Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
Showolter llevaba unas gafas de piloto ahumadas y un poncho comprado en zona. Saludó a Kalenda y estrechó la mano de Eicroth y Yintal. Después presentó a Mobvekar y Khakraim, del clan hakh’khar, asignados al piso franco de la SINR. La agradable luz del sol apenas suavizaba la salvaje musculación y la repugnancia vampírica que inspiraban esos deformes seres grises.
Kalenda miró dubitativa el compartimento de pasajeros del maltrecho deslizador.
—¿Hay sitio para todos en esa cosa?
—Pensaba que fuéramos caminando —dijo Showolter, haciendo que sonara como una pregunta—. No está lejos.
Kalenda le indicó con la mano que procediera.
—Usted delante, mayor.
Los noghri insistieron en llevar las maletas. Las estrechas calles de tierra apelmazada hormigueaban con myneyrshi larguiruchos, psadans armados, humanos y noghri, entremezclados con pequeños grupos de bimms, falleen, bothanos y otras especies, que se demoraban parados ante los hoteles o tomando algo en las terrazas de los cafés.
Asombrada, Kalenda no pudo evitar preguntar.
—Un resultado casual del Acuerdo Debble —dijo Showolter mientras caminaban—. El acuerdo estipula que cualquier obra de arte encontrada en el monte Tantiss o alrededores, que fuera propiedad de Palpatine, puede ser reclamada por la cultura que la creó. Desde que se aplicó esa ley, marchantes y compradores de arte de cientos de planetas han acudido a Wayland para recuperar objetos que sobrevivieron a la explosión y que se han ido descubriendo desde entonces, durante la expansión de Nueva Nystao. Obviamente, los forasteros necesitaban alojamiento y comida, así que se abrieron hoteles y restaurantes, lo que forzó el crecimiento de la ciudad.
—Y al descubrimiento de muchos más objetos culturales —añadió Yintal.
Showolter asintió.
—Los buscadores de tesoros son ahora tan comunes como las culebras.
Cuando el equipo de la SINR se acercó a la zona noghri del asentamiento, las primitivas viviendas de los myneyrshi y las fortalezas rocosas de los psadans fueron sustituidas por unas chozas básicas pero de construcción sólida, hechas de madera y piedra. El pueblo había sido trasladado allí desde Honog, en cuanto empezó el saqueo del monte Tantiss.
Ascendieron por una colina baja pero muy inclinada que les llevó a una discreta vivienda noghri situada junto a la ladera, a la sombra de unos árboles floridos. Tanto Mobvekhar como Khakraim se quedaron fuera, mientras Showolter llevaba a los demás a una estancia sin ventanas y escasamente amueblada.
—La puerta de atrás da a uno de los túneles que recorren Tantiss —explicó el mayor—. Es el lugar más resistente que encontrarás de aquí a Borleias —señaló a una estancia lateral—. Nuestra aspirante a desertora está ahí. Tenemos a la otra, a la mascota, en el piso de abajo.
—¿Ese término es suyo o de ella? —preguntó Eicroth.
Showolter se giró hacia ella.
—Lo que ella dijo en realidad fue que eran «familiares».
Los cuatro agentes entraron en la sala lateral, donde la hembra yuuzhan vong estaba sentada en postura meditativa sobre un cojín que había cogido de la cama. En lugar de su exótico atuendo, llevaba unos pantalones deportivos y una sudadera con capucha, como había visto Kalenda en las imágenes ópticas bidimensionales. Era incluso más impresionante y majestuosa en persona de lo que parecía en las fotos, pese a sus extravagantes tatuajes.
Sus ojos oblicuos, de un azul llameante, se abrieron de repente y se fijaron en un rostro tras otro.
—Elan, éstos son algunos de mis compañeros —dijo Showolter suavemente.
Ella le miró, agresiva.
—¿Dónde está Vergere?
—Abajo. La última vez que la vi estaba comiendo.
—Nos has separado deliberadamente.
—Sólo de momento.
—¿Qué es Vergere para ti, Elan? —dijo Eicroth, acercándose a la cama y tomando asiento.
—Es mi familiar.
Kalenda y Eicroth intercambiaron una breve mirada.
—Comprendemos el término, pero puede que en un contexto diferente. ¿Quieres decir que Vergere es algo más que una acompañante? —preguntó Kalenda.
—También es eso.
—Entonces, es una asistente y una amiga.
—No es una amiga. Es mi familiar —Elan se arrellanó en su cojín—. ¿Han venido a hacerme más pruebas?
Kalenda se sentó junto a Eicroth.
—Sólo unas preguntas.
—¿Preguntas que sus despreciables escáneres y analizadores no pueden responder? —Elan sonrió maliciosa—. ¿Cómo pueden esperar que unas máquinas se comuniquen con un ser vivo?
Kalenda sonrió.
—Digamos que esto es sólo para conocernos mejor.
—Los yuuzhan vong no tenemos esos protocolos. Sabemos quiénes son los demás. Nuestra apariencia delata nuestra identidad —se pasó los dedos por las marcas de las mejillas—. Lo que ven refleja lo que hay dentro. Están locos si piensan que soy algo más que lo que mi cuerpo y mi rostro dicen que soy. ¿Por qué se niegan a ofrecerme asilo político?
—¿Aceptarían los yuuzhan vong a uno de los nuestros sin preguntar? —replicó Yintal.
Elan le miró con frialdad.
—Donde existe duda o sospecha, nosotros tenemos la ruptura.
—¿Qué es la ruptura? —preguntó Yintal, claramente intrigado.
—Un camino expeditivo para llegar a la verdad.
Eicroth esperó a que Elan continuara, pero, en lugar de eso, la yuuzhan vong guardó silencio.
—Dices ser lo que pareces. ¿Te refieres a tus marcas corporales?
—¿Marcas? —repitió Elan sin ocultar su desprecio—. Soy una, Sacerdotisa de Yun-Harla —se tocó su ancha frente, y luego la barbilla puntiaguda—. Ésta es la frente de Yun-Harla, ésta es su barbilla. Esto no son marcas. Yo pertenezco a la élite.
—¿Y por qué iba la élite a despreciar a uno de los suyos? —preguntó Yintal bruscamente.
Elan entrecerró los ojos, aparentemente pensando en la pregunta.
—Hay desacuerdos. No todos los yuuzhan vong querían cruzar el vacío para venir aquí. Son muchos los que opinan que esta guerra no es deseada por los dioses. Y yo, como Sacerdotisa de las Artes, me gustaría haceros ver la luz de otro modo.
—¿No estás de acuerdo con los asesinatos en masa y los sacrificios que han caracterizado vuestra campaña bélica hasta ahora? —dijo Kalenda. Elan se giró hacia ella.
—El sacrificio es vital para la existencia. Nosotros, los yuuzhan vong, nos sacrificamos a nosotros mismos tan a menudo como sacrificamos a los infieles. Tanto si vuestra galaxia es la tierra elegida como si no lo es, debe ser purificada para qué sea habitable. —Hizo una pausa—. Pero lo que queremos para vosotros no es la muerte. Sólo que aceptéis la verdad.
—La verdad que revelan vuestros dioses —dijo Eicroth.
—Los únicos dioses —le corrigió Elan.
Yintal hizo un ruido de desprecio.
—Tú no eres Sacerdotisa. Eres una espía, una infiltrada. La nave de la que escapaste fue destruida con demasiada facilidad.
Los ojos de Elan centellearon.
—Vergere y yo ya nos habíamos ocultado en la cápsula de salvamento cuando empezó la batalla. No sabíamos que la nave fuera a ser destruida. Nuestro lanzamiento fue… fortuito.
—Aunque eso sea cierto, ¿por qué iban a lanzar tus líderes militares una nave tan pequeña contra nosotros, habiendo una mucho más grande no muy lejos? Elan le miró, burlona.
—¿Acaso te juzgo a ti por tu tamaño, pequeño hombre? La nave menor era la mejor armada de las dos. ¿Por qué, si no, iba a huir la más grande al ver la destrucción de su larva?
Yintal miró a Kalenda y a Eicroth.
—Está mintiendo.
Elan suspiró cansada.
—Sois una especie muy incrédula. He venido a hacer el bien.
—¿De qué modo, Elan? —preguntó Kalenda.
—Tenéis que llevarme ante los Jedi. Puedo proporcionarles información sobre la dolencia.
Yintal se acercó a Elan y la contempló abiertamente.
—¿Y qué sabe una Sacerdotisa de enfermedades?
Ella negó con la cabeza.
—No es una enfermedad. Es una reacciónalas esporas coomb. Los Jedi tienen que saberlo.
—¿Y por qué nos lo cuentas a nosotros? —dijo Kalenda—. ¿Por qué es tan importante que te reúnas con los Jedi?
Elan la miró fijamente.
—Contadles lo que os he dicho y ellos lo entenderán.
Yintal se alejó de ella y luego se giró.
—Necesitamos pruebas de que has venido como benefactora, y no como espía.
Elan abrió los brazos.
—Me estáis viendo. ¿Qué más pruebas puedo daros?
Yintal apretó los labios y se puso en cuclillas frente a ella.
—Datos militares.
El rostro de Elan se llenó de perplejidad.
—¿Es eso lo que deseáis?
—Danos algo que ofrecer a nuestros superiores —le insistió Kalenda—. Si lo que nos das se corrobora, quizá accedamos a tu petición y concertemos un encuentro con los Jedi.
Elan lo pensó un momento.
—Mi Orden colabora estrechamente con los guerreros para asegurarse de que los augurios sean propicios. Nosotros predecimos las tácticas a emplear…
—Entonces dinos dónde será el próximo ataque —exigió Yintal—. El nombre del planeta.
Elan ya tenía la boca abierta para responder, cuando un ruido sordo llegó procedente de la sala principal, seguido de un grito ahogado, en Básico y en honog.
Mientras Kalenda y Eicroth se levantaban de la cama, un hombre alto y de complexión fuerte chocó contra el dintel de la puerta y cayó al suelo, aunque enseguida se puso en pie. Vestía atuendo espacial y se tambaleó un momento junto a la puerta, asimilando dónde se encontraba. La sangre manaba de sus costillas, empapando el traje, así como de los cortes que tenía por toda la cara. Con los ojos fijos en Elan, se llevó el dedo índice a una hendidura que tenía junto a la nariz y lanzó al cielo un aterrador grito yuuzhan vong.
—¡Do-ro’ik vong pratte!
Entonces ocurrieron varias cosas.
La piel del hombre empezó a retirarse de su cara como si tuviera voluntad propia, revelando una máscara macabra y repugnante a base de bultos y líneas onduladas. Por debajo de su grito se oyeron chasquidos y crujidos procedentes de su atuendo. Entonces, dos torrentes de fango gelatinoso fluyeron de sus perneras, formando una masa que se alejó como una mancha de petróleo con vida propia.
Elan se puso en pie de un salto y se apoyó contra la pared, siseando, gruñendo al intruso y curvando sus largos dedos a modo de garras.
—¡Un asesino! —gritó ella, enseñando los dientes—. ¡Me han encontrado!
Yintal se dio la vuelta y se situó delante del asesino, sólo para recibir un revés en la cara que le dobló el cuello como si fuera una ramita. El hombrecillo voló por la habitación, chocando contra Showolter y derribándolo.
El asesino se disponía a abalanzarse contra Elan cuando, de repente, fue atacado por la espalda por Mobvekhar y Khakraim, cuyos brazos nudosos y cráneos irregulares mostraban cortes y hematomas. Los dos noghri empujaron al yuuzhan vong hasta la pared lateral de la cabaña, y estuvieron a punto de chocar contra Elan, que se agachó en el último momento y se metió debajo de la cama.
El yuuzhan vong se dio de bruces contra la pared con una fuerza impresionante, y, por un momento, dio la impresión de que sucumbiría al ataque brutal de los noghri. Pero se incorporó de pronto, quitándose de encima a sus dos contrincantes con tanta fuerza que volaron hasta las paredes de la habitación, donde chocaron y cayeron al suelo.
El yuuzhan vong se dio la vuelta, salpicando sangre en todas direcciones y examinando la habitación con los ojos. Se abalanzó entre Kalenda y Eicroth, derribándolas como si fueran muñecas de trapo, y volcó la cama con una mano, cogiendo a Elan con la otra. Sus dedos atraparon el largo cuello de la Sacerdotisa y la levantaron del suelo, poniéndola contra la pared.
En ese momento, Mobvekhar recuperó la consciencia. Saltó, ayudado por sus poderosas piernas, cogió al asesino por la cintura y hundió los dientes en la espalda de su enemigo.
El yuuzhan vong soltó un aullido. Echó a Elan a un lado y utilizó el puño que tenía libre para asestar golpes al noghri, que no le soltaba. Mobvekhar gruñó y gimió mientras se quedaba sin aire en los pulmones, pero no soltó a su presa.
Aturdida, Kalenda se puso en pie trabajosamente, meneó un poco la cabeza para despejársela y se abalanzó contra el brazo del asesino, colgándose unos instantes de él, hasta que el yuuzhan vong se zafó de ella como si no fuera nada. Kalenda golpeó algo sólido con la cabeza y quedó inconsciente. Unas formas luminosas cobraron forma en la momentánea oscuridad. Entonces vio a Showolter agazapado en una esquina de la habitación, con el poncho enredado en el cuello, saliendo de debajo de Yintal y cogiendo una pequeña pistola láser de una funda que llevaba bajo el brazo.
El mayor disparó tumbado en el suelo, con sumo cuidado para no alcanzar a Mobvekhar, que había acabado en el suelo, y acertó al yuuzhan vong entre los omoplatos. El aire se llenó del olor a ozono y carne quemada, pero el asesino apenas reaccionó. Showolter volvió a disparar, acertando al yuuzhan vong en la nuca y prendiéndole fuego al pelo.
Showolter realizó un último disparo.
El asesino se quedó rígido y cayó al suelo como un árbol talado, con la mano izquierda apresando todavía la garganta de Elan. La Sacerdotisa separó los gruesos dedos y se dejó caer contra la pared, luchando por respirar y sangrando por nariz y ojos.
Kalenda se levantó torpemente. Y cuando se acercó a Elan para ayudarla, la cabaña se vio sacudida por una fuerte explosión. El intercomunicador de Showolter dio un pitido, y éste lo sacó torpemente del bolsillo.
—Coralitas yuuzhan vong —le informó alguien desde el otro lado de la línea—. Una media docena, ejecutando vuelos rasantes sobre Nueva Nystao. El
Soothfast
ha sido alertado. Los cazas están en camino.
Showolter cogió a Kalenda por el brazo.
—Llévatela a la zona segura —dijo con voz ronca, tosiendo sangre—. ¡Rápido!
En el gélido borde del sistema estelar donde orbitaba Wayland, se encontraba un solitario artillero yuuzhan vong al acecho. En el puente, Nom Anor estaba parado ante un campo visual creado por distantes señales villip, observando a los coralitas y a los cazas de la Nueva República intercambiando disparos en el cielo de Nueva Nystao.
—No os esforcéis demasiado —dijo en voz alta a los pilotos que dirigían los coralitas—. Lo justo para que se convenzan.