Un rey golpe a golpe (13 page)

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Authors: Patricia Sverlo

Tags: #Biografía, Histórico

BOOK: Un rey golpe a golpe
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Pero de todos modos pensaron que lo mejor era ponerse a trabajar sobre la hipótesis, de cara al futuro. «Y si a Franco le pasa algo algún día… ¿qué hacemos?, ¿cómo nos organizamos?». El plan de Trevijano consistía en mandar un avión militar a Lisboa que trajera a Don Juan para presidir los funerales. Si en vida a Franco no se le ocurría dar ningún paso hacia la vía sucesoria, tal y como estaban las cosas esto sería lo más lógico y lo más natural. Así le pareció también al coronel Blanco y, de este modo, el proyecto quedó establecido. Pero no solamente entre ellos dos. Como se puede suponer, no lo consultaron a Franco pero, en cambio, los meses siguientes sí que pusieron al tanto, a través de conversaciones secretas, a banqueros como Valls Taberner y Alfonso Escámez, mandos militares, representantes de la oposición, etc… Cuando Don Juan llegó a Madrid para el bautizo de Felipe, un año después, Trevijano le facilitó varios encuentros, algunos en su despacho de la plaza de Cristo Rey y otros en el mismo palacio de La Zarzuela, con Díez Alegría, con Escámez, con gente de Comisiones Obreras, con curas, con militantes de partidos clandestinos… De todo un poco.

Quien no intervino en absoluto fue el príncipe Juan Carlos. No se contó con él para nada, en principio porque los planes eran en gran medida secretos, pero también porque su participación, en caso de que los planes se llevaran a cabo, sería nula.

Con lo que no contaban era que Juan Carlos a aquellas horas ya estaba trabajando en sus propios proyectos, reclutando también a adeptos muy próximos al grupo de Don Juan. Incluso de dentro. El mismo Valls Taberner, no se sabe exactamente cuándo, se pasó del bando juanista al juancarlista.

Ni que decir tiene que se ocupaba de la economía de Juan Carlos desde 1962, es decir, desde su boda con Sofía.

Pero como buen banquero, procuraba estar a bien con todo el mundo. A la vez que ayudaba a Trevijano a hacer las primeras gestiones para contactar con el coronel Blanco, también ayudaba a Pedro Sainz Rodríguez a conseguir un pasaporte especial para viajar a Madrid a entrevistarse en secreto con Juan Carlos y decirle que, si le proponían ser el sucesor, debía aceptarlo sin dudar.

El príncipe no tuvo fortuna del todo en algunos de los movimientos que hizo. Sobre todo, cuando se le acudió recurrir al mismo Trevijano para que en Estoril sondeara a alguien que no sabía si estaba con él o con su padre. El príncipe estaba dejando ver muy clara y transparentemente que había una diferencia de intereses entre los dos, precisamente delante de quien, pese a haber compartido tantas chicas en los tiempos de Zaragoza, estaba ciertamente con el conde. Trevijano fue a Estoril y rápidamente visitó a Don Juan para contárselo. Fue Sainz Rodríguez quien, cínicamente, se mostró más escandalizado por lo que oía. «Si esto es así, yo dejo de llamarle al príncipe su alteza y a partir de hoy le llamaré «su bajeza»», dijo.

Pero Don Juan tampoco llegaba a hacer diana con sus iniciativas. En noviembre de 1968, los juanistas consiguieron colar, en la revista francesa
Point de Vue
, especializada en familias reales, una entrevista en la que el príncipe declaraba rotundamente: «Nunca aceptaré la Corona mientras mi padre siga vivo». En realidad se trataba de una frase que Juan Carlos había pronunciado años antes, en otra entrevista realizada en 1965 y publicada en enero de 1966 en la revista norteamericana
Times
. Los adláteres de Don Juan pretendían que Juan Carlos se viera obligado a confirmarla. Pero no les salió bien. La conmoción que aquellas declaraciones causaron en el Pardo provocó una reacción contraria en el príncipe. Tras múltiples desmentidos por parte de sus colaboradores más próximos (López Rodó, Mondéjar y Armada), él mismo pidió visitar Franco para explicarle la verdad de la historia. Franco le aconsejó que no rectificara: «Las familias reales no pueden discutir en la prensa. Hay que salir al paso indirectamente». Se les ocurrió sacar rápidamente otra entrevista para la prensa española. Resultó tan brillante que hoy se pelean por tener la paternidad Manuel Fraga (que sostiene que ayudó a redactarla de manera definitiva), Gabriel Elorriaga, cabeza de su gabinete que después la llevó a La Zarzuela, donde el príncipe la aprobó y añadió dos líneas de propia mano, y Alfonso Armada (que dice que la escribió él mismo a partir de unas notas concisas que le había dado el príncipe). El caso es que el director de la Agencia EFE, Carlos Mendo, fue designado para firmar la entrevista y distribuirla a la prensa. La posición del príncipe quedaba clara: lo aceptaba todo y, si Franco le nombraba, sería sucesor a título de rey tras jurar los Principios del Movimiento Nacional y las Leyes Fundamentales. Se publicó en varias revistas y en el diario
Pueblo
, en portada y con grandes titulares: «Declaraciones a tumba abierta». En La Zarzuela se recibieron más de 20.000 felicitaciones.

La designación

Todo estaba ya más que dispuesto para cuando Franco quisiera dar el paso último y definitivo.

Apenas quedaban cuatro cositas, cuatro condiciones previas, que no tardaron más de un año en cumplirse. El 5 de enero de 1968, el que todavía era considerado príncipe de España (en cuanto heredero de Don Juan) cumplía 30 años, la edad fijada por la Ley de 1947 para poder ser designado sucesor a título de rey. Pocos días después visitó a Franco, que le recomendó: «Tenga mucha tranquilidad, alteza. No se deje atraer por nada. Todo está hecho». Antes de que acabara el mes, el día 30, nació su primero hijo varón, Felipe. Ya había heredero. Segundo problema resuelto. Pero todavía quedaban un par de detalles. Franco temía tanto la intransigencia de la ex-reina como la del frustrado rey que nunca lo fue, sobre todo de cara al exterior, si se negaban a asumir la irregularidad que se produciría en la línea sucesoria, y no quería dejar cabos sueltos. Tenía que garantizar que tendrían una reacción razonable, por el modo que fuese.

El caso de Victoria Eugenia se resolvió apenas unos meses después, de la manera más natural. Se murió el 15 de abril de 1969. Cuando paseaba con sus perros por los alrededores de Vielle Fontaine, su casa de Lausana, cayó y se hizo una herida en la cabeza. Tenía 81 años. Don Juan se dio cuenta enseguida de las repercusiones que podía tener aquello y adoptó una actitud abiertamente arisca hacia su hijo. No se lo comunicó hasta tres días más tarde, después del entierro; y cuando finalmente se vieron, lo único que hicieron fue discutir. Lo cierto era que tenían poca cosa que decirse tras las declaraciones de la Agencia EFE. Juan Carlos insistió en el hecho de que, si estaba en España, era para aceptar lo que había. Y Don Juan le replicó categórico: «Sí, pero no para suplantarme a mí». El príncipe volvió a Madrid al día siguiente, para asistir junto con Franco a otro funeral por la ex-reina. Se celebró en San Francisco el Grande, se cantó la Misa de Perosi y Franco entró en el templo bajo palio, como privilegio suyo otorgado por la Iglesia española al Caudillo de la Cruzada Nacional Católica.

De todos modos, las cosas no podían quedar así con su padre. La misión de Juan Carlos era conseguir, en la medida de lo posible, su apoyo. Y con este objetivo le pidió a Alfonso Armada que le acompañara a Estoril —nunca se las había arreglado bien solo —, para explicar al conde de Barcelona cómo estaban las cosas una vez más. Armada le habló de la España oficial, del punto de vista del Ejército, de las presiones de un grupo importante de ministros (Carrero, López Rodó, Alonso Vega, López Bravo, etc.)… Y acabó diciéndole que tenía el convencimiento personal de que Franco nombraría sucesor a su hijo. Pero Don Juan no se lo creyó. «Juanito», le dijo el conde de Barcelona, «si te nombran, puedes aceptar; pero puedes estar seguro de que esto no sucederá». En la misma línea, el 8 de mayo, Don Juan, incauto al máximo, escribió una carta a Franco en la que le proponía una reunión para tratar «sobre aquellos puntos en donde convergen nuestros desvelos por España. Y con esta mira tan alta, ¿no parece evidente, mi General, la conveniencia nacional de que hablemos con sosiego y corazón abierto?». No hubo respuesta.

No se sabe exactamente con qué anticipación empezó a trabajar el equipo de Juan Carlos para tratar de conseguir la aprobación sin problemas de su nombramiento por parte de las Cortes. Pero desde el mes de noviembre tenían preparada la «Documenta», una especie de currículum, resumen de las actividades del príncipe, que el día del juramento distribuirían a los procuradores y a la prensa.

También con meses de antelación, con el propósito de asegurarse el voto de la Falange, Juan Carlos se reunió con su representante más destacado, Antonio Girón de Velasco, en una comida en el restaurante Mayte Comodoro. Juan Carlos intentó ser simpático y le preguntó si le podía tratar de tú. «Mientras no me insulte, usted me puede llamar como quiera». Girón se desahogó explicándole las escenas del Movimiento Nacional y, cuando acabó, el príncipe soldado también hizo su párrafo: él era un militar y como militar asumía el patriotismo y muchos de los postulados de Girón. Eso sí, como él no era el Generalísimo Franco, dijo un poco de broma, tenía que ir a mear. Y es que la continencia de Franco, que no se movía de la mesa del Consejo de Ministros durante todo una mañana, era uno de los tópicos del Régimen. En definitiva, la reunión fue un éxito. Juan Carlos le había caído francamente bien y Girón decidió apoyarle. Al cabo fue fundamental el «sí» rotundo del primer falangista de España, como motor que arrastró a todos los otros. A mediados de junio, Juan Carlos viajó de nuevo a Portugal para pasar unos días en familia. Antes de marcharse, había pasado por el Pardo para despedirse del Generalísimo. «Venid a verme cuando regreséis, porque tengo algo importante que deciros», le había anunciado. Y, todavía antes, había hablado con López Rodó, que, por su parte, le había adelantado que estuviera preparado. Pero en Estoril no dijo nada de estas conversaciones. Bien al contrario, le aseguró a Don Juan que todavía no sabía absolutamente nada de la sucesión y que, si quería, se iba a Portugal con Sofía y los niños, apuntando, eso sí, que si seguía en España y Franco lo proponía como sucesor, no le quedaría otro remedio que aceptarlo, porque si no, Franco nombraría a Alfonso de Borbón y Dampierre.

Claro está que, en todo caso, no fue lo suficientemente rotundo porque, una vez en Madrid, Juan Carlos le dijo a López Rodó que no había podido adivinar cuál sería la actitud de su padre cuando se produjera el hecho. El problema siguió así hasta que, en julio, Sainz Rodríguez tuvo la trascendental y decisiva entrevista secreta con Juan Carlos en Madrid, que le aseguró: «No se preocupe por su padre. De su buena reacción me encargo yo».

Apenas unos días después, el 12 de julio de 1969, Juan Carlos recibió la esperada llamada telefónica de Franco. Durante la cita, tras la comida en el Pardo el dictador le comunicó finalmente su decisión de designarlo como sucesor, así como las fechas previstas a tal objeto. «De acuerdo, mi general, acepto». Franco sonrió imperceptiblemente y le dio un abrazo. Cuando el príncipe salió del despacho, pudo ver que ya estaba allí el embajador de España en Lisboa, a quien acto seguido Franco entregaría una carta que ya tenía preparada para Don Juan, para que la llevara inmediatamente a Estoril.

No bien Juan Carlos llegó a La Zarzuela, llamó por teléfono a Villa Giralda, pero no se atrevió a decir nada, ni siquiera a su madre, y se limitó a anunciar que Nicolás Mondéjar salía aquella noche para llevarle una carta a su padre. La carta de Franco para Don Juan, encabezada por «Mi querido Infante», le anunciaba la decisión y añadía: «Quiero comunicároslo y expresaros mis sentimientos por la desilusión que pueda causaros, y mi confianza de que sabréis aceptarlo, con la grandeza de ánimo heredada de vuestro augusto padre D. Alfonso XIII». Y, aparte, se permitía prevenirle «contra el consejo de aquellos seguidores que ven defraudadas sus ambicionas políticas». Cuando la leyó, Don Juan exclamó: «¡Qué cabrón!». Y rápidamente, igual que para todas las misiones sensibles, prácticamente en secreto, a espaldas de sus consejeros oficiales, llamó por teléfono a Trevijano para decirle: «Lo peor ha sucedido».

Trevijano salió en su propio coche a toda velocidad y al cabo de pocas horas se presentó en Villa Giralda. Cuando llegó, Don Juan le enseñó la carta de Franco, que le provocó todavía más indignación que a Don Juan. Sentenció que era necesario responder.

Don Juan le encargó que redactara él mismo la respuesta. Al día siguiente, con Trevijano todavía clandestinamente en Villa Giralda, a Don Juan le llegó una carta de su hijo: «Como por teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas […]». Con el recuerdo de los últimos enfrentamientos todavía vivo, aquel acto de adhesión al que no había ido, cuando murió la abuela… no se atrevía a hablar personalmente. «Rogando a Dios que mantenga por encima de todo la unidad de la Familia», le decía en la carta, mientras esperaba la reacción a una distancia más que prudente, «quiero pedirte tu bendición». Esta carta todavía le sentó peor a Don Juan que la de Franco. Y también a Trevijano, que, lleno de cólera, le dijo que, aparte de las razones familiares, tenía que salvar su posición ante la historia: «Esta carta tiene que ser contestada con un documento para que conste». Y Don Juan lo aceptó: «Paso a limpio la carta a Franco para que salga ahora mismo, y prepárame otra para mi hijo». El texto que escribió Trevijano decía: «¿Qué Monarquía salvas? ¿Una Monarquía contra tu padre? No has salvado nada. ¿Quieres salvar una Monarquía franquista?… Ni estoy de acuerdo, ni daré mi acuerdo nunca, ni aceptaré jamás que tú puedas ser rey de España sin el consentimiento de la Monarquía, sin pasar a través de la dinastía». Cuando estuvo acabada, Don Juan la firmó y la lacró, y se aseguró de que, junto con la que iba destinada al dictador, saliera enseguida hacia Madrid.

Pero con otros consejeros (en concreto, Areilza y Sainz Rodríguez), Don Juan redactó otro documento, un manifiesto bastante más suave que las cartas, que fue el que se dio a conocer a la opinión pública: «[…] Para llevar a cabo esta operación no se ha contado conmigo, ni con la voluntad libremente manifestada del pueblo español. Soy, pues, un espectador de las decisiones que se hayan de tomar en la materia y ninguna responsabilidad me cabe en esta instauración», decía.

Quedaba claro que no pensaba abdicar, pero tampoco se enfrentaba abiertamente con su hijo. Los consejeros le habían recomendado que no lo diera todo por perdido y que se mantuviera como candidato de la oposición al Régimen, como alternativa.

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