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Authors: Clive Barker

Tags: #Fantástico, Terror

Sortilegio (20 page)

BOOK: Sortilegio
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—De todos modos, es lo mismo —dijo Apolline—. Él sabía bailar; lo cual quiere decir que en alguna parte de él corría sangre Lo.

—Y también Babu, por el modo como hablas —dijo Lilia.

Aquí intervino Jerichau.


Yo soy
Babu —dijo—. Créeme, el aliento es demasiado precioso para malgastarlo.

Aliento. Baile. Música. Alfombras. Cal trató de no perder el hilo de todas aquellas habilidades y las Familias que las poseían, pero era lo mismo que intentar recordar el clan Kellaway.

—El asunto es —continuó Lilia— que todas las Familias tenían habilidades que la Humanidad no posee. Poderes que vosotros llamaríais maravillas, para nosotros no son más extraordinarios que el hecho de que el pan aumente de tamaño al cocerse. Sólo son maneras de investigar y convocar.

—¿Encantamientos? —le preguntó Cal—. ¿Es así como los llamáis?

—Eso es —dijo Lilia—. Hemos dispuesto de ellos desde el principio. No pensábamos nada especial sobre ello. Por lo menos no hasta que vinimos al Reino. Entonces nos dimos cuenta de que a vuestra especie le gusta hacer leyes. Le gusta decretar qué es qué, y si es bueno o no. Y el mundo, siendo una cosa amorosa, y no deseando decepcionaros o disgustaros, se muestra benevolente con vosotros. Se comporta como si vuestras doctrinas fueran de alguna manera absolutas.

—Eso es metafísica; y, por tanto, discutible —masculló Freddy.

—Las leyes del Reino son leyes de los Cucos —dijo Lilia—. Ése es uno de los dogmas de Capra.

—Entonces Capra estaba totalmente equivocado —fue la respuesta de Freddy.

—Rara vez se equivocó —dijo Lilia—. Y menos en esto. El mundo se comporta del modo que los Cucos han elegido para describirlo. Por pura cortesía. Eso está demostrado. Hasta que aparezca alguien con una idea mejor...

—Espera un minuto —la interrumpió Suzanna—. ¿Estáis diciendo que la tierra de algún modo nos escucha?

—Ésa era la opinión de Capra.

—¿Y quién es Capra?

—Un gran hombre...

—O mujer —dijo Apolline.

—Que puede que haya vivido, o puede que no —continuó diciendo Freddy.

—Pero aunque no hubiera existido... —concluyó Apolline—, tenía muchas cosas que decir.

—Lo cual no responde nada —dijo Suzanna.

—Eso es Capra para vosotros —le indicó Cammell.

—Sigue, Lilia —la animó Cal—. Cuenta el resto de la historia.

Lilia empezó de nuevo:

—De manera que ahí estáis vosotros, la Humanidad, con todas vuestras leyes, vuestros perímetros y vuestra envidia sin fondo; y ahí estamos nosotros, la Familia de los Videntes. Tan diferentes de vosotros como el día de la noche.

—No
tan
diferentes —intervino Jerichau—. Hubo un tiempo en que nosotros vivíamos entre ellos, recuérdalo.

—Y se nos trataba como a
inmundicia —
dijo Lilia con cierto resentimiento.

—Cierto —convino Jerichau.

—Las habilidades que teníamos —continuó Lilia—, vosotros los Cucos las llamabais
magia
. Unos humanos querían esta magia para ellos. Otros le tenían miedo. Pero pocos nos querían por eso. Las ciudades eran pequeñas en aquel tiempo, tenéis que comprenderlo. Era difícil esconderse en ellas. Así que nos retiramos. A los bosques y a las colinas, donde creíamos que estaríamos a salvo.

—En primer lugar, había muchos de nosotros que nunca nos habíamos aventurado a mezclarnos con los Cucos —dijo Freddy—. Especialmente los Aia. Nada que vender, ya sabéis; no sirve de nada soportar a los Cucos si uno no tiene nada que vender. Es mejor quedarse fuera, en el gran verdor.

—Eso no es nada más que presunción —le reprochó Jerichau—. A vosotros os gustaban las ciudades tanto o más que a cualquiera de nosotros.

—Cierto —convino Freddy—. A mí me gustan los ladrillos y el mortero. Pero envidio al pastor...

—¿A su soledad o a sus ovejas?

—¡A sus placeres pastoriles, so cretino! —chilló Freddy. Luego, dirigiéndose a Suzanna, continuó—: Señora, debe usted entender que yo no pertenezco a la misma ralea que esta gente. Verdaderamente no.
El... —
aquí señaló con un dedo en dirección a Jerichau— es un ladrón convicto. Ella... —ahora señaló a Apolline— dirigía un burdel. Y
ésta... —
indicó con un gesto a Lilia—, ésta y su hermanito, aquí presente, tienen tanto dolor en las manos...

—¿Un niño? —dijo Lilia mirando al bebé—. ¿Cómo podrías acusar a un inocente...?

—Por favor, ahórranos el histrionismo —dijo Freddy—. Puede que tu hermano tenga el aspecto de un niño de pecho, pero nosotros ya os conocemos. Sois unos farsantes, los dos. O si no, ¿por qué estabais en el Borde?

—También yo podría hacerte a ti esa misma pregunta —replicó Lilia.

—Fui víctima de una conspiración —protestó Freddy—. Tengo las manos limpias.

—Nunca confío en los hombres que tienen las manos limpias —masculló Apolline.

—¡Puta! —
le espetó Freddy.

—¡Barbero! —
dijo la otra; lo cual detuvo por completo el altercado.

Cal intercambió una mirada incrédula con Suzanna. No quedaba ningún amor entre aquellas personas, eso estaba claro.

—Así que... —dijo Suzanna—, nos estabas contando lo de cuando os escondisteis en las colinas.

—No nos estábamos escondiendo —la corrigió Jerichau—. Sólo que no nos dejábamos ver.

—¿Hay alguna diferencia? —quiso saber Cal.

—Oh, claro que sí. Hay lugares sagrados para nosotros que la mayoría de los Cucos podrían tener a un metro de distancia sin verlos siquiera...

—Y disponíamos de encantamientos —dijo Lilia— para ocultar nuestro rastro en el caso de que la Humanidad se acercase demasiado.

—Lo cual sucedía de vez en cuando —explicó Jerichau—. A algunos les entraba curiosidad. Empezaron a husmear en los bosques buscando algún rastro de nosotros.

—¿Entonces sabían lo que erais? —le preguntó Suzanna.

—No —repuso Apolline. Había tirado un montón de ropa de encima de una silla y se había sentado a horcajadas sobre ella—. No, lo único que conocían eran los rumores y habladurías. Nos daban toda clase de nombres. Sombras y hadas. Toda clase de paparruchas. Sin embargo, sólo unos cuantos se acercaron de verdad. Y eso sucedió únicamente porque nosotros se lo permitimos.

—Además, no éramos tan numerosos —dijo Lilia—. Nunca hemos sido muy fértiles. Nunca nos ha gustado demasiado copular.

—Eso lo dirás tú —le indicó Apolline; y le hizo un guiño a Cal.

—El caso es que, generalmente, se nos ignoraba. Y, como acaba de decir Apolline, cuando de hecho establecíamos cualquier clase de contacto era porque teníamos nuestros propios motivos para hacerlo. A lo mejor porque alguno de vuestra especie poseía una habilidad que podía resultarnos beneficiosa a nosotros. Criadores de caballos, o mercaderes de vino... Pero el hecho es que, con el paso de los siglos, acabasteis por convertiros en una raza letal.

—Cierto —dijo Jerichau.

—El poco contacto que teníamos con vosotros quedó reducido prácticamente a nada. Os dejamos con vuestros baños de sangre y vuestra
envidia...

—¿Por qué no haces más que repetir lo de la envidia? —le preguntó Cal.

—Es el rasgo más notorio de vuestra especie —repuso Freddy—. Siempre andáis detrás de lo que no es vuestro, y sólo por el hecho de tenerlo.

—Vosotros sois una especie puñeteramente perfecta, ¿no es eso? —dijo Cal. Estaba harto de aquellos interminables comentarios acerca de los Cucos.

—Si nosotros fuéramos perfectos —le dijo Jerichau— seriamos invisibles, ¿no te parece? —Aquella respuesta dejó a Cal completamente molesto—. No, nosotros somos de carne y hueso, como vosotros —continuó—; por lo tanto, está claro que somos imperfectos. Pero no le damos tanta importancia al hecho de serlo. Vosotros... tenéis que sentir que hay cierta tragedia en vuestra condición, de lo contrario pensáis que estáis sólo medio vivos.

—Entonces, ¿por qué le confiasteis a mi abuela el cuidado de la alfombra? —quiso saber Suzanna—. Ella era un Cuco, ¿no es así?

—No uses esa palabra —le dijo Cal—. Ella era
humana
.

—Tenía mezcla de sangre —le corrigió Apolline—. Vidente por parte de madre, y Cuco por parte de padre. Yo hablé con ella en dos o tres ocasiones. Teníamos algo en común, ¿sabes? Las dos hicimos matrimonios mixtos. Su primer marido era Vidente, y mis maridos fueron todos Cucos.

—Pero ella no era más que uno de los siete Custodios. La única mujer; y además la única que tenía sangre humana, si no recuerdo mal.

—Teníamos que tener por lo menos una Custodia que conociera el Reino, que pasara completamente desapercibida en él. De ese modo esperábamos que se nos ignorase y que, finalmente, se nos olvidase.

—Y todo eso... ¿sólo para esconderos de la Humanidad? —inquirió Suzanna.

—Oh, no —dijo Freddy—. Habríamos podido seguir viviendo tal como lo hacíamos, en los márgenes del Reino..., pero las cosas cambiaron.

—Yo no puedo ni recordar el año en que empezó todo... —comentó Apolline.

—1896 —le dijo Lilia—. 1896 fue el año de las primeras fatalidades.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Cal.

—Hasta el día de hoy nadie lo sabe a ciencia cierta. Pero algo apareció de la nada, cierta criatura que tenía una única ambición. Acabar con nuestra existencia.

—¿Qué clase de criatura?

Lilia se encogió de hombros.

—Nunca nadie ha conseguido sobrevivir después de verle la cara.

—¿Humana? —apuntó Cal.

—No. No era ciega del mismo modo en que son ciegos los Cucos. La criatura de la que os hablo tenía el poder de olfatearnos. Incluso nuestros más enérgicos encantamentos no lograban mantenerla engañada durante mucho tiempo. Y cuando pasaba por algún lugar, era como si aquellos a los que miraba no hubieran existido nunca.

—Estábamos atrapados —dijo Jerichau—. Por un lado la Humanidad, que cada día ambicionaba más y más territorios, hasta el punto de que apenas nos quedaba ya un lugar donde escondernos; y por otro lado el
Azote
, que es como nosotros lo llamábamos, cuya única intención parecía ser culminar el genocidio. Nos dimos cuenta de que acabar extinguiéndonos era únicamente cuestión de tiempo.

—Lo cual hubiera sido una lástima —comentó Freddy con sequedad.

—No todo era tristeza y tinieblas —dijo Apolline—. Parecerá extraño que lo diga, pero aquellos últimos días fueron buenos tiempos para mí. Llenos de desesperación, ¿sabéis? Y la desesperación es el mejor afrodisíaco —comentó sonriendo con ironía—. Y encontramos uno o dos sitios donde estuvimos seguros durante un tiempo, lugares donde el Azote nunca logró olfatearnos.

—Yo no recuerdo haber sido feliz —dijo ella—. Sólo recuerdo las pesadillas.

—¿Y la colina? —preguntó Apolline—. ¿Cómo se llamaba? La colina donde permanecimos el último verano. La recuerdo como si fuera ayer...

—La colina de Rayment.

—Eso es. La colina de Rayment. Yo fui muy feliz allí.

—Pero, ¿cuánto tiempo hubiese durado? —dijo Jerichau—. Antes o después, el Azote nos habría encontrado.

—Quizá —dijo Apolline.

—No teníamos elección —continuó explicando Lilia—. Necesitábamos un escondite. Un lugar donde el Azote nunca nos buscara. Donde pudiéramos dormir durante algún tiempo, hasta que hubiéramos sido olvidados.

—La alfombra —apuntó Cal.

—Sí —asintió Lilia—. Ése fue el refugio que el Consejo eligió.

—Tras un debate
interminable —
dijo Freddy—. Durante el cual murieron varios cientos más. Aquel año último, cuando el Telar estaba funcionando, había masacres cada semana. Historias terribles. Terribles.

—Éramos vulnerables, naturalmente —dijo Lilia—. Porque había refugiados que venían de todas partes... Algunos de ellos se traían consigo fragmentos de sus propios territorios..., cosas que habían sobrevivido a la matanza..., y todos convergían en este país con la esperanza de encontrar un lugar en la alfombra para sus propiedades.

—¿Como qué?

—Casas. Pedazos de tierra. Solían buscarse un buen Babu que pusiese el campo de cultivo, o las casas que traían, o lo que fuese, dentro de un documento. Así podían transportarlo, ¿comprendéis...?

—No, yo no acabo de entenderlo del todo —le indicó Cal—. Explícanoslo.

—Ésa es
tu
familia —le indicó Lilia a Jerichau—. Explícaselo tú.

—Nosotros, los Babus, sabemos hacer jeroglíficos —comenzó Jerichau— y llevarlos luego de un lado a otro en el interior de nuestras cabezas. Un gran técnico, como era el caso de mi maestro, Quekett, era capaz de hacer un documento que podía transportar una ciudad pequeña, os juro que podía hacerlo, y volver a depositar más tarde en el suelo la ciudad entera, hasta la última baldosa. —Al describir aquello, la alargada cara que tenía se le iluminaba. Luego algún mal recuerdo le apagó la expresión de gozo—. Mi maestro estaba en los Países Bajos cuando el Azote lo encontró —dijo—. Desapareció. —Hizo chascar los dedos—. Así.

—¿Por qué os remitisteis todos a Inglaterra? —quiso saber Suzanna.

—Era el país más seguro del mundo. Y como es natural, los Cucos aquí estaban muy ocupados con el Imperio. Podíamos perdernos entre la multitud, mientras tejían la Fuga para convertirla en la alfombra.

—¿Qué es la Fuga? —le preguntó Cal.

—Es todo lo que pudimos salvar de la destrucción. Pedazos del Reino que los Cucos nunca habían tenido ocasión de ver verdaderamente, y que por lo tanto no echarían de menos cuando hubiesen desaparecido. Un bosque, un lago o dos, el meandro de un río, el delta de Otro. Algunas casas en las que nosotros habíamos habitado; varias plazas de ciudades, incluso una calle o dos. Lo juntábamos todo en algo que resultaba bastante parecido a un pueblo.

—Nadaparecido, lo llamaban —dijo Apolline—. Valiente nombre, qué estúpido.

—Al principio hubo algún intento de poner todas aquellas propiedades con cierto orden —dijo Freddy—. Pero pronto se renunció a ello, ya que los refugiados no cesaban de llegar con muchas más cosas que añadir al Tejido de la alfombra. Cada día más. Había gente esperando a la puerta de la Casa de Capra durante noches enteras, con alguna pequeña urna que querían proteger del Azote.

—Por eso se tardó tanto tiempo —indicó Lilia.

—Pero a nadie se le rechazó —dijo Jerichau—. Eso quedó bien entendido desde el principio. Cualquiera que quisiera un lugar en el Tejido, se le concedería.

—Incluso a nosotros —dijo Apolline—, que no éramos exactamente blancos como la azucena. A nosotros también se nos otorgaron nuestros lugares.

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