—Eso es algo que solo nos concierne a tu sumisa y a mí. Ella no se ha negado y eso me da carta blanca para hacer cualquier cosa...
—Cualquier cosa no —aseguró Lion.
Markus entrecerró los ojos y sonrió con desdén.
—Cualquier cosa —afirmó Markus—. Mientras ella no pronuncie la palabra de seguridad, querrá decir que está dispuesta a estar conmigo. ¿Lo estás? —le preguntó a la joven.
Cleo tragó saliva. No quería molestar a Lion ni contrariarle, pero la misión comportaba esos riesgos. No sabía lo que ese hombre ruso quería de ella; pero estaba convencida de que él sí sabía quién era ella.
—Sí. Lo estoy —contestó seca, dejándole claro a Lion que no se metiera. No podrían hablar, pero cuando llegara le explicaría todo.
—Si tienes suerte y has recibido una carta Invitación en el cofre, puedes esperarla en la fiesta que se celebrará esta noche en la Plancha del Mar. La llevaré ahí; a no ser que esta deliciosa mujer —la repasó de arriba abajo con hambre canina— desee pasar la noche conmigo.
Cleo tuvo ganas de poner los ojos en blanco. Desear no era la palabra que ella utilizaría, pero representaba el papel de Lady Perversa, así que no hizo ascos a su propuesta.
—Ahora, King, apártate —ordenó Markus.
—Puedo retarte a un duelo de caballeros —aseguró, hablando en un tono que solo él pudiera oír, echando mano de su último recurso.
—King —Cleo le puso la mano en el pecho y lo apartó un poco—, soy irresistible, pero no soy propiedad tuya. Sin contrato, no hay posesión ni normas que violar, ¿recuerdas? —Le guiñó un ojo, pasándole el dedo índice por la barbilla. Ya se imaginaba el cerebro de Lion engranándose y diciendo: «Eso se merece cincuenta azotes».
—Lo que tú digas, esclava —contestó Lion tomando la bolsa con las cartas entre sus manos y quitándole las dos llaves que colgaban de su cuello—. Pero más te vale aparecer en la Plancha del Mar o te juro que voy a pelarte el trasero.
Lion sonrió con frialdad, asintió y les dejó pasar. ¿Qué mosca le habría picado a Cleo? ¿Estaba loca? ¿Cómo se atrevía a hablarle así delante de todos, la muy desvergonzada? ¿Y por qué se comportaba de ese modo? ¿Acaso sabía algo que él no sabía?
El público de la fortaleza y las Criaturas abuchearon a Markus, pues querían acción. Pero Markus no les dio ese gusto. Sacó a las tres sumisas que tenía en la jaula y, para que se callaran, las entregó a las Criaturas y, a cambio, metió a Cleo en el armazón, como si fuera un pajarillo inofensivo.
Cleo se sentó en la jaula y esperó pacientemente a que Markus la sacara de allí y la llevase donde fuera que la llevara; mientras, soportaba la mirada acusadora e inquisitiva de Lion, que estaba de todo, menos conforme con la situación.
Y, mientras tanto, las demás parejas presentaban sus cofres y sus cartas al Amo del Calabozo. Cleo y Lion estaban tan concentrados en desafiarse el uno al otro, que ninguno de los dos puso atención en el siguiente movimiento que cambiaría el rumbo del torneo.
Tigretón acababa de eliminar a Miss Louise Sophiestication del concurso aprovechando la carta Eliminación que le había tocado por segunda vez consecutiva. De este modo, el sumiso se erigía como único juguete del Ama Thelma.
Sophiestication no se lo podía creer; pero aceptó humillada aquel inesperado derrotero que había tomado su participación en el torneo.
Su aventura en
Dragones y Mazmorras DS
se había acabado.
Saint John
Lion cruzó la distancia desde Water Islands a Saint John a una velocidad de vértigo. El Amo del Calabozo se había llevado a su compañera en la misión. Obviamente, sabía que no le iba a hacer nada malo, que ella estaba relativamente a salvo; pero no quería pensar en lo que Cleo podría experimentar en sus manos. Ese tipo estaba lleno de tatuajes de la mafia rusa. Él también se había dado cuenta... ¿Por qué?
¿Por qué Cleo había procedido de aquel modo?
Dios, debía llegar rápido al hotel y llamar al equipo estación base. Por suerte, Cleo tenía una cámara integrada en el collar; así que ellos podrían controlar en todo momento su posición exacta y su situación.
Estaba sudando de los nervios que tenía.
Al llegar a Saint John, la isla en la que se iban a hospedar, no pudo evitar darse cuenta de las diferencias entre Saint Thomas, en la que habían estado los dos últimos días, y en la que iban a descansar durante los próximos dos días. Después de la etapa del torneo, todos los participantes debían movilizarse al Westin St John, en Bay Cruz.
Saint John era una isla más pequeña, paradisíaca, llena de retiros naturales, paisajes vírgenes y aguas limpias y cristalinas. Los
resorts
y los hoteles que poblaban la isla se mezclaban con el paisaje y no alteraban su armonía. La bahía, repleta de pequeños yates privados, presentaba una visión inmejorable, única y bucólica.
Dejó la moto acuática en la orilla de la bahía en la que se hallaba el majestuoso
resort
con villas tropicales y corrió hasta la recepción del hotel.
Después de dar su nombre como amo y mostrar su pulsera, que pasaron por un datafono, los recepcionistas confirmaron sus datos y, muy solícitos, le dieron la llave de la habitación que debía ocupar con Lady Nala pero que disfrutaría solo, por el momento: la Marina Suite Master Bedroom del resort principal y con increíbles vistas a la impresionante piscina y al jardín botánico.
Lion no se interesó ni por la decoración de la habitación ni por nada que no fuera meterse en la ducha con hidromasaje, dejar correr el agua al máximo, poner la música a tope y llamar al equipo estación base con su HTC.
—Jimmy —contestó una voz al otro lado de la línea.
—Joder, se han llevado a Cleo —dijo Lion.
—Lo hemos visto —afirmó serio—. Tenemos conectada su cámara pero no se ve nada, está completamente a oscuras. Estamos intentando reconocer el rostro del tipo con cresta.
—Se hace llamar Markus —informó Lion frotándose la cara con la mano, sentado sobre el inodoro.
—No le puede hacer nada. Lo sabes, ¿no? Ese tipo está dentro del torneo y todo el mundo sabe que Cleo ha accedido a irse con él. La devolverán y...
—Ya, gracias —le cortó Lion secamente. Pero eso no le tranquilizaba—. Tenía tatuajes de la mafia rusa. Mira a ver si lo encuentras en los bancos de identificación de las cárceles soviéticas. Ese tipo ha estado preso; sino, no tendría esos tatuajes.
—Lo estamos buscando. En cuanto sepa algo te lo diré. Hemos mandado a analizar los restos de saliva y
popper
que conseguiste la noche anterior.
—¿Y bien?
—Han modificado la droga. Sigue habiendo cocaína pero han equilibrado las cantidades lo suficiente como para que no provoque choques anafilácticos. La han estabilizado.
Si habían creado una droga de diseño estable, no tardaría en venderse por los círculos de interés.
—Si hay una red de narcotráfico detrás, no tardarán en promoverla y comercializarla —explicó Jimmy.
—¿Y del ADN de la chica?
—Nada, tío. Es gente nula. No existe. Está fuera del sistema. No la podemos identificar; además al ir con máscara no podemos reconocerla con el programa de identificación facial ni encontrar similitudes.
—Entiendo —exhaló descansando la espalda en la pared y cerrando los ojos frustrado—. Llámame en cuanto averigües algo de Markus. Y avísame cuando la cámara de Cleo esté activa.
—Eso haremos.
Lion colgó y apoyó los codos en sus rodillas para sepultar la cara entre sus manos.
—Mierda, Cleo —gruñó frustrado—. ¿Qué coño has hecho?
Los amos se tomaban muy a pecho su trabajo y su papel y escenificaban muy bien sus acciones. Markus había cubierto su cabeza con una bolsa de tela negra, y Cleo no veía nada.
Sabía que la habían llevado en yate a algún lugar; y después, todavía a oscuras, la habían subido a un coche que se desplazó por un camino ascendente hasta llegar al lugar en el que ahora se encontraban.
Bajo sus pies notaba la grava arenosa.
—Ya hemos llegado. Sube tres escalones; eso es —pidió Markus tomándola con seguridad del brazo para ayudarla.
—¿Puedo preguntar donde estamos, señor?
—No. Los muebles no hablan —murmuró escueto—. Están presentes y solo escuchan. Así que cállate y no abras la boca más.
Cleo quiso leer un mensaje entre líneas. Markus se la había llevado con la excusa de que necesitaba una mesa. Había juegos de dominación y sumisión en los que los sumisos se prestaban a hacer el rol de mueble; y solía ser, generalmente una mesa, en la que servir comidas, apoyar platos y bebidas o, incluso, ejercer como reposapiés. Si lo hacía, no debía moverse para que no cayera nada al suelo, o podría ganarse un castigo.
—Te voy a poner un traje bien ajustado de cuerpo entero hecho con rubber.
El rubber era una especie de polímero artificial parecido a goma negra y encuerada que se utilizaba especialmente en las ropas de tendencia fetichista.
Ella asintió y permaneció en silencio.
Aguantó que él la desnudara, que la bañara y la enjabonara. Le quitó el collar de sumisa y las pulseras en las que guardaba los micros, y pasó las manos con cuidado por las marcas, cada vez menos rojas, del látigo violento de Billy Bob.
—Ese amo tuyo... No es un buen amo.
«Esas marcas no me las hizo un amo. Me las hizo un sádico maltratador», tuvo ganas de decirle, pero le había ordenado que se callara.
La trataba de un modo tan impersonal que le ponía la piel de gallina; como si en realidad fuera un objeto y no una persona. Como si fuera un maldito mueble.
Después, le puso crema por todo el cuerpo, una crema especial para utilizar aquella prenda rubber tipo buzo de cuerpo entero, y la vistió como si fuera una niña pequeña que no supiera hacerlo.
Cleo tenía miedo. El corazón se le iba a salir del pecho. Pero Markus no estaba actuando de un modo demasiado ofensivo ni pervertido. Simplemente hacía su trabajo, metódico y competente, como si estuviera acostumbrado a hacer aquello todos los días. Seguramente, si era un amo, lo estaba. ¿Pero qué tipo de amo era? ¿Qué perfil seguía? Cleo sabía que no había un solo amo igual, pero sí que tenían algunos patrones de comportamientos más marcados y parecidos.
Ni siquiera sabía qué hora era. ¿Cuánto había pasado desde que la sacaron de la jaula y se la llevaron?
Markus la sentó en una butaca, la peinó y le desenredó el pelo para, después, retirarle todo el flequillo de la cara y hacerle una cola alta.
—Vamos, está a punto de llegar.
¿Quién? ¿Quién estaba a punto de llegar?
Markus se la llevó del baño y le hizo caminar a través de varios pasillos. Continuaba llevando la cinta en los ojos y no veía nada. En esa casa había aire acondicionado, porque la temperatura era fresca y liviana, nada que ver con la humedad exterior.
—Ponte aquí, a cuatro patas.
La ayudó a arrodillarse.
—No quiero que te muevas para nada. No quiero que hables. Eres una mesa. Las criadas dispondrán las cosas sobre ti.
Cleo apoyó las palmas sudorosas de las manos en el suelo frío. Permaneció en silencio y se tensó cuando, al cabo del rato, notó que empezaban a apoyar vasos y platos en su espalda. ¿Quiénes eran las criadas?
Escuchaba sus pasos alrededor de ella. Llevaban tacones; y se las imaginó vestidas con arneses tipo gladiador, medio desnudas, sirviendo copas a los amos. Se le estaba revolviendo el estómago.
El timbre de la casa sonó.
—Ya está aquí —murmuró en ruso. Markus se acercó a ella y le dijo—: Recuerda, esclava. Los muebles están presentes; ni se mueven ni hablan, solo escuchan. Aguanta la posición todo lo que puedas; y no reacciones ante lo que pueda hacerte porque, como se caiga una sola copa, te desnudo y te azoto hasta que te desmayes.
Cleo se estremeció y tragó saliva. Quería echarse a llorar pero, a la vez, sentía una curiosidad innata ante lo que se avecinaba.
¿Quién era Markus? ¿Por qué la había traído a ese lugar?
Lo sabría en cualquier momento.
—
Zdras-tvuy-tye
, Belikhov —dijo Markus en ruso.
Cleo supo que estaba dando la bienvenida a un tal Belikhov.
Los pasos de los dos hombres se aproximaron hasta donde ella estaba ejerciendo su rol de mesa, y escuchó cómo tomaban asiento alrededor de ella. La conversación que tuvo lugar entonces fue toda en ruso.
—Bonita mesa —dijo el tal Belikhov pasando la mano por la nalga de Cleo.
La joven apretó los dientes, pero no osó a mover un solo músculo. «No me toques, hijo de perra».
—Gracias; la he adquirido hoy mismo —repuso Markus—. ¿Qué te apetece tomar?
—Coñac con hielo, por favor.
Al momento, Cleo notó cómo una de las criadas depositaba el hielo tintineante y llenaba la copa vacía de su espalda.
—Estas islas son muy húmedas —observó Belikhov.
—Sí, lo son. ¿Has traído mi dinero? —preguntó Markus sin rodeos. El otro hombre se echó a reír y dejó algo encima del sacro de Cleo. —Aquí lo tienes.
El peso desapareció, señal de que el amo había tomado el sobre. —¿No lo vas a contar?
—Me fío de ellos. Ellos se fían de mis servicios.
—Les encanta cómo las domas, eres uno de los mejores. Haces que aguanten, que duren... Los señores de la vieja guardia desean eso para sus menesteres y su noche de Walpurgis. Y lo mejor de ti es que no te cuestionas para qué las domas.
¿Los señores de la vieja guardia? ¿La Old Guard? ¿La noche de Walpurgis? ¿Qué? ¿De qué iba eso?
—Soy un amo y me gusta disciplinar. No me meto en los fines de los juegos de los Villanos y sus particulares prácticas. —murmuró Markus.
Hubo un silencio. Silencio que aprovechó Cleo para tomar nota. ¿Markus estaba adoptando un papel de hombre sin alma? ¿De mercenario?
La Old Guard era la vieja guardia del sadomasoquismo, formada, mayoritariamente, por parejas homosexuales. Eran amos que no creían en el BDSM como un juego. Solo lo consideraban como una manera de castigar, de vivir. Esos activistas no creían en el
edgeplay
, en los límites de acción de las parejas, y se inclinaban siempre por las relaciones de metaconsenso en las que solo el dominante decidía cuándo detener las sesiones de castigo. Eran muy radicales y duros en sus acciones.