Al Filo de las Sombras (54 page)

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Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Kylar llevó el ka’kari por dentro de su cuerpo hasta sus ojos. Fue como poner anteojos a un hombre casi ciego. Las tramas que habían resultado apenas visibles por encima de Logan de repente cobraron claridad.

—¿Sabes de hierbas? —le preguntó Drissa. Al verlo asentir, le dijo—: En la sala grande, trae hoja de tuntun, ungüento de grubel, cenizo, ambrosía y la cataplasma blanca del estante de arriba.

Kylar regresó al cabo de un minuto con los ingredientes que le habían pedido y unos cuantos más que le parecieron de posible utilidad. Tevor los miró y asintió, pero no parecía capaz de hablar.

—Bien, bien —musitó Drissa.

Kylar empezó a aplicar las hierbas y los emplastos mientras Drissa y Tevor trabajaban con la urdimbre de magia. Una y otra vez los vio posar una trama tan gruesa como un tapiz sobre Logan, ajustarla para que encajara con su cuerpo, elevarla por encima de él, repararla y volverla a bajar. Lo que le sorprendió, sin embargo, fue el modo en que respondieron algunas de las hierbas.

Nunca se había planteado que las plantas normales pudieran reaccionar a la magia, pero saltaba a la vista que lo hacían. El cenizo que Kylar había embutido en la cuchillada de la espalda se volvió negro en cuestión de segundos, algo que nunca le había visto hacer.

Para Kylar, fue como presenciar un baile. Tevor y Drissa trabajaban juntos en perfecta armonía, pero el marido se estaba cansando. Antes de que pasaran cinco minutos, empezó a flaquear. Sus partes de las tramas se estaban volviendo endebles y vacilantes. Tenía la cara pálida y sudorosa. No paraba de parpadear y de subirse los anteojos por su larga nariz. Kylar notaba el agotamiento del mago, pero no podía hacer nada al respecto. Criticar a un bailarín no era lo mismo que saltar a la pista y moverse mejor, que era lo que le gustaría poder hacer. No estaba seguro de cómo lo sabía, pero le daba la impresión de que Drissa intentaba cambios cada vez más pequeños en Logan, cuando él aún tenía problemas terriblemente graves dentro. Mirándolo a través de la trama curativa, su cuerpo entero parecía del color equivocado. Lo tocó, y estaba caliente.

Kylar se sentía impotente. Tenía Talento allí mismo. Talento de sobra, aun después de todo lo que había hecho. Con un esfuerzo de voluntad intentó replegar el ka’kari, retirar el escudo, transferir toda esa magia a Logan. No pasó nada.

«Cógelo, maldita sea. ¡Ponte bien!»

Logan no se movió. Kylar no podía usar la magia; no sabía cómo formar una trama, y mucho menos una tan compleja como la que estaban urdiendo los Nile.

Tevor miró a Kylar con aire de disculpa y le dio una palmadita en la mano.

En el momento que se tocaron, una luz cegadora llenó la habitación. Ardía más allá del espectro mágico, se tornaba visible y proyectaba sombras en las paredes. Las tramas que flotaban sobre Logan, que apenas unos instantes atrás flaqueaban tenues y amenazaban con desaparecer, brillaron incandescentes en ese momento. Kylar notó el calor que le pasaba raudo por la mano.

Tevor se quedó boquiabierto como un pez.

—¡Tevor! —dijo Drissa—. ¡Úsalo!

Kylar sintió que el Talento salía a chorro de él, que su magia pasaba por Tevor para acabar en el cuerpo de Logan. Escapaba a su control. Tevor dirigía por completo el Talento de Kylar. Se dio cuenta de que el sanador podría desviar esa magia para matarlo y que, habiéndose sometido de ese modo, sería incapaz de detenerlo.

La cara de Drissa se perló de sudor y Kylar notó que ambos magos trabajaban con una intensidad febril. Recorrieron con magia el cuerpo de Logan como si fuera un peine alisando una melena enmarañada. Tocaron la cicatriz luminosa de su brazo —que todavía brillaba, horas después— pero, extrañamente, no encontraron en ella nada malo. No era algo que pudieran arreglar. La magia curativa pasó de largo sin afectarla.

Al final, Drissa suspiró y dejó que la trama se disipase. Logan viviría; a decir verdad, probablemente estaba más sano que cuando había entrado en las Fauces.

En cambio, Tevor no liberó a Kylar. Se volvió y lo miró, con los ojos muy abiertos.

—Tevor... —dijo Drissa, con tono de advertencia.

—¿Qué eres? ¿Eres un vürdmeister? —preguntó el mago.

Kylar intentó activar el ka’kari para cercenar la conexión, pero no pudo. Intentó aprestar sus músculos con la fuerza que le daba su Talento, pero no pudo.

—Tevor... —repitió Drissa.

—¿Lo has visto? ¿Has visto eso? Nunca he...

—Tevor, suéltalo.

—Cariño, podría incinerarnos a los dos con tanto Talento. Es...

—¿O sea que usarías la magia de un hombre contra él después de que te la haya sometido? ¿Qué opinan sobre eso los hermanos? ¿Es ese el tipo de hombre con el que me casé?

Tevor dejó caer la cabeza y a la vez su control sobre el Talento de Kylar.

—Lo siento.

Kylar se estremeció, agotado, vacío, débil. Era casi tan desconcertante recuperar el control de su Talento como lo había sido renunciar a él. Se sentía como si llevase dos días sin dormir. Apenas tenía energías suficientes para alegrarse de que Logan fuese a sobrevivir.

—Creo que será mejor que os atendamos a ti y a tu amigo el simple. Vuestras heridas pueden conformarse con tratamientos más mundanos —dijo Drissa, que luego bajó la voz—: El, ejem, rey debería despertarse esta tarde. ¿Por qué no me acompañas a otra habitación?

Abrió la puerta y Kylar salió a la sala de espera. El Chirríos se había acurrucado en un rincón y estaba durmiendo. Sin embargo, directamente enfrente de Kylar había una mujer hermosa y curvilínea con el pelo largo y pelirrojo. Vi. Lo estaba mirando desde el otro extremo de una espada desnuda, cuya punta le tocó la garganta.

Kylar echó mano de su Talento, pero se le escurrió entre los dedos. Estaba demasiado cansado. Lo perdió. No podía hacer nada para detenerla.

Vi tenía los ojos hinchados y enrojecidos como si acabase de pasar el peor rato de su vida, aunque Kylar no tenía ni idea de cómo ni por qué.

La ejecutora lo miró a lo largo del acero durante un momento que pareció prolongarse una eternidad. Kylar no sabía interpretar la expresión de aquellos ojos verdes, pero era algo salvaje.

Vi retrocedió con tres pasos medidos y equilibrados,
valdé docci
, el Espadachín se Retira. Se arrodilló en el centro de la habitación, agachó la cabeza, se echó a un lado la cola de caballo y colocó la espada sobre sus dos manos. Luego la elevó en ofrenda.

—Mi vida es tuya, Kylar. Me someto a tu juicio.

Capítulo 55

Siete de las once chicas de alquiler habían abandonado la casa segura para ver si les quedaba una familia a la que volver. Seis habían regresado, llorosas. Varias habían pasado a ser viudas; otras sencillamente habían sido rechazadas por padres, maridos y novios que solo veían en ellas putas y deshonra.

A Kaldrosa le falló el valor; no llegó a salir de la casa segura. Por algún motivo, había podido plantar cara a la muerte. Había castrado a Burl Laghar y lo había visto desangrarse hasta morir, atado a la cama y gritando contra una mordaza. Después había movido su cuerpo, había puesto sábanas limpias en la cama y había dado la bienvenida a otro soldado khalidorano. Se trataba de un joven que siempre practicaba el sexo primero y después no ponía mucho entusiasmo en los golpes y la invocación. Siempre parecía asqueado consigo mismo. Kaldrosa le preguntó:

—¿Por qué lo haces? No te gusta hacerme daño. Sé que no.

Él no pudo mirarla a los ojos.

—No sabes lo que es —dijo—. Tienen espías en todas partes. Tu propia familia te delata si cuentas un chiste inapropiado. Él lo sabe.

—Pero ¿por qué dar palizas a las putas?

—No es solo a las putas. Es a todo el mundo. Es el sufrimiento lo que necesitamos. Para los Extraños.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué extraños?

Pero el joven no se explicó más. Al cabo de un momento, se puso a mirar las sábanas fijamente. La sangre del colchón empezaba a traspasar la muda limpia. Kaldrosa lo apuñaló en el ojo. En ningún momento, ni siquiera cuando él arremetió contra ella, sangrando, rugiendo y enfurecido, había tenido miedo.

Sin embargo, le faltaba el coraje para enfrentarse a Tomman. Habían tenido una gran pelea antes de que ella se fuera al local de Mama K. Él se lo habría impedido por la fuerza de no ser porque le habían propinado tal paliza que no podía levantarse de la cama. Tomman siempre había sido celoso. No, Kaldrosa no podía mirarlo a la cara. Partiría con las demás hacia el campamento rebelde. No sabía qué haría allí. Estaban en el interior, sin ningún río cerca, de manera que probablemente escasearían los empleos de capitana de barco. A decir verdad, si no podía procurarse una ropa que la tapase más, escasearía el trabajo honrado de cualquier tipo. Aunque, después de los khalidoranos, ser chica de alquiler para los cenarianos quizá no fuese tan malo.

Llamaron a la puerta y todas las chicas se pusieron tensas. No eran los golpes de la contraseña. No se movió nadie. Daydra cogió un atizador de la chimenea.

Volvieron a llamar.

—Por favor —dijo una voz de hombre—. No quiero haceros daño. Voy desarmado. Por favor, dejadme pasar.

Kaldrosa pensó que se le saldría el corazón por la boca. Fue hasta la puerta como hechizada.

—¿Qué haces? —susurró Daydra.

Kaldrosa abrió la mirilla, y allí estaba. Tomman la vio y se le iluminaron las facciones.

—¡Estás viva! Oh, dioses, Kaldrosa, me temía que hubieras muerto. ¿Qué pasa? Déjame entrar.

El pasador pareció retirarse solo. Kaldrosa no tenía voluntad. La puerta se abrió de golpe y Tomman la alzó en sus brazos.

—Oh, Kally —dijo, todavía delirante de alegría. Tomman siempre había sido un poco lento—. No sabía si...

No reparó hasta entonces en las otras mujeres congregadas en la habitación, con expresiones ya de júbilo, ya de celos. Aunque la estaba abrazando y ella no podía verle la cara, Kaldrosa supo que debía de estar parpadeando como un tonto ante la visión de tantas mujeres hermosas y exóticas al mismo tiempo, y todas ligeras de ropa. Hasta el virginal vestido de Daydra emanaba sensualidad. Su abrazo fue envarándose poco a poco, y Kaldrosa quedó inerte en sus brazos.

Tomman retrocedió un paso y la miró. Sus manos cayeron de sus hombros con un gesto mecánico.

En verdad era un conjunto bonito. Kaldrosa siempre había odiado su delgadez porque consideraba que le hacía parecer un chico. Con esa ropa, no se sentía esmirriada o masculina, sino esbelta y núbil. La camisa abierta por delante no solo revelaba que estaba bronceada hasta la cintura, sino que también conspiraba para proporcionarle un canalillo y enseñar la mitad de cada pecho. Los escandalosos pantalones le venían como un guante.

En pocas palabras, era exactamente el tipo de ropa que a Tomman le hubiese encantado que Kaldrosa llevara en su casa... durante los breves interludios que se extendían entre que ella lo sorprendía con el modelito y él la atrapaba después de perseguirla de habitación en habitación.

Sin embargo, aquello no era su casa, y esa ropa no era para él. Los ojos de Tomman se llenaron de pena, y apartó la vista.

Las chicas se quedaron calladas.

Tras un doloroso momento, Tomman dijo:

—Estás preciosa. —Se atragantó y un torrente de lágrimas descendió por sus mejillas.

—Tomman... —Kaldrosa también lloraba e intentaba cubrirse con los brazos. Era una amarga ironía. Estaba intentando ocultarse de los ojos de su marido, cuando se había pavoneado para desconocidos a los que despreciaba.

—¿Con cuántos hombres has estado? —preguntó Tomman, con la voz quebrada.

—Te habrían matado...

—¿O sea que no soy lo bastante hombre? —replicó él bruscamente.

Ya no lloraba. Siempre había sido valiente, fiero. Era una de las características que a Kaldrosa le encantaban de él. Habría muerto para salvarla de aquello. Nunca comprendió que después de su muerte ella habría tenido que hacerlo de todas formas.

—Me han hecho daño —dijo ella.

—¿Cuántos? —La voz de Tomman era dura, crispada.

—No lo sé. —Una parte de Kaldrosa sabía que su marido era como un perro enloquecido de dolor que se revuelve contra su amo, pero ver el asco reflejado en su cara era demasiado. Se sentía sucia. Se rindió a la insensibilidad y la desesperación—. Muchos. Nueve o diez al día.

A Tomman se le demudaron las facciones, y dio media vuelta.

—Tomman, no me dejes. Por favor.

El hombre se detuvo, pero no se volvió. Después salió de la casa.

Mientras la puerta se cerraba con suavidad, Kaldrosa rompió a llorar. El resto de las chicas fueron hasta ella, con los corazones rotos de nuevo al ver su pena reflejada en la de ella. Sabiendo que no la reconfortarían, acudieron en su ayuda porque no tenía a nadie más que lo hiciera, como tampoco ellas.

Capítulo 56

Mama K entró en el local de los sanadores en el preciso instante en que Kylar aferraba la espada con una mano, pero demasiado tarde para detenerlo.

Vi no se movió. Estaba inmóvil de rodillas, con el lustroso cabello pelirrojo retirado de la trayectoria de la espada hacia su cuello. La espada descendió... y rebotó. El impacto de la colisión hizo tañer el acero como una campana. El arma salió despedida de la mano entumecida de Kylar.

—No cometerás un asesinato en mi casa —dijo Drissa Nile. Su voz transmitía tal poder, y sus ojos tal fuego, que su figura menuda bien podría haber sido la de un gigante. Aunque Kylar tenía que bajar la vista para mirarla a los ojos, se sintió intimidado—. Hemos consumado un acto de curación excelente con esta mujer, y no consentiré que lo eches a perder —concluyó.

—¿La habéis curado? —preguntó Kylar.

Vi aún no se había movido. Tenía los ojos clavados en el suelo.

—De una compulsión —terció Mama K—, ¿me equivoco?

—¿Cómo lo sabíais? —preguntó Tevor.

—Si sucede en mi ciudad, lo sé —respondió Mama K. Se volvió hacia Kylar—. El rey dios le enlazó una magia que la obligaba a obedecer sus órdenes directas.

—Qué práctico —dijo Kylar. Sus facciones se deformaron mientras contenía las lágrimas que empezaban a brotar—. No me importa. Mató a Jarl. Yo fregué su sangre. Yo lo enterré.

Mama K lo tocó en el brazo.

—Kylar, Vi y Jarl prácticamente se criaron juntos. Jarl la protegió. Eran amigos, Kylar, la clase de amigos que no se olvidan. No creo que, sin magia de por medio, pudieran haberla obligado a hacerle daño. ¿No es cierto, Vi? —Mama K le puso la mano debajo de la barbilla y le levantó el rostro.

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