Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
Por el rabillo del ojo, Han vio que a Droma se le abría la boca por la sorpresa.
—Te pillé —dijo Reck, sonriendo.
Dos hombres dieron un paso adelante para detener a Elan. Al mismo tiempo, la criatura que había asustado al enmascarador ooglith saltó gruñendo de las manos del hombre y se fue a por la criatura, atrapándola entre sus dientes y agitándola como si fuera un pedazo de carne. El yuuzhan vong se acercó, cogió a la criatura y la echó dentro de la caja, junto al enmascarador.
Reck no podía estar más satisfecho.
—Es lo que tienen los enmascaradores ooglith —dijo a la recién revelada Elan—. Son tan fáciles de intimidar como un…
Las palabras de Reck se quedaron en el aire cuando su mirada se posó en Han. Entonces, él también se quedó boquiabierto, con una mezcla de sorpresa y algo de repentina intranquilidad.
—¿Han? —dijo—. Han, ¿eres tú, verdad? Más canoso, más gordo, pero, por todos los láseres, el mismo gesto arrogante y el mismo aspecto de rey de las nenas.
—Hola, Reck.
Reck sonrió de oreja a oreja y señaló a la barbilla de Han.
—No recordaba esa cicatriz.
—Podría habérmela arreglado, Reck, pero me recuerda que mi pasado es real.
Reck se quedó algo confundido, y luego se rió a carcajadas.
—Han Solo —negando con la cabeza, se giró hacia sus camaradas—. ¿Os lo podéis creer? Han Solo. —Pero cuando volvió a darse la vuelta, su sonrisa había sido sustituida por un gesto de preocupación—. Entiendo que te hayan puesto al cargo de estas dos.
—Eso no es exactamente lo que ha pasado, Reck.
—Seguro que no. —Señaló la caja del yuuzhan vong—. ¿Qué te parece el desenmascarador ése?
—Sólo te diré una cosa, no sueles cometer muchos errores.
Reck soltó una risilla.
—Claro, para eso me pagan.
—¿Has echado un ojo ahí fuera, Reck? ¿Crees que te dejarán llegar muy lejos?
—Sólo necesito llegar hasta la nave yuuzhan vong.
—Si yo fuera tú, empezaría a replantearme mis lealtades.
—¿Lealtades? —dijo Reck en tono exagerado—. ¿A cuánto se cotiza la lealtad en el mercado? —Volvió a reírse, esta vez con mordacidad—. Los tíos como tú me hacen gracia, Han. Ladrones sin el valor para cambiar de bando, que de repente se llaman a sí mismos patriotas. Yo sé quién saldrá vencedor en esta guerra, y haré todo lo que pueda para poder ser feliz por siempre jamás.
—Estamos hablando de traición, Reck.
—Es un idioma que se me da muy bien, amigo.
Han reprimió las ganas de tirarse al cuello de Reck.
—¿Recuerdas a Chewbacca?
—¿El wookiee? Claro. De lo mejorcito que me he encontrado. Han tragó saliva.
—Tus nuevos jefes se lo cargaron. Le tiraron una luna encima. Reck arqueó las cejas.
¿El wookiee estaba en Sernpidal? —dio un resoplido y negó con la cabeza—. Siento oír eso, Han. En serio. Pero yo no tuve nada que ver con esa operación.
—¿Y con la operación de Atzerri, Reck? Allí fue donde murió la mujer de Roa, Lwyll, cuando la Brigada de la Paz se puso en marcha.
—¿La mujer de Roa? —Reck parpadeó e hizo un gesto, como negándolo todo—. Esa operación no tendría que haber acabado como acabó. Han le clavó la mirada.
—¿Eso hace que lo soportes mejor?
Reck frunció el ceño.
—Hay que ganarse el pan.
Han se lanzó a por él, pero apenas consiguió rodear su cuello con las manos antes de que alguien volviera a derribarlo.
—Me dan igual los chaqueteros, Reck —dijo Han, mirándole mientras se ponía en pie—, pero no soporto a los de segunda fila. Haces que ser mercenario tenga categoría.
La respuesta de Reck fue una sonrisa burlona. Cogió su intercomunicador personal y lo pulsó.
—Los tenemos —dijo al dispositivo—. Vamos a volver a la nave.
—No os servirá de nada —respondió una voz entrecortada—. No podemos separarnos de la cámara de vacío. No funciona ningún sistema, ni la velocidad subluz ni los retropropulsores. El dovin basal no reacciona. Es como si estuviera inutilizado.
Reck se giró hacia el que agarraba el desenmascarador, que lo miró estupefacto.
—¿Habéis intentado contactar con la nave yuuzhan vong? —dijo Reck al intercomunicador.
—No ha habido respuesta.
Reck soltó una maldición.
—Vale —dijo al cabo de un momento—. Les llevaré a la desertora en mi lanzadera.
El hombre con el que estaba hablando se rió.
—Aquí fuera es el Día del Juicio Final, Reck. Tendrás suerte si consigues salir del hangar de lanzamiento sin perder la vida.
—¿Las armas están operativas?
—Afirmativo.
—Entonces despéjame una ruta. La Nueva República no hará nada si tenemos unos cuantos miles de rehenes. Cuando llegue a la nave yuuzhan vong, haré que vengan a buscaros.
Reck apagó el intercomunicador. Abrió la boca para decir algo a Han, cuándo apareció corriendo otro contingente de la Brigada de la Paz, que venía del hangar. Con ellos iba un rodiano herido, apoyándose en otros dos, que tenía que ser Capo.
—Se supone que debíais estar en el puente —gritó Reck.
—Ésta es tu operación, Reck —respondió el de mayor tamaño—. Si quieres quedarte y echar a los refugiados al vacío, eso es cosa tuya. Pero nosotros nos vamos.
El hombre que había descubierto a Han y a Droma empezó a alzar el rifle disruptor, pero Reck le hizo detenerse.
—Déjalo. Enfrentarnos entre nosotros no servirá de nada. Cogeremos las lanzaderas e iremos a la nave yuuzhan vong.
Han sonrió con satisfacción.
—Menos mal que han aparecido, ¿eh, Reck?
Reck hizo una seña a dos de los hombres para que se ocuparan de Vergere, y luego se volvió hacia Han.
—Sabes, me preocupa mucho menos la interferencia de esos cazas que el hecho de posibles interferencias por tu parte.
Sacó la pistola láser y ordenó a Han que se acercara al túnel de descenso más cercano. Droma les siguió en silencio. Ante la insistencia de la pistola, Han se quedó arrinconado contra el borde del tubo, y se agarró al borde.
—Aquí no hay mucho aire —dijo Han.
Reck sonrió.
—Siempre has sido muy gracioso, Han.
Han se encogió de hombros.
—Ya sabes lo que dicen de que, a veces, una buena frase lapidaria es la mejor venganza.
Reck lo pensó un momento.
—Si nos hubiéramos encontrado en cualquier otro sitio, ahora mismo estaríamos tomándonos unas gizers heladas. Pero no puedo correr el riesgo de que nos sigas o de que hables con tus amigos de la Nueva República. Tienes demasiada buena suerte. Siempre la has tenido.
—Pues parece que me he quedado sin suerte —dijeron Han y Droma al mismo tiempo.
Reck miró a uno y luego a otro, y soltó una breve risilla.
—Menuda pareja hacéis. Qué pena me da separaros. —Alzó el mango de la pistola láser—. Para abajo, Han. Próxima parada, la bodega de carga. Han tragó saliva.
—Venga, Reck, no tienes por qué hacer esto. Piensa en los viejos tiempos.
—Eso hago, amigo mío. —Le hizo otra seña con la pistola láser—. Sé buen perdedor. No me obligues a dispararte.
Han se apretó los tirantes de la mochila, pensando que igual servía para amortiguar la caída. Estiró los hombros y respiró hondo. Mirando a Reck con los ojos entrecerrados, dio un paso hacia atrás, hacia el abismo.
Droma dejó escapar un grito de angustia y se quedó rígido del susto.
Las imágenes de la brutal batalla que se desarrollaba en la zona cercana al Borde Exterior del sistema de Bilbringi eran transmitidas mediante villip a Obroa-Skai, donde los comandantes Malik Carr y Tla, y el estratega Raff y Harrar, las presenciaban en tiempo real en la nave del Sacerdote.
—La corbeta de la Brigada de la Paz ha realizado varios intentos de ponerse en contacto con nosotros —informó un villip a Nom Anor—, pero hemos ignorado todas sus solicitudes de socorro.
Detrás de él, en el campo visual del villip, la luz de los láseres relampagueaba e iba de un lado a otro en el negro espacio, más allá del puesto de observación de la fragata. De vez en cuando, un caza de morro chato pasaba cerca del puente, descargando globos cegadores de energía encapsulada. La mayoría eran absorbidos por las singularidades, pero algunos explotaban contra la nave con una fuerza tremenda, alterando la señal de entrada del villip con líneas ondulantes de interferencias, o suspendiéndola del todo.
—Con el debido respeto, comandante Malik Carr —dijo Tla—. No me agrada tener que abandonar aliados…, aunque antes, y sin consultarlo, se hayan adjudicado la tarea de rescatar a las infiltradas del Ejecutor Nom Anor. Y lo que es más, no me gusta que nuestras fuerzas salten de un lado a otro para evitar el enfrentamiento con el enemigo.
Harrar se colocó frente al villip emisor.
—¿Le preocupa que alguien juzgue sus actos como cobardes? —preguntó a Nom Anor.
—No, no me preocupa, sabiendo que mis actos benefician a una causa más importante.
Tla le miró con el ceño fruncido.
—Sus opiniones no importan aquí, Ejecutor.
El comandante Malik Carr contempló por un momento a Tla y se giró hacia el villip de transmisión.
—¿Cedería usted el mando para apaciguar la preocupación del comandante Tla, Ejecutor?
Nom Anor ridiculizó esa idea.
—Hasta yo sé que no se debe intercambiar una indignidad menor por otra más grande.
Desde alguna parte fuera del campo visual, les habló el subordinado al mando del puente de la fragata.
—Ejecutor, una nave enemiga ataca al dovin basal de la nave controlada a distancia. De momento, el dovin basal no ha sido capaz de repeler el ataque. Actúa como si estuviera aturdido.
—Muéstranos esa nave —ordenó Nom Anor.
El villip de recepción de la nave de Harrar mostró la imagen de una nave de color gris blanquecino, con protuberantes mandíbulas y armamento de extraordinario potencial.
El villip de Nom Anor miró al estratega.
—Tú has estudiado las imágenes villip de nuestras batallas previas con el ejército de la Nueva República. ¿Reconoces esa nave?
El superior cerebro de Raff se puso a trabajar. Finalmente, asintió.
—Esa nave estuvo en Helska —anunció a los presentes del centro de mando, así como a los que estaban a bordo de la fragata—. La recordaban los satélites villip que dejó el prefecto Da’gara.
—En Helska —dijo Malik Carr, sorprendido—. ¿Jedi? —preguntó a Nom Anor—. ¿Es posible que hayan adivinado tus intenciones? Nom Anor negó firmemente con la cabeza.
—Es poco probable. Y si realmente son pilotos Jedi, estarán demasiado ocupados confundiendo al dovin basal y venciendo en este insignificante enfrentamiento como para darse cuenta de lo que están haciendo.
Subordinado —continuó—. No hagas nada para proteger al dovin basal. Si esa nave consigue destruirlo, ordenarás a los coralitas que se comporten como si de repente hubiera cundido el caos.
El estratega Raff tomó la palabra.
—Me permito señalar que la destrucción del dovin basal hará que las naves pequeñas que abordaron el crucero puedan volver a despegar…
—El dovin basal ha sido destruido —informó el subordinado. La imagen del villip mostró ante los presentes en la nave de Harrar a la nave enemiga apartándose de donde estaba la nave del dovin basal.
—Tres lanzaderas han salido del crucero —informó el subordinado a Nom Anor—. Dos han desaparecido por detrás de la nave de pasajeros, en dirección al planeta. La otra se dirige a nuestra posición actual.
—Creo que la Brigada de la Paz ha conseguido a Elan —dijo el comandante Malik Carr sin inflexión en la voz, rompiendo el silencio que cayó sobre el centro de mando—. Y sospecho que intentan traerla de vuelta a casa.
—Su corbeta sigue firmemente anclada al crucero —replicó Nom Anor—. Puede que sólo quieran que sea su santuario.
El comandante Tla no pudo ocultar su satisfacción.
—Sea discreto —dijo Harrar al fin—, pero mantenga a raya a esa nave.
—¿Y si la Sacerdotisa Elan se encuentra realmente en esa lanzadera? —preguntó Malik Carr.
Harrar miró el villip de Nom Anor, que respondió por el Sacerdote.
—Elan sabrá qué hacer.
Droma seguía gritando cuando finalmente Han consiguió subir a la cubierta, trepando por la cola del ryn, no sin esfuerzo, y se tumbó en el suelo, jadeante y manteniéndose a distancia segura del borde del túnel de descenso desactivado.