—Para felicitarte por tu cumpleaños. Siento que se me olvidase mandarte una tarjeta.
—No quería decir...
—Iba de camino a casa, y he pensado...
—¿Por qué no has esperado a llegar a casa?
—Oye, ¿qué sentido tiene que te diga nada? Estás convencido de que ya sabes la respuesta.
—Ya, pero me gustaría que me la confirmases.
—¿Lo estás pasando bien?
—Vaya, no va mal.
Agárralo como puedas 2 1/2:
muy entretenida.
Robocop 2:
no tan buena como la primera. Y eso es todo, al menos por ahora.
—¿Estás viendo vídeos?
—Sí.
—¿Solo?
—Así es. ¿Te apetece venir? Aún me queda
Terminator 2.
—No puedo. He de volver a casa.
—Entiendo.
—En fin...
—¿Qué tal está tu padre?
—Últimamente no está mal, gracias por preguntar.
—Me alegro.
—Bueno, que lo pases bien, ¿vale? Que tengas un buen día. No te lo pases enterito delante de la tele.
—Vale.
—Venga, Rob, que no es culpa mía que estés solo. No soy la única persona que conoces, ¿vale? Además, estoy pensando en ti, así que no es como si acabase de abandonar el barco.
—Saluda a Ian de mi parte, ¿quieres?
—Muy gracioso...
—En serio.
—Ya sé que va en serio. Y es muy gracioso, desde luego.
La he pillado. Él no quiere que me llame, y ella no le dirá que me ha llamado. Fenomenal.
Me quedo un poco colgado después de
Terminator 2.
Ni siquiera son las cuatro de la tarde, y aunque he aguantado tres fantásticos vídeos de mierda, nada menos que tres, sigo sin poder quitarme de encima la sensación de que esto ni es cumpleaños ni es nada. Me quedan los periódicos por leer, alguna cinta por grabar; en fin, ya se sabe. Me agarro al teléfono y empiezo a organizar mi propia fiesta sorpresa en el pub. Es fácil: reúno a unas cuantas personas, intento olvidarme de que las he llamado, bajo al Crown o al Queen's Head a tomar tranquilamente un par de pintas, y dejo que me den palmadas en la espalda cuando me felicitan unos cuantos amigos a los que nunca habría esperado ver allí.
De todos modos, es más difícil de lo que había pensado. Londres, ¿eh? Proponer a la gente que salga a tomar una copa contigo esta misma noche es como proponerles que se tomen un año libre y que se vayan a dar la vuelta al mundo: si hablas de quedar más tarde, se entiende que será este mes o el mes que viene, o incluso el año próximo, pero nunca se da por hecho que pueda ser hoy mismo. «¿Esta noche?», dicen uno detrás de otro, y son personas con las que no he hablado desde hace meses, antiguos colegas, compañeros de estudios, o bien personas a las que he conocido a través de antiguos colegas o de compañeros de estudios. «¿Esta misma noche?» Se quedan perplejos, extrañados, patidifusos: no se lo pueden creer. ¿Alguien les llama por teléfono y les propone tomar una copa esta misma noche, así de sopetón, sin Filofax a mano, sin una lista de fechas alternativas, sin consultar previamente, largo y tendido, con un socio? Qué chifladura.
De todos modos, como hay dos que sí dan muestras de flaquear un poco, exploto esa flaqueza sin compasión. No es una flaqueza del estilo «no debería, pero vaya, sí, me apetece una copa». Es una flaqueza que más bien consiste en la incapacidad de negarse. No es que quieran salir de copas esta noche, pero detectan la desesperación en mi voz, y no se atreven a contestar con la firmeza necesaria.
Dan Maskell (en realidad, su nombre de pila es Adrian, pero por fuerza había que cambiarlo) es el primero que cede. Está casado, tiene un hijo, vive en Hounslow y es domingo por la noche, pero no pienso dejar que se me escape del anzuelo.
—¡Hola, Dan! Soy Rob.
—¿Qué pasa, chaval? —Por el momento, genuino placer, lo cual ya es algo—. ¿Cómo estás?
Y así le cuento cómo estoy, y le explico la triste situación en que me encuentro; siento llamarle tan a última hora, las cosas se han liado un poco a la hora de organizar una fiesta (consigo resistir a la tentación de explicarle que las cosas se han liado bastante en todos los frentes), le digo que me gustaría verle, etcétera. Noto el titubeo en su voz. Como Adrian es además un enamorado de la música, pues por eso mismo nos conocimos hace años, y por eso mismo nos hemos mantenido después en contacto, saco una baza ganadora y me la juego.
—¿Has oído a Marie LaSalle? Es una cantante de folk y country, pero es buenísima, vale la pena, de veras.
No es de extrañar que no la haya oído, pero percibo su interés.
—Bueno, de todos modos, es..., es amiga mía, y también va a venir, así que..., es estupenda, vale la pena conocerla, tío. No sé si...
Con eso más o menos basta. Hablando con franqueza, Adrian es un poco idiota, y por eso supuse que Marie podría ser un incentivo. ¿Que por qué me apetece pasarme la noche de mi cumpleaños de copas con un idiota? Es una larga historia, la mayor parte de la cual ya es sabida a estas alturas.
Steven Butler vive en el norte de Londres, no está casado, no le sobran los amigos. ¿Por qué no puede venir esta noche? Porque ya ha alquilado un vídeo, nada menos.
—Joder, Steve. Qué putada.
—Tendrías que haberme llamado antes, tío. Acabo de volver del videoclub.
—¿Y por qué no te pones ahora a ver la película?
—No. No me hace gracia ver un vídeo antes de la cena. Es como si lo vieses por verlo. ¿Me entiendes? Y si ves un vídeo de día, uno menos que puedes ver de noche.
—¿Cómo se te ha ocurrido eso?
—Pues porque verlos así es como no verlos.
—Oye, pues ya lo verás en otro momento.
—Vaya, claro. Tengo tanta pasta que me puedo permitir el lujo de darle dos libras cada noche al tío del video-club, ¿no?
—Eh, no te digo que lo hagas todas las noches, tío. Mira, hagamos una cosa. Yo te doy las dos libras, ¿vale?
—Hombre, no sé... ¿Estás seguro?
Estoy seguro, y así zanjamos el asunto. Dan Maskell y Steve Butler, hay que ver. No se conocen, casi seguro que no se caen bien; no tienen nada en común, aparte de algunas coincidencias en sus respectivas colecciones de discos (a Dan no le interesa mucho la música negra, a Steve no le va la música blanca; los dos tienen unos cuantos álbumes de jazz). Y Dan cuenta con que va a conocer a Marie, pero Marie no cuenta con conocer a Dan: ni siquiera tiene noticia de que exista. Va a ser una noche alucinante.
Marie por fin tiene teléfono, y Barry me facilita el número; Marie se alegra de que la llame, y se alegra más aún de salir a tomar una cerveza conmigo. Si supiera que es mi cumpleaños, es probable que estallase de alegría, pero decido no contárselo, no sé muy bien por qué. No me veo obligado a venderle la moto, y es todo un alivio, porque no creo que hubiera sido capaz de explicárselo con pelos y señales. De todos modos, antes de venir al pub tiene que hacer otra cosa, así que paso una hora agonizante, puede que algo más, con Steve y con Dan. Con Dan hablo de rock, mientras Steve mira embobado a un tío que se está forrando con la máquina tragaperras. Hablo con Steve de música soul, mientras Dan se pone a hacer con el posavasos ese truco que sólo saben hacer las personas verdaderamente irritantes. Luego hablamos los tres de jazz, y al cabo de un rato nos quedamos sin conversación, así que miramos embobados al tío que se está forrando con la máquina tragaperras.
Marie, T-Bone y una rubia muy llamativa y muy joven, americana también, aparecen por fin a eso de las diez menos cuarto, así que nos quedan tres cuartos de hora para tomar copas juntos. Les pregunto qué les apetece tomar; Marie dice que no lo sabe y viene conmigo a la barra, a ver si se inspira.
—Ya veo qué querías decir cuando me hablaste de la vida sexual que lleva T-Bone —le digo mientras esperamos a que nos atiendan.
Mira al techo.
—¿A que es la pera? Por cierto, ¿te digo una cosa? Es la mujer menos agraciada de todas las que han salido con él.
—Oye, me alegro de que hayas venido.
—El placer es mío. ¿Quiénes son esos dos?
—Dan y Steve. Los conozco desde hace la tira. En fin, me temo que son un poco sosos, pero alguna vez tengo que salir con ellos, ¿no?
—Ya. Dos patitos negros, ¿no es eso?
—¿Cómo?
—Yo los llamo patitos negros, que es una especie de cruce entre patito feo y bestia negra. Me refiero a esas personas que no te apetece ver, pero que de todos modos crees que estás obligado a ver de vez en cuando.
Patitos negros. Ha dado en el clavo. Para colmo, yo he tenido que suplicarles de rodillas a los míos, he tenido incluso que pagar a uno para que viniese a tomar unas copas por mi cumpleaños.
Estas cosas nunca las pienso a fondo.
—Feliz cumpleaños, Rob —me dice Steve cuando le coloco su cerveza delante. Marie hace amago de mirarme yo diría que con genuina sorpresa, pero también con una hondísima compasión, con una comprensión insondable. No le devuelvo la mirada.
La noche es un desastre. Cuando era pequeño, mi abuela pasaba la tarde del día de San Esteban con la abuela de un amigo mío: mis padres se tomaban unas copas con los padres de Adrian, y yo pasaba la tarde jugando con Adrian, mientras las dos ancianas se sentaban delante del televisor a intercambiar cumplidos y cotilleos. El chiste consistía en que las dos eran sordas como tapias, aunque les daba igual: se conformaban con su particular versión de lo que puede ser una conversación, en la que había los mismos silencios, asentimientos y sonrisas que en cualquier otra, aunque no hubiese punto de contacto. Hace años que no pensaba en eso, pero esta noche me he acordado.
Steve me pone enfermo: tiene la manía de esperar a que la conversación fluya con toda naturalidad y luego susurrarme algo al oído precisamente cuando estoy a punto de decir alguna cosa o estoy atento a lo que dice alguno de los demás. Así, puedo parecer un borde y no hacerle ni caso, o bien puedo contestarle, meter a todos los demás en lo que diga y cambiar por completo de tercio. Y cuando consigue que todos hablemos de soul, o de
Star Trek
(es de los que van a reuniones y congresos sobre el tema), o de las mejores cervezas del norte de Londres (es de los que van a reuniones y congresos sobre el tema), temas de conversación sobre los que nadie más tiene ni idea, volvemos a empezar de nuevo. Dan bosteza cada dos por tres, Marie es un dechado de paciencia, T-Bone parece irritable; su novia, Suzie, está horrorizada: ¿qué hace una chica como ella en un pub de lo más cutre, con una pandilla semejante? No tiene ni idea. Bueno, yo tampoco. Tal vez Suzie y yo deberíamos largarnos a la francesa, a un sitio algo más íntimo y recogido, y dejar que estos perdedores se hagan el harakiri, si les apetece. En fin, podría repasar la noche entera, pero no creo que tuviese ninguna gracia; mejor será dejarlo, aunque con una muestra lamentable, pero totalmente representativa:
MARIE: ... lisa y llanamente increíble, en serio: eran auténticos animales. Estaba cantando «Love Hurts», y va un menda y me grita: «No te dolerá tanto si te lo hago yo, bonita.» Luego se pone a vomitar en toda la camiseta, y sin mover un músculo, como si tal cosa. Y después sigue dando gritos, riéndose con sus colegas. [
Risas
] Tú estabas allí y lo viste, T-Bone. ¿No es verdad?
T-BONE: Sí, supongo que sí.
MARIE: T-Bone sueña con encontrarse algún día un público tan fino como ése, ¿a que sí? En los sitios donde él actúa, tienes que... [
Inaudible, debido a una interrupción de...
]
STEVE [
Susurrándome al oído
]: Han sacado
The Baron
en vídeo, ¿sabías? Los seis episodios, tío. ¿Te acuerdas de la banda sonora?
YO: No, no me acuerdo. [
Risas de Marie, T-Bone, Dan.
] Perdona, Marie, no he oído lo que has dicho. ¿Que tienes que... qué?
MARIE: Estaba diciendo que ese sitio en el que T-Bone y yo...
STEVE: Era magnífica. ¡Tran-tran-TRAN! ¡Tran-tran- tran-TRAN!
DAN: Ya sé lo que es. ¿No es
Man in a Suitcase?
STEVE: No, es
The Baron.
Acaba de salir en vídeo.
MARIE:
¿The Baron?
¿Quién actuaba?
DAN: Steve Forrest.
MARIE: Creo que lo conozco, creo que lo daban allí por la tele. ¿No era aquella en la que el tío...? [
Inaudible, debido a una interrupción de...
]
STEVE
:
[
Susurrándome al oído
]: ¿No leéis nunca esa revista de música soul que se llama
Voices from the Shadows?
Es acojonante. Además, el dueño es Steve Davis. ¿Lo conocéis? Es el jugador de billar, ¿sabéis quién digo?
[
Suzie mira con incredulidad a T-Bone. T-Bone mira el reloj.
]
Etcétera.
Esta combinación de personas nunca más volverá a sentarse a la misma mesa. Era imposible y se nota. Pensé que simplemente por ser bastantes experimentaría automáticamente una sensación de seguridad y consuelo, pero está claro que no. La verdad es que no conozco bien a ninguna de estas personas, ni siquiera a la persona con la que me he acostado. Por vez primera desde que rompí con Laura me entran ganas de tirarme al suelo y ponerme a berrear hasta que los ojos se me salgan de las órbitas. Tengo un ataque de nostalgia.
Se supone que son las mujeres las que consienten en quedarse aisladas cuando entablan una relación de pareja: tarde o temprano terminan por tratarse sobre todo con las amistades del tío y terminan por hacer lo mismo que él (pobre Anna, mira que intentar recordar quién es Richard Thompson... y eso aparte de tener que reconocer que es un desastre imperdonable ser admiradora de los Simple Minds); cuando llega el día en que plantan al tío en cuestión, o cuando éste las deja plantadas, descubren de golpe que sin darse cuenta se han alejado de amistades a las que vieron por última vez como es debido unos tres o cuatro años antes. Antes de Laura, así era mi vida con mis compañeras o con buena parte de ellas.
En cambio, Laura... No sé qué es lo que ocurrió. Me caía bien su gente, Liz y los demás, los que venían al Groucho. Por la razón que sea —el relativo éxito profesional de cada uno, y los aplazamientos que eso trae consigo, supongo—, su gente era más flexible que la mía, y había más solteros. Por eso, por primera vez en la vida me tocó hacer el papel de mujer y puse todos los huevos, por así decirlo, en el cesto de la persona con la que salía. No es que a ella no le cayeran bien mis amigos (no quiero decir los amigos como Dick y Barry, ni como Steve y Dan, sino los amigos de verdad, esas personas a las que he terminado por perder sin saber bien cómo). Lo que pasa es que los suyos le caían mejor, y ella quiso que a mí me cayeran bien, como así fue. Sus amigos empezaron a caerme mejor que los míos, y antes de darme cuenta (nunca me di cuenta, las cosas como son, hasta que ya era tarde), fue mi relación con ella lo que me dio una sensación clara de estar en mi sitio. Y si pierdes esa sensación de estar en tu sitio, la nostalgia se apodera de ti. Más claro, el agua.