí donde hay voluntad de engendrar. Y el que quiere crear por encima de sí mismo, ése tiene para mí la voluntad más pura.
¿Dónde hay belleza? Allí donde yo tengo que querer con toda mi voluntad; allí donde yo quiero amar y hundirme en mi ocaso, para que la imagen no se quede sólo en imagen.
Amar y hundirse en su ocaso: estas cosas van juntas desde la eternidad. Voluntad de amor: esto es aceptar de buen grado incluso la muerte. ¡Esto es lo que yo os digo, cobardes!
¡Pero ahora vuestro castrado bizquear quiere llamarse «contemplación»! ¡Y lo que se deja palpar con ojos cobardes debe ser bautizado con el nombre de «bello»! ¡Oh, mancilladores de nombres nobles!
Mas ésta debe ser vuestra maldición, inmaculados, hombres del puro conocimiento, el que jamás daréis a luz: ¡y ello aunque yazcáis abultados y grávidos en el horizonte!
En verdad, vosotros os llenáis la boca con palabras nobles: iy nosotros debemos creer que el corazón os rebosa, embusteros?
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Pero mis palabras son palabras pequeñas, despreciadas, torcidas: me gusta recoger lo que en vuestros banquetes cae debajo de la mesa.
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¡Con ellas puedo siempre todavía - decir la verdad a los hipócritas! ¡Sí, mis espinas de pescado, mis conchas y mis cardos deben - cosquillear las narices a los hipócritas!
Aire viciado hay siempre en torno a vosotros y a vuestros banquetes: ¡vuestros lascivos pensamientos, vuestras mentiras y disimulos están, en efecto, en el aire!
¡Osad primero creeros a vosotros mismos - a vosotros y a vuestras entrañas! El que no se cree a sí mismo miente siempre.
Una máscara de un dios habéis colgado delante de vosotros mismos, «puros»: en una máscara de un dios se ha introducido, arrastrándose, vuestra asquerosa lombriz.
¡En verdad, vosotros engañáis, «contemplativos»! También Zaratustra fue en otro tiempo el chiflado de vuestras pieles divinas; no adivinó las enroscadas serpientes de que estaban llenas esas pieles.
¡En otro tiempo me imaginé ver jugar el alma de un dios en vuestros juegos, hombres del puro conocimiento! ¡En otro tiempo me imaginé que no había mejor arte que vuestras artes!
La distancia me ocultaba la inmundicia de serpientes y su mal olor: y que aquí rondaba, lasciva, la astucia de un lagarto.
Pero me aproximé a vosotros: entonces llegó a mí el día - y ahora él viene a vosotros, ¡se acabaron los amores con la luna!
¡Mirad! ¡Atrapada y pálida se encuentra ahí la luna - antela aurora!
¡Pues ya llega ella, la incandescente, llega su amor a la tierra! ¡Inocencia y deseo propio de creador es todo amor solar!
¡Mirad cómo se eleva impaciente sobre el mar! ¿No sentís la sed y la ardiente respiración de su amor?
Del mar quiere sorber, y beber su profundidad llevándosela a lo alto: entonces el deseo del mar se eleva con mil pechos.
Besado y sorbido quiere ser éste por la sed del sol; ¡en luz quiere convertirse, y en altura y en huella de luz, y en luz misma!
En verdad, igual que el sol amo yo la vida y todos los mares profundos.
Y esto significa para mí conocimiento: todo lo profundo debe ser elevado - ¡hasta mi altura!
Así habló Zaratustra.
* * *
M¡entras yo yacía dormido en el suelo vino una oveja a pacer de la corona de hiedra de mi cabeza, pació y dijo: «Zaratustra ha dejado de ser un docto».
Así dijo, y se marchó hinchada y orgullosa.
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Me lo ha contado un niño.
Me gusta estar echado aquí donde los niños juegan, junto al muro agrietado, entre cardos y rojas amapolas.
Todavía soy un docto para los niños, y también para los cardos y las rojas amapolas. Son inocentes, incluso en su maldad.
Mas para las ovejas he dejado de serlo: así lo quiere mi destino - ¡bendito sea!
Pues ésta es la verdad: he salido de la casa de los doctos: y además he dado un portazo a mis espaldas.
Durante demasiado tiempo mi alma estuvo sentada hambrienta a su mesa; yo no estoy adiestrado al conocer como ellos, que lo consideran un cascar nueces.
Amo la libertad, y el aire sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre sus dignidades y respetabilidades.
Yo soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por pensamientos propios: a menudo me quedo sin aliento. Entonces tengo que salir al aire libre y alejarme de los cuartos llenos de polvo.
Pero ellos están sentados, fríos, en la fría sombra: en todo quieren ser únicamente espectadores, y se guardan de sentarse allí donde el sol abrasa los escalones.
Semejantes a quienes se paran en la calle y miran boquiabiertos a la gente que pasa: así aguardan también ellos y miran boquiabiertos a los pensamientos que otros han pensado.
Si se los toca con las manos, levantan, sin quererlo, polvo a su alrededor, como si fueran sacos de harina; ¿pero quién adivinaría que su polvo procede del grano y de la amarilla delicia de los campos de estío?
Cuando se las dan de sabios, sus pequeñas sentencias yverdades me hacen tiritar de frío: en su sabiduría hay a menudo un olor como si procediese de la ciénaga: y en verdad, ¡yo he oído croar en ella a la rana!
Son hábiles, tienen dedos expertos: ¡qué quiere mi sencillez en medio de su complicación! De hilar y de anudar y de tejer entienden sus dedos: ¡así hacen los calcetines del espíritu!
Son buenos relojes: ¡con tal de que se tenga cuidado de darles cuerda a tiempo! Entonces señalan la hora sin fallo y, al hacerlo, producen un discreto ruido.
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Trabajan igual que molinos y morteros: ¡basta con echarles nuestros cereales! - ellos saben moler bien el grano y convertirlo en polvo blanco.
Se miran unos a otros los dedos y no se fían del mejor. Son hábiles en inventar astucias pequeñas, aguardan a aquellos cuya ciencia anda con pies tullidos, aguardan igual que arañas.
Siempre les he visto preparar veneno con cautela; y siempre, al hacerlo, se cubrían los dedos con guantes de cristal.
También saben jugar con dados falsos; y los he encontrado jugando con tanto ardor que al hacerlo sudaban.
Somos recíprocamente extraños, y sus virtudes repugnan a mi gusto aún más que sus falsedades y sus dados engañosos.
Y cuando yo habitaba entre ellos habitaba por encima de ellos. Por esto se enojaron conmigo.
No quieren siquiera oír decir que alguien camina por, encima de sus cabezas; y por ello colocaron maderas y tierra e inmundicias entre mí y sus cabezas.
Así amortiguaron el sonido de mis pasos: y, hasta hoy, quienes peor me han oído han sido los más doctos de todos.
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Entre ellos y yo han colocado las faltas y debilidades de todos los hombres: «techo falso» llaman a esto en sus casas.
Mas, a pesar de todo, con mis pensamientos camino por encima de sus cabezas; y aun cuando yo quisiera caminar sobre mis propios errores, continuaría estando por encima de ellos y de sus cabezas.
Pues los hombres no son iguales: así habla la justicia
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, ¡y lo que yo quiero, eso a ellos no les ha sido lícito quererlo!
Así habló Zaratustra.
* * *
Desde que conozco mejor el cuerpo, dijo Zaratustra a uno de sus discípulos - el espíritu no es ya para mí más que un modo de expresarse; y todo lo ‘imperecedero’ - es también sólo un símbolo».
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«Esto ya te lo he oído decir otra vez, respondió el discípulo; y entonces añadiste: “mas los poetas mienten demasiado?”.
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¿Por qué dijiste que los poetas mienten demasiado?»
«¿Por qué?, dijo Zaratustra. ¿Preguntas por qué? No soy yo de esos a quienes sea lícito preguntarles por su porqué.