Cuatro misiles especiales AMRAAM de gravedad cero pendían de sus alas, en la parte exterior de dos enormes cohetes de aceleración Pegasus II (enormes propulsores cilíndricos cargados hasta arriba de oxígeno líquido) unidos al bajo vientre del aparato.
Lo que mucha gente no sabe es que gran parte de los vuelos espaciales actuales se lleva a cabo con tecnología que data fundamentalmente de finales de la década de los sesenta. Los propulsores Saturn V y Titán II ya se usaban en la carrera espacial entre la URSS y Estados Unidos allá por esa década.
El X-38, sin embargo, con su plataforma de lanzamiento (el 747) y sus impresionantes cohetes de aceleración Pegasus II, es el primer vehículo orbital del siglo XXI.
Su lanzador 747 especialmente configurado (provisto de motores extra potentes Pratt Whitney, sistemas de presurización mejorados y protección extra frente a la radiación para los pilotos) puede transportar al X-38 a una altura de sesenta y siete mil pies, veinticuatro mil pies más que un avión comercial de gran capacidad. El lanzamiento por aire ahorra al transbordador una tercera parte de su potencia en la primera fase de elevación.
Y luego entran en acción los Pegasus II.
Más poderosos que los Titán III, los propulsores proporcionan la elevación suficiente tras un lanzamiento a elevada altura para transportar el transbordador a una órbita terrestre baja. Una vez realizada dicha acción, el transbordador se deshace de ellos. El X-38 (ya en órbita estacionaria, a unos trescientos cincuenta kilómetros por encima de la tierra) puede entonces maniobrar libremente por el espacio, destruir los satélites enemigos y coordinar su aterrizaje, todo ello con su propio suministro de energía.
César seguía contemplando el minitransbordador.
Era absolutamente increíble.
Se volvió hacia Kurt Logan.
—No podemos permitir que ese transbordador…
No llegó a terminar la frase porque, en ese momento, y sin previo aviso, cinco misiles Stinger salieron disparados del hangar, tras el 747, conformando un amplio arco alrededor de sus alas antes de alzarse bruscamente en el aire, en dirección a los dos Penetrator de César.
La unidad Eco los había visto.
La estación subterránea de raíles en equis del Área 8 era idéntica a la del Área 7: dos vías a ambos lados de una plataforma central, con un ascensor dispuesto en la pared de la vía norte.
Tras siete minutos de trayecto a gran velocidad, el automotor de Schofield entró en la estación, irrumpiendo en la brillante luz fluorescente del Área 8. El automotor comenzó a disminuir la velocidad y se detuvo.
Las puertas se abrieron y Schofield, Madre y el presidente de Estados Unidos salieron corriendo de él en dirección al ascensor dispuesto en la pared norte. Tras ellos, con aspecto de estar completamente ido y con el móvil pegado a la oreja, se hallaba Nicholas Tate III.
Schofield pulsó el botón de llamada del ascensor.
Mientras esperaba a que llegara el ascensor, se fijó en Tate por vez primera. Su traje de la Casa Blanca estaba hecho polvo a causa de los acontecimientos de la mañana. Pero fue solo entonces cuando Schofield reparó en que Tate estaba hablando por su móvil.
—No —dijo Tate con voz irritada—. ¡Quiero saber quién es usted! ¡Ha interrumpido mi llamada! ¡Identifíquese!
—Pero ¿qué demonios está haciendo? —preguntó Schofield.
Tate frunció el ceño y habló con gran seriedad, dejando patente una vez más que había perdido la cabeza:
—Bueno, estaba llamando a mi agente financiero. Supuse que, tal como están las cosas, lo mejor sería que vendiera mis dólares estadounidenses. Así que, tras salir del túnel, lo telefoneé, pero tan pronto como se puso al teléfono va este gilipollas y me corta la conexión.
Schofield le quitó el teléfono a Tate.
—¡Eh!
Schofield habló por él.
—Aquí el capitán Shane M. Schofield, Cuerpo de Marines de Estados Unidos, séquito presidencial, número de serie 358-6279. ¿Con quién hablo?
Una voz respondió.
—Soy David Fairfax, de la agencia de Inteligencia del departamento de Defensa. Le hablo desde una estación monitorizada en Washington DC. Hemos estado escaneando todas las transmisiones entrantes y salientes de dos bases de la Fuerza Aérea en el desierto de Utah. Creemos que podría haber una unidad traidora en una de las bases y que la vida del presidente podría estar en peligro. Acabo de interrumpir la conversación de su amigo.
—Créame, no sabe ni la mitad, señor Fairfax —dijo Schofield.
—¿Está a salvo el presidente?
—Está a mi lado. —Schofield le pasó el teléfono al presidente.
El presidente habló con él.
—Aquí el presidente de Estados Unidos. El capitán Schofield está conmigo.
Schofield añadió:
—En estos momentos estamos persiguiendo a la unidad traidora de la Fuerza Aérea que acaba de mencionar. Cuénteme todo lo que sepa…
Justo entonces, el ascensor sonó.
—Un segundo. —Schofield apuntó con su P-90 al ascensor.
Las puertas se abrieron…
… y Schofield y los demás se toparon con una imagen de lo más truculenta.
Los cuerpos abatidos a tiros de tres hombres de la Fuerza Aérea yacían en el ascensor; miembros sin duda del personal del Área 8. Las paredes del ascensor estaban bañadas en sangre.
—Creo que tenemos un rastro fresco —dijo Madre.
Corrieron al ascensor.
Tate se quedó atrás, decidido a no acercarse a ningún peligro. El presidente, sin embargo, insistió en ir con Schofield y Madre.
—Pero, señor… —comenzó a decir Schofield.
—Capitán, si voy a morir hoy como representante de este país, no voy a hacerlo escondido en algún rincón como un cobarde, esperando a ser encontrado. Es hora de ponerse en pie y hacer algo. Y además, creo que no le vendría mal un poco de ayuda.
Schofield asintió:
—Si usted así lo quiere, señor. Péguese a nosotros y dispare en línea recta.
Las puertas del ascensor se cerraron y Schofield pulsó el botón de la planta baja.
A continuación volvió a llevarse el móvil a la oreja.
—De acuerdo, señor Fairfax. En veinticinco palabras o menos, cuénteme todo lo que sepa de esa unidad traidora.
* * *
En su sala subterránea de Washington, Dave Fairfax se sentó más erguido en su silla.
Los acontecimientos se habían tornado mucho más reales.
Primero, había logrado captar una llamada saliente del Área 8. A continuación había cortado la línea (interrumpiendo a un gilipollas integral) y en esos momentos estaba hablando con ese tal Schofield, un marine del séquito del helicóptero presidencial. Tan pronto como había oído el número de serie de Schofield, Fairfax lo había tecleado en su ordenador. En esos momentos disponía de su expediente militar completo (incluido su puesto actual en el
Marine One).
—De acuerdo —dijo Fairfax por el micro de su auricular—. Como le he dicho, soy de la agencia de Inteligencia y he estado descodificando recientemente una serie de transmisiones no autorizadas de esas bases. Antes que nada, creemos que un equipo de Recces sudafricano se dirige hacia allí…
—No se preocupe por ellos. Ya están todos muertos —dijo la voz de Schofield—. La unidad traidora. Hábleme de ella.
—Eh… De acuerdo —dijo Fairfax—. En nuestra opinión, la unidad traidora es una de las cinco unidades del séptimo escuadrón que vigilan el complejo del Área 7. La unidad designada como «Eco»…
En el Área 8, el ascensor seguía subiendo.
La voz de Fairfax se oía por el móvil:
—Creemos que esa unidad está ayudando a agentes chinos a robar una vacuna biológica que estaba siendo desarrollada en el Área 7.
Schofield dijo:
—¿Tiene alguna idea de cómo piensan sacar la vacuna del país?
—Eh, sí… sí, la tengo —dijo Fairfax—. Pero quizá no se la crea…
—Ahora mismo podría creerme cualquier cosa, señor Fairfax. Pruebe.
—De acuerdo… Creo que van a meter la vacuna en un transbordador espacial que se halla en el Área 8 para volar en órbita baja hasta un punto donde se encontrarán con el transbordador espacial chino lanzado la semana pasada.
A continuación transferirán la tripulación y la vacuna y regresarán a territorio chino, donde no podremos cogerlos…
—Hijo de puta —musitó Schofield.
—Sé que parece una locura, pero…
—Pero es la única manera de sacar algo de Estados Unidos —dijo Schofield—. Podríamos detenerlos si emplearan cualquier otro método de extracción: coche, avión, barco. Pero si suben al espacio, nunca podremos seguirlos. Para cuando logremos un transbordador en la plataforma de lanzamiento espacial de Cabo Cañaveral, ellos ya estarán en casa.
—Exacto.
—Gracias, señor Fairfax. Llame a los marines y al ejército y consiga que movilicen todas las unidades aéreas de que dispongan. Harrier, helicópteros… lo que sea, y mándelos directamente a las Áreas 7 y 8. No se ponga en contacto con la Fuerza Aérea. Repito. No se ponga en contacto con la Fuerza Aérea. Hasta posteriores notificaciones, trate a todo el personal de la Fuerza Aérea como sospechoso.
Mientras hablaba, Schofield se fijó en los números iluminados del ascensor: -3… -2…
—En cuanto a nosotros —dijo Schofield—, tenemos que irnos ahora.
—¿Qué va a hacer? ¿Qué hay del presidente?
Entonces, «-1» se convirtió en «0» y de repente Schofield oyó disparos sordos tras las puertas del ascensor.
¡Ting!
El ascensor había llegado a la planta baja.
—Vamos tras la vacuna —dijo—. Le llamaré más tarde.
Y colgó.
Un segundo después, las puertas del ascensor se abrieron…
3 de julio, 10.23 horas
Y de repente Schofield y los demás entraron en la partida de un juego totalmente diferente.
En el hangar principal del Área 8 un terrible tiroteo estaba ya teniendo lugar.
Se escuchaba el fragor de las bombas y los rugidos de los disparos.
Flechas de luz se filtraban por entre las gigantescas puertas abiertas del hangar. A unos cuarenta y cinco metros del ascensor, ocupando la entrada abierta y bloqueando parcialmente el sol entrante, se hallaba la sección trasera de un Boeing 747 plateado.
—Hijo de puta… —musitó Schofield cuando vio el aerodinámico transbordador espacial sobre el 747.
Los disparos procedían de las puertas del hangar.
Cinco soldados vestidos de negro del séptimo escuadrón (los traidores de la unidad Eco, supuso Schofield) se estaban cubriendo tras las puertas, disparando con sus P-90 a algo que estaba fuera del hangar.
—Por aquí —dijo Schofield mientras salía del ascensor a la carrera. Los tres sortearon un Humvee y un par de cucarachas hasta poder ver lo que se hallaba tras las puertas del hangar: dos Penetrator negros, sobrevolando a poca altura la pista de aterrizaje exterior al hangar, bloqueando al 747 que transportaba el transbordador.
Las minigun multicañón Vulcan situadas bajo los morros de los dos Penetrator estaban descerrajando una ráfaga de disparos a los hombres de la unidad Eco en el hangar, inmovilizándolos, impidiendo que pudieran recorrer los dieciocho metros de terreno descubierto hasta la escalera de ruedas por la que se accedía al 747.
De los Penetrator salieron también varios misiles, en dirección al Boeing. Pero el avión debía de estar usando contramedidas electromagnéticas punteras, pues los misiles no llegaron siquiera a acercarse a él: se volvieron locos y comenzaron a alejarse en espiral antes de impactar en el suelo y detonar en una lluvia de hormigón y arena.
Incluso la ráfaga de balas trazadoras (de un cegador color naranja) viraba lejos del avión, como si un campo magnético invisible evitara que se acercaran.
Desde su posición tras una de las cucarachas, Schofield reconoció a dos de los hombres sentados en el interior del helicóptero: César Russell y Kurt Logan.
Me apuesto a que César no está nada contento con Eco
, pensó.
César y Logan debían de haber llegado solo instantes antes, justo cuando los hombres de Eco estaban subiendo a bordo de su avión de escape. Los helicópteros de César debían de haber abierto fuego antes de que todos los hombres de Eco pudieran subir al avión, antes de poder escaparse con Kevin.
Kevin…
Schofield escudriñó el campo de batalla. No veía al crío por ninguna parte.
Ya debe de estar a bordo del avión…
Y entonces, sin previo aviso, el 747 comenzó a ganar velocidad y sus cuatro motores a reacción a despedir aire por todas partes, haciendo que todos los objetos sueltos comenzaran a volar por el hangar.
El avión comenzó a avanzar hacia delante (dejando atrás el hangar, en dirección a la pista de aterrizaje), hacia los dos Penetrator negros. La escalera con ruedas repiqueteaba en el suelo tras el avión.
Era una buena táctica.
Los Penetrator sabían que no tenían posibilidad alguna contra el peso de un 747 en marcha, así que se apartaron como un par de pichones atemorizados, quitándose del recorrido del enorme avión.
Fue entonces cuando Schofield vio a un hombre de la unidad Eco en una puerta lateral abierta del 747, vio que hacía señas con las manos a los hombres que seguían en el hangar y lanzaba una escalera de cuerda por ese acceso. La escalera de cuerda quedó colgando de la puerta, balanceándose bajo el avión en marcha.
En ese mismo momento, Schofield percibió movimiento cerca de la entrada del hangar y se volvió. Vio a los cinco hombres de la unidad Eco situados junto a la puerta del hangar. Estaban corriendo hacia el Humvee aparcado junto a la cucaracha.
Iban a intentar subir al 747…
¡Mientras estaba en marcha!
Tan pronto como los hombres de Eco comenzaron a correr, una ráfaga devastadora de fuego procedente de los helicópteros penetró por la entrada abierta del hangar, haciendo añicos el suelo bajo sus pies.
Dos de los hombres fueron alcanzados por los disparos y cayeron. Sus cuerpos reventaron en miles de estallidos carmesíes. Los otros tres lograron llegar al Humvee, se metieron dentro y lo encendieron. El vehículo se puso en marcha y trazó un amplio círculo…
Un misil entró por las puertas abiertas del hangar y fue directo hacia el Humvee.
La vida del Humvee fue breve.
El misil le impactó justo en el morro, con tanta fuerza que el todoterreno fue arrojado de espaldas por el resbaladizo suelo del hangar antes de chocar contra una pared y estallar en una lluvia de amasijos de metal.