Un rey golpe a golpe (29 page)

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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

BOOK: Un rey golpe a golpe
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Golpes que no fueron de Estado

A lo largo del «reinado» del PSOE, mientras el rey se divertía en Mallorca, en Baqueira, en Suiza o donde fuese, su valoración en las encuestas registraba los índices más elevados de popularidad, por encima del 80%, que crecían de manera imparable. Y los únicos inconvenientes eran los golpes que con «real» torpeza se daba de vez en cuando, mientras jugaba a alguno de sus juegos favoritos, que le obligaban a estar de baja durante largos períodos. Aunque esto nadie lo podría atribuir a los socialistas. Antes, en julio de 1981, ya había tropezado con una puerta de vidrio cuando se dirigía a la piscina de La Zarzuela, y le tuvieron que escayolar un brazo. Pero después vinieron muchos accidentes más, que no pillaban nunca al monarca trabajando. En enero de 1983, durante las vacaciones navideñas en Gstaad, tuvo uno de los accidentes más graves. Resbaló con una placa de hielo, cosa que le produjo una fisura en la pelvis. Fue un susto importante que casi le costó un testículo. Tras ser atendido en Suiza, fue trasladado rápidamente a Madrid. Cuando Sabino Fernández Campo, el secretario de la Casa Real, fue a recibirlo y lo vio postrado en la litera en que lo bajaban del avión, pálido, demacrado, despeinado.., vaya, hecho un asco, no pudo dejar de exclamar: «Señor, con todo respeto, tengo que decirle que un rey sólo puede tener ese lamentable aspecto si viene de las cruzadas». La recuperación de don Juan Carlos duró dos meses, pero le dejó como secuela un hematoma interno que originó una fibrosis reactiva («brida fibrótica pelviana periuretral que ejerce presión sobre el uréter izquierdo»), que tuvo que ser operada dos años después. En la intervención se le extirpó la fibrosis y parte del testículo izquierdo. Los médicos le recomendaron entonces que pusiera las partes al sol para favorecer la cicatrización, y fue cuando tuvo la mala suerte de que un paparazzi le fotografiara desnudo sobre la cubierta del yate Fortuna en aguas de Mallorca, como si fuera un «naturista», cuando sólo lo hacía por prescripción facultativa.

En 1988 se dio un cacharrazo cazando en Suecia. Cuando perseguía alborotado una pieza, una rama le dio un golpe en el ojo a traición. En diciembre de 1989, durante unas vacaciones en la estación de Courchevel (los Alpes franceses), otra trompada le produjo contusiones y heridas en la cara. El 28 de diciembre de 1991, esquiando en Baqueira, se cayó otra vez, mientras bajaba por una pendiente muy empinada, y se hundió el disco tibial de la rodilla derecha, por lo que tuvieron que intervenirle quirúrgicamente una vez más. Tuvo que traer muletas hasta el mes de abril. La Casa Real, preocupada por el hecho de que los españoles pudieran empezar a pensar que tantos golpes no eran una cosa normal, difundió la versión de que el accidente había sido contra otro esquiador que cruzó el camino que seguía él. El misterioso obstáculo no fue identificado nunca, aunque las redacciones de algunas revistas se llenaron de espontáneos que se querían atribuir el honor.

En manos del Gobierno

El Gobierno idílico del PSOE y el Rey empezó a entrar en una zona oscura cuando los escándalos de corrupción que afectaban al Gobierno empezaron a aparecer en la prensa y acabaron salpicando a la Corona. En un primer momento, la unión no se rompió. En 1990, cuando la oleada de escándalos apenas había empezado, la Casa Real y La Moncloa se aliaron para tirar de las orejas a la prensa.

Ya habían salido a la luz, en cuanto al PSOE, los primeros episodios de corrupción, especialmente los casos de la renovación de la flota de Iberia y el asunto Juan Guerra. Y, con respecto al rey, dos publicaciones, el semanario
Tribuna
y el diario
El Mundo
, en el mes de agosto, habían osado publicar varios reportajes críticos sobre los «líos de la corte de Mallorca», con titulares como «Así se forran los amigos del rey».

En el discurso de aquel año el rey pronunció las palabras siguientes: «Si la libertad de expresión implica por parte de todos la capacidad para aceptar las críticas y las opiniones diversas, el derecho a la información veraz exige de los medios de comunicación social la máxima profesionalidad y responsabilidad en el ejercicio de su tarea. Si hay que pedir comprensión ante las críticas a quienes las reciben, es legítimo pedir también mesura y respeto a la verdad a quienes las hacen». Sus palabras no gustaron nada a la prensa y se empezó a difundir el rumor de que el párrafo en cuestión había sido una imposición de La Moncloa. Se dijo que el mismo Felipe González lo había incluido de propia mano, en contra incluso del entonces máximo responsable de la política de la Casa Real, Sabino Fernández Campo. Curiosamente,
El País
fue el único diario que no se sumó a las críticas al mensaje navideño. Cuatro días después (el 28 de diciembre) se publicó una felicitación del rey por la celebración de los primeros 5.000 números del diario, en la que decía: «Siempre he estado seguro de que, como Rey, podría contar con
El País
en cada ocasión en que la historia reciente lo requería, es decir, cotidianamente, en los momentos más graves y en los más livianos». Pero éste no fue el final de la historia, ni mucho menos. Unos meses después, en el transcurso de un viaje oficial a Granada, en junio de 1991 el rey, evidentemente aconsejado por otras personas, se refirió por primera vez a la corrupción: «Es lógico que… queráis romper con la desidia y la corrupción que han malogrado tantas cosas en España», dijo en un contexto en el que el caso Guerra estaba muy calentito. Y sus palabras, dichas como quien no quiere la cosa en medio de un discurso bastante largo, fueron destacadas por toda la prensa menos, sospechosamente, por los noticiarios de Televisión Española. Al Gobierno le sentaron como una patada en el hígado. Algunos incluso las calificaron como «injerencias» en asuntos políticos que no le correspondían.

A pesar de los pesares, en la complicada etapa política que el PSOE todavía tenía que atravesar, al rey también le tocó sufrir un poco. Al poco tiempo del asunto de Granada, pareció involucrarse él mismo en un nuevo lío mediático, provocado por el inocente Felipe González, como un pequeño aviso del hecho de que si caían ellos caerían todos. Fue en 1992. Empezó cuando el presidente, «sin querer», le dijo a un periodista que el rey no estaba en España. Los primeros en publicarlo fueron los de
El País
, pero después toda la prensa se dio cuenta de que aquello era muy irregular, porque no se tenía constancia oficial de su ausencia, y su firma figuraba en decretos como si no hubiera abandonado el Estado. Para complicarlo aún más, se acabó filtrando que estaba de vacaciones en Suiza… ¡con una amante! Fue un escándalo terrible, que acabó costándole la cabeza, en un juego de intrigas complicadísimo, no a Felipe sino a Sabino Fernández Campo.

En el mensaje de 1994, el rey volvió a hacer referencia al tema de la corrupción, pidiendo que se corrigieran «con firmeza los abusos cometidos». Tenía que salvar la cara como fuese, después de que, aparte de miembros importantes del PSOE, varios amigos íntimos (Miguel Arias, Manuel Prado, el príncipe Tchokotua, Pedro Sitges, Mario Conde…) empezaran a pasar por los juzgados. Le habría costado poco dejarlos tirados a todos en aras de la monarquía para seguir adelante impoluto y en solitario. Pero ¡alerta!, que el PSOE de Felipe González no estaba dispuesto a bajar solo al infierno, cosa que sí habrían aceptado algunos de sus íntimos, siguiendo el modelo de su fiel Armada, por ejemplo. Y es necesario no olvidar que el mismo rey era escuchado por el CESID al menos desde 1990. En este sentido, no se sabrá nunca hasta qué punto y con qué clase de secretos el PSOE lo tenía en sus manos. En octubre de aquel año, como se supo después, el CESID le había captado de forma «casual» en el sistema de
boy escouts
hablando desde el coche, cuando se dirigía a «una cita». «¡Vaya por Dios! A ver… A ver, qué ha dicho éste…», se alarmó Manglano cuando le trajeron la cinta. A partir de este momento, la actividad adquirió una gran importancia, traspasada a otro sector, controlado directamente por Manglano, porque «con estos bobones nunca se sabe».

Mientras el rey jugaba al squash, se iba a esquiar a los Alpes o a las regatas de Mallorca, el PSOE se había dedicado, durante años, a través de los servicios secretos, a grabar y archivar sus conversaciones privadas con sus amigos (Manuel Prado, Carlos Perdomo, Tchokotua…). Cuando se supo en 1995, tuvieron que dimitir el vicepresidente del Gobierno, el ministro de Defensa Narcís Serra, Julián García Vargas; y el jefe del CESID, el general Manglano. Pero el mal ya estaba hecho.

Los líos económicos se convirtieron en moneda de chantaje contra la Corona utilizados por los que tenían acceso a la información. Sobre todo cuando el PP llegó al Gobierno, el rey tuvo que dejar de estar permanentemente de vacaciones para intervenir en varios asuntos que requerían su atención, en favor del Gobierno que durante tantos años le había dado una vida regalada.

CAPÍTULO 14

FORTUNA PERSONAL

Espíritu de negociador

El rey reconoce que hizo el primer mal negocio de su vida cuando tenía cinco o seis años. Fue en Lausana. Un español que había ido a visitar a su padre le regaló una pluma de oro. Justo delante del Hotel Royal, donde vivían entonces, había una tienda donde los niños solían comprar caramelos y chocolate. Como «Juanito» no tenía ni un céntimo en el bolsillo, tuvo la idea luminosa de vender la pluma al portero del Hotel por cinco francos, e ir a salto de mata a gastárselos en golosinas. Cuando Don Juan se enteró, fue a ver al portero y tuvo que compensarle con diez francos para recuperar la pluma. «¡Me has hecho perder cinco francos!», riñó al hijo que, con el tiempo, le haría perder muchísimo más. Siempre tuvo espíritu de negociador, que afloraba a la mínima ocasión. Cuando ya era adulto, continuó demostrando un talento escaso para los asuntos económicos, y hacía tratos poco afortunados, como cuando le cambió al periodista Jaime Peñafiel, habitual en La Zarzuela, una cámara fotográfica Nikon moderna que éste tenía, por una valiosa Leika-Flex con motor propiedad de la Casa Real.

Dicen quienes le conocen que desde que era niño se ha preocupado de proveerse de cierta seguridad económica, para librarse de los fantasmas de las penurias del pasado, cuando su pobre padre tenía que «mendigar» yates, palacios y Bentleys a los amigos para poder vivir sin renunciar a los «dry Martinis». Y se señala como un rasgo característico de su carácter una brusca obsesión compulsiva para no perderse las oportunidades que ve alrededor. El editor José Manuel Lara fue testigo en una ocasión. Hacía ya no se sabe cuántos años que perseguía al ex-secretario del rey, Sabino Fernández Campo, para conseguir con sus memorias lo que sería uno de los
best sellers
más importantes de la historia editorial española. Pero Sabino siempre lo rechazaba, alegando que «lo interesante no lo puedo contar y lo que puedo contar, no tiene ningún interés», lo que era un argumento muy honrado por su parte. De todos modos, Lara no dejaba de insistir, y un día que coincidieron en un restaurante, se lo recordó nuevamente y llegó a ofrecerle un cheque en blanco. Y Juan Carlos, que comía con Sabino, dijo de pronto: «Pero yo quito una parte, ¿eh?»

Pese a no tener una gran agudeza para los negocios, Juan Carlos ha sabido rodearse toda la vida de buenos colaboradores que le han ayudado en este terreno; igual que otros lo han hecho en el ámbito político. Al margen de que algunas operaciones poco sutiles fueron fracasos sonoros, por lo general la cosa no le ha ido mal. La etapa del Gobierno del PSOE fue especialmente fructífera. Aunque él no figurara oficialmente, sus amigos íntimos no se quedaron fuera prácticamente de ningún gran acontecimiento: Ibercorp, Expo 92, KIO, etc. Después todo les explotó en las manos. Pero, por lo que se sabe, no tuvieron que devolver ni una peseta. Con talento o sin él, casi siempre utilizando mecanismos —como veremos— muy simples, Juan Carlos ha conseguido ir amasando a lo largo de los años una modesta fortuna personal, con la cual, como su vida está sometida al control de la opinión pública, no puede hacer gran cosa. De todos modos, el Estado le paga casi todos los gastos.

Pero al parecer sí que ha tenido la previsión de colocarla en bancos extranjeros, cosa que no había hecho Alfonso XIII y de ahí los problemas que tuvo que padecer su hijo Don Juan. Algún día, si las cosas se tuercen en el Estado y tiene que salir por piernas, tanto él como su familia tendrán las espaldas cubiertas con el dinero ahorrado, depositado en bancos suizos, que actualmente se calcula que es de unos 6.000 millones de pesetas.

Liquidando las propiedades de Alfonso XIII

La República, que hizo salir a salto de mata a Alfonso XIII en 1931, permitió que se enviaran las joyas personales a la antigua reina Victoria Eugenia en los estuches correspondientes. Pero se quedó con sus propiedades en España, entre las cuales había varios palacios, la mayoría oficialmente para pasar el verano: uno en Santander, otro en Donostia, una isla en la ría de Arousa… Como ya hemos visto en los primeros capítulos, aquello supuso un duro trastorno para los Borbón en el exilio.

Siempre se ha dicho que la Casa Real española es pobre, y no sólo en comparación con casas reales como la británica, una de las fortunas más grandes del planeta, sino con muchas de las familias de la alta burguesía española, por no hablar de la aristocracia bancaria. Y necesitaron la ayuda continuada de una serie de nobles para seguir adelante durante los primeros años del exilio. Pero ya antes de que Juan Carlos accediera al trono, la situación se les fue arreglando bastante. Desde 1947, cuando Franco convirtió oficialmente a España en un reino, el Gobierno les empezó a pasar una renta anual, cuya cifra inicial, aquel año, fueron 250.000 pesetas, entregadas a Victoria Eugenia como reina viuda. Además, en 1939 Franco ya les había devuelto oficialmente las propiedades confiscadas por la República, que cuando murió Alfonso XIII pasaron, aunque con algunos problemas, a Don Juan de Borbón. Alfonso de Borbón y Dampierre, el hijo de Don Jaime, siempre se ha quejado con resentimiento no sólo por el tema sucesorio, sino por el hecho de que Don Juan, según él, le había «robado mi patrimonio. Se ha quedado con todo».

Cuando murió Franco, con su hijo ya coronado, lo primero que hizo Don Juan fue poner en orden sus asuntos y empezó a vender palacios muy aprisa, como si tuviera miedo de que lo de la monarquía no fuera a durar demasiado. El palacio de Miramar, en Donostia, fue la operación más sencilla. Don Juan ya había tomado posesión oficialmente cuando en los primeros años cincuenta había enviado a sus hijos «Juanito» y Alfonso a estudiar, y nadie había puesto en entredicho la propiedad. La venta del palacio de la Magdalena en Santander resultó un poco más conflictiva. El palacio había sido regalado por los habitantes de Santander a Alfonso XIII en 1912 para residencia de verano. Lo construyeron al estilo inglés para halagar a su esposa, con las aportaciones populares de algunos miembros de la nobleza y de empresarios de la ciudad. Los reyes veranearon en él de 1913 a 1930. Pero después, con la República, recuperado por el pueblo, se dedicó a otros fines. El poeta Pedro Salinas fundó la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo (la UIMP), de la que fue el primero rector y, aunque Salinas —como tantos otros— se fue al exilio tras la guerra, durante todo el franquismo la Magdalena no se dejó de utilizar como sede de actividades académicas. Pero en 1977 Don Juan no tuvo complejos a la hora de exigir lo que consideraba suyo. El Ayuntamiento negoció la compra para no tener que desalojar la UIMP, tanto del palacio como de la península (28 hectáreas de terreno, que también pertenecían teóricamente a Don Juan). La oposición municipal protestó por la decisión del alcalde, Juan Ormaechea. Consideraban que la compra era improcedente y se creó un organismo de partidos, centrales sindicales y asociaciones de ciudadanos para revocar el acuerdo. Pero no hubo nada que hacer. Eso sí, como estaba claro que aquello era muy anómalo, sólo dieron a Don Juan una cantidad simbólica de 150 millones de pesetas, por la que el Ayuntamiento se tuvo que endeudar con un crédito del Banco de Santander de Botín. El trato se firmó el 25 de noviembre. Poco después empezaron a planificar la remodelación del palacio, que tardó más de 10 años en ejecutarse y estuvo llena de irregularidades. Acabó costando más de 6.000 millones de pesetas, aun cuando el presupuesto inicial aprobado en la adjudicación de la obra era tan sólo de 895 millones. De nuevo, se dispuso de créditos del Banco de Santander, gestionados por el Gobierno municipal del PP. Y cuando el palacio estuvo listo, lo fue a inaugurar el rey Juan Carlos, en 1995. Dejaron una placa de mármol en la sala de ordenadores como reconocimiento al que había sido el fundador, Pedro Salinas.

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