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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (46 page)

BOOK: Recuerdos
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Chenko pareció decepcionado.

—¿Algún episodio más desde el que forzamos en el laboratorio?

—Hasta ahora, no.

—Mm. Bien, le aconsejaría que no tardara mucho, mi señor.

—Comprendo. Haré lo que pueda.

—Y evite el estrés —añadió Chenko a última hora, mientras Miles iniciaba la desconexión.

—Gracias, doctor —gruñó ante la placa vid vacía.

Estaba duchándose cuando recordó que ésta era la noche de la fiesta de Laisa. Su asistencia había sido prácticamente una orden imperial; y parecía que sus deberes iban a permitírselo. Como mínimo, sería una buena oportunidad para dar un informe a Gregor. Lo único que necesitaba era una compañera de baile.

Se vistió cuidadosamente, y llamó a Delia Koudelka.

—Hola —saludó a la rubia. Al menos por la comuconsola no tenía que lastimarse el cuello mirando hacia arriba—. ¿Qué vas a hacer esta noche?

—Estoy… muy ocupada —respondió ella amablemente—. ¿Por qué lo preguntas?

—Oh.

Maldición. Era culpa suya, por esperar hasta el último minuto, y dar por supuesto…

—Oh… ¿esto no tiene nada que ver con tu cargo de Auditor Imperial, no? —añadió ella preocupada.

Una visión de una espléndida oportunidad para abusar de sus nuevos poderes bailó en su cabeza, brevemente. Lamentándolo mucho, la descartó.

—No. Sólo es asunto de Miles. Um… ¿está Martya en casa?

—Me temo que también está ocupada esta noche.

—¿Y Olivia?

—También.

—Ah. Bueno, gracias de todas formas.

—No hay de qué.

Ella cortó la comunicación.

24

El informe oral que presentó a Gregor hizo que los dos llegaran tarde a la fiesta; Gregor tenía docenas de preguntas, a la mayoría de las cuales Miles no podía responder todavía. Se mordió el labio, frustrado, mientras se detenían en el vestíbulo en sombras que daba a una de las pequeñas salas de recepción de la Residencia Imperial. Ya estaba animada y repleta de gente. En la cámara contigua, visible a través de las puertas abiertas, afinaba una pequeña orquesta. El coronel Lord Vortala el joven, a cargo de la seguridad de la residencia esa noche, había escoltado a Miles y el Emperador hasta allí personalmente. Vortala, que parecía a la vez seguro de sí mismo e intranquilo, saludó y se retiró al pasillo contestando ya a algún subordinado a través de su casco.

—Es difícil acostumbrarse a no tener a Illyan detrás de mí —suspiró Gregor, mirándolo—. Aunque Vortala está haciendo un buen trabajo —añadió rápidamente. Contempló a Miles—. Trata de no parecer tan serio. Incluso sin tu cadena de Auditor, la gente sentirá curiosidad por saber qué pasa, y entonces los dos tendremos que pasarnos el resto de la velada tratando de desmentir los rumores.

Miles asintió.

—Lo mismo puede decirse de ti. —En este momento no se le ocurría ningún chiste que contar, ni malo ni bueno—. Piensa en Laisa —aconsejó.

El rostro de Gregor se animó al instante; sonriendo secamente a su vez, Miles lo siguió hasta el salón. Allí completaron la felicidad de Gregor al encontrar a la doctora Toscane bajo la tutela de Lady Alys, como de costumbre. La condesa Vorkosigan también estaba con ellas, charlando amistosamente.

—Oh, bien —dijo la condesa—. Aquí están.

Gregor capturó la mano de Laisa y la colocó sobre su brazo, posesivo; ella le sonrió al mirarlo con los ojos llenos de estrellas.

—Alys, ahora que su escolta está aquí —continuó la condesa—, ¿por qué no me dejas hacer de Baba un rato? Deberías relajarte y disfrutar de una de estas fiestas para variar.

Una leve inclinación de cabeza: Miles siguió el gesto y advirtió a Illyan, muy elegante con una túnica oscura y extrañamente bien cortada y pantalones, estilo civil, que parecía por pura fuerza de costumbre no estar allí presente, como si la luz se dividiera para rodearlo.

—Gracias, Cordelia —murmuró Lady Alys. Después de que Gregor saludara a su antiguo jefe de seguridad e intercambiaran los cómo-te-encuentras de rigor, bien-Sire-tienes-buen-aspecto, Alys apartó decididamente a Illyan de allí, antes de que pudiera volver a cualquier tipo de trabajo.

—La convalecencia parece sentarle bien —comentó Gregor, observando con aprobación este movimiento.

—Puedes darle las gracias a Lady Alys por eso —le dijo la condesa Vorkosigan.

—Y también a tu hijo.

—Eso tengo entendido.

Miles hizo una ligera reverencia, no demasiado irónica. Miró a Illyan y a su tía; al parecer se dirigían a la mesa de las bebidas.

—No es que tenga conocimiento íntimo del interior de los armarios de Illyan, pero… juraría que hay algo diferente en la forma en que va vestido. Conservador como siempre, pero…

La condesa Vorkosigan sonrió.

—Lady Alys finalmente lo convenció para que le dejara recomendarle un sastre. Su gusto, o su falta de gusto para la ropa ha hecho que se tire de los pelos durante años.

—Siempre lo consideré parte de su personalidad de SegImp. Neutro e invisible.

—Eso también, desde luego.

Gregor y Laisa empezaron a comparar lo que habían estado haciendo durante las interminables cuatro horas transcurridas desde su último encuentro: una conversación absorbente. Miles, tras divisar a Ivan al otro lado de la sala, los dejó juntos bajo la indulgente mirada de su madre. Ivan escoltaba a Martya Koudelka, vaya, vaya.

Martya era una versión más joven, más baja y más morena de Delia, aunque no menos atractiva a su modo. Esta noche, llevaba un vestido verde pálido, de un tono perfectamente calculado para armonizar con los uniformes de gala verde imperial.

Mientras Miles se les acercaba, Martya dio un codazo a su compañero y dijo:

—Ivan, idiota, deja de mirar a mi hermana. Me invitaste a mí a venir a este baile, ¿recuerdas?

—Sí, pero… se lo pedí a ella primero.

—Fuiste demasiado lento. Te servirá de lección si te piso las botas y te estropeo el brillo. —Miró de reojo a Miles, y añadió—: Voy a sentirme tan contenta cuando Delia por fin pille a alguien y se marche. Estoy tan harta de hombres de segunda mano como de vestidos de segunda mano.

—Como no podía ser de otra forma, milady. —Miles se inclinó sobre su mano, y la besó.

Eso llamó la atención de Ivan; volvió a coger la mano de Martya, y la palmeó tranquilizador.

—Lo siento —dijo. Pero sus ojos la abandonaron para lanzar una mirada subrepticia más.

Miles miró también, y localizó de inmediato la brillante cabellera rubia. Delia Koudelka estaba sentada en uno de los pequeños sofás junto a Duv Galeni; al parecer compartían el plato de entremeses que hacía equilibrios sobre la rodilla de Galeni. La cabeza oscura y la cabeza rubia se inclinaron juntas por un instante, luego Delia se echó a reír. Los largos dientes de Galeni destellaron con una de sus sonrisas más melancólicas. Su rodilla tocaba la de Delia, advirtió Miles con insospechado interés.

Un criado con una bandeja de vasos pasó cerca.

—¿Te apetece una copa? —le preguntó Ivan a Martya.

—Sí, por favor, pero no ese vino rojo. Blanco, por favor.

Ivan se marchó en busca del criado, y Martya le confesó a Miles:

—Si me lo echo encima, no se ve tanto. No sé cómo lo hace Delia. Nunca derrama nada. Algunos días pienso que está practicando para ser Lady Alys.

Galeni no había mencionado que estaría allí, con Delia, cuando habían hablado en el cuartel general de SegImp… ¿sólo había sido ayer?

—¿Cuánto tiempo lleva esto en marcha? —le preguntó a Martya, señalando con la cabeza en dirección a Galeni.

Martya sonrió.

—Delia le dijo a nuestro padre hace un mes que Duv iba a ser el elegido. Le gusta su estilo, dice. Creo que está bien, para ser un tipo mayor.

—Yo también tengo estilo —señaló Miles.

—Uno propio —reconoció Martya.

Miles decidió prudentemente no seguir por ese camino.

—Um… ¿cuándo lo descubrió el viejo Duv?

—Delia está trabajando en ello. A algunos tipos hay que golpearlos con un ladrillo para conseguir su atención. A algunos hay que darles con un ladrillo grande.

Mientras trataba de imaginar en qué categoría entraba según ella, Ivan regresó, haciendo malabarismos con las bebidas. Unos minutos más tarde sonaron los primeros acordes de música en la otra sala; Ivan salvó el vestido de Martya de su encuentro con el vino y se la llevó a bailar. Si los rostros desconocidos de los civiles allí presentes pertenecían a colaboradores del consorcio armador de Laisa, había bastantes otros komarreses en la multitud. Nada de política en esta fiesta, ya. La presencia de Galeni en la lista podía deberse a la mano de Laisa, supuso Miles. Su mejor amigo, por supuesto.

Miles picoteó durante un rato los entremeses, espléndidos como siempre, luego pasó a la siguiente sala para escuchar la música y ver a los bailarines. Era plenamente consciente de que su fracaso a la hora de traer su propia pareja lo dejaba colgado, y no era el único; la proporción de hombres y mujeres presentes era fácilmente de diez a nueve, si no de diez a ocho. Consiguió uno o dos bailes con mujeres que le conocían lo bastante bien para que no les importara su altura, como la esposa del conde Henri Vorvolk, pero todas ellas estaban deprimentemente casadas o comprometidas. El resto del tiempo practicó su mejor pose siniestra de sujetar la pared, estilo Illyan.

El propio Illyan pasó bailando con Alys Vorpatril. Ivan, que se detuvo junto a Miles para reconfortarse con una copa de fuerte vino caliente, se quedó mirando sorprendido.

—No sabía que el viejo Illyan supiera bailar —comentó.

—Yo tampoco —reconoció Miles.

Ivan no fue el único en darse cuenta. La esposa de Henri Vorvolk, al ver pasar a Alys y su pareja, susurró un comentario al oído de su esposo; él alzó la cabeza con una sonrisa divertida.

—Nunca había visto a Illyan hacer nada parecido. Supongo que siempre estaba de servicio.

Siempre. El doctor Ruibal había mencionado cambios en la personalidad además de cambios cognitivos como posible efecto secundario de la extracción del chip… demonios, sólo quitar aquella carga de treinta años de aplastante responsabilidad podría explicarlo.

Un mechón de cabello escapó del complicado peinado de Lady Alys, y ella se lo apartó de la frente. La imagen de su tía en déshabillé a la hora del desayuno asaltó la mente de Miles, y tuvo la súbita sensación de que lo golpeaban con un ladrillo grande. Se atragantó con el vino.

Santo Dios. Illyan se está acostando con mi tía
.

Y viceversa, o algo así. No estaba seguro de si sentirse indignado o complacido. Únicamente sintió una repentina y renovada admiración por la fría templanza de Illyan.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Ivan.

—Oh, sí.

Creo que dejaré que Ivan descubra esto por sí mismo
. Ocultó una sonrisa incontrolable tomando otro trago de vino.

Huyó de Ivan y se retiró al recibidor. En el buffet se encontró con el capitán Galeni que seleccionaba pastas para Delia; ella esperaba cerca. Le dirigió a Miles un pequeño y distante saludo con los dedos.

—Veo, que… has encontrado una nueva compañera de baile —comentó Miles al oído de Galeni.

El otro sonrió, como un zorro complacido con la boca llena de plumas.

—Sí.

—Iba a invitarla esta noche. Dijo que estaba ocupada.

—Lástima, Miles.

—¿Es esto algún tipo de torcido paralelismo?

Las negras cejas de Galeni se fruncieron.

—No pretendo estar por encima de la venganza, pero soy un hombre honorable. Le pregunté primero si pensaba que ibas en serio con ella. Dijo que no.

—Oh. —Miles fingió morder una pasta de frutas—. ¿Y tú vas en serio con ella?

Se sintió un sustituto del comodoro Koudelka, exigiendo conocer las intenciones de Galeni.

—Mortalmente —suspiró Galeni. La sonrisa, momentáneamente, desapareció por completo de sus ojos. Miles estuvo a punto de retroceder. Galeni parpadeó y continuó, más animado—: Con su pasado y sus conexiones, será una soberbia anfitriona política, ¿no crees? —Su sonrisa se ensanchó—. El cerebro y la belleza tampoco vienen mal.

—No tiene fortuna —recalcó Miles.

Galeni se encogió de hombros.

—Yo puedo hacer algo al respecto, si me lo propongo.

Miles no tenía ninguna duda.

—Bueno… —No habría estado bien decir «Mejor suerte esta vez»—. ¿Quieres que le diga a su padre el comodoro unas cuantas buenas palabras en tu favor?

—Espero que no te lo tomes a mal, Miles, pero preferiría que no trataras de hacerme más favores.

—Oh. Comprendo, supongo.

—Gracias. No me importa cometer dos veces el mismo error. Voy a pedírselo esta noche, camino de casa. —Galeni asintió decidido, y abandonó a Miles sin mirar atrás.

Duv y Delia. Delia y Duv. Eran una pareja repetitiva, de todas formas.

Miles esquivó las preguntas de dos conocidos que habían oído rumores confusos sobre su nombramiento como Auditor Imperial; luego regresó a la sala de música, donde costaba más conversar. Su cerebro empezó a dar vueltas inexorablemente a los datos de la noche anterior mientras miraba sin ver a los bailarines que pasaban girando. Diez minutos en esa postura, y la gente empezó a mirarlo; se separó de la pared y se acercó a pedirle un baile a Laisa cuando aún estaba a tiempo. Gregor sin duda reclamaría las dos últimas piezas para sí.

Estaba absorto intentando seguir el ritmo de una danza de espejos bastante rápida con Laisa, y tratando de no apreciar demasiado claramente la figura rellenita de la prometida de su Emperador, cuando vio a Galeni a través de las puertas de arco del recibidor. Un coronel de SegImp y dos guardias con uniforme verde de faena lo acosaban; Galeni y el coronel discutían enconadamente. Delia se hallaba un poco apartada, los ojos azules espantados, la mano sobre los labios. Galeni estaba envarado, el rostro fijo en aquella expresión neutra y ardiente que sugería una ira bien reprimida pero peligrosa. ¿Qué emergencia de SegImp podía ser tan crucial para enviarlos a sacar de una fiesta a su principal analista komarrés? Preocupado, siguió bailando y se dio la vuelta para situar a Laisa de espaldas a la puerta.

El coronel, gesticulando con vehemencia, puso su mano sobre la manga de Galeni; éste se la quitó de encima.

Uno de los guardias hizo ademán de sacar su aturdidor y aflojó la pistolera.

Laisa, sin aliento, se quedó inmóvil igual que él, hasta que se dio cuenta de que no era un movimiento del baile.

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