—No, por ahora no.
—Extraño.
—Sí, lo es —confirmó Lion—. Además, el equipo estación ha descubierto que las llamadas, de número oculto que recibía últimamente durante estos días provenían de Luisiana. Eso es más extraño todavía.
Cleo tuvo ganas de gritar y de golpear la pared. Claudia había engañado a todo el mundo. Se había acostado con Lion engañándolo desde el principio.
—¿Crees que Claudia intuyó que tu interés acerca de los análisis de sangre de los participantes era demasiado obvio? ¿Crees que Claudia sospechaba de ti en algún momento?
—Lo dudo, Cleo. Si Claudia ha decidido jugar conmigo así no es porque sospechara de mí, es porque... Porque está enamorada de mí, Cleo —contestó sin pelos en la lengua.
Cleo se alejó de la puerta del baño, sonriendo sin pizca de ganas.
—¿Te acostaste con ella sabiendo que te amaba? —Era una acusación más que una pregunta—. Uh, qué cruel, señor Romano.
—Interpreto un papel. —Lion la siguió con actitud beligerante y tiró la toalla que tenía en las manos al suelo—. No me hables como si fuera un cerdo o como si fuera mala persona. Este es mi trabajo, y estoy infiltrado y comprometido hasta las cejas. Si me tengo que acostar con alguien lo hago.
Cleo se abrazó a sí misma, alejándose de la cercanía de Lion, de su comportamiento visceral.
—¿Como has hecho conmigo? ¿Tenías que acostarte conmigo? Lo hiciste, ¿verdad? —Aquel ya era un tema personal, pero necesitaba exponerlo.
—No sigas.
—¿Tenías que follarme? —continuó con voz monótona—. Lo hiciste.
—No hagas esto; no valores lo que tú y yo tenemos así —suplicó afectado por sus palabras—. Tengo mucho que decirte.
—Lo valoro como lo que es. Como lo que tú me has demostrado. Hoy te he dicho que te quiero y tú me has dicho que no. ¿Qué más hay que decir? Nos conocemos desde hace años; y la vida ha hecho que tú y yo nos veamos envueltos en un caso de estas características. Pero ya es la segunda vez que te lo digo, Lion: que te digo que te quiero y que siempre has sido tú... Y tú siempre huyes.
—Cleo, estás a punto de cruzar una línea muy fina —juró inmóvil y tenso—. Una que cambiará todo entre nosotros. No lo hagas.
La joven recordó las palabras de Sharon. «Obliga al león a hablar y doma al hombre». ¿Cómo se provocaba a un animal para que fuera capaz de hablar? Mediante la estimulación de sus instintos.
—¿Sabes? Eso es algo que he entendido hoy. —Cleo debía continuar con su papel y hacer creer a Lion que controlaba la situación. Que ya nada de lo que él decía le afectaba—. Tú has hecho que todo cambie entre nosotros. Pudiste dejarme tranquila, pudo venir otro amo a disciplinarme, pero no: fuiste tú. Y eso lo cambió todo. Para mí significó algo diferente que para ti; y fui estúpida. Pero estoy harta de esto. Mira la fiesta que hay ahí abajo, Lion. —Salió a la terraza privada y se asomó al extremo. Había una altura de diez pisos. El viento arrizaba las palmeras, el mar estaba un poco picado y la noche se tapaba por las nubes gruesas. Tal vez llovería de nuevo—. Quiero bajar y hacer el papel que he venido a hacer; el mismo que tú estás decidido a prohibirme una y otra vez —Se dio la vuelta y, apoyándose en la baranda, lo miró directamente a los ojos—. Quiero bailar, pasarlo bien, y coquetear con alguien que pueda tener información directa sobre los Villanos. Si tú eres capaz de vender tu cuerpo para eso, yo también puedo hacerlo.
Lion parpadeó atónito. Sus ojos brillaron con rabia y pena. ¿La dejaba ir? Si decía que sí, Cleo no regresaría más. No como él deseaba.
—¿Lo hago, Lion? Soy muy capaz de coger, subirme a una mesa y desnudarme —«Uy, Miss Pérfida, relájate»—. Llamaría la atención de quien quisiera. ¿Un trío? ¿Un cuarteto? Mmm... ¿qué me deparará la noche, agente Romano? ¿Te gustaría unirte como hoy has hecho? No, ¿verdad? No vaya a ser que Cleo se piense que eso quiere decir algo que no es... —pensó en voz alta. Tragó saliva y parpadeó para detener las lágrimas.
Cleo esperó a que Lion reaccionara. Pero el hombre seguía mudo, observándola, respirando precipitadamente.
«Lion, haz algo, por favor. Detenme. Demuéstrame que te importo de verdad», rezó en silencio, con el corazón en un puño.
Cleo pasó por su lado al entrar desde la terraza y se dirigió a la puerta de salida. Lion la estaba decepcionando. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando intentó abrir la puerta. Lo logró. Pero, inmediatamente, unos dedos de acero rodearon su brazo y tiraron de ella para meterla de nuevo en la habitación.
Lion cerró la puerta con fuerza y empujó a Cleo contra ella hasta arrinconarla con su cuerpo. Las manos estaban a cada lado de su rostro lloroso.
—¡Déjame ir! —gritó Cleo impotente, llorando desconsolada.
—¿Quieres irte de mi lado?
—¡Sí! —gritó con todas sus fuerzas.
—Entonces lárgate. Pero te largas así. —Le bajó el vestido de golpe y se lo rasgó por la mitad, haciéndolo trizas y convirtiéndolo en un amasijo de tela oscura a sus pies. Llevaba unas braguitas negras transparentes con unos lacitos rosas de seda en sus costuras—. Venga, ¡lárgate! —le pidió sin apartarse de ella en ningún momento—. ¡¿Quieres hacer un trío?!
—¡¡Sí!! —se alzó de puntillas para gritarle a la cara.
—¿Quieres que llame a Prince? —Apretaba tanto los dientes que le iban a saltar por todos lados—. ¿Te has quedado con ganas de que él te dé lo suyo?
Cleo se mordió la lengua, apretó la mandíbula con fuerza y lo miró irritada. ¡Zas! Le dio tal bofetada que giró el apuesto rostro de Lion hacia el lado derecho.
—¿Me acabas de pegar? —musitó sin paciencia.
—Tú... ¡Tú no me mereces! —Sus palabras, llenas de inquina, traspasaron la coraza de Lion. Cleo no se secó las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas rosas y húmedas—. Eres un cobarde, Lion. Un rey cobarde, un león sin garras. Un animal que marca territorio ante los demás pero que es incapaz de hablar directamente con quien realmente le importa. Y odio lo que me has hecho creer. No quiero cobardes en mi vida. ¡Ni se te ocurra tocarme! Nunca más, ¿me has oído? Ahora abre la puerta y deja que me vaya.
Lion negó con la cabeza. Temblaba y, al mismo tiempo, luchaba por calmarse.
—¿No qué, Lion? Apártate de mí y déjame marchar ahora mismo —ordenó con tono certero.
Lion volvió a negar con la cabeza. Observó los pechos desnudos de Cleo, su collar de sumisa, las braguitas y las piernas torneadas y desnudas. Le miró a la cara; y las rodillas cedieron ante la realidad de lo que iba a decir. Jamás podría volver atrás.
—No, Cleo... —murmuró dejándose caer de rodillas en el suelo, hundiendo el rostro en el torso de la joven, acariciándola con las manos y rodeando su cintura en un abrazo de oso. Rendido. Ya no podía más—. No puedo más...
—¿Qué?
—¡Que no! —contestó rudo.
—¡¿Por qué no?! ¡No debería importarte lo que yo haga!
—¡Claro que me importa! —La tiró al suelo, cuidando que no se golpeara y se colocó encima de ella.
—¡Suéltame, Lion! ¡Déjame ir!
—¡Tú quieres desquiciarme! ¡No entiendes nada! —Alzó sus manos por encima de la cabeza y la inmovilizó sobre la moqueta beige, aprovechando su fuerza y su peso—. ¡¿Crees que no me importa pensar que otros te puedan tocar?! ¡¿Sabes lo que me has hecho pasar hoy?!
—¡No! ¡No lo sé! ¡Sé que te cabreas si no te obedezco, agente Romano! ¡Pero de ahí no pasas!
—¡¿Tienes idea de lo mal que estuve ayer por tu culpa?! —gimió. Sus ojos azules se cerraron, como si algo le doliera profundamente—. Yo... No puedo respirar cuando te alejas de mí. No puedo... —Lion hundió la cabeza entre el cuello y el hombro de Cleo, temblando como un niño pequeño—. Me estás matando, Cleo.
Cleo fijó la vista en el techo y en las ventanas de la buhardilla. Afuera, las primeras gotas de la tormenta nocturna empezaban a repiquetear en los cristales. Parecían lágrimas, como las que ella estaba dejando ir. ¿Se detendría la fiesta? ¿Se detendría Lion? No podía mover los brazos; no dejaba que lo tocara. Solo podía escuchar y esperar a que el león hablara.
—¿Lion? —preguntó con voz débil—. Háblame claro, te lo ruego. Me estás haciendo sufrir...
—Me muero por ti, Cleo. Yo... me muero. No soporto la idea de haberte metido en esto. No soporto que te vean desnuda o que otros pretendan algo que solo puede ser para mí. Yo quiero que tú solo seas para mí. —La besó en el cuello con una adoración exquisita—. Te quiero, Cleo. Me duele que no pienses en mí, que no tengas consideración conmigo. Me lo has hecho pasar tan mal...
Cleo tragó saliva audiblemente e inclinó el rostro hacia el de Lion. ¿Lion la quería?
—Te quiero. Y quiero enviarte muy lejos de aquí... Protegerte y alejarte de todo este mundo oscuro en el que te has visto inmersa. Por mi culpa...
—¡No! Lion, yo... Soy una mujer adulta y tomo mis decisiones. He querido meterme en esto contigo; y no me arrepiento. Este mundo no me disgusta.
—¡Soy un amo! Mira dónde estamos... ¡Mira qué estoy haciendo contigo! ¡¿No me odias?!
—¿Odiarte? ¡¡No!! ¿Cómo puedo odiarte, Lion? —preguntó acongojada. ¿Cómo odiar cuando se amaba tantísimo?
—Cleo... —Su nombre era un ruego en sus labios—. Odio decirte esto aquí, pero ya no aguanto más; y tú me estás presionando demasiado, bruja —colocó sus caderas entre las piernas abiertas de ella y empujó hacia adentro—. Has jugado conmigo y con mi salud mental... Hoy por la mañana, en la mazmorra, me has quitado años de vida...
—Mírame, Lion... Por favor...
—¡No! —Le bajó las braguitas, rompiéndoselas, y se desabrochó el pantalón hasta sacar su erección de la constricción de los calzoncillos—. Quiero hacerlo ahora. Necesito estar dentro de ti... así.
—¿Quieres hacerlo?
—¡Ahora!
—Entonces, mírame.
—No quiero. Te miro a cada segundo, a cada minuto, a cada hora que pasa... Y pienso que soy un egoísta por alegrarme de que estés conmigo, de que pueda disfrutar de ti... —Con la mano amarrando las muñecas de ella hundió dos dedos de la otra en el interior de Cleo.
Ella abrió los ojos y sacudió la cabeza.
—Espera, nena... —La acarició, la masajeó. Esperó a que ella se humedeciera y empezó a estimularla—. Pero luego quiero alejarte, meterte en una maleta y enviarte de vuelta a Nueva Orleans. Con tu bicho bizco y tu comisaría. Al menos, allí estarías más segura y mejor. ¿Acaso no estoy loco?
—No, Lion... —lloró ella, cautivada por la sinceridad de su voz—. Déjame quedarme contigo. Déjame llegar al final...
—Chist... —Curvó los dedos en su interior y aprovechó para meter otro más y dilatarla. Disfrutó del sonido de dolor-placer de ella y, esta vez, sí la miró a la cara—. Si te quedas, te quedas con todas las consecuencias. Te quedas conmigo ahora y después.
Ambas miradas colisionaron: la de Cleo impresionada, y la de él decidida y desgarrada. ¿Después? ¿Se refería después de la misión?
—Esa boca... Esos ojos... —murmuró él, antes de dejar caer la cabeza y besarla con todas las fuerzas.
Cleo empezó a mover las caderas arriba y abajo, siguiendo la intrusión de los dedos. Las lenguas se batieron en duelo: se acariciaban, se empujaban la una contra otra. Los labios se mordían, se succionaban y se lamían para luego volver a empezar.
—Quiero tocarte. Déjame tocarte... Oh, por Dios, Lion... —Ese hombre le había dicho que quería estar con ella fuera del torneo. Increíble.
—No —le negó él muy estricto—. Tú has hecho que yo diga cosas que no quería decir. Ahora voy a controlarte.
Cleo sintió que se excitaba todavía más al oír aquellas palabras de Lion. ¿Orden o amenaza? Jolines, ¡qué sexy era! Definitivamente, le encantaba que jugara con ella de ese modo. Sintió que deslizaba su lengua por la piel expuesta que le dejaba el collar en su garganta, los hombros y su clavícula... Lamió la parte superior de sus pechos y después empezó a torturar los pezones.
—¿Sientes cómo se ponen duros? ¿Yo te pongo dura, Cleo? —La miró por encima de un pecho, mientras sacaba la lengua y azotaba el pezón húmedo—. Sería lo justo, porque tú me pones durísimo cada vez que estás cerca de mí, y te huelo... Tu olor me noquea: hueles a fruta.
Cleo levantó las caderas, transportada a un mundo de sensaciones y erotismo. Sus palabras, su voz, su declaración... «Me muero por ti». Y ella iba a morir por él si seguía tocándola así.
Entonces, notó que Lion sacaba los dedos de su interior y la tomaba en brazos, de golpe, para colocarla sobre la cama, de cara a la pared.
Cleo pensó que se había mareado, pero no. Solo había cambiado de ubicación, y estaba vacía entre las piernas.
—¿Lion? —le miró por encima del hombro—. ¿Vienes? —preguntó insegura.
Él sonrió con ternura, se quitó los pantalones bruscamente y subió a la cama tras ella. Acercó la bolsa de los juguetes y sacó las esposas para inmovilizarla a su espalda.
—No vas a hacer más tríos, Cleo. Nunca más —rugió en el oído. Le dio un azote sonoro en la nalga y otro entre las piernas. Cleo se mordió el labio y emitió un lamento erótico inconfundible—. Esto es mío. —Dejó la mano sobre su sexo, e introdujo tres dedos, poco a poco, hasta los nudillos.
—Lion... —cerró los ojos y apoyó la cabeza en el ancho hombro de su pareja. ¿Era su pareja? ¿Su pareja de verdad?
—Hubiera matado a Prince, brujita. —Le mordió el hombro y luego lo lamió—. Lo hubiera matado. Pensaba que había sido él quien te había poseído... Me destrozaste. Me volví loco al sentir que otro se movía dentro de ti. Hay amos y hombres a los que eso les puede gustar. A mí no.
—Ni a mí.
—No vuelvas a exponerte así nunca más. Me hiciste muchísimo daño, Cleo.
—No —lloró Cleo—. Perdóname, Lion. Lo siento... No sabía que te sentías así. No lo entendía..., me hacías creer otra cosa. No hablabas conmigo y...
—¡¿Y cómo crees que me sentía?! —La tomó del pelo y giró su rostro hacia el de él para darle un beso castigador—. ¿Cómo crees, eh?
—Ahora lo sé —susurró. Tenía los labios hinchados y el maquillaje corrido—. Antes no sabía nada. Ahora sí. Te importo. Me quieres.
—Sí —murmuró—. Me importas; y te quiero, preciosa. Bueno... ¿Te portarás bien a partir de ahora? ¿Tendrás en cuenta mis sentimientos?