Read ¡Acabad ya con esta crisis! Online
Authors: Paul Krugman
No obstante, los «austeríacos» rechazaron esta lógica e insistieron en que era necesario emprender recortes inmediatos para restaurar la confianza; afirmaban que, cuando se hubiera restaurado esa confianza, los recortes devendrían expansivos, no contractivos. Esto, pues, nos lleva a un segundo grupo de argumentos: el debate sobre el efecto de la austeridad en el empleo y la producción de una economía deprimida.
EL HADA DE LA CONFIANZA
He abierto este capítulo con unas observaciones de Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo hasta el otoño de 2011, que compendian la doctrina notoriamente optimista —y notoriamente absurda— que se apoderó de los pasillos del poder en 2010. Esta doctrina aceptaba la idea de que el efecto directo de recortar el gasto gubernamental es reducir la demanda, lo que, mientras el resto de circunstancias no se alterasen, comportaría un bajón económico y un alza del desempleo. Pero la «confianza» —según insistía en decir gente como Trichet— compensaría de sobras este efecto negativo.
Hace un tiempo, di en calificar esta doctrina de fe en «el hada de la confianza», un sintagma que parece haber hecho fortuna. Pero ¿de qué se trataba? ¿Cabe la posibilidad de que reducir el gasto del gobierno pueda servir en efecto para incrementar la demanda? Pues sí, es posible. De hecho, hay dos canales a través de los cuales el recorte del gasto, en principio, provocaría un alza de la demanda: si se reducen las tasas de interés o se induce a la gente a confiar en que las tasas futuras serán más bajas que las de hoy.
Así es como funciona el canal de la tasa de interés: los inversores, impresionados por el empeño con el que un gobierno reduciría su déficit presupuestario, revisarían a la baja su expectativa sobre el futuro endeudamiento gubernamental y, por lo tanto, también sobre el nivel futuro de las tasas de interés. Como las tasas de interés a largo plazo del presente reflejan las expectativas sobre las tasas futuras, esta perspectiva de un endeudamiento futuro inferior podría comportar un descenso inmediato de los tipos. Y estos tipos más bajos podrían provocar un aumento inmediato de la inversión.
Alternativamente, la austeridad también podría impresionar a los consumidores: estos se fijarían en el entusiasmo con el que el gobierno emprende los recortes y concluirían que los impuestos futuros no serían tan elevados como anteriormente esperaban que fuesen. Y esta confianza en una menor carga impositiva les haría sentirse más ricos y gastar más, de nuevo, de manera inmediata.
La pregunta, pues, no era si resultaba posible que la austeridad tuviera el efecto de expandir la economía a través de estos canales; era la de si resultaba en absoluto verosímil creer que los efectos favorables (ya fuese mediante la tasa de interés o la expectativa de futuros impuestos) sirvieran para compensar el efecto depresor directo de una rebaja del gasto gubernamental; particularmente, en las circunstancias actuales.
A mí, como a muchos otros economistas, la respuesta nos parecía clara: la austeridad expansiva era muy poco verosímil en general, y menos aún si se tomaba en cuenta el estado del mundo en 2010 (que no es distinto del actual). Por decirlo una vez más, la clave es que, para justificar afirmaciones como las declaradas por Jean-Claude Trichet a
La Repubblica
no basta con que los efectos relacionados con la confianza se
den
, sino que además deben darse
con la fuerza suficiente
para compensar y superar el efecto directo y negativo de la austeridad en el tiempo actual. Esto era difícil de imaginar para el canal de la tasa de interés, dado que las tasas ya eran muy bajas al comenzar 2010 (y son aún más bajas en el momento de escribir estas palabras). Y en cuanto al efecto que tendría la expectativa de la futura carga impositiva, ¿a cuánta gente conoce usted que decida hoy cuánto puede gastar este año a partir del cálculo de lo que las decisiones fiscales supondrán para sus impuestos a 5 o 10 años vista?
No importa, dicen los «austeríacos»: hay pruebas empíricas claras que apoyan nuestras exigencias. Y a continuación, narraban un cuento.
Una década antes de la crisis, allá por 1998, Alberto Alesina, economista de Harvard, había publicado un documento titulado «Cuentos de ajustes fiscales», un estudio de países que habían emprendido medidas para reducir sus grandes déficits presupuestarios. En este estudio, Alesina defendía que la confianza surtía un efecto muy poderoso, tan poderoso que, en muchos casos, de hecho la austeridad había dado pie a la expansión económica. Era una conclusión llamativa, pero que en aquel momento no atrajo tanto interés —ni tanto análisis crítico— como cabría haber esperado. En 1998, aún había entre los economistas un consenso general al respecto de que la Reserva Federal y otros bancos centrales siempre podrían hacer lo que fuera preciso para estabilizar la economía; en consecuencia, los efectos de la política fiscal no parecían de gran importancia, ni en un sentido ni en otro.
La situación era muy distinta, por descontado, en 2010. La cuestión de si debía aportarse más estímulo o bien apostar por la austeridad había pasado a ocupar el centro de los debates sobre política económica. Los partidarios de la austeridad se adueñaron de la afirmación de Alesina, así como de un nuevo artículo, coescrito con Silvia Ardagna, que pretendía identificar «cambios significativos en la política fiscal» entre una gran variedad de países y períodos históricos, y afirmaba haber hallado muchos ejemplos de austeridad expansiva.
De paso se pretendía respaldar estas tesis con una referencia a casos históricos. Se decía: fíjense en la Irlanda de finales de los años ochenta, o la Canadá de mediados de los noventa, o este o aquel otro caso. Estos países habían rebajado radicalmente sus déficits presupuestarios y sus economías no entraban en declive, sino que prosperaban.
En tiempos normales, la investigación académica más reciente interpreta un papel muy poco relevante en los debates reales sobre qué política seguir. Y probablemente, está bien que sea así: en el calor del momento político, ¿cuántos gestores están verdaderamente pertrechados para evaluar la calidad del análisis estadístico de un catedrático? Es preferible dejar que pase el tiempo para que el proceso habitual de estudio y examen académico cribe lo sólido y descarte lo prescindible. Pero las ideas de Alesina-Ardagna fueron adoptadas de inmediato y enarboladas como bandera por gestores de las políticas y por paladines de todo el mundo. Fue un caso desafortunado, porque, en la práctica, ni los resultados estadísticos ni los ejemplos históricos que en teoría demostraban la existencia de la austeridad expansiva se sostuvieron en pie en cuanto la gente comenzó a inspeccionarlos con atención.
Y ¿por qué no se sostuvieron? Hubo dos razones principales: el problema de la falsa correlación y el hecho de que las políticas fiscales no suelen ser el único juego disponible en la ciudad… pero ahora sí lo son.
Sobre el primer punto, tomemos el ejemplo del gran avance de Estados Unidos a finales de los años noventa, cuando pasó del déficit presupuestario al superávit. Este paso se relaciona con una economía floreciente, por lo que ¿valdría como prueba de la austeridad expansiva? No, no sirve, pues tanto la explosión económica como el descenso del déficit son, en gran medida, reflejo de un tercer factor: la explosión y la burbuja tecnológicas, que contribuyeron a impulsar la economía hacia delante, pero también dispararon los precios bursátiles, lo que a su vez se tradujo en mayores ingresos fiscales. Hay relación entre la reducción del déficit y la fortaleza de la economía, pero no era causal.
Bien, Alesina y Ardagna corrigieron una fuente de correlación espuria, la tasa de desempleo; pero como se observó con prontitud al analizar el documento, no era suficiente. Los episodios aportados tanto de austeridad fiscal como de estímulo fiscal no se correspondían de forma clara con los acontecimientos reales de las decisiones sobre políticas: por ejemplo, no se refleja ni el gran esfuerzo de estímulo de Japón en 1995 ni su brusco giro a la austeridad en 1997.
El año pasado, investigadores del FMI intentaron lidiar con este problema empleando información directa sobre los cambios de política para identificar episodios de austeridad fiscal. Lo que hallaron fue que la austeridad fiscal deprime la economía, más que expandirla.
Pero incluso desde esta perspectiva se tiene demasiado poco en cuenta hasta qué punto nuestro mundo actual es en verdad «key-nesiano». ¿Por qué? Porque, habitualmente, los gobiernos pueden tomar iniciativas para compensar los efectos de la austeridad presupuestaria —en particular, recortar las tasas de interés o devaluar su moneda— de las que, en la depresión actual, no pueden disponer las economías con más dificultades.
Veamos otro ejemplo, el de Canadá a mediados de los años noventa, que redujo nítidamente su presupuesto a la vez que mantenía una fuerte expansión económica. Cuando el actual gobierno de Gran Bretaña llegó al poder, sus funcionarios solían apelar al caso canadiense para justificar su confianza en que las políticas de austeridad no causarían una ralentización brusca de la economía. Pero si uno examina qué estaba ocurriendo en Canadá en aquella época, lo primero que salta a la vista es que las tasas de interés cayeron radicalmente; y esto es algo imposible en la Gran Bretaña contemporánea, porque los tipos ya son muy bajos. Y también salta a la vista que Canadá pudo incrementar claramente sus exportaciones a un vecino de economía floreciente, Estados Unidos, gracias en parte a una fuerte reducción del valor del dólar canadiense. De nuevo, esta era una medida imposible para la Gran Bretaña actual, porque sus vecinos —la zona euro— se hallan muy lejos de la prosperidad; y la debilidad económica de la zona euro hace que su moneda también se mantenga débil.
Podría continuar con esto, pero probablemente ya he ido muy lejos. La idea clave es que el bombo y platillo con el que se recibieron las supuestas pruebas de la austeridad expansiva fue del todo desproporcionado, en comparación con la fiabilidad de esas pruebas. De hecho, la tesis de la austeridad expansiva se hundió con rapidez en cuanto empezó a ser sometida a un examen serio. Es difícil no concluir de todo ello que, si la élite gestora de las políticas económicas recibió con tanto alborozo las supuestas lecciones de historia de Alesina y Ardagna, sin molestarse en verificar la solidez de sus pruebas, fue porque estos estudios decían a los miembros de la élite lo que estos ansiaban oír.
Pero ¿por qué querían oír eso? Buena pregunta. Pero antes, hablemos de cómo está funcionando un gran experimento de austeridad.
EL EXPERIMENTO BRITÁNICO
En su mayor parte, los países que están adoptando las políticas más duras de austeridad, aun a pesar de tener un desempleo elevado, lo han hecho bajo presión. Grecia, Irlanda, España y demás se encontraron sin capacidad de refinanciar su deuda y se vieron obligadas a recortar el gasto y subir los impuestos para satisfacer a Alemania y otros gobiernos que les proporcionaban préstamos de emergencia. Pero ha habido un caso dramático de un gobierno que se ha embarcado en una austeridad voluntaria porque tenía fe en el hada de la confianza: el gobierno británico del primer ministro David Cameron.
Que Cameron optara por la línea dura representó hasta cierto punto una sorpresa política. Sin duda, el partido conservador había estado predicando el evangelio de la austeridad antes de las elecciones británicas de 2010. Pero solo pudo formar gobierno mediante una alianza con los liberal-demócratas, que uno habría esperado que actuaran como moderadores. Sin embargo, los
libdem
se dejaron llevar por el celo de los
tories
: al poco tiempo de jurar el cargo, Cameron anunció un programa de recorte radical del gasto. Y como Gran Bretaña, a diferencia de Estados Unidos, no tiene un sistema en el que una minoría determinada pueda entorpecer políticas dictadas desde lo alto, el programa de austeridad se ha llevado a la práctica.
Las políticas de Cameron se basaban, decididamente, en la inquietud por la confianza. Al anunciar su primer presupuesto en el cargo, George Osborne, ministro de Hacienda del país, declaró que si no recortaba el gasto Gran Bretaña se enfrentaría a
tasas de interés más elevadas, más cierres de empresas, fuertes incrementos del desempleo y, potencialmente, incluso una catastrófica pérdida de confianza y el final de la recuperación. No podemos permitir que ocurra algo así. Este presupuesto es necesario para lidiar con las deudas de nuestro país. Este presupuesto es necesario para dar confianza a nuestra economía. Es el presupuesto inevitable.
En Estados Unidos, las políticas de Cameron fueron recibidas con elogios tanto por los conservadores como por los que se hacían llamar centristas. Por ejemplo, en el Washington Post, David Broder exultaba: «Cameron y sus socios de coalición han dado un paso adelante con valentía y han descartado las advertencias de los economistas, según las cuales esta medicina brusca y potente podría cortar la recuperación económica de Gran Bretaña y devolver el país a la recesión».
Así pues, ¿cómo están yendo las cosas?
Bien, las tasas de interés de Gran Bretaña han seguido siendo bajas; pero también lo hicieron los tipos en Estados Unidos y Japón, que tienen niveles de endeudamiento más elevado pero no han hecho giros radicales hacia la austeridad. Básicamente, los inversores parecen no sentir inquietud al respecto de ningún país avanzado con un gobierno estable y moneda propia.
¿Y el hada de la confianza? Los consumidores y las empresas ¿confían más, ahora que Gran Bretaña se ha pasado a la austeridad? Muy al contrario, la confianza empresarial cayó a niveles que no se habían visto desde lo peor de la crisis financiera; y la confianza de los consumidores cayó incluso por debajo de la constatada en 2008-2009.
El resultado es una economía que permanece sumida en la depresión. Según señaló en unos cálculos asombrosos el centro de análisis británico Instituto Nacional de Investigación Económica y Social, en cierto sentido muy real Gran Bretaña lo está pasando peor en la recesión actual que en la Gran Depresión: al cuarto año de iniciarse la Gran Depresión, el PIB británico había recobrado su pico anterior; pero en esta ocasión, todavía se halla muy por debajo del nivel que tenía a principios de 2008.
Y, en el momento de escribir esto, Gran Bretaña parecía estar entrando en una nueva recesión.