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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (44 page)

BOOK: Recuerdos
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Salió a la zona de recepción. Miles llevaba comprobando las listas de inventario en la comuconsola desde hacía varias horas, desde que había supervisado a los tres hombres del equipo de análisis de sistemas de seguridad de Haroche y los había puesto a trabajar arriba.

—Estoy en una Sala de Armas, ¿no? —preguntó Ivan, agitando su bolsa de plástico.

Miles desvió su atención de la descripción química de los novecientos nueve artículos ordenados alfabéticamente de la Sala de Venenos: Raspaduras de ofidios, polianos, tres gramos.

—Si tú lo dices.

—Eso es. ¿Entonces qué está haciendo esta cajita etiquetada «Virus Komarrés» en el pasillo cinco, estante nueve, depósito veintisiete? ¿Qué demonios es esto, y no debería estar en Biológicas? ¿Se equivocó alguien al clasificarla? No voy a destapar esta maldita cosa hasta que averigües qué es. Podría acabar cubierto de hongos verdes, o hinchado como esos pobres diablos de la plaga de gusanos sergyarana. O peor.

—La plaga de los gusanos tiene que haber sido lo más repulsivo de la historia reciente —reconoció Miles—, pero no fue tan letal como suelen ser las plagas. Déjame mirar. ¿Estaba en el listado de la Sala de Armas?

—Oh, sí, justo donde debería estar. Eso creen.

—Así que tiene que ser un arma. Tal vez.

Miles marcó su lugar, rearchivó la lista de venenos que había estado examinando en la comuconsula de la biblioteca de la Sala de Pruebas y sacó la de la sección de armas. El «Virus Komarrés» tenía un código de clasificación que bloqueaba el acceso a su descripción e historia a todo aquel que no tuviera los permisos de seguridad más elevados. El cuartel general de SegImp estaba abarrotado de ese tipo de hombres. Miles sonrió débilmente, y anuló el cerrojo con su sello de Auditor.

No había acabado de leer las tres primeras líneas cuando empezó a reírse por lo bajo. Le apeteció soltar un par de imprecaciones, pero no se le ocurrió nada lo bastante fuerte.

—¿Qué? —preguntó Ivan, dando la vuelta para asomarse por encima de su hombro.

—No es un virus, Ivan. Alguien en Clasificación necesita una conferencia del doctor Weddell. Es un procariota apoptótico biocreado. Un bichito que se come las cosas, sobre todo proteínas de neurochip. El procariota, el procariota de Illyan. No supone ningún peligro para ti, a menos que te hayas implantado un neurochip y yo no lo sepa. Oh, Dios. De aquí procedía… o más bien, de aquí lo sacaron la última vez.

Se acomodó y empezó a leer; Ivan de pie tras él, le dio un golpecito en la mano cuando trató de avanzar pantallas antes de que le diera tiempo a terminar de leer también.

Esto era, oculto a plena vista, enterrado en un inventario de miles de otros artículos. Había permanecido guardado allí, en el depósito veintisiete, estante nueve, criando polvo, durante casi cinco años, desde el día en que un oficial de Asuntos Komarreses lo trajo a la Sala de Pruebas de SegImp. Había sido detectado por la Contrainteligencia Imperial allí mismo, en Vorbarr Sultana, en una batida para arrestar células terroristas komarresas asociadas con… el difunto Ser Galen, muerto en la Tierra mientras trataba de lanzar su último, complicado, dramático e inútil plan para derribar el Imperio de Barrayar y liberar Komarr. El plan para el que Galen había creado a Mark, el hermano-clon de Miles.

—Oh, demonios —dijo Ivan—. ¿Tiene tu maldito clon algo que ver con esto?

—Hermano —corrigió Miles, tragando el mismo miedo—. No veo cómo. Lleva casi medio año en la Colonia Beta. Mi abuela betana puede confirmarlo.

—Si quieres confirmación, entonces debes estar pensando lo que pienso yo —dijo Ivan—. ¿Puede haber fingido ser tú otra vez?

—No sin someterse a una dieta infernal.

Ivan gruñó, medio de acuerdo.

—Podría hacerse, con las drogas adecuadas.

—No lo creo. Te prometo que lo último que Mark quiere es ser yo, nunca jamás. De todas formas haré que comprueben formalmente su paradero, sólo para que dejemos de recorrer un callejón sin salida. La oficina de SegImp en la embajada de la Colonia Beta lo mantiene siempre vigilado porque Mark es… quien es.

Miles siguió leyendo. La conexión jacksoniana era también bastante real. El procariota comedor de chips había sido creado a petición de los terroristas komarreses, encargado a una de las Casas Menores más conocidas por sus drogas de diseño. E Illyan había sido su objetivo previsto desde el principio; la disrupción de SegImp había sido cronometrada para coincidir con el asesinato del entonces primer ministro conde Aral Vorkosigan. La investigación de SegImp de cinco años atrás había seguido al procariota hasta su fuente de origen, y la paga komarresa hasta las cuentas bancarias del equipo bioquímico jacksoniano. La nueva investigación, recién iniciada, debía recabar tarde o temprano los mismos datos: tarde, si tenían que reconstruir totalmente la primera y tediosa investigación; temprano, si la organización superaba su amnesia colectiva y localizaba los datos en sus propios archivos. De tres a ocho semanas, calculó Miles.

—Esto explica… la encerrona, al menos —murmuró.

Ivan alzó una ceja.

—¿Cómo?

—Vine cuando no tocaba. Se pretendía que mi anterior visita fuese descubierta, sí, inevitablemente, pero no en primer lugar. Estos datos… —Miles señaló la comuconsola—, cuando llegaran finalmente, habrían llamado la atención en la Sala de Pruebas. En vez de empezar con los registros de la comuconsola, y luego comprobar el inventario, los investigadores habrían comenzado con el depósito veintisiete y luego comprobado los registros de seguridad de la gente que entra y sale. Y se habrían sentido muy satisfechos consigo mismos por haberme hallado: un oficial recientemente expulsado sin nada que hacer aquí. Si las cosas hubieran seguido hasta ahí, habría sido una encerrona mucho más que convincente.

Miles permaneció sentado un momento, ordenando sus ideas. Luego llamó a los forenses de SegImp y pidió que se presentara el oficial de mayor graduación. Después llamó a la consola del doctor Vaughn Weddell, a su casa.

La máquina lo bloqueó, y trató de tomar un mensaje; parecía que Weddell no quería que interrumpieran su sueño. Lo intentó otra vez, con los mismos resultados. Esperó tres segundos para recuperar la paciencia, y luego llamó a los Guardias Imperiales. Miles hizo que el oficial de servicio mandara a una pareja de sus hombres más grandes a la casa de Weddell con instrucciones de despertarlo no importaba por qué medios y traerlo de inmediato al cuartel general de SegImp, a rastras si era preciso.

Pasó lo que le pareció una eternidad (ya casi habría amanecido, calculó Miles), pero por fin consiguió reunir a su grupo y los envió a todos a Armas IV. Weddell aún rezongaba entre dientes por haber sido despertado tan bruscamente en mitad de la noche; mientras mantuviera prudentemente sus quejas
sotto voce
, Miles decidió ignorarlas. Ni él ni Ivan habían pegado ojo, y no es que Miles no estuviera agotado.

El forense examinó el exterior del pequeño biocontenedor sellado.

—Lo han movido unas cuantas veces —informó—. Algunas huellas, algunas manchas, no muy frescas…

Las grabó por escáner-láser, para cotejarlas con las del personal de la Sala de Pruebas, y las del resto de la población del Imperio si hacía falta.

—El circuito de alarma para detectar la salida del contenedor de la Sala de Pruebas no se ha activado nunca. No hay cabellos ni fibras. Yo no esperaría mucho polvo, dados los filtros de aire que hay aquí. Eso es todo cuanto puedo decir. Es todo suyo, caballeros.

Retrocedió un paso; Ivan avanzó, sacó la caja de su estantería, y la colocó sobre la iluminada mesa de análisis que habían traído para tal fin. La caja estaba sellada con el más sencillo cierre de código numérico, diseñado para impedir que se abriera de golpe si accidentalmente se caía más que por verdaderos motivos de seguridad: para empezar, el código de acceso constaba en la descripción del inventario. Ivan consultó los datos, y tecleó la secuencia. La tapa se abrió.

—Bien —murmuró Ivan, mirando el interior, y luego comprobando de nuevo el inventario. La caja estaba llena de gel a prueba de golpes y dividida en seis compartimentos paralelos. Tres de ellos estaban ocupados por diminutas cápsulas marrones, tan pequeñas que un niño habría podido tragarlas. Los otros tres estaban vacíos.

—Seis unidades selladas de entrega de vectores… así es como se las llama aquí, al menos. Una fue sacada para su examen hace cinco años y se la cataloga como destruida. Supuestamente quedan cinco… pero ahora sólo hay tres. —Abrió la mano e hizo un gesto; el forense avanzó otra vez, y se inclinó sobre la caja para comprobar el sello desde el interior.

¡Bien, bien
!, gritó Miles para sus adentros, con una pequeña reserva mental para aquella cápsula extraída cinco años atrás. Eso iba a complicar las cosas, pero quizá los registros del laboratorio ayudarían, una vez consultados.

—¿Quieren decir que me estuve devanando los sesos durante una semana reajustando esa maldita cosa muerta, y había una muestra intacta aquí abajo todo el tiempo? —gruñó Weddell.

—Sí —sonrió Miles—. Espero que aprecie la ironía.

—No a esta hora de la mañana.

El forense alzó la cabeza e informó.

—El cierre nunca ha sido forzado.

—Muy bien —dijo Miles—. La caja pasará a manos de los forenses para que la examinen en profundidad. Ivan, quiero que la custodies. No dejes que esas comadrejas la aparten de tu vista. Weddell, lleve una de esas muestras a análisis molecular… quiero que confirme que es la misma mierda que sacó del chip de Illyan, y quiero saber todo lo que pueda averiguar sobre ella. No salga del edificio. Ocupe de nuevo el mismo laboratorio de la clínica, y pida cualquier cosa que necesite, pero nadie, nadie más que usted tocará la muestra. No informará a nadie más que a mí. Las dos unidades restantes volverán a una caja nueva del estante, cerrada con mi sello de Auditor. Confío en que esta vez permanecerá aquí.

Aunque empiezo a pensar que estaría más segura en mi bolsillo
.

Haroche, la rata, se había ido a casa a dormir después de formado el equipo, una hora después de medianoche. Mientras esperaba su regreso, Miles hizo una pausa para desayunar en la cafetería del cuartel general. Fue un error. Se dio cuenta al ver que daba cabezadas delante del tazón de café. No se atrevió a parar. De algún modo, ponerse en marcha otra vez le resultó mucho más difícil que de costumbre.

Bostezaba en la oficina exterior de Haroche cuando entró el jefe de SegImp, también bostezando. Haroche se tragó el bostezo, e indicó a Miles que le siguiera a su santuario interno. Miles acercó una silla y se sentó mientras Haroche ocupaba su mesa.

—Bien, Lord Vorkosigan. ¿Algún progreso?

—Oh, sí.

Rápidamente, Miles le informó de los acontecimientos de las últimas horas. Cuando terminó, Haroche, inclinado hacia delante en el borde de su asiento, ya no bostezaba.

—Maldición —jadeó, echándose de nuevo hacia atrás—. Maldición. Se acabó nuestra última esperanza de que esto fuera un asunto interno.

—Eso me temo.

—Así que ahora tenemos otra lista. ¿Cuántos hombres pueden haber sabido que las muestras estaban allá abajo?

—Para empezar, cinco años de equipos de inventario de la Sala de Pruebas —dijo Miles.

—Los hombres que las recogieron y las entregaron —añadió Haroche.

—Y todo el que estuviera entonces trabajando aquí y pudiera haber sido amigo íntimo de esos hombres. —Miles empezó a llevar la cuenta con los dedos—. Estaba archivado bajo el sello del jefe de Asuntos Komarreses que precedió a Allegre. El propio Allegre estaba todavía trabajando en Komarr en aquella época, como jefe de la sección local. Lo comprobé. También… cualquier komarrés de esos grupos revolucionarios que escapara a la captura, o que fuera encarcelado y haya sido liberado recientemente. Gente con la que podrían haber hablado en prisión… Será mejor que se compruebe también esa lista, supongo, aunque, como usted dice… la manipulación de la comuconsola me impulsa a creer que se trata de un trabajo llevado a cabo desde dentro.

Haroche tomó nota.

—Bien. Me temo que no se trata de una lista corta, en modo alguno.

—No. Aunque es mucho más corta que los tres planetas llenos de habitantes con los que empezamos. —Miles vaciló, luego añadió, reticente—: No sé si mi hermano Lord Mark, mi clon, quiero decir, sabía esto o no. Supongo que será necesario comprobarlo.

La mirada inquieta de Haroche se alzó para encontrar los ojos de Miles.

—¿Supone…?

—No es físicamente posible —aseguró Miles—. Mark ha pasado los seis últimos meses en la Colonia Beta. Ha ido a la facultad todos los días desde que empezó el trimestre. —
Espero
—. Su paradero es fácilmente demostrable.

—Mm. —Haroche aceptó su palabra, con reservas.

—¿Recuerda usted algo de ese periodo?

—Yo era todavía ayudante del jefe de sección de Asuntos Domésticos. Fue antes de mi último ascenso. Recuerdo el hervidero de actividad por los komarreses de Vorbarr Sultana. El caso que entonces despertó la atención de Domésticos tenía que ver con un grupo antigubernamental en el distrito de Vorsmythe, sospechoso de intentar importar armas proscritas.

—Ah. Bien, espero que sus chicos de datos ayuden a rastrear esto —continuó Miles—. Quien lo hizo debe haber tenido acceso a los sistemas internos de SegImp, aparte de un montón de astucia y valor. La lista corta constará de hombres que estén en ambas listas.

—¿Por qué asume que es sólo un hombre? —preguntó Haroche.

—Oh. —Miles se vino abajo—. Cierto. Gracias.

Haroche, se recordó Miles, no carecía de experiencia en este tipo de asuntos.

—No es que no lo prefiera así —admitió el jefe de SegImp—. Ojalá fuera un solo tipo y no una conspiración.

—Mm. Sea un hombre o un grupo, la motivación es… compleja. ¿Por qué yo? ¿Por qué me escogieron como chivo expiatorio? ¿Hay algún odio especial en el fondo de todo esto, o fue casualidad… fui simplemente el único oficial de SegImp expulsado en el momento adecuado?

—Si me permite darle un consejo, milord, las motivaciones son inciertas en esta clase de asuntos. Demasiado cerebrales. Siempre llego más lejos rastreando los hechos. Puede forjar teorías sobre la motivación más tarde, cuando se tome una cerveza y celebre la victoria. Cuando sepa quién, sabrá por qué. Lo admito, es una preferencia filosófica.

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