Amos y Mazmorras I (37 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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Lion nunca había bailado con ella. No sabía cómo bailaba. Pero Sharon se había encargado de asegurarle que lo hacía muy bien.
Zorra. ¡Zorra!
—Conoces muy bien a Sharon, señor —repuso ella, observando cómo trabajaba Lion colocando la cuerda por el arnés de la rama del árbol. ¿Cuándo lo había puesto ahí? Claro, olvidaba que Lion había hecho de su jardín chill out, una mazmorra de dominación y sumisión—. Prince también lo cree.
—¡Prince es imbécil, Cleo! —le gritó—. Y tú tonta por creer lo que dice. Ese hombre no vería la verdad ni aunque le pateara el culo. Está ciego...
—Él piensa más o menos lo mismo de ti, aunque algo peor.
—¿Y tú le crees?
—Yo tampoco pienso demasiado bien de ti, señor.
—Le crees —gruñó decepcionado—. Crees de verdad que me voy metiendo en camas ajenas... Increíble. Puede que tenga gustos distintos en cuanto al sexo, pero no soy de ese tipo de hombres, Cleo.
—¿Ah no?
Lion hundió los hombros, de espaldas a ella. No podía ser que Cleo pensara que era tan hijo de puta. Se había portado mal con ella esa tarde; y ahora estaba pagando el recibo.
Tiró de los extremos de las cuerdas para afianzar su sujeción. La miró y le dijo con dureza:
—Ven aquí.
Cleo no se echaría atrás. Dio un paso y se colocó donde él pedía.
Lion la desvistió hasta dejarla en braguitas, medias y ligas. Le alzó los brazos por encima de la cabeza hasta atar sus muñecas con la cuerda.
—¿Tienes miedo? —le preguntó intentando tranquilizarse.
—No me das miedo, Lion. Tú eres responsable de tus actos, señor. Y yo he accedido a participar en esto contigo. No me pienso echar atrás. Si la doma tiene que ser así, que así sea.
—¿Crees...? —Inhaló, apretando los dientes, como si no creyera su actitud—. ¿Crees que de verdad te podría hacer daño?
«Ya me has hecho daño, Lion», reconoció a punto de derrumbarse. Sabía que él nunca la dañaría físicamente. Lo que iba a hacerle solo sería una estimulación para luego someterla al placer. Los azotes sexuales no le daban miedo.
No le contestó y se quedó callada, ambos midiéndose con los ojos.
—Odias a Prince, pero me llevaste a su local para ver si le escogía como amo. Me ofreciste a él al principio —le recordó herida—. ¿Y ahora te pones así porque he bailado con él?
Lion le ató las muñecas con la cuerda, sin sujetarla ni apretarla demasiado fuerte, para asegurarse de que la circulación corría perfectamente.
—Me pongo así porque has expuesto tus emociones ante un montón de gente que puede que nos encontremos en el torneo. Me pongo así —repitió tirando de la cuerda con la polea y alzándola dos palmos por encima del césped—, porque has puesto en riesgo nuestra misión. ¿Sabes la de gente que ahora querrá retarnos o querrá eliminarme para quedarse contigo? Los amos buscan sumisas, ¿comprendes? Sharon sabrá cómo dirigir los duelos y disfrutará poniéndonos en situaciones comprometidas. Yo no podré protegerte con tantos frentes abiertos, ¿no lo entiendes? Y nuestro objetivo es llegar a la final, Cleo. Se trataba de dar una imagen de unidad y no de constante desafío. La has jodido, Cleo. Soy el amo más fuerte. E irán todos a por nosotros —se lamentó.
Cleo asumió su parte de culpa. Lion tenía razón: las emociones se le habían ido de las manos. Él podía fingir y actuar porque no sentía nada por ella; pero ella no podía comportarse así, como si no sucediera nada.
Le dolía su rechazo.
Le hacía daño verlo bailar con Sharon.
Y lo peor: enfermaba si pensaba en él compartiendo lecho y juegos con ella, una mujer del mundo BDSM que era una cabeza importante en
Dragones y Mazmorras DS
y que podía estar relacionada con la desaparición de Leslie y la muerte de Clint.
—¿Te has acostado con Sharon? —se lo preguntó de golpe, con voz monótona, sin pensar siquiera.
—Sharon está en el BDSM desde hace años. Es una domina importante, Cleo. Y es un reclamo para el torneo, por eso está ahí como Reina de las Arañas —explicó cansado.
—No me has contestado.
—No te mereces mi contestación después de lo que me has hecho esta noche —replicó seco.
Cleo se mordió el labio inferior, reteniendo sus palabras, pero no pudo.
—¡Sharon podría estar involucrada en la desaparición de Leslie! —gritó perdiendo la calma, colgada de la cuerda.
—Ella no tiene nada que ver con eso —contestó llanamente—. He bailado con ella para preguntarle por su visita a Nueva York en el local en el que estuvieron Leslie y Clint aquella noche. Sharon jugó con los roleadores, pero estuvo solo una hora con ellos. Llegó, jugó y se fue antes de que Clint y Leslie entraran en escena.
—¡¿Cómo lo sabes?! ¡¿Por qué la crees?! ¡¿Por qué la defiendes?!
—Porque Sharon no es una sádica, Cleo. Ella puede ser una mujer dura y fría, pero no es una jodida psicópata asesina. La utilizan para un fin, como a casi todos los demás. Y nuestro trabajo es averiguar quién es consciente de lo que están haciendo con algunos sumisos y quién no. Debemos encontrar la manzana podrida. Pero tenemos que hacerlo con disimulo, joder, no a base de numeritos y llamando la atención como esta noche.
¿Numeritos? ¡Aquello era el colmo!
—¡Tú me has sacado de la mansión a rastras! ¡Tú debiste aclararme qué querías de mí y cómo debía comportarme! ¡Eres el agente al cargo y tienes que avisarme de esas cosas, Romano! ¡Debiste darme el motivo por el que fuimos a esa maldita fiesta!
—Por tu disciplina —contestó nervioso.
—¡No! ¡No es verdad! ¡Debiste decirme que querías encontrarte con la Reina, que ella acudiría a esa última fiesta antes del torneo! ¡Y no lo has hecho!
—¡No lo he hecho porque no sabes controlarte, Cleo! ¡Sé lo que piensas de Sharon! ¡La quieres ver como a una villana!, pero no puedes confundirte y no me puedo arriesgar a que lo eches todo a perder con tu temperamento! Llevo un año metido en el rol, Cleo. ¡Sé lo que hay! ¡Sé que no tienen ni puta idea de lo que ocurre! ¡Por eso estamos infiltrados, para ver perfiles e investigar cosas, Cleo! —exclamó tomándole de la cintura y zarandeándola—. ¡Por eso no te he dicho nada!
—¡Me has mentido! ¡Mentiroso! —La fiesta daba igual. Que conociera íntimamente o no a la Reina daba igual. Le había mentido. La había utilizado, se había acostado con ella... Toda su rabia venía de ahí.
Cleo apretó los labios y, de repente, necesitó que él la castigara. Necesitó concentrarse en algo que la estimulara, en algo que la calmara e hiciera que sacara toda la furia que arrollaba sus sentidos.
Lion la estaba volviendo loca. Y Lion tenía razón en muchas cosas, en otras no.
Necesitaban el torneo.
Necesitaban centrarse en la misión.
No podían pasar más tiempo juntos de ese modo, porque uno de los dos acabaría muy mal. Y Cleo tenía todos los números.
Lion se quitó la camisa y la pajarita, y se descalzó, quedándose solo en pantalones negros y con el antifaz blanco en su rostro.
—No vuelvas a llamarme mentiroso —pidió educadamente, mientras la hacía rodar en la cuerda.
Cleo sonrió, de vuelta de todo.
—¡¿Por qué no?! ¡Me has mentido! —gritó dando vueltas.
—¿Estamos hablando de la Reina o de otra cosa, Cleo? —La detuvo por las caderas desnudas.
—Si te lo tengo que explicar, señor, es que no has estado atento. —Le echó en cara sus propias palabras—. ¡Venga, dame, Lion! ¡Lo estás deseando! —le provocó.
Lion se pasó la mano por la cabeza rapada. Cleo no tenía ni idea de lo que él quería hacerle. El dolor no tenía nada que ver. Lo que quería era poseerla y echarla a perder para otros. Marcarla hasta que Prince y el mundo entero supieran que Cleo le pertenecía. Que estaba con él y que la reclamaría después del torneo; no antes ni durante.
Corrió al salón, abrió el armario blanco que había al lado de la tele y cogió el rollo de cinta aislante plateada. Si Cleo seguía despotricando, la oirían los vecinos; y él no era inmune a sus palabras. Le afectaban.
Salió de nuevo y se colocó enfrente de ella. Cortó un trozo de cinta.
—¿Me vas a poner eso porque no quieres que me oigan gritar, señor? —dijo con malicia—. Puedes darme tan fuerte como quieras. Cuanto más fuerte, mejor para ti, ¿verdad? Sé que las caricias y la ternura te aburren; y no queremos que te quedes dormido en medio de un castigo. Dios no lo quiera... —Dramatizó dándole donde más le dolía.
—No... No es verdad —replicó ofendido—. Te repito que nunca te haría daño. No pego, no golpeo, no marco a las mujeres, Cleo. No me confundas con uno de esos —pidió sintiéndose culpable por las acusaciones de la joven—. Pero no quiero seguir escuchando cómo me insultas. Si te pongo la cinta no podrás decir la palabra de seguridad; pero te daré esto...
—Antes me muero, que decirla y dejar que ganes. No temas por mí...
—Temo por ti y por mí. Por los dos, Cleo. Esto no es un juego, no es una competición entre tú y yo. —Le puso una pelota de goma roja, que había sacado de la bolsa, entre las manos húmedas y frías. Él las tenía igual—. Si la tiras al suelo, dejaré el castigo y te desataré. Has aceptado ser mi sumisa este tiempo. Esto implica serlo. —Señaló el árbol y su cuerpo desnudo—. No te haré daño, te lo prometo... Solo lo justo para que pique, escueza y te guste. Pero no te correrás. Los castigos implican sumisión; y muchos no merecen orgasmos.
—¿Crees que me importa? Ten clara una cosa: estoy aquí no porque me obligues, no porque seas mi tutor... Si he hecho algo malo de verdad, asumiré el castigo porque me estás formando; pero lo haré porque así lo decido yo, no porque a ti te plazca. Nadie me va a obligar nunca a recibir algo que no quiero recibir.
—Esa es la base del DS. Me alegra ver que lo entiendes por fin. ¿Debo suponer que deseas la azotaina?
—Tú no puedes hacerme daño, Lion. Y tus flagelaciones son inofensivas. Así que hazlo de una vez y deja de darme explicaciones. ¡Venga! —le gritó acongojada.
Lion hundió los hombros y clavó la mirada atormentada en el suelo.
—No. Puede que no me entiendas...
—No. No te entiendo. Y no me interesa hacerlo. Ya no —disfrutó del efecto que tuvieron esas dos últimas palabras en su pose—. Entonces, como desee el señor. —Acercó el rostro a la cinta—. Cúbreme la boca; así no tendrás que escuchar a tu conciencia hablar sobre lo cerdo y cruel que has sido conmigo, agente Romano. Estoy lista. ¡Márcame de verdad!
Lion sacudió la cabeza y le cubrió los labios con la cinta.
Dio un paso atrás. Estudió que las cuerdas estuvieran bien sujetas y que no le hirieran la piel. Vigiló que la cinta no se enredara en ningún pelo.
¿Cómo podía Cleo pensar que él la azotaría con fuerza y crueldad? Un amo de verdad nunca dañaría a propósito a su mujer. Nunca. Sus azotes iban destinados a motivar y a ejercitar. No a herir. Su dominación y su sumisión no tenían inclinaciones sadomasoquistas. Ni las tendría jamás.
Con la cinta plateada, el antifaz rojo, las braguitas y las ligas, colgada como si se sacrificara como una ofrenda a los dioses, era la mujer más hermosa y cautivadora que había visto nunca. Lo esclavizaba.
Lion tuvo ganas de clavarse de rodillas ante ella y entregarle la fusta y el
flogger
. Todo.
Le temblaban las manos, el pecho le dolía y el corazón amenazaba con salírsele por la boca.
Exhaló y, obligándose a calmarse, le dijo:
—Necesito calmarme. No doy castigos cuando estoy enfadado —se frotó la cara con las manos—. Dame cinco minutos. Ahora vengo.
Lion salió del jardín y de la casa hasta sentarse en el porche delantero. Forzándose a sosegarse, se cogió la cabeza con ambas manos y apoyó los codos en sus rodillas.
Lamentaba lo que estaba pasando entre ellos. Todo se le estaba yendo de las manos. Cuando accedió a tomar el caso y después a trabajar con Cleo se imaginó las cosas de otro modo. Se imaginó a Cleo riendo y pasándolo bien con él, introduciéndola en el mundo de la doma de manera amable, no así.
Y no era así porque, al final, todo lo que sentía por ella había estallado en sus narices. Como la noche anterior.
Y ella se sentía utilizada y ultrajada. Y con razón.
Se calmaría, le hablaría lo mejor que pudiera, intentaría calmarla y decirle la verdad de por qué había decidido ser amo e instruirla a ella.
Y después de todo, solo Cleo decidiría.
Necesitaba caminar. Daría una vuelta a la manzana y regresaría. Nunca pondría la mano encima a Cleo si estaba enfadado.
Tenía principios y le habían educado bien.

 

 

 

Cleo se mecía de un lado al otro del árbol. Lion acababa de dejarla sola, atada y amordazada a una de las ramas de su platanero.
Lloraba en silencio. Las lágrimas se deslizaban por su máscara y sus mejillas húmedas.
Eso era lo que sucedía cuando sentías algo por alguien y no eras correspondida del mismo modo: que se producían enfrentamientos.
Pero tenía derecho a una pataleta. Lion lo había hecho muy mal. Él no sabía lo que ella había descubierto: le quería.
La noche anterior se lo había dicho; pero él no se acordaba de nada, el muy desgraciado.
Un ruido al lado de la casita de los trastos y la lavadora llamó su atención.
«Ya están los gatos otra vez», pensó...
Pero uno de los paneles del muro de madera macizo se movió y se abrió de abajo a arriba por completo. A través del hueco del panel apareció un hombre rubio, vestido de etiqueta, con una máscara azul y una sonrisa en los labios hermosa y sin alma.
Cleo abrió los ojos de par en par; no se podía creer lo que estaba viendo. Se meció en la cuerda de lado a lado.
Era Billy Bob, cara de ángel. Alto, fuerte, musculoso, guapo, libre, malvado y enfermo.
Había estado en la fiesta; por eso tenía la sensación de que alguien la vigilaba; por eso él llevaba máscara. Y no era la primera vez que estaba en su casa, porque ese era uno de los paneles que no se fijaba bien. Cleo había creído que era por la intrusión de los gatos, ya que había surcos en el suelo, como agujeros escarbados, pero el único gato malvado que había entrado en su jardín era Billy Bob. Y tenía ganas de vengarse.

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