Agentes del caos I: La prueba del héroe (41 page)

Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online

Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
13.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

Una sonrisa de absoluta satisfacción se dibujó en su rostro. Pasó un brazo por debajo de los hombros de su mujer y la alzó cuidadosamente, lo justo para abrazarla. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se colgó de él, llorando con calma y alegría.

—Ya tenemos nuestra victoria —susurró Luke.

Capítulo 28

Leia corrió desde la entrada principal del apartamento al balcón de la galería. Pero aunque estaba muy ansiosa por dar a Han y Anakin las buenas noticias sobre Mara, se aguantó las ganas de interrumpir su conversación.

—Hay una cosa que sigo sin entender —estaba diciendo Han—. Cómo pude saber que el aliento de Elan era letal. Fue como una voz en mi interior avisándome. Y entonces cogí la herramienta multiusos.

Han contemplaba el desfiladero de la ciudad con un pie apoyado en la barandilla y la herramienta de supervivencia en la mano derecha. A sus pies descansaba su mochila. Al ver que pasaba un rato y Anakin no respondía, Han se giró hacia él y soltó una risilla.

—Gracias.

La mirada triste de Anakin se revistió de perplejidad.

—¿Por qué, papá?

—Por no decirme que lo que oí fue a Chewie a través de la Fuerza. Anakin sonrió.

—Ni se me ocurriría decirte algo así.

Han alzó el dedo índice.

—Y ni se te ocurra decírselo a tu tío. Lo único que me falta es que Luke sepa que oigo voces. Esto se queda entre tú y yo, ¿entendido? —se giró ligeramente en la dirección de Leia—. No te ofendas, cariño.

Leia le ofreció una sonrisa claramente simulada.

—A palabras necias, oídos sordos, cariño.

Han asintió con expresión arrogante, se levantó y se acercó a Anakin.

—Sólo quiero darte las gracias por aparecer aquel día en la nave de Roa —le ofreció la herramienta de supervivencia—. Si no hubiera sido por esto… Bueno, ya lo sabes.

—Da las gracias a Chewie —dijo Anakin—. La hizo él.

Han negó con la cabeza.

—Ya he dado las gracias a Chewie. Esto es algo entre tú y yo —cogió a Anakin por los hombros y le dio un fuerte abrazo.

Leia pensó que le iba a dar un ataque de ternura. Se tapó la boca con la mano mientras intentaba no llorar.

Han apartó a Anakin, pero mantuvo las manos en los hombros de su hijo.

—Siento lo que dije y cómo me he comportado desde la muerte de Chewie, Anakin. En Sernpidal hicimos todo lo que pudimos, y Chewie lo sabía. Ambos sabemos quién fue el responsable de su muerte, pero no quiero que hagas ninguna tontería por venganza, ¿entiendes? Jacen, Jaina y tú sois más importantes para mí de lo que podrías imaginar.

Anakin asintió y casi sonrió. Han y él se abrazaron de nuevo.

—Me tengo que ir —dijo Anakin al cabo de un rato—. El tío Luke me espera en Yavin 4.

—Una cosa antes de que te vayas —dijo Leia, sonriendo—. El regalo de Vergere parece haber funcionado —miró a Han—. Acabo de saber por Luke que Mara se encuentra mejor de lo que se ha encontrado en meses. No sé lo que contendrán esas lágrimas, pero le están haciendo efecto, y Oolos y Tomla El esperan que Mara cure del todo en pocas semanas.

Los tres se fundieron en un breve abrazo de alegría, que Anakin interrumpió.

—Primero los yuuzhan vong envenenan a Mara, y luego nos envían un asesino —dijo amargamente—. Recordaré lo que me has dicho sobre la venganza, papá, pero están convirtiendo esta guerra en algo personal.

Leia le contempló con recelo en la mirada, y dio a Anakin otro abrazo y un beso en la mejilla.

—Cuídate.

—Oye, chaval —gritó a Anakin cuando éste se dirigía al puente elevado—. ¿Es posible que Lowbacca esté tan ocupado con asuntos Jedi que Waroo y él se hayan olvidado de eso de la deuda de vida?

—No, desde la última vez que hablé con él.

—Maldición —murmuró Han—. Supongo que tendré que solucionar eso tarde o temprano —miró a Leia y sonrió—. Así que al final Vergere era de los buenos. —Negó con la cabeza, incrédulo—. Es curioso cómo han salido las cosas. Vas buscando una cosa y te encuentras con otra completamente distinta. Si no supiera que no, diría que fue la Fuerza en acción.

Leia guardó silencio.

Han entrecerró los ojos y asintió.

—Los wookiees tienen una expresión que dice que la verdadera presa de toda cacería es lo inesperado. Pero supongo que uno tiende a olvidarlo cuando se lleva un tiempo fuera de juego.

Leia notó algo distinto y preocupante en su tono. Señaló la mochila.

—No has soltado eso desde que volviste —dijo ella en el tono más casual que pudo—. ¿Vas a deshacer las maletas o piensas disecarla y ponerla en el salón?

Han cogió la mochila.

—No tiene sentido deshacerla todavía.

Leia cruzó los brazos bajo el pecho.

—Debería haberlo supuesto. Entonces no te vas a quedar en casa.

—Últimamente he pasado demasiado tiempo en casa —él le dedicó una sonrisa—. Pensé que estarías harta de verme siempre aquí.

Leia no se movió.

—No intentes darle la vuelta a las cosas, Han.

Él se señaló con el dedo.

—¿Quién le da la vuelta a las cosas? Yo sólo digo que aún tengo un par de cosas pendientes.

—¿Como cuáles?

—Como encontrar a Roa, para empezar. Y ayudar a Droma a encontrar a su clan. Él me salvó la vida, ¿sabes…? Dos veces.

Leia sonrió sardónica, mirando al cielo.

—No me digas ahora que tienes una deuda de vida con Droma. Eso es demasiado, Han…, incluso para ti.

Él frunció el ceño.

—No pensarás que voy a olvidarme de Roa o que voy a dejar colgado a Droma.

Ella dio un paso hacia él.

—¿Tienen algún refrán los wookiees que tenga que ver con correr riesgos innecesarios? Hace un momento estaba aquí escuchando cómo advertías a Anakin de que tuviera cuidado con hacer tonterías, y ahora me dices que sales en busca de Roa y del clan extraviado de Droma. Decide ya por cuál de las dos cosas te inclinas, Han.

—¿Qué tienen de malo las dos cosas?

Leia sonrió.

—Recaída completa. Saluda a tu antiguo ser, Han.

—De recaída nada. Soy el mismo con el que te casaste, cariño. Además, mira quién habla. Mientras yo estaba aquí tirado, tú estabas en Dantooine, en el Remanente Imperial, en todas partes, corriendo exactamente los mismos riesgos.

—¿Me estás diciendo que si yo renuncio a ayudar a los refugiados, tú renunciarás a tus tonteos con el pasado?

—¿Mis tonteos? —dijo él—. ¿Y cómo llamas a lo que haces tú? Leia empezó a decir algo, pero cambió de opinión y volvió a empezar.

—La Nueva República pasa por un mal momento, Han. Me vendría bien tu ayuda.

Él alzó las manos.

—Ya he oído eso antes.

—Y casi siempre has hecho caso.

Han paseó arriba y abajo por la galería, evitando mirarla.

—En cierto sentido, te estoy ayudando. La familia de Droma también la componen refugiados y…

Leia se quedó callada un rato. Se sentía aliviada al ver que por fin había superado la pena, pero no podía dejar de pensar que quería volver a empezar de cero, tal y como había hecho toda su vida. De niño abandonado a oficial del Imperio, de contrabandista a líder Rebelde, siempre volviendo a recrearse. Por lo poco que sabía de Droma, parecía estar hecho de la misma pasta. Pese a la preocupación que Droma sentía por su familia perdida, también era un viajero y un pícaro de corazón, un adicto a la aventura.

Leia contempló a Han yendo de un lado para otro.

—No sé cómo has podido estar así tanto tiempo —dijo ella finalmente. Él se detuvo para mirarla.

—Así, ¿cómo?

—Sacando adelante una familia. Tan lejos de la aventura.

—Ése fue mi «tonteo» con la estabilidad —él intentó esbozar su sonrisa, pero no funcionó—. Mira, me voy a ir, ¿vale? Tengo obligaciones.

—¿Y tus obligaciones con nosotros?

—Esto no tiene nada que ver con nosotros.

—¿Ah, no? —ella se acercó a él—. Hace mucho tiempo aprendí que uno no puede verse atado por las ideas preconcebidas que puedan tener otras personas respecto a quién debe ser cada uno. Y admito que me encanta eso de ti. Pero no olvides algo, Han: yo no soy Malla. No aceptaré que pases por aquí una vez al año, y que utilices nuestro hogar como base para tus escapadas.

Han curvó el labio superior.

—Te equivocas.

Ella sonrió débilmente.

—Supongo que eso lo veremos.

Han frunció el ceño con tristeza y la abrazó.

—Confía en mí.

Ella se apartó un poco para mostrarle su mirada dudosa.

—Ya he oído eso antes.

Él le cogió las manos y le besó la palma.

—Guárdate esto en el bolsillo para luego.

Cogió la mochila y se fue en dirección al puente elevado, sin mirar atrás.

En otro lugar del apartamento Solo, C-3PO y R2-D2 terminaban de actualizar unos datos que les habían obligado a conectarse a la HoloRed y a los canales de noticias. Las imágenes tridimensionales seguían brillando en los proyectores de la HoloRed, pero los dos androides centraban más su atención en sus propios circuitos internos que en los monitores.

—Las cosas no podrían haber salido mejor —dijo C-3PO a su compacto compañero—. La señora Mara está en vías de recuperación, el amo Han ha vuelto a casa y los yuuzhan vong han sufrido una gran derrota. No estaría más contento ni con un baño reparador en unas termas de aceite.

R2-D2 rotó su hemisférica cabeza y entonó una serie de pitidos disonantes y silbidos modulados.

C-3PO le miró un momento.

—¿Qué quieres decir con que necesito que me reinicien el procesador neuronal? ¿Qué sabes tú que yo no sepa?

R2-D2 silbó una respuesta.

—¿El amo Han no ha vuelto a casa?

El androide astromecánico se lamentó y dirigió la atención de C-3PO a un monitor que mostraba la entrada principal. La pantalla mostraba al amo Han cruzando el puente en dirección a la galería de transporte público, y a la ama Leia tapándose la boca con la mano, viendo cómo se alejaba.

—Oh, vaya, tienes razón. Pero puede que vaya a hacer un recado.

R2-D2 balbuceó algo nervioso.

—¿Y por qué voy a saber yo por qué él lleva la mochila o por qué el ama Leia parece triste? Seguro que hay una explicación razonable.

R2-D2 soltó un silbido largo y arrogante.

—¿Pero qué dices? ¿La Nueva República fue engañada para creer que había triunfado en Ord Mantell? —C-3PO abrió los brazos—. No sé de dónde has sacado esa información, pero te sugiero que prestes más atención a lo que pasa a tu alrededor y no pases tanto tiempo enchufado a la HoloRed.

R2-D2 rotó su cabeza hacia el holograma de noticias, en el que se emitían imágenes en tiempo real desde el Borde Medio, que mostraban androides de todo tipo escapando a toda prisa de una multitud enfervorecida que pretendía destruirlos.

—Oh, no —dijo C-3PO con desmayo, y luego habló en tono malhumorado—. Veo que te empeñas en mostrar la peor cara de las cosas. Pues tengo noticias para esos pesimistas sensores tuyos: me da igual lo que hagas desfilar ante mis fotorreceptores, jamás me volverás a oír expresando mi preocupación por la desactivación.

Los ruiditos de R2-D2 imitaron una risa burlona.

—Es normal que no entiendas de lo que hablo, porque no eres consciente de que el temor a la desactivación es el resultado de una aspiración insana a la activación ininterrumpida. Si lo miras con perspectiva, incluso tú verás que todos esos temores desaparecen.

R2-D2 farfulló algo.

—Haz el favor de controlar tu lenguaje, barril de tuercas. Y qué si empiezo a pensar como un ser humano. Dices eso como si fuera algo negativo. R2-D2 soltó unos pitidos en tono de reproche.

—Así que me recordarás todo esto cuando a ambos nos estén destrozando para sacarnos las piezas, ¿no? ¿Y qué te hace pensar que estarás en posición de recordar nada a nadie? De todas formas, te quiero ver intentándolo. Para que lo sepas, el amo Han prometió almacenar toda mi memoria, por si se daba el caso de que se destruyese mi cuerpo metálico. Así mis pensamientos y recuerdos podrán ser transferidos a otro. Quizás incluso a un modelo más nuevo de protocolo con el verbocerebro AAA-2 SyntheTech.

R2-D2 le soltó una perorata, cuyo significado quedó bastante claro, y se fue por la puerta.

—¿Que me meta una tuerca de contención por dónde? —dijo C-3PO, asombrado—. No te preocupes, recordaré decirle al amo Luke que tus circuitos están irreparablemente dañados. Vamos, vete rodando —dijo a la espalda del androide astromecánico—. A ver hasta dónde llegas. Ya volverás, y querrás saber todo lo que yo sé sobre cómo convertirse en una persona real.

Other books

Command a King's Ship by Alexander Kent
Illegitimate Tycoon by Janette Kenny
As Good as Dead by Beverly Barton
Something True by Kieran Scott
The Consorts of Death by Gunnar Staalesen
Kaavl Conspiracy by Jennette Green