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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (2 page)

BOOK: Recuerdos
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Quedará sólo para la recuperación de antiguos títulos de la saga de Vorkosigan ese
FRAGMENTOS DE HONOR,
escrito en 1983 y con el cual se inició la serie
.

Precisamente con ese título esperamos iniciar el año 2000 en nuestra colección NOVA
.

Que ustedes lo disfruten
.

MIQUEL BARCELÓ

A Trudie senior

y

Trudie junior

1

Miles recuperó el conocimiento pero mantuvo los ojos cerrados. Su cerebro parecía arder con las confusas ascuas de algún feroz sueño, informe y evanescente. Lo asaltó la temible convicción de que habían vuelto a matarlo, hasta que el recuerdo y la razón empezaron a situar esta fragmentada experiencia.

Sus otros sentidos trataron de hacer inventario. Estaba en cerogé, su corto cuerpo tendido plano, atado a una superficie y cubierto por lo que parecía un fino vendaje médico militar estándar.
¿Herido?
Al parecer todos sus miembros seguían en su lugar y en buen estado. Aún llevaba el traje ligero que recubría su armadura espacial, ahora desaparecida. Las ataduras no eran fuertes. El complejo aroma de aire refiltrado muchas veces, frío y seco, le hacía cosquillas en la nariz. Liberó con disimulo un brazo, cuidando de no agitar la venda, y se palpó el rostro lampiño. No había guías de control, ni sensores, ni sangre…
¿Dónde están mi armadura, mis armas, mi casco de mando?

La misión de rescate había salido tan bien como de costumbre. Junto con la capitana Quinn y su patrulla habían penetrado en la nave de los secuestradores y encontrado la prisión. Se abrieron paso hasta el oficial correo de SegImp, el barrayarés teniente Vorberg, aún vivo aunque atiborrado de sedantes. El tecnomed había declarado al rehén libre de trampas químicas o mecánicas, y comenzaron el animado viaje a través de los oscuros pasillos de regreso a la lanzadera de combate Dendarii. Los secuestradores, muy ocupados en otra parte, no habían hecho ningún intento de perseguirlos.
¿Qué salió mal?

Los sonidos a su alrededor eran tranquilos: el pitido del equipo, el siseo de la atmósfera reciclándose con normalidad, el murmullo de voces. Un bajo gemido animal. Miles se lamió los labios, sólo para asegurarse de que el sonido no procedía de él mismo. Puede que no estuviera herido, pero alguien cercano no se hallaba en buena forma. Un fuerte olor a antisépticos escapaba a los filtros. Abrió un poquito los ojos, preparado para hacerse el inconsciente de nuevo y pensar rápido si se encontraba en manos enemigas.

Pero estaba (a salvo, esperaba) en su propia lanzadera de combate de la Flota Dendarii, atado a uno de los cuatro camastros desplegables situados en la parte trasera del fuselaje. La estación médica de emergencia le era familiar, aunque normalmente no la contemplaba desde este punto de vista. El tecnomed del Escuadrón Azul, que le daba la espalda, atendía un camastro emplazado al otro lado del pasillo, donde había otra forma atada. Miles no pudo ver ninguna bolsa con cadáveres.
Sólo otra baja
. Podría haber añadido «bien», pero se suponía que no iba a haber ninguna baja.

Miles corrigió su pensamiento:
Sólo una baja
. Un violento dolor de cabeza pulsaba en la base de su cráneo. Pero no tenía quemaduras de arcos de plasma, ni sentía parálisis por los disruptores neurales. Ningún tubo intravenoso o inyector de hipospray perforaba su cuerpo, introduciendo sustitutos sanguíneos o sinergina contra el shock. No flotaba en una bruma narcótica de analgésicos, y ningún vendaje de presión lastraba sus más mínimos movimientos. Ningún bloqueador de sentidos. El dolor de cabeza parecía una migraña postaturdidor.
¿Cómo demonios consiguieron aturdirme con la armadura de combate puesta?

El tecnomed Dendarii, aún con la armadura de combate pero sin casco ni guantes, se volvió y vio los ojos abiertos de Miles.

—¿Está despierto, señor? Se lo notificaré a la capitana Quinn.

Gravitó brevemente sobre el rostro de Miles, y lanzó una luz a sus ojos, para comprobar sin duda la respuesta anormal de las pupilas.

—¿Cuánto tiempo he estado… inconsciente? ¿Qué ha ocurrido?

—Ha tenido una especie de ataque, o una convulsión. Sin causa aparente. El equipo de campo, en busca de toxinas, no encontró nada; pero es muy básico. Lo examinaremos a conciencia cuando volvamos a la enfermería de la nave.

No he muerto otra vez. Peor. Son más residuos de la última vez. Oh, demonios. ¿Qué he hecho? ¿Qué han visto?

Prefería haber… bueno, no. No prefería que le hubieran alcanzado con un disruptor neural. Pero casi.

—¿Cuánto tiempo? —repitió.

—El ataque ha durado cuatro o cinco minutos.

Desde luego, habían hecho falta más de cinco minutos para traerlo desde allí hasta aquí.

—¿Y luego?

—Me temo que ha estado inconsciente durante una media hora, almirante Naismith.

Nunca había estado fuera de combate tanto tiempo. Éste era el peor ataque de todos, con diferencia. Había rezado para que el último lo fuera. Habían pasado más de dos meses desde el breve colapso previo, del cual nadie había sido testigo. Maldición, estaba seguro de que la medicación funcionaba.

Trató de liberarse, luchando con la venda calorífica y las correas del camastro.

—Por favor, no trate de levantarse, almirante.

—Tengo que recabar unos informes.

El tecnomed colocó una cautelosa mano sobre su pecho, y lo empujó de vuelta al camastro.

—La capitana Quinn me ordenó que lo sedara si trataba de levantarse. Señor.

Miles casi ladró:
¡Y yo revoco esa orden!
Pero ahora no parecían estar en mitad de un combate, y el tecno tenía una mirada acerada en los ojos, la de un hombre dispuesto a cumplir con su deber no importa a qué precio.
Sálvame de los virtuosos
.

—¿Por eso he estado tanto tiempo inconsciente? ¿Me sedaron?

—No, señor. Sólo le suministré sinergina. Sus signos vitales eran estables, y no quise suministrarle nada más hasta saber con más exactitud con qué nos enfrentábamos.

—¿Qué hay de mi escuadrón? ¿Salieron todos? El rehén barrayarés, ¿lo sacamos sin problemas?

—Todos salieron bien. El barrayarés, um… vivirá. Le corté las piernas. Hay una buena probabilidad de que la cirujana consiga volver a unírselas.

El tecnomed miró a su alrededor, como buscando ayuda.

—¿Qué? ¿Cómo resultó herido?

—Uh… Llamaré a la capitana Quinn, señor.

—Hágalo —gruñó Miles.

El tecnomed se lanzó en caída libre, y murmuró algo con urgencia por un intercomunicador emplazado en la pared opuesta. Regresó junto a su paciente. ¿El teniente Vorberg? Las intravenosas inyectaban plasma y medicamentos al hombre a través del brazo y el cuello. El resto de su cuerpo estaba cubierto por una venda calorífica. A una señal luminosa emitida desde la proa, el tecnomed se ató rápidamente a su asiento de salto, y la lanzadera ejecutó una rápida serie de aceleraciones, deceleraciones y ajustes de posición, preparándose para atracar en su nave madre.

Naturalmente, después de atracar sacaron primero al rehén herido. En dos partes. Miles apretó la mandíbula al ver al soldado agarrado a un gran contenedor de frío que seguía al tecnomed y la plataforma flotante. Pero no se veía demasiada sangre. Miles, harto de esperar a Quinn, se estaba soltando de sus ataduras médicas cuando ella apareció en la cubierta y flotó por el pasillo hasta él.

Se había quitado el casco y los guantes de su armadura espacial, y retirado la capucha del traje para liberar sus rizos oscuros, aplastados por el sudor. Su rostro bellamente esculpido estaba pálido de tensión, los ojos marrones oscurecidos por el miedo. Pero su pequeña flota de tres naves no se encontraba en peligro inminente, pues en ese caso estaría atendiendo a la flota, no a él.

—¿Estás bien? —preguntó con rudeza.

—Quinn, qué… no. Dame primero un informe general de situación.

—El Escuadrón Verde sacó a la tripulación de la nave secuestrada. A todos. El equipo ha sufrido algunos daños… la compañía de seguros no va a estar tan contenta como la última vez, pero nuestro Bono de Vida está a salvo.

—Da gracias a Dios y a la sargento Taura. ¿Y nuestros secuestradores?

—Tomamos su nave grande y diecinueve prisioneros. Tres enemigos muertos. Todo seguro allí; nuestra tripulación está a bordo, limpiando. Seis o siete hijos de puta escaparon en su esquife de salto. Su armamento es débil. Tan lejos del punto de salto más cercano, el
Ariel
puede derribarlos a placer. Es decisión tuya, quedarnos aquí y volarlos, o intentar capturarlos.

Miles se frotó la cara.

—Interroga a esos prisioneros. Si éste es el mismo grupo sanguinario que apresó al
Solera
el año pasado, y asesinó a todos los pasajeros y la tripulación, la Estación Vega pagará una buena recompensa, y podremos cobrar tres veces la misma misión. Ya que los veganos ofrecen la misma recompensa por la prueba de sus cabezas, grabadlo todo con cuidado. Exigiremos la rendición. Una sola vez —suspiró—. Deduzco que las cosas no salieron exactamente según el plan. Nuevamente.

—Eh. Una acción de rescate de rehenes que consigue que todos salgan con vida es un éxito, lo mires como lo mires. Suponiendo que la cirujana de nuestra flota no recoloque las piernas de tu pobre barrayarés al revés o cambiadas de sitio, es un éxito al cien por cien.

—Er… sí. ¿Qué pasó cuando yo… caí? ¿Qué le pasó a Vorberg?

—Fuego amigo, por desgracia. Aunque no parecía muy amistoso en ese momento. Tú caíste… y nos diste una sorpresa de muerte. Tu traje emitió un montón de telemetría basura, y luego tu arco de plasma se atascó. —Se pasó las manos por el cabello.

Miles contempló el pesado arco de plasma de servicio insertado en el brazo derecho de la armadura de Quinn, idéntico al suyo propio. El corazón se le hundió en el revuelto estómago.

—Oh, no. Oh, mierda. No me lo digas.

—Eso me temo. Le cortaste las piernas a tu propio rehén rescatado. De lo más limpio. Por suerte, supongo, el rayo las cauterizó mientras cortaba, así que no se murió desangrado. Y estaba tan atiborrado de drogas que no creo que sintiera mucho dolor. Por un momento creí que algún enemigo había tomado tu traje por control remoto, pero los ingenieros juran que eso ya no es posible. Volaste un puñado de paredes… Tuvimos que sentarnos cuatro sobre tu brazo hasta que pudimos traer el abrelatas del tecnomed para que entrara en tu armadura y te desconectara. Te sacudías con ganas. Casi nos llevaste a todos por delante. A la desesperada, te disparé con el aturdidor en la nuca, y te quedaste inerte. Temí haberte matado.

Quinn estaba un poco agitada mientras describía todo esto. Su hermoso rostro, después de todo, no era el original, sino un recambio colocado después de su propio encuentro violento con fuego de plasma, hacía más de una década.

—Miles, ¿qué demonios te pasó?

—Creo que tuve… una especie de ataque. Como epilepsia, pero no deja ninguna marca neuronal. Me temo que podría ser un efecto secundario de mi criorresurrección del año pasado.

Sabes condenadamente bien que lo es
. Se tocó las cicatrices gemelas situadas a cada lado de su cuello, ahora débiles y pálidas, leves recuerdos de aquel acontecimiento. El tratamiento de emergencia de Quinn con el aturdidor explicaba su larga pérdida de sentido y el subsiguiente dolor de cabeza. Así que los ataques no eran peores que antes…

—Oh, cielos —dijo Quinn—. Pero ésta es la primera vez que… —Hizo una pausa, y lo miró con más atención. Su voz se volvió neutra—. Ésta no es la primera vez que te pasa.

El silencio se prolongó. Miles se obligó a hablar antes de que chasqueara.

—Me ha sucedido tres o cuatro —o cinco— veces después de regresar de la estasis. Mi cirujano de criorresurrección dijo que podrían desaparecer sin más, igual que sucedió con la pérdida de memoria y la falta de aliento. Y después de eso parecieron cesar.

—¿Y SegImp te dejó salir a una misión de campo encubierta con esa clase de bomba de relojería en la cabeza?

—SegImp… no lo sabe.

—Miles…

—Elli —dijo él, desesperado—, me retirarían del servicio, sabes que lo harían. Me clavarían las botas al suelo tras alguna mesa de despacho en el mejor de los casos. Licencia médica en el peor… y eso sería el fin del almirante Naismith. Para siempre.

Ella se quedó inmóvil, anonadada.

—Decidí que si los ataques volvían trataría de resolverlos por mi cuenta. Pensé que lo había hecho.

—¿Lo sabe alguien?

—No… muchos. No quería arriesgarme a que llegara a oídos de SegImp. Se lo dije a la cirujana de la Flota Dendarii. Le hice jurar que lo mantendría en secreto. Estábamos trabajando en un diagnóstico causal. No hemos llegado demasiado lejos aún. Su especialidad es la traumatología, después de todo.

—Sí, como quemaduras de arcos de plasma, y recolocación de miembros. Al menos el teniente Vorberg no estaría ahora en manos mejores o más experimentadas aunque pudiera ser transportado mágicamente en un instante de vuelta al Hospital Militar Imperial de Barrayar.

Los labios de Quinn se tensaron.

—Pero no me lo dijiste a mí. Al margen de nuestra relación personal, ¡soy tu segunda al mando en esta misión!

—Tendría que habértelo dicho. Es obvio al mirarlo retrospectivamente.

Y no ver nada
.

Quinn contempló el fuselaje de la nave; un tecnomed del
Peregrine
sacaba una plataforma flotante por la escotilla.

—Tengo que supervisar la limpieza. Vas a quedarte en la maldita enfermería hasta que regrese, ¿de acuerdo?

—¡Vuelvo al servicio ahora mismo! Podrían pasar meses antes de que vuelva a suceder. Si es que sucede.

—¿De acuerdo? —repitió Quinn entre dientes, dirigiéndole una dura mirada.

Miles pensó en Vorberg, y se vino abajo.

—De acuerdo —murmuró.

—Gracias —siseó ella.

Miles rechazó la plataforma flotante e insistió en caminar, pero siguió al tecnomed, sintiéndose horriblemente sometido.
Estoy perdiendo el control de esto

En cuanto Miles llegó a la enfermería, un ansioso tecno le realizó una exploración cerebral, le sacó sangre, tomó muestras de cada fluido que podía exudar su cuerpo, y volvió a comprobar cada uno de sus signos vitales. Después de eso, no hubo mucho que hacer sino esperar a la cirujana. Miles se retiró discretamente a una pequeña sala de reconocimiento; y su ayuda de cámara le trajo el uniforme de la nave. El hombre parecía inclinado a gravitar solícito y Miles, irritado, lo despidió.

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