—Bien. —La besó de nuevo en los labios, dejando que lenguas y dientes jugaran entre ellos; pero, mientras la tenía envuelta en el hechizo de su beso, se las arregló para tomarle las manos y colocárselas detrás de la espalda. No rompió el contacto de sus labios en ningún momento y aprovechó para atarle las muñecas con la misma cadena de la correa—. ¿La cadena te roza el tatuaje?
—No.
—Genial. Ven conmigo, leona —le dio un último beso en la nariz y tirando de su collar hizo que le siguiera hasta el interior de la suite—. Voy a domarte.
Cleo intentó mover los brazos, pero se dio cuenta de que si lo hacía, el collar de perro le echaba la cabeza hacia atrás. Vaya. Una buena inmovilización.
—Voy a seguir con tu doma. ¿Te parece bien? —Se sentó en la cama y colocó a Cleo entremedio de sus piernas abiertas—. Hemos perdido el ritmo. Primero voy a desnudarte poco a poco.
Llevó las manos a su falda. Le abrió la cremallera lateral y dejó que cayera por sus caderas. Apoyó la mano entera en su entrepierna, sobre sus braguitas, y suspiró.
—Dios... Me encanta que estés tan caliente. —La acarició levemente, mientras ella miraba en todo momento cómo la desvestía. Le quitó el precioso top negro con brillantina y, como no se lo podía sacar por la cabeza, lo hizo descender por sus caderas y lo retiró por las piernas. Después, desabrochó el sostén negro de copa, la atrajo hacia sí tirando de la cadena que unía cuello y muñecas y eso hizo que ella sacara pecho hacia adelante—. No me lo puedo creer... —ronroneó hundiendo el rostro entre sus pechos—. Llevas los aros constrictores.
—Mmm... —Cleo asintió, con las mejillas rojas de la excitación y húmedas de las lágrimas—. Me las puse porque no sabía qué iba a pasar esta noche en la cena; y pensé que si tenía que desnudarme, o jugar a algo, si veían que llevaba abalorios de estos, comprenderían que me estoy tomando en serio el torneo.
—El torneo empieza en serio mañana, nena. —La colocó atravesada boca abajo sobre sus piernas y le bajó las braguitas—. Hoy solo ha sido el calentamiento. Cuenta diez.
Cleo negó con la cabeza, incrédula. Su pelo caía como un manto rojo sobre el suelo. Deseaba aquello, pero no entendía por qué se lo hacía.
—¿Me vas a azotar?
—Dios, sí... Lo mereces. —Pasó su mano por sus nalgas y después se empapó los dedos con su humedad.
—¿Puedo preguntar por qué, señor?
—Cinco por desobedecerme y poner tu vida en peligro al venir aquí. Y cinco más por humillarme con el
FemDom
y ponerme un anillo en la polla. Son muy pocas comparadas con las que te deberían caer. Has sido tan jodidamente mala. Discúlpate.
—No me da la gana.
Lion se echó a reír.
—Lo suponía. Supongo que me lo merecí...
—Por supuesto que sí —contestó muy dignamente.
—Pero, ¿sabes qué, leona?
—¿Qué?
—Nunca me corro cuando intentan dominarme. No soy switch en absoluto. Pero tú lograste que me corriera como un mocoso con acné; así que te mereces que sea considerado contigo. ¿Te parece bien?
—Sí, señor. —Le parecía genial.
—Cuenta.
—¡Uno!
¡Plas! ¡Plas! ¡Plas!
—¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! —exclamó hundiendo el rostro en el gemelo de Lion—. ¡Cinco!
Las palmadas eran secas y muy estimulantes. Las hacía con los dedos cerrados y la palma ligeramente hueca.
Picaban, escocían. Y, después, cuando Lion pasaba la mano para calmar la piel, toda ella se calentaba y notaba la entrepierna palpitante y viva.
—¡Oh! Seis...
—Mira tu trasero. Se está poniendo rojo —el tono de reverencia era casi insultante—. Vamos a por la séptima.
—¡Siete! ¡Ocho!
Gemía y se quejaba, pero después... Después, la sensación de la piel al hormiguear, las caricias de King eran tan buenas y tan reconfortantes...
—¡Nueve! —
Wow
. Esta había sido muy fuerte.
—Y...
—¡Diez! ¡Au! ¡Señor! ¡Diez! ¡Diez! —movió el trasero de un lado al otro esperando que él la consolara. Las dos últimas habían sido más dolorosas. Y quemaban.
Entonces, llegó el calmante en forma de boca húmeda. Besó sus nalgas con delicadeza y pasó la lengua por las ronchas rojas. Cleo se clavó las uñas en las palmas y se contoneó sobre sus piernas, calmándose y convirtiéndose en lava ardiente en sus brazos.
Lion le abrió las nalgas con las manos y la besó ahí. ¡Justo ahí!
—¡Se-señor! —Echó el cuello hacia atrás, pero ya estaba perdida.
El agente Romano se estaba tomando su tiempo para estimular aquella zona, para lamerla y relajar aquel agujero fruncido trasero.
—Tranquila.
¿Tranquila? Esa sensación no la podía equiparar a nada. Ahí había miles de terminaciones nerviosas, y notar su lengua que intentaba... ¿Qué intentaba? ¡Oh, no! ¡Estaba entrando! Cleo puso los ojos en blanco y frotó su mejilla contra la dura pierna de Lion. Maldito Lion. Las cosas desvergonzadas que le hacía... ¡y qué bien!
—Dios...
—¿Te gusta, nena? —La estaba besando y lamiendo por todos lados, y le encantaba su sabor—. Sí que te gusta. Después de la disciplina inglesa, el
spanking
, toda la sangre ha ido a parar a tus dos lugares privados —le explicó mientras introducía dos dedos en su vagina y los sacudía muy adentro de ella—. Están muchísimo más sensibles y se pueden trabajar mucho mejor —introdujo un tercer dedo abriéndolos y cerrándolos todos para volverla más elástica y tocar todos los nervios de sus paredes. Cleo tomó aire y se estremeció cuando con los dedos dentro de ella, Lion siguió lamiendo y besando su oscuro agujero trasero.
—Hmmm...
—¿Hmmm? ¿Eso te gusta, nena? Contesta. —¡Zas! Una cachetada con los dedos cerrados en su nalga izquierda.
Cleo abrió los ojos y sintió cómo se cerraba en torno a él y cómo su lengua impedía que se relajara. ¡La Virgen!
—Sí, señor...
—¿Qué se dice, preciosa?
Cleo sonrió malignamente y murmuró algo por encima del hombro. Cuando el amo hacía algo que le gustaba debía agradecérselo.
—¿Mmmmás?
¡Zas! ¡Zas! Dos más intercaladas en cada cara de sus glúteos. Ella gritó y a la vez rio.
—¿Qué se dice, descarada? —Tiró de la cadena que unía sus manos y su cuello, y eso hizo que el tronco de Cleo se alzara. La besó en la mejilla.
—Gracias, señor.
—Buena chica. —Se levantó con ella sobre las piernas, la tomó en brazos y la colocó sobre el colchón, de rodillas—. Inclínate hacia abajo; eso es. Y apoya los hombros en la cama.
Estaba a dos patas, por no poder apoyar las manos ya que las tenía inmovilizadas a la espalda. Los hombros y el rostro, de lado, se pegaban a la colcha.
Cleo quería ver cómo él se desnudaba, porque se estaba desnudando. El sonido de la ropa al rozar su piel mientras se la quitaba, la cremallera del pantalón abrirse y deslizarse... Iba a entrar en combustión. Tragó saliva y esperó el siguiente movimiento de Lion.
—Debería haber matado a ese cabrón de Billy Bob —susurró subiéndose a la cama y acariciando las marcas de los latigazos con cuidado.
—Ya casi no se ven —repuso ella emocionada por su lamentación.
—Yo sí las veo; y me recuerda lo imbécil que fui. —Las besó una a una, como si pudiera borrar el recuerdo con sus besos. Pero no podía. Nadie podía.
—No... Fue un error. No te tortures. No fuiste tú quien me golpeó y me maltrató. No fuiste tú. —Dios, es que era tan rematadamente diferente... Con Lion estaba indefensa, atada y desnuda; abierta físicamente a él para recibir su placer, el placer de ambos. Con Billy Bob estuvo reducida, incapaz de defenderse bajo la fuerza de su látigo y de su odio hacia las mujeres. Lion la amaba y la veneraba. Billy Bob la odió y la maltrató violentamente—. Tú me salvaste de él.
Lion seguía besándola, murmurando todo tipo de palabras incoherentes y tiernas. Palabras de azúcar para los oídos de una mujer. ¿Cómo Lion podía decirle todo eso? Esa noche parecía que se estaba liberando de años de restricción emocional. Y, aun así, Cleo veía las capas que quedaban. ¿De verdad sentía cosas por ella? Eso cambiaba el aspecto de Lion a sus ojos radicalmente.
—¿Nena?
—¿Sí?
Él se mantuvo en silencio. Sin dejar de besarla, alargó el brazo y acercó su mochila de juguetes eróticos para sacar un
plug
anal negro. Un dilatador para su entrada trasera. Tenía una forma ensanchada en la parte baja y más delgada en la superior, y una base que impedía que fuera absorbido por completo.
—Los juegos se complicarán mañana. —Besó la parte inferior de su espalda—. Cada vez serán más intensos y, si no logramos encontrar los cofres, tendremos que someternos a un duelo.
—Lo sé.
—No acabé tu doma y tengo que preparar tu otra entrada. Si nos exigen una prueba de penetración anal, y es tu primera vez, lo pasarás mal. Y no quiero que sufras. —Acarició su espalda y besó sus muñecas encadenadas.
—Hazlo —movió el trasero alzado, de un lado al otro—. ¿Por qué has estado jugando con él sino?
Lion asintió feliz y más relajado. Que Cleo confiara en él de ese modo tan entregado le volvía loco y hacía que se enamorase más de ella.
—Está bien. —Llevó una mano a su zona delantera y empezó a mover los dedos y a acariciarle el botón hinchado de placer. Con la otra mano, untó el
plug
y el ano con lubricante.
—Huele a fresa.
—Es lubricante con sabor —explicó Lion barnizando el dilatador a conciencia—. Te dolerá, pero tienes que intentar relajarte y aceptarlo. Quiero que te acostumbres y que duermas con él.
—Eso no debe de ser muy bueno.
—Sano, seguro y consensuado, leona.
—Lo sé. —Aunque no entendía en qué podía beneficiar tener algo en el recto.
—Los músculos internos también deben de ejercitarse. Los romanos utilizaban mucho el sexo anal para no sufrir estreñimientos de ningún tipo y mantener esa zona de su cuerpo sana y en forma.
—Qué bien. Muy educativo, señor Romano.
Lion se carcajeó.
—Abre más las piernas, preciosa.
—Sí, señor.
Lion le abrió las nalgas con una mano y se concentró en introducir, milímetro a milímetro, el dilatador.
Cleo frunció el ceño y negó con la cabeza. ¡Qué va! ¡Ni hablar!
—Estás bien. Yo cuido de ti. Tienes que relajar esta zona. —Le palmeó las nalgas para que la sangre fuera a ese lugar y ella sintiera con más fuerza la penetración—. Lo estás haciendo bien. —Movió los dedos que tenía en su zona delantera y la estimuló acariciándola a un ritmo cadente—. Sí, así...
—No, espera... Acaríciame abajo —pidió mordiendo la colcha con los dientes.
—Sí, señora —bromeó él tomándole el clítoris con los dedos.
—Madre mía...
—Sí. Ya está a la mitad. Te queda la parte más gruesa.
—Ah, no.
—Ano, muy bien —murmuró él incorporándose encima de ella y pegando su torso a su espalda—. Estoy poseyendo tu ano. —Besó su hombro.
Cleo no podía ni reírse. Si lo hacía lo sentía justo ahí. No comprendía qué placer había en eso. Era doloroso. Parecía que se iba a partir en cualquier momento.
—La primera penetración duele. La bala vibradora que te puse en Nueva Orleans era mucho más pequeña. Esto es grande; tiene el grosor de un pene considerable. Tienes que obligar a que el anillo de músculos que te rodea se dilate y permita la invasión. Es un músculo duro, pero una vez entra, como ahora... —le metió todo el
plug
entero, hasta que solo quedó la base taponando ese orificio. Cleo gritó e intentó huir de sus brazos y él le rodeó la cintura para mantenerla en su lugar—..., y te acostumbras, deja de doler. Ya está. No lo voy a sacar, nena. Acéptalo.
—No, no, no... —murmuró casi llorando—. Voy a explotar.
—Chist, mira. —Lion le masajeó el trasero y se lo acarició con dulzura—. Son sensaciones. Se irán, nena. —Le pasó la mano por el vientre y, después, le acarició el clítoris—. Se irán —repitió retirándole el pelo rojo de la nuca para besarla ahí—. Nos quedamos así un rato, ¿vale?
Cleo asintió y sorbió por la nariz.
Lion se bebió sus lágrimas y la besó en los labios.
—Me pones como una moto, Cleo —le dijo en voz muy baja, solo para que ella lo oyera—. Como una jodida moto sin frenos. Odio que estés conmigo aquí pero, a la vez, me hace feliz tenerte aquí —sonrió con tristeza—. Soy un jodido egoísta. Si tuviera un par de huevos, ahora mismo estarías en un avión saliendo de las Islas Vírgenes. Seguramente, tú no querrías verme nunca más en tu vida. Pero prefiero eso, Cleo, a tener que soportar cómo otros babosos quieren lo que yo... Lo que es mío —gruñó posesivo—. Ni siquiera soporto que otros vean lo que te hago, ¿entiendes eso?
Cleo tenía los ojos muy abiertos, escuchando cada una de las confesiones de Lion. No se atrevía ni a moverse por tal de no romper ese hechizo turbador. Asintió con la cabeza.
—No quiero que me odies por hacerte estas cosas ni por involucrarte en esto. —Pegó su frente a su sien y la dejó largo rato ahí—. Esto me está volviendo loco. No deberías haber entrado en mi mundo así. Yo esperaba enseñártelo de otro modo...
Cuando Lion se dio cuenta de lo que había dicho, se quedó muy quieto.
Cleo no podía procesar esas palabras. ¿Que él quería enseñarle su mundo? ¿Desde cuándo? Y, ¿cómo? Nunca había hecho nada para acercarse a ella, ni ella a él. Solo se picaban el uno al otro.
—No lo entiendo... —repuso ella aturdida.
—Chist... Nada que entender. Nada en absoluto. Las cosas son así. Pero si acabas odiándome...
—No te odio.
—Antes has dicho que sí.
—Estaba enfadada. —Caía en el embrujo calmante de las manos de Lion, en su voz susurrante y encantadora de serpientes. Era increíble cómo ese enorme hombre podía ser tan dulce y cariñoso, tan sincero y honesto—. Pero no te odio, y... Si tengo que hacer estas cosas delante de más gente, prefiero hacerlas contigo. No estoy aquí porque quiero. Estoy aquí por Leslie... Pero que tú estés aquí conmigo... Que-que seas tú quien me toca así... De algún modo...