Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Tocó las bisagras una por una, murmurando, y después le hizo un gesto con la cabeza.
Kylar probó la herrumbrosa puerta. Se abrió en silencio.
—Mira tú por dónde —dijo Vi—. De manera que no funciona solo con niñas pequeñas.
Kylar cerró la puerta con cuidado y la miró.
—¿Por qué no lo pruebas contigo misma? —preguntó.
—Ya lo he hecho —respondió Vi—. Nadie que esté a más de metro y medio puede oírme.
—No me refería a eso. Aparte, ¿cómo estás tan segura de que funciona?
—No has oído lo que te acabo de llamar.
—¿Que ha sido...?
—Acertado, pero no lo bastante ingenioso para repetirlo.
Kylar vaciló.
—Vi, antes de que entremos, tengo que preguntarte una cosa.
—Dispara.
—Entré en el oficio amargo por culpa de un chico llamado Rata. Era hijo de Garoth Ursuul, y fue para complacer a Garoth que Rata rajó la cara a Elene, violó a Jarl e intentó violarme a mí.
—No lo sabía —dijo Vi—. Lo siento.
—No tiene importancia —gruñó Kylar—. Yo me libré.
—Yo no —dijo Vi con voz queda. Se hundió en sí misma, en aquellos años de pesadilla—. En mi caso fueron los amantes de mi madre. Ella sabía lo que hacían, pero nunca se lo impidió. Siempre me odió por lo que le costaba. Como si hubiese sido yo la que se folló a un desconocido, se quedó embarazada y huyó. No sé si al principio quería tenerme o solo era demasiado cobarde para tomar cornezuelo o té de tanaceto.
Vi sabía que era un miedo razonable. La dosis suficiente para inducir un aborto estaba a un pelo de la dosis letal. Todos los años, según afirmaba Hu, miles de chicas que «se ponían enfermas y morían» en realidad habían tomado demasiado veneno. Otras consumían demasiado poco y daban a luz a niños lisiados.
—Después de huir, mi madre no tenía otra cosa para sobrevivir que su belleza. Era demasiado orgullosa para hacerse puta con todas las de la ley, de modo que se pegaba a un cabrón tras otro. Nunca pudo hacer lo que tenía que hacerse.
—¿Y eso es lo que te diferencia de ella?
—Sí —respondió Vi con un hilo de voz. Luego recuperó la compostura. ¿Por qué había hablado tanto? Nunca le había contado a nadie toda esa mierda. Nunca había tenido nadie a quien le importase—. Lo siento, no tenías por qué oír eso. ¿Tenías una pregunta?
Kylar no respondió. La estaba mirando de un modo que nadie la había mirado nunca. Era la mirada que una madre dedicaba a su hija cuando se caía y se magullaba las rodillas. Era compasión, y la atravesó de parte a parte superando su sarcasmo y su fachada bravucona. Perforó como un cuchillo el hielo y la carne muerta que eran lo único que creía tener por dentro, y encontró algo pequeño y vivo que bañó de una luz cálida. Kylar estaba viendo todo el cieno putrefacto que ella había tapiado y no estaba retrocediendo como sería lo normal.
—Hu Patíbulo te hizo matarla, ¿no es así?
Vi bajó la vista, incapaz de afrontar por un momento más aquella calidez abierta. No confiaba en su propia voz.
—¿Segunda muerte? ¿Uno de los novios primero?
Asintió.
Era ridículo. ¿Estaban manteniendo aquella conversación delante de las Fauces?
—¿Era esa tu pregunta? —dijo Vi.
—Cuando me retiré del oficio amargo, no pude dejarlo, y no he sabido por qué hasta ahora. Cuando Jarl se presentó en mi casa, una parte de mí sintió alivio. Tenía lo que había deseado durante toda mi vida, pero aun así no era feliz. ¿Te ha pasado alguna vez que alguien te mire, te entienda y te acepte por completo? ¿Y que por algún motivo tú seas incapaz de aceptar esa aceptación?
Vi tragó saliva. El corazón se le llenó de anhelo.
—Eso era Elene para mí. Eso es para mí, quiero decir. Le prometí que no volvería a matar, pero no puedo ser feliz si no termino esto. Cuando me fui, le dejé un par de pendientes de boda para que supiera que todavía la amo y que quiero estar con ella para siempre, pero estoy seguro de que está enfadada conmigo.
El peso en el bolsillo de Vi la abrasaba. Le dijo a su lengua que se moviera, que se lo contase, pero era como plomo en su boca.
—Si fuese cualquier otro golpe, Elene nunca me perdonaría. Si hago esto, los khalidoranos perderán, Logan será rey, las Madrigueras serán diferentes para siempre y Jarl no habrá muerto en vano. Si hay un Dios Único, como Elene siempre dice, me hizo para esta muerte.
«¿Jarl? ¿Cómo puede hablar conmigo de Jarl con tanta calma?»
—¿Y cuál era tu pregunta? —Sonaba un poco combativa, incluso a sus propios oídos. ¡Jarl! ¡Dioses! Sus emociones estaban tan desbocadas que ni siquiera podía identificarlas. Sin embargo, Kylar respondió con dulzura.
—Necesitaba saber si estabas conmigo en esto. Hasta el final, hasta el rey dios. Hasta la muerte, si hace falta. Pero creo que ya me has respondido.
—Estoy contigo —dijo Vi. Lo juró con todo su corazón.
—Lo sé. Confío en ti.
Mirándolo a los ojos, Vi supo que decía la verdad, pero las palabras no tenían sentido. ¿Confianza? ¿Después de lo que había hecho? Kylar devolvió su atención a la puerta.
—Kylar —dijo Vi. Tenía el pulso acelerado. Primero le hablaría de Jarl, después de la nota y los pendientes, todo. Se postraría a sus pies y lo retaría a aceptarlo todo—. Lo siento. Lo de Jarl. Nunca quise...
—Lo sé —atajó Kylar—. No veo su asesinato en ti.
—¿Eh?
—Vi... —dijo él con voz queda.
Cuando le puso una mano en el hombro, un cosquilleo recorrió el cuerpo entero de Vi, que miró sus labios: se estaba acercando. La cabeza de Vi se inclinó como si tuviese voluntad propia, separando ligeramente los labios, y lo tenía tan cerca que podía sentir su presencia como una caricia en su piel expuesta; cerró los ojos y los labios de Kylar tocaron su... frente.
Vi parpadeó.
Kylar dejó caer la mano como si el hombro de Vi quemase. Algo negro cruzó en un visto y no visto la superficie de sus ojos.
—¿Qué coño ha sido eso? —preguntó Vi.
—Lo siento. Casi te... ¿Te refieres a mis ojos? Estaba comprobando si habías usado un hechizo de sensualidad. O sea, lo siento, es que... Uf, vamos a ponernos manos a la obra, ¿no?
Vi ya no podía estar más confusa. ¿Creía que ella había usado un hechizo? ¿Significaba eso que había tenido ganas de...? Que casi ¿qué? No, no podía ser.
«¿Qué estabas pensando, Vi? “Siento haber matado a tu mejor amigo, Kylar, ¿echamos un polvo?”»
Kylar abrió la puerta y Vi observó la boca abierta de par en par que le había valido el nombre a las Fauces. La cárcel parecía un dragón que abriera la boca para devorarla. Unos ojos de cristal rojo con antorchas detrás resplandecían con malicia. Todo lo demás estaba tallado en vidrio volcánico negro: la lengua negra por la que avanzaron, los colmillos negros que amenazaban desde arriba. En cuanto entraron en la boca, dejó de haber luz.
—Esto está mal —dijo Kylar, deteniéndose—. Está totalmente cambiado.
Cuando Kylar salvó a Elene y a Uly, la rampa que bajaba a las Fauces avanzaba por un túnel corto y luego se bifurcaba. Las celdas de los nobles quedaban a la derecha y el resto a la izquierda. Los techos tenían una altura de unos dos metros diez en todas partes, algo que confería un ambiente claustrofóbico a las Fauces.
—Creía que habías estado aquí hace unos meses.
—Parece que los brujos han estado ocupados.
Entraron en una inmensa cámara subterránea. La rampa que antes descendía diez metros bajaba ahora más de treinta. Las celdas de los nobles y las del primer y el segundo nivel de las Fauces habían desaparecido. La rampa era lo bastante ancha para cuatro caballos juntos y descendía en espiral en torno a un gran pozo central. En el fondo se distinguía un altar de oro con un hombre atado a él y meisters alrededor.
—Mierda —susurró Vi—. Tenemos que bajar ahí.
Kylar siguió la mirada de Vi. No estaba mirando al hombre que había sobre la mesa dorada, sino el extremo sur del pozo, donde un pequeño túnel conducía hacia el castillo.
El lugar tenía algo raro. No eran el altar o la oscuridad. El olor del Agujero allí se hacía denso. Un humo sulfuroso serpenteaba por el suelo. Recordaba a Kylar su combate con Durzo.
Por debajo del humo, se distinguían otros olores. Sangre rancia y el hedor empalagoso de la carne en descomposición. Más allá de la oscuridad, los extraños cánticos de los brujos y los atiplados gritos de dolor procedentes de las profundidades del túnel (por suerte en la dirección del Agujero, no en la que debían ir Kylar y Vi), había algo más.
Era algo pesante. Opresivo. Kylar había hecho de la noche su hogar durante demasiados años para temer la oscuridad... o eso creía. Sin embargo, allí, en el aire mismo que respiraba, había algo más profundo, más oscuro, más antiguo y vil de lo que podía imaginar. El mero hedor le traía recuerdos de matar. Recordó el vergonzoso júbilo que sintió cuando cerró el nudo en torno al tobillo de Rata. Recordó el día que envenenó el estofado de un fabricante de sillas de montar que, como no tenía hambre, dejó que se lo comiera su hijo. Recordó la tonalidad de violeta exacta que adquirió la cara del niño cuando su garganta se hinchó hasta cerrarse y asfixiarlo. Recordó cien actos de los que se avergonzaba, cien cosas más que debería haber hecho y no hizo. Se quedó paralizado, respirando aquel aire inmundo.
—Vamos —dijo Vi. Tenía los ojos enormes, agobiados, pero se estaba moviendo—. Respira por la boca. No pienses, solo actúa.
Kylar parpadeó como un tonto, se recobró y siguió a Vi. La presencia era Khali. Tal y como Logan le había advertido.
Fueron bajando por el pozo. Kylar caminaba cerca del borde, mirando hacia abajo. Cuando se acercó, pudo ver que los meisters no tenían la intención de sacrificar a aquel hombre, por lo menos no en ningún sentido convencional. Su víctima era un lodricario con el cuerpo entero tatuado. La piel le colgaba sobre el esqueleto alto y demacrado. Estaba atado boca abajo con gruesas cadenas sobre la mesa de oro e iba desnudo de cintura para arriba.
Seis meisters estaban sentados con las piernas cruzadas en las puntas de la estrella lodricaria dorada grabada en el suelo: tenían los ojos cerrados y entonaban cánticos. Dos más estaban de pie a ambos lados del altar. Uno sostenía un martillo y el otro...
Kylar no dio crédito a lo que veía hasta que llegó a la última espiral y el nivel del suelo. El primer meister sostenía un martillo de carpintero y clavos dorados, mientras que el segundo aguantaba en las manos un espinazo de caballo, que estaba colocando sobre la rabadilla del hombre tatuado.
El meister aguantó el espinazo en su sitio y el otro, apretando los dientes, puso encima el clavo dorado de quince centímetros. Golpeó con el martillo. El hombre tatuado gritó y se revolvió. Con dos fuertes martillazos más, el clavo se hundió hasta la cabeza. Entonces los dos meisters retrocedieron y Kylar vio bien a la víctima por primera vez.
Su piel tenía algo raro. Al principio, no distinguió de qué se trataba por culpa de los tatuajes, pero luego vio que, allí donde no había tinta, estaba enrojecida. Las venas se le marcaban como si estuviera levantando un gran peso. Habría resultado comprensible, dado lo que estaba soportando, pero las venas no estaban en los puntos correctos. Venas gruesas y arterias, azules y rojas, se abultaban bajo su piel por todas partes. Y la propia piel parecía cubierta de extraños hoyuelos, como si tuviera todo el cuerpo picado de viruela.
Los dos meisters se apartaron y dieron una orden. Alguien les trajo a un prisionero del túnel del norte, donde Kylar distinguió una celda de espera con una docena de hombres dentro. El prisionero llevaba hierros en las manos y los pies, y una cuerda atada al cuello. Una meister joven y guapa asió la cuerda y la desenrolló, cuidando que ninguna parte de su cuerpo entrase en el círculo de magia que delimitaban las seis puntas de la estrella. Se situó en el lado opuesto al del prisionero, que gimoteaba de miedo. Un sudor frío le corría por la cara y un chorrillo de orina descendía por su pierna. Clavaba la mirada en el hombre del altar.
La joven meister empezó a tirar de la cuerda que el hombre llevaba al cuello, arrastrándolo hacia el círculo. El cautivo dio un paso renqueante antes de empezar a resistirse, y luego fue demasiado tarde. Perdió el equilibrio y trastabilló hacia delante para no caerse. Cuando vio que su trayectoria lo llevaría derecho hasta el hombre tatuado, se lanzó a un lado.
Con las manos enmanilladas a la espalda, la víctima no tenía manera de amortiguar la caída. Su cara se estrelló contra el suelo de vidrio volcánico.
Los meisters que no estaban sentados y cantando maldijeron. La mujer se recolocó, pasando la cuerda por encima del altar con una sacudida. Un meister se le unió y juntos empezaron a tirar de nuevo del hombre semiinconsciente.
«¿Por qué no usan magia?» Pero entonces Kylar miró a través del ka’kari y creyó entender el motivo.
La cámara entera estaba cargada de magia. Flotaba desde los meisters como las nubes de vapor sulfuroso que se elevaban desde el Agujero. Rezumaba del suelo. El aire mismo parecía espesarse de magia por doquier, excepto alrededor del altar. Allí, el aire estaba muerto. Los meisters estaban creando algo que sería resistente a la magia, incluida la de ellos. Sin embargo, al fijarse con atención, Kylar vio que el lodricario no estaba del todo a salvo de la magia de los meisters. Los brujos que entonaban cánticos estaban tejiendo entre todos algo en el aire sobre el altar, y lo hundían en la víctima por dos puntos. En su nuca, a ambos lados de la columna vertebral, había dos diamantes clavados, cada uno del tamaño de un pulgar. En el espectro visible no quedaban a la vista, cubiertos como estaban de mugre, sangre y pelo. En el espectro mágico, llameaban. Solo a través de ellos podían los meisters tocar el cuerpo del hombre.
Los brujos por fin pusieron en pie al prisionero, que tosió y se atragantó. Kylar notó que Vi le tiraba de la túnica, un urgente llamamiento a que se largaran rápido de allí, pero no le hizo caso. El prisionero trastabilló de nuevo y cayó encima del altar, sobre el hombre tatuado.
Aunque aterrizó de canto y debiera haberse deslizado rodando hasta el suelo, se quedó pegado. Los meisters soltaron la cuerda y retrocedieron deprisa, casi huyendo. Subió el tono de los cánticos. El prisionero gritó, pero Kylar no veía por qué. El hombre de los tatuajes tenía los músculos tensos, la piel más encarnada todavía... y entonces empezó a correrle sangre por la espalda.