30) «Un ciego muy inteligente», escribe Schopenhauer, «podría casi [construir] una teoría de los colores a partir de afirmaciones exactas que haya oído aquí y allá sobre ese tema.» Diderot, de modo parecido, hablando de Nicholas Saunderson, un famoso profesor ciego de óptica que dio clases en Oxford a principios del siglo
XVIII
, consideraba que esa persona poseía un profundo conocimiento teórico y un
concepto
del espacio, aunque jamás hubiera tenido una
percepción
directa de él. (Ver nota 82.)
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31) La repulsión al color y a la luminosidad del señor I., su atracción por el crepúsculo y la noche, su visión aparentemente agudizada en el crepúsculo y la noche, recuerdan a Kaspar Hauser, el muchacho que permaneció confinado en un sótano escasamente iluminado durante quince años, tal como Anselm von Feuerbach describió en 1832: «Con respecto a su visión, para él no existía crepúsculo, ni noche, ni oscuridad… Por la noche caminaba por todas partes con la mayor seguridad; y en lugares oscuros siempre rechazaba cualquier luz cuando se la ofrecían. A menudo miraba con asombro, o reía, ante las personas que, en lugares oscuros, por ejemplo cuando entraban en una casa o recorrían una escalera de noche, buscaban seguridad tanteando con los brazos, o se agarraban a objetos adyacentes. En el crepúsculo veía mucho mejor que a plena luz. De este modo, tras la puesta de sol, una vez leyó el número de una casa a una distancia de ciento ochenta pasos, mientras que a plena luz habría sido incapaz de distinguirlo a tal distancia. Hacia el final del crepúsculo, una vez le señaló a su instructor un mosquito atrapado en una tela de araña situada a gran distancia. (pp. 83-84 de la edición inglesa).
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32) Es posible que los individuos con acromatopsia congénita desarrollen una función agudizada del sistema M, y puede que sean extraordinariamente diestros a la hora de detectar el movimiento. Esto está siendo investigado en la actualidad por Ralph Siegel y Martin Gizzi.
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33) Recientemente he oído hablar de un botánico acromatópico de Inglaterra que decía que tenía menos dificultades que los que poseían visión normal a la hora de identificar rápidamente helechos y otras plantas en bosques, setos y otros entornos monocromos. De manera parecida, en la Segunda Guerra Mundial, las personas que padecían daltonismo severo fueron utilizadas en los bombarderos, debido a su capacidad de «ver a través» de los camuflajes de colores sin que las distrajera lo que, para una persona de vista normal, habría sido una configuración de colores confusa y engañosa. Un veterano del Pacífico informa que los soldados daltónicos eran indispensables para detectar el movimiento de tropas camufladas en la jungla. (Todas estas cosas también podría verlas más claramente en el crepúsculo una persona con la vista normal.)
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34) En el magnífico relato de H. G. Wells «El país de los ciegos» se describe una similar aparición de sensibilidad e imaginación nuevas: «Durante catorce generaciones estas personas han estado ciegas y apartadas del mundo de la visión; los nombres de todas las cosas de la vista han desparecido y cambiado … Parte de su imaginación se ha consumido con sus ojos, y han construido para sí nuevas imaginaciones aprovechando la mayor sensibilidad de sus oídos y puntas de los dedos.»
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35) Los inusuales puntos de vista del
swami
se presentan, en forma resumida, en
Un viaje sencillo a otros planetas,
de Tridandi Goswami A. C. Bhaktivedanta Swami, publicado por la Liga de Devotos, Vrindaban (sin fecha, una rupia). Este pequeño manual, con su cubierta de papel verde, fue repartido en grandes cantidades por los seguidores de túnica azafranada del
swami
, y en ese momento se convirtió en la biblia de Greg.
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36) Otra paciente, Ruby G., era en ciertos aspectos parecida a Greg. También había tenido un tumor frontal enorme, que, aunque fue extirpado en 1973, le dejó una amnesia, un síndrome de lóbulo frontal y ceguera. Ella tampoco sabia que estaba ciega, y cuando levantaba la mano delante de ella y le preguntaba: «¿Cuántos dedos?», me respondía: «Una mano siempre tiene cinco dedos, desde luego.»
Puede surgir una inconsciencia más localizada de la ceguera si hay destrucción de la corteza visual, como en el síndrome de Anton. Dichos pacientes pueden no saber que están ciegos, pero por lo demás están indemnes. Pero la inconsciencia de lóbulo frontal es mucho más global en su naturaleza, y, de este modo, Greg y Ruby no sólo no eran conscientes de estar ciegos, sino que ignoraban que estaban enfermos, que sufrían déficits neurológicos y cognitivos devastadores, no eran conscientes de la dimensión trágicamente reducida de su existencia.
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37) Que la memoria implícita (especialmente si tiene una carga emocional) puede existir en los amnésicos fue demostrado cruelmente en 1911 por Édouard Claparède, quien, mientras le daba la mano a un paciente al que estaba presentando a sus alumnos, le clavó un alfiler en la mano. Aunque el paciente no lo recordaba explícitamente, a partir de entonces se negó a volver a darle la mano.
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38) A. R. Luria, en
Neuropsicología de la memoria
, observa que todos sus pacientes amnésicos, si se hospitalizan durante cierto tiempo, adquieren «una sensación de familiaridad» con su entorno.
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39) Luria nos proporciona descripciones minuciosísimas, a veces casi novelescas, de síndromes de lóbulo frontal, en
El cerebro humano y los procesos psicológicos
, y ve esta «igualación» como el meollo de tales síndromes.
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40) Una reacción parecida e indiscriminada puede verse a veces en personas con el síndrome de Tourette: en ciertas ocasiones en la forma de hacerse eco de las palabras o los actos de los demás, en otras en formas más complejas de mímica, parodia o personificación del comportamiento de los demás, o en asociaciones verbales incontinentes (rimas, juegos de palabras, producción de ruidos).
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41) Rodolfo Llinás y sus colegas de la Universidad de Nueva York, al comparar las propiedades electrofisiológicas del cerebro en la vigilia y el sueño, postulan un mecanismo sencillo y fundamental para ambos estados: una incesante charla interior entre la corteza y el tálamo cerebrales, una incesante interacción de la imagen y la sensación, sin importar que haya estimulación sensorial o no. Cuando hay estimulación sensorial, esta interacción la integra para generar la conciencia despierta, pero en ausencia de estimulación sensorial sigue generando estados cerebrales, y a estos estados cerebrales los llamamos fantasía, alucinación o sueño. De este modo, la conciencia despierta está soñando, pero soñando constreñida por la realidad extema.
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42) Los estados oníricos han sido descritos, por Luria y otros, como característicos de lesiones del tálamo y el diencéfalo. J.-J. Moreau, en un famoso y temprano estudio,
Du Haschisch et de l'Aliénation mentale
(1845), afirmaba que tanto la locura como los trances de hachís eran un «soñar despierto». Una forma particularmente sorprendente de soñar despierto puede verse en las formas más graves del síndrome de Tourette, donde lo externo y lo interno, lo perceptivo y lo instintivo, irrumpen en una especie de fantasmagoría o sueño público.
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43) Robert Louis Stevenson escribió
El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde
en 1866. No sabemos si conocía el caso de Gage, aunque era del dominio público desde principios de la década de 1880; pero seguramente se inspiró en la doctrina jacksoniana de los niveles superiores e inferiores del cerebro, la idea de que eran sólo nuestros centros intelectuales «superiores» (y quizá frágiles) los que frenaban las propensiones animales de los «inferiores».
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44) El tremendo escándalo de la leucotomía y la lobotomía llegó a su fin a principios de los cincuenta, no debido a ninguna reserva ni repulsión médicas, sino por la aparición de una nueva herramienta —los tranquilizan tes—, que supuestamente (al igual que la propia psicocirugía) eran totalmente terapéuticos y carecían de efectos secundarios. Si existe una gran diferencia, desde un punto de vista ético y neurológico, entre la psicocirugía y los tranquilizantes es una cuestión incómoda que nunca se ha planteado realmente. Los tranquilizantes, ciertamente, si se dan en dosis masivas, pueden, al igual que la cirugía, inducir «tranquilidad», pueden calmar las alucinaciones y delirios de los psicóticos, pero la tranquilidad que inducen puede ser como la tranquilidad de la muerte, y, por una cruel paradoja, privar a los pacientes de la natural resolución que a veces puede darse en la psicosis, emparedándolos para toda la vida en una enfermedad causada por las drogas.
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45) Aunque la literatura médica de los síndromes de lóbulo frontal comienza con el caso de Phineas Gage, hay descripciones anteriores de estados alterados de la mente no identificables en la época pero que ahora, de manera retrospectiva, vemos como síndromes de lóbulo frontal. Una de tales descripciones la ofrece Lytton Strachey en «Vida, enfermedades y muerte del doctor North». El doctor North, director del Trinity College de Cambridge en el siglo
XVIII
, era un hombre que sufría graves ansiedades y torturantes rasgos obsesivos, y era odiado y temido por los demás profesores por su puntillosidad, su moralismo y su implacable severidad. Hasta que un día, en la facultad, sufrió una apoplejía: «Su recuperación no fue completa; su cuerpo quedó paralizado del lado izquierdo; pero el cambio más extraordinario ocurrió en su mente. Sus miedos le abandonaron. Sus escrúpulos, su falta de confianza en sí mismo, su seriedad, incluso su moralidad: todo había desaparecido. Permanecía en la cama, con descuidada ligereza, emitiendo las observaciones más frívolas, acompañadas de historias picaras y chistes subidos de tono. Mientras que sus amigos apenas sabían adónde mirar, él reía sin tregua, con los rasgos paralizados en una mueca curiosamente deforme … Asaltado por ataques de epilepsia, declaró que lo único que mitigaba sus sufrimientos era el consumo continuado de vino. Él, que había sido famoso por su sobriedad, ahora apuraba, con descomedida alegría, vaso tras vaso del jerez más fuerte.»
Strachey nos proporciona una imagen precisa y bellamente descrita de una apoplejía de lóbulo frontal que altera la personalidad de una manera radical y, por así decir, «terapéutica».
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46) La naturaleza de la «unidad orgánica», a la vez dinámica y semántica, que es fundamental en la música, los conjuros, el recitado y todas las estructuras métricas, ha sido profundamente analizada por Victor Zuckerkandl en su extraordinario libro
Sound and Symbol
. Es típico de dicho flujo de estructuras dinámico-semánticas que cada parte lleve a la siguiente, que cada parte haga referencia a las demás. Dichas estructuras, por lo general, no pueden percibirse ni recordarse sólo en parte, sino que se perciben y recuerdan, caso de que así sea, en su totalidad.
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47) Este paciente es el protagonista del extraordinario telefilm de la BBC dirigido por Jonathan Miller
Prisoner of Consciousness
(noviembre de 1988).
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48) Otro paciente de Williamsbridge, Harry S. —un ex ingeniero de gran talento—, sufrió una gravísima hemorragia cerebral al reventársele un aneurisma, que causó una seria destrucción de los dos lóbulos frontales. Cuando salió del coma, comenzó a recobrarse, y con el tiempo recuperó casi toda su capacidad intelectual, pero continuó, al igual que Greg, seriamente disminuido: inactivo, apagado, emocionalmente indiferente. Pero todo esto cambia, de repente, cuando canta. Tiene una buena voz de tenor y le encantan las canciones irlandesas. Cuando canta, lo hace con tanto sentimiento, ternura, y de una manera tan lírica, que resulta asombroso, tanto más cuanto que no hay indicio de ello en ningún otro momento, y podría pensarse que su capacidad emocional ha sido destruida por completo. Demuestra todas las emociones apropiadas a lo que canta —puede ser frívolo, jovial, trágico, sublime— y parece transformarse en esos momentos.
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49) El señor Thompson («Una cuestión de identidad»), que también sufría amnesia y un síndrome de lóbulo frontal, parecía a menudo, por contraste, «falto de alma». En él las ocurrencias eran maníacas, feroces, frenéticas e incesantes; fluían como un torrente, ajenas a cualquier sentido del tacto, al pudor, al decoro, a todo, incluidos los sentimientos de todos cuantos le rodeaban. No está claro si la conservación del ego y de la identidad de Greg (al menos parcialmente) eran debidos a una menor gravedad de su síndrome o a diferencias en la personalidad originaria. La personalidad premórbida del señor Thompson era la de un taxista de Nueva York, y en cierto sentido su síndrome de lóbulo frontal simplemente lo intensificó. La personalidad de Greg había sido desde el principio más amable, más infantil, y eso, me parecía a mí, caracterizaba incluso su síndrome de lóbulo frontal.
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50) Es esto algo que lo distingue del señor Thompson, quien con su síndrome de lóbulo frontal más grave había quedado reducido a una especie de imparable máquina de charlar y soltar chascarrillos, y cuando se le comunicó que su hermano había muerto dijo con sarcasmo: «¡Siempre fue el bromista!», y pasó enseguida a otras cosas irrelevantes.
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51) El musicólogo amnésico del telefilm de la BBC Prisoner of Consciousness mostraba algo similar y distinto al mismo tiempo. Cada vez que su mujer salía de la habitación, tenía una sensación de pérdida calamitosa y permanente. Cuando regresaba, cinco minutos después, él suspiraba aliviado: «Creía que habías muerto.»
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52) Galletas crujientes y secas, generalmente en forma de nudo o bastoncillo, con sal por fuera. (N. del T.)
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53) Jean Cocteau, de hecho, dijo eso del opio. Si Greg lo estaba citando, consciente o inconscientemente, no lo sé. Los olores son a veces más evocadores que la música; y la percepción de los olores, generada en una parte muy primitiva del cerebro —el «cerebro olfativo» o rinencéfalo—, puede que no atraviese los complejos y multifásicos sistemas de memoria del lóbulo temporal medio. Los recuerdos olfativos, neuralmente, son casi indelebles; de este modo pueden recordarse a pesar de la amnesia. Seria fascinante llevarle
pretzels
o hachís a Greg para ver si sus olores pueden evocarle recuerdos del concierto. Él mismo, al día siguiente, mencionó espontáneamente el «estupendo» olor de los
pretzels
—fue algo muy vivido para él—, y sin embargo fue incapaz de localizarlo en un lugar o en el tiempo.
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