Amos y Mazmorras I (19 page)

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
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Fue demasiado rápido y fulminante. Lo sentía demasiado intenso.
Notó su lengua y ¡
boom
!, Cleo se elevó al séptimo cielo, corriéndose a una velocidad de vértigo.
Lion asintió orgulloso de ella y complacido por su respuesta, mientras seguía besándola y lamiéndola.
Al parecer, él creía que era el fin del mundo, y que ella era un maldito salvavidas. Le apresó las piernas con fuerza y empezó a succionarla de arriba a abajo. Golpeó el clítoris con su suave lengua y después la internó en su cavidad. Las paredes de Cleo se estrechaban y temblaba, bajo su inspección.
—Sabes muy bien... —murmuró sobre su entrada.
Cleo sintió la voz del amo entrar por su útero y llegarle al estómago, reverberando como un eco en su interior. Se había corrido una vez y se correría otra más.
Bamboleó las caderas arriba y abajo y dejó caer el cuello hacia atrás. Nunca se había sentido así. Había tenido sexo oral otras veces, pero Lion era..., era... No tenía palabras para describirlo. Puede que los azotes la hubieran hipersensibilizado, pero, después de la zurra, notar algo tan suave como su lengua, tan plástica y elástica, y con esa textura tan especial, la volvió loca.
Le agarró de la cabeza con las dos manos y lo mantuvo en el lugar que ella necesitaba.
Lion no se movió de ahí. La fustigaba con su lengua y los labios y después la mordía cariñosamente con los dientes; absorbió sus labios exteriores, primero el derecho y después el izquierdo y, a continuación, empezó a hacer el mismo recorrido que al inicio.
Lo tenía todo estudiado. La quería martirizar.
Fue en una de las profundas inmersiones de su lengua cuando Cleo volvió a correrse en su boca; mientras, él seguía mimándola como solo un amo podía hacer después de un castigo.
Si esa era la recompensa por sufrir su disciplina, ese mismo día le diría que era feo, bizco y un nazi unas veinte veces.

 

 

 

Pero sus atenciones no acabaron ahí. Después de correrse una vez más, Lion tomó lo que quedaba de ella y los metió a ambos en el jacuzzi. El agua estaba fría, así que activó las burbujas y colocó a Cleo entre sus piernas para darle un masaje lleno de jabón sobre los hombros doloridos y la espalda irritada.
Permanecieron en silencio mientras él cuidaba de ella.
—Gracias, señor —dijo realmente agradecida.
Lion la besó en la nuca y pasó las manos por la parte baja de su espalda para luego recorrer las nalgas con los dedos.
—¿Cómo está tu trasero?
—Mejor. El agua me calma.
—Le he añadido sales de baño calmantes. Después, cuando salgamos de aquí, te daré un masaje con una loción especial para que tu piel se restablezca. Está hecha de hojas de encina.
—Eres un detallista —susurró cerrando los ojos—. ¿También sabes dar masajes, señor?
—Sé hacer de todo —murmuró juguetón—. Ya sé como está tu pompis... ¿Y tú, Cleo, cómo te encuentras?
—Mmm... Increíblemente bien. Es como si hubiese corrido una maratón. Ahora me siento tan cansada y maleable... —suspiró—. Pero feliz. Esto de tener un amo no es mala idea —bromeó jugando con el agua entre sus dedos—. Podría dejar que me castigaran si después tengo todo esto.
Un pensamiento cruzó la mente de Lion. Cleo estaría con él como amo mientras durase la misión. Los supervisores coincidían en que el modo de finalizar el caso era en el torneo, una vez entraran en el círculo de los Villanos; pero eso implicaba que estuvieran juntos solo hasta la finalización del caso. El comentario de Cleo no le gustó. Sugería que ella pudiera elegir a otro amo después de que todo finalizase.
Con amargura dijo:
—Hay castigos que no tienen recompensa. Hay castigos disciplinarios que no acaban en orgasmos. Pero yo prefiero que acaben así. Es mucho mejor para ambos.
Cleo se apoyó sobre su pecho. Estaba bien y era correcto estar así con él. Ambos tenían una misión que cumplir y se iban a conocer mejor que nadie; así que intimar a esos niveles no era inadecuado.
—Creo que me quedaría hecha polvo si alguien me castigara como tú lo has hecho y después no me consolara.
—Hay amos muy crueles, Cleo. Pero las sumisas que ellos buscan son muy sumisas, y aceptan lo que ellos les hagan porque es lo que necesitan.
—Sí. Sí..., ya lo sé.
—Nadie está con un amo por obligación.
—Excepto... Excepto las mujeres con las que puedan traficar utilizando el torneo de BDSM. Puede que no todas, pero se las está obligando a estar ahí, y algunas han perdido incluso la vida.
—Exacto. Quedan cuatro días, Cleo —moldeó sus nalgas y las abrió para que las burbujas golpearan justo en esa zona—. Y quedan cosas por aprender.
—Oye... —se tensó divertida—. Eso hace cosquillas. ¿Sabes? Es la primera vez que utilizo el jacuzzi con otra persona.
—¿En serio?
Él soltó una carcajada mientras la colocaba sobre un chorro de agua.
—Vamos a por el cuarto, nena.
 
Capítulo 9

 

 

 

La base de toda buena relación entre amos y sumisas es la confianza. Las mentiras lo destruyen todo por ambas partes.

 

Aquel
día por la tarde, Lion le explicó que saldrían a conectarse a Internet y ver si había algún mensaje de la organización del torneo. Él se conectaba siempre desde locales habilitados, porque estaba demostrado que los organizadores tenían
hackers
informáticos, y no le interesaba que nadie supiera la IP de su ordenador pr.
Después de eso le indicó que ella llevaría bajo el sostén unas pinzas para pezones.
Por tanto, después del jacuzzi, el cuarto orgasmo y el masaje; después de comer y de seguir estudiando las instrucciones del juego y aprendérselas de memoria, Lion se dispuso a ponerle unos aros de acero en cada pezón.
Cleo estaba de pie ante él, ambos en la habitación.
Lion se había vestido con un pantalón tejano desgastado azul claro y una camiseta blanca de manga corta y con cuello de pico. Llevaba unas zapatillas de piel descubiertas, estilo surferas, pero de vestir.
Cleo vestía con una minifalda de flores estampadas rojas, amarillas y violetas. Solo eso. Tenía los pechos al aire y aún no se había calzado.
La diferencia de tamaño entre ellos saltaba a la vista.
La joven lo miraba como si fuera el mismísimo diablo. Vamos, que de haber podido hubiera saltado por la ventana. ¿Le iba a oprimir sus pezoncillos con eso? Se estremeció.
—No los vas a llevar mucho tiempo. Solo una hora. Después de llegar al local wifi y revisar mi bandeja de entrada del foro, iremos un momento al baño y te los quitaré.
—¿Iremos un momento al baño? ¿Hay un baño público mixto que yo no conozca?
—No —negó con la cabeza—. Entraremos al de señoras y nos encerraremos para que yo te pueda desprender de ellos.
—Eso es un delito: escándalo público. Soy una agente de la ley, señor, que repentinamente está de vacaciones...
Lion se paró ante ella, con la palma hacia arriba y los aros constrictivos relucientes y perversos ante ella.
—Calla, cotorra. Hay muchos tipos de pinzas para pezones. —Le dijo, acariciando su pezón rosado con el pulgar y el índice.
—Hum... —Cleo apretó los labios, prohibiéndose el gemir.
—¿Te gusta que te toque los pechos?
—¿Tú qué crees, señor?
Lion sonrió y se los acarició solo para provocarla y ver cómo la piel se le erizaba y los pezones se le ponían de punta.
—Quiero que me contestes.
Cleo deseó darle un pisotón.
—Sí, señor. Me gusta que me toques los pezones.
—Y a mí me gusta tocártelos —reconoció, agradeciendo su sinceridad—. Las pinzas... —no quería irse del hilo de la instrucción, así que prosiguió—: están las de este tipo, que son aros que se pueden ajustar según el tamaño del pezón y según la resistencia al dolor de la sumisa. Luego también hay otros tipos que son como pinzas metálicas. Algunas de ellas van unidas por una cadena, con lo cual el amo puede tirar de esta cuando quiera atormentar los pezones de la sumisa; otras van unidas con una cadena, y esta, a su vez, va unida al collar de sumisa. Las pinzas son dolorosas, pero sirven para que el pezón sea mucho más receptivo a las caricias.
—Espero que no me produzca isquemia.
—No. Hay que controlar muy bien la presión con la que cierras la pinza y ajustarla a tu grado de dolor. El amo tiene que ser consciente de mantener una buena irrigación, que la sangre pueda fluir bien y evitar aplastar cualquier arteria que lleve la circulación al lugar que se está presionando. Sano, seguro y consensuado, ¿recuerdas?
—Sí. —Esas eran las bases del BDSM.
—Lo importante es no utilizar objetos filosos. Yo recomiendo las pinzas de punta ancha o estos aretes, porque son el modo de distribuir la presión y que no se vea afectado un solo punto. ¿Estás lista?
—Por supuesto que no —replicó.
—Cleo... ¿Confías en mí?
—Sí, señor.
—Repito: ¿estás lista?
—Sí.
Lion sonrió. Ese gesto era tan tierno y adorable en él que Cleo estaría dispuesta a decir sí hasta a un tatuaje con su cara en el culo. Pero no podía dejarse engañar por su dulzura y su increíble y contradictoria amabilidad: era un amo. Y aquello era un juego en el que iban a rebasar muchos límites. Tampoco iba a ser una descerebrada y decir a todo que sí solo porque sus ojos azules oscuros se iluminaban cuando ella admitía que confiaba en él.
No. Ni hablar.
Lion tomó el pecho izquierdo. Cleo inspiró profundamente. Él lo lamió para que se endureciera y, después, rodeó el pequeño pezón con el aro y lo empezó a ajustar.
La presión creció y creció hasta que el pezón parecía un guijarro aplastado.
—¡Duele! —se quejó ella, intentando apartarlo de su pecho.
—Cleo —Lion agarró su muñeca—. Toma aire y relájate. Es solo la primera sensación.
—¡Los cojones!
—¿Cleo...? —Lion se aguantaba la risa, pero no debía darle tanta manga ancha—. Eso merecerá un castigo.
Al instante, esas palabras produjeron una especie de efecto placebo en ella. El castigo... Sí, era extrañamente doloroso, pero todo lo que venía luego... Oh, señor... Su pezón se relajó, y el pellizco de dolor que a veces emitía se unió a la excitación que despertaba en su entrepierna. Se quedó callada y con las mejillas rojas.
—Mira, Cleo. —Lion se levantó la camiseta y le enseñó sus pezones, constreñidos por unos aros circulares. Se los había puesto por ella, porque quería compartir sus sensaciones. Lion nunca había hecho nada así con nadie, pero con Cleo... Con ella lo haría—. Yo también los llevo puestos.
Cleo abrió la boca y fijó sus ojos en su pectoral. Qué condenadamente perfecto era...
—¿Por qué? —preguntó horrorizada—. Te... Te harán daño.
Lion la miró con ternura.
—Hoy voy a ser misericorde y vamos a compartir la experiencia.
¿Eso quería decir que nunca los había llevado antes?
—¿No habías hecho esto antes? ¿Con ninguna?
Lion negó con la cabeza y se encogió de hombros al tiempo que le golpeaba el pezón constreñido con el pulgar y el índice.
—¿Por qué? —preguntó Cleo en medio de un gemido—. ¿Por qué lo haces conmigo, señor? —Estaba asombrada. No solo le había dado varios orgasmos, sino que él no había recibido ninguno. Ni le había exigido que le tocara, ni se había quejado por su falta de atención.
—Porque quiero.
Y esa fue su única respuesta antes de rodearle el pezón derecho con el otro aro, y presionarlo de igual modo.
—Aguanta la sensación inicial. —Lion cubrió todo su pecho y presionó el pezón con la palma para calmar el dolor. La miró fijamente—. Respira conmigo —inhaló y sacó el aire por la boca. Cuando vio que ella hacía lo mismo, la felicitó—. Eso es.
Cleo tuvo ganas de lanzarse a su cuello y besarlo, pero no podía hacerlo. Besarlo era como un paso más en la instrucción y no lo haría hasta que Lion diera carta blanca para ello. Mientras tanto, se moriría de las ganas.
—¿Qué bragas llevas puestas?
—Las que me has dado después de salir del jacuzzi. —Lion había comprado muchas cosas a través de la tienda erótica on-line. Había mucha lencería BDSM, y Cleo podía elegir la que más le gustara—. La braguita negra de látex que tiene una cremallera frontal.
—Perfectas. —La felicitó. Levantó sus pechos y le dio un beso a cada uno en la parte superior—. Vístete rápido. Te espero abajo.
—S-sí, señor —murmuró, observando cómo se marchaba de la habitación, silbando como un hombre feliz.

 

 

 

Como era miércoles, era obligatorio pasarse por la plaza Lafayette. Había muchos tenderetes de comida casera y música gratis y al aire libre. Lo mejor de Nueva Orleans y los nativos de allí se congregaban en aquel cónclave de la ciudad.
Cleo se sentía como si estuviera en una cita con Lion, que, obviamente, no era tal. Pero el saber que ambos habían correteado por allí de niños, que se conocían de hace años, y que la gente les reconocía por las calles paseando solos, alimentaría los cotilleos. Más de uno los emparejaría.
Sonrió. La de cosas prohibidas que ella y Lion estaban haciendo e iban a hacer durante esos días; y sin ser novios. Más de una se escandalizaría por un comportamiento tan libertino. Pero, detrás de eso, había un tema tan repugnante como la trata de personas. Así que, merecía la pena cualquier sacrificio si podía liberar a su hermana de las manos de quienquiera que la tuviese; y lo mismo con las mujeres y hombres que seguramente no tenían ni idea de donde se habían metido hasta que fue demasiado tarde.
Estaba sentada en una de las terracitas de la plaza Lafayette, escuchando cómo los músicos que repoblaban de nuevo el Barrio Francés, ambientaban la vida nocturna y animaban el espíritu de los ciudadanos.
Lion había entrado un momento a la biblioteca pública para conectarse al foro y ver si había recibido algún mensaje privado de D&M.
«Me molestan los pezones». No, no era molestia. Se estaban rozando con el sostén y enviaban destellos de dolor y placer por todo su cuerpo.

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