Amos y Mazmorras I (28 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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Así que cuanto antes marcara distancias, mucho mejor.
—No me engaño. Por eso, agente Romano —se permitió la licencia de recuperar las formas profesionales con él y dibujó una sonrisa de bruja por encima de su copa—, sabiendo que puede gustarme este mundo, en un futuro, sabré escoger un buen amo para mí. A lo mejor Magnus puede aprender.
—Claro —contestó despechado, con el rostro entre sombras de celos e incomprensión. Vació la copa de vino de golpe—, y a lo mejor los cerdos vuelan.
—De hecho, hay cerdos voladores en épocas de tornados.
Y el tornado que se avecinaría entre ellos iba a ser descomunal.
 
Capítulo 13

 

 

 

Los amos y los sumisos deben disfrutar el uno del otro y divertirse tanto dentro como fuera de la cama.

 

El
salón de la casa de Cleo, bajo la música baja con la letra implacable de
Broken Strings
de James Morrison y Nelly Furtado. Lion y su sumisa estaban el uno frente al otro.
Había una baraja de cartas de
Dragones y Mazmorras DS
dispuesta sobre la mesa.
Ahora comprobarían si el juego había quedado claro o no.
Lion barajó los naipes: todos tenían un dragón en la parte trasera. En la parte inferior había escrito:
Domines & Maitresses (Dragones y Mazmorras DS)
.
Lion había escenificado un posible duelo frente al Oráculo.
—Esta es nuestra prueba de fuego.
—¿Vamos a arder?
—Imagínate que no encontramos el cofre ese día.
—Sí.
—No hemos averiguado los acertijos; no sabemos dónde se halla la puta cajita y fracasamos.
—Ajá —escuchó concentrada.
—Deberemos ir a la mazmorra. Las mazmorras son los escenarios donde se desarrollan los duelos: donde se encuentra el Oráculo con sus cartas y donde esperan las Criaturas deseosas de que alguien la palme.
—Lo sé.
Los ojos oscuros de Lion la observaban fijamente.
—¿Estás asustada, agente?
—Para nada —replicó ella mirándole a su vez.
—Allí será diferente.
—No creo. Tengo a la criatura más mala de todas delante de mí.
Él detuvo sus movimientos e hizo un gesto desdeñoso con la boca.
—Me juzgas muy injustamente.
—Seguro —contestó incrédula—. Bueno, continúa.
—Bien —dispuso las cartas en tres pilas—. Una de objetos —la negra con el dragón rojo—, otra de modalidad de la prueba —la blanca con el dragón colorado—, y otra de duración de la prueba —la blanca con el dragón negro— y número de orgasmos —señaló cada pila correspondiente. Las abrió como un abanico—. Escoge.
Cleo se frotó las manos y escogió una carta del primer montón. El de objetos.
—Objetos —Lion sonrió malvadamente.
—¿Qué? ¿Cuál ha salido? —preguntó nerviosa.
—Las bolas chinas.
—Oh... —Agrandó los ojos—. Ooooh... ¿Bolas?
—Bolas. Escoge modalidad —Cleo lo hizo, y él giró la carta—.
Bondage
/suelo. Tendré que atarte.
—¿Atarme? —su voz sonó demasiado aguda—. Pffff... Vaya cosa.
Lion se relamía los bigotes, como haría el rey de la selva.
—La siguiente. —Hizo un gesto con la barbilla hacia el último montón en abanico—. Tiempo y número de orgasmos.
—Mmmm... —Cleo leyó lo que ponía—. Dos orgasmos en quince minutos.
Dos orgasmos en quince minutos, pensó. ¿Así, tan seguidos? Se frotó la nuca, con el cuerpo tenso y expectante.
—Esta es nuestra prueba hoy.—Preparó su reloj digital, dispuesto a cronometrar el ejercicio—. Vamos al jardín —estaba más que preparado para darle dos orgasmos a Cleo en solo un cuarto de hora—. Andando.
—Ah, ¿pero ya?
—Sí. —La tomó de la mano y la guió hasta el jardín.
Lion había recogido el jardín para ocultarlo un poco de miradas indiscretas. Escondió la mesa camilla en la caseta y descolló las dos barras, para dejarlas apoyadas en el muro separador.
El atardecer caía sobre ellos. Los tonos naranjas y rojos dotaban a su particular mazmorra de un extraño y mágico misticismo.
—Ven. —El rostro de Lion era el de Lion King. El amo. Ahora se centraría en su cuerpo, en su placer, y en su dolor; y la haría estallar—. Voy a desnudarte.
Cleo obedeció y dio dos pasos hasta colocarse ante él, con los cuerpos rozándose. Después de la comida que habían tenido, después de las provocaciones de él y las contestaciones impertinentes de ella... Ahora tenían que verse otra vez las caras y los cuerpos.
Aquello era demasiado subyugante e incomprensible para ella; pero comprendió que por mucho que luchara, nada la podría apartar del deseo de complacerle y volverlo loco.
Porque Lion controlaba, pero enloquecía con su cuerpo y su sumisión. Entonces, en ese momento de entrega, él se arrancaba la máscara y se entregaba a ella.
—¿Puedes desnudarte tú también?
Lion sonrió dulcemente.
—No, esto es para ti. Todo es para ti, Cleo.
—Me gustaría que te desnudaras.
Recortado tras la luz del crepúsculo, él era el caballero oscuro que siempre deseó, el héroe atormentado.
Lion achicó sus ojazos añiles y alzó la ceja partida.
Su Cleo le pedía que se desnudara con ella. Pero si lo hacía, si él cedía a ese ruego, entonces ya nada podría detenerle. Cleo sería de él en todos los sentidos. Y ella no estaba preparada para su dominación total.
No obstante, después de instruirla en esos días, debían acostarse: debía penetrarla y comprobar qué tal se movían juntos.
«¿Qué tal?», se repitió. De puta madre. Cleo le mataría; lo succionaría y lo vaciaría en nada, y su control se iría al garete. Desvelaría todo el pastel ante ella y Cleo tendría más poder sobre él que nadie.
¿Pero acaso no era ese el verdadero rol del amo? Su mujer siempre tendría poder sobre él. Aun así, en misión, no debía mezclar sus sentimientos. Eso podría ponerles en peligro a ambos.
Si seguía manteniendo las distancias, todavía podría controlar las riendas. Porque, ¿cómo hacer el amor con Cleo sin demostrarle lo mucho que le importaba?
—Este es mi regalo para ti, Cleo. Por haberte torturado esta tarde y habértelo hecho pasar mal. —Levantó las manos y la tomó del rostro—. Todo para ti.
—No ha sido malo, Lion. —Lo tranquilizó asombrada por su aflicción—. Solo... Un poco demasiado intenso.
—No importa. Voy a escucharte como amo, ¿de acuerdo? El crono ya está corriendo.
—Sí, bien —asintió. Pero ella quería desnudarle y Lion no la iba a dejar—. Entonces, no me desnudes a mí tampoco. Llevo vestido. Solo tienes que bajarme las braguitas asesinas y ya está.
Él inclinó el cuello hacia atrás y sonrió al cielo, maravillándose de lo práctica que era. Coló las manos por debajo de su falda y deslizó las braguitas hasta sus tobillos. Por favor, ella estaba muy mojada, por la estimulación casi continua del vibrador.
—No te muevas —le advirtió él.
—No pienso irme a ninguna parte.
Lion entró en la caseta; y después de remover lo que fuera que escudriñara en sus bolsas de sado, salió con unas cuerdas en una mano, y unas bolas chinas, bastante gruesas, de color plata en la otra.
Cleo se relamió los labios y esperó bajo la luz del atardecer, con su pelo rojo bien recogido en un moño alto, el flequillo que cubría parte de sus ojos rasgados verdes y una mirada llena de promesas y expectativas.
Lion sintió un puñetazo al verla con el vestidito negro y las manos entrelazadas detrás de la espalda, como una niña buena.
Sí. La ataría así.
—Date la vuelta —le pidió tomándola de los hombros. Le ató las manos a la espalda mediante un nudo de trébol, y después, tirando del extremo de la cuerda, la obligó a arrodillarse.
Con las rodillas en el suelo, Cleo sintió las manos de Lion que la empujaban sobre la hierba hasta que apoyó los hombros por completo en ella. Sintió el frescor en sus nalgas cuando le levantó la falda y disfrutó de la cachetada cariñosa que le propinó, acompañada de la caricia calmante. Adoraba aquello.
Duro y suave.
Malo y bueno.
Lion. King.
—Las bolas están frías, Cleo —le dijo él suavemente—, pero tú estás ardiendo aquí abajo. Son un poco gruesas, pero las acogerás bien.
—¿Cuánto queda? —preguntó con la mejilla izquierda apoyada en la hierba.
—Diez minutos.
—Entonces, deberías empezar, señor.
Lion le acarició el trasero y, después, su entrepierna empapada. Se aprovechó de sus jugos para untar las bolas chinas y, poco a poco, muy lentamente, las deslizó en su interior. Lion estaba perplejo por la forma rosada y elástica de Cleo; aun así, era estrecha y se notaba en el modo en que la primera bola estiraba su piel.
—¿Te duele, Cleo?
—Un poco... Están frías...
—Sí, ya te lo he dicho. —Tocó sus piernas para que las abriera más—. Eso es... —Mientras Cleo aceptaba la primera bola, él llevó la otra mano a su parte delantera y empezó a frotarla entre las piernas.
Cleo frunció el ceño al notar que su útero se contraía por las caricias y aprisionaba las bolas, notándolas más grandes y pesadas. Se imaginó que en vez de las bolas era el miembro de Lion, que la tomaba por fin, y su motor empezó a calentarse.
—¿Va el primero, Cleo? —preguntó sonriente—. Eres una máquina, nena.
—Lion...
—Chist. Solo tienes que dejarte ir —¡
Plas
! Metió la segunda bola sin dejar de acariciar su clítoris—. Vamos, Cleo. —Se inclinó sobre ella de modo que empujaba las bolas en su interior, la frotaba por delante y pegaba su torso a su espalda, como si fuera él quien la montara—. Venga, Cleo. —La animó rozándole la garganta con los labios, sepultándola con su cuerpo.
Cleo gimió y hundió los dedos en la hierba cuando el primer orgasmo la agarró.
—Cuatro minutos y te queda uno. Si no lo haces, las criaturas estarán deseosas de tenerte, Cleo, y yo me volveré loco pensando en que algunos de esos te toque —Lion se incorporó un poco y con sabiduría, empezó a impulsar las bolas con su propio paquete, moviéndolo hacia adelante y hacia atrás, sin dejar de hacer presión. Las tres bolas estaban adentro. Se fijó en sus nalgas. Tenía un culo estupendo. Clavó sus ojos en el orificio fruncido de atrás, y su erección se agrandó en el interior de sus calzoncillos—. ¿Alguna vez te han tomado por atrás?
Cleo escuchó «tomar por atrás», y por poco convulsiona sobre el césped. No. Nunca lo había hecho. Negó con la cabeza.
—Tengo que prepararte para eso, Cleo. En el torneo...
—Haz lo que tengas que hacer —musitó con los labios hinchados por mordérselos. Estaba harta de que justificara todo lo que iba a hacer con ella solo porque lo mandara el torneo. A lo mejor, era él quien deseaba hacerlo y no las normas del rol. ¿Sería así?
—No ahora. Puede que mañana, o esta noche. —Siguió frotándola por delante y se empapó de sus jugos, humedeciendo sus dedos—. Pero voy a jugar un poquito por aquí... Tres minutos Cleo.
—Hazlo —rugió ella intentando incorporarse; pero no podía porque tenía las manos atadas a la espalda. ¿Por qué le gustaba sentirse así? Completamente dominada por un hombre: así estaba. Porque sabía que si le decía a Lion que la dejara, que no quería continuar, él la respetaría. Por eso. Y aunque la tenía sometida, podía confiar en él.
Lion llevó sus dedos húmedos y empapó su ano con ellos. Las bolas seguían entrando y saliendo por la parte frontal. A Cleo le faltaba un orgasmo, ¡o se la llevarían las Criaturas! Necesitaba otro estímulo que volviera a lanzarla por las nubes. Poco a poco, Lion introdujo la punta del dedo gordo en el diminuto orificio, moviéndolo, rotándolo.
Empujó con las caderas; las bolas desaparecieron por completo en su interior y, entonces, aprovechó su gemido de placer para introducir la primera falange del pulgar en su interior. Cleo abrió los ojos y la boca y emitió un alarido de éxtasis.
—Oh, por Dios... —sollozó.
—Oh, Señor... —Lion se avergonzó cuando sintió que él mismo se estaba corriendo con ella. Cleo minaba toda su resolución de mantenerse al margen. Era la primera vez que se corría encima, sin ningún control sobre su cuerpo—. Nena... Eso es... ¡Que se jodan las Criaturas!—Cubrió su parte delantera con la palma, apretándola y haciéndole sentir sus estremecimientos en los más profundo de su vagina; mientras, apoyaba toda su entrepierna en la entrada de Cleo, manteniendo las bolas dentro.
Se quedaron derrumbados el uno encima del otro, disfrutando de la presión en silencio.
Para cuando ambos pudieron calmarse y recomponerse, y salir del jardín para ducharse, ya había anochecido.
Prueba superada.

 

 

 

—Quiero que lleves esto dentro. Para que esa parte de tu cuerpo se acostumbre a la invasión. Es muy pequeño —decía Lion mientras le introducía una pequeña bala remota en el ano.
Se acababan de duchar. Cleo se apoyaba en el espejo, mirando el reflejo de ambos. Ella usaba de nuevo un vestido, corto y liviano, de color blanco, estilo ibizenco. Él, solo con los tejanos desabrochados, y las zapatillas de surf de vestir.
—¿Te estarás quietecito con el anillo?
—Ya veremos... —murmuró con malicia.
—Eres como Gollum con su tesoro.
—Soy Frodo, nena. Solo yo tengo el temple suficiente para no abusar de su poder.
La besó en el hombro cuando el aparatito desapareció en su interior, y tomó la toalla para acabar de secarse el pelo.
¿Por qué le daba besos? ¿Por qué la desarmaba con su ternura? Cleo no comprendía qué estaba haciendo con ella. ¿Solo la instruía o había algo más?
—Tenemos que hacer una colada —anunció él repasándola de arriba abajo—. Has echado a perder mis pantalones.
—¿Qué quieres, machote? Soy así de irresistible —Se encogió de hombros al tiempo que untaba sus labios de cacao—. Esta noche haremos una.
Ding dong
.
—¿Esperas visita? —preguntó él masajeándose el pelo húmedo con la toalla.

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