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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (7 page)

BOOK: Recuerdos
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Había partes de sí mismo a las que el almirante Naismith tampoco daba cabida.

—Hablando de rescates memorables —el hermoso tono de barítono de Taura lo devolvió al presente—, ¿cómo le va a tu pobre hermano-clon Mark? ¿Ha encontrado ya su destino?

Al menos Taura no se refería a su único hermano como «el pequeño gusano gordo». Le sonrió, agradecido.

—Bastante bien, creo. Dejó Barrayar con mis padres cuando partieron hacia Sergyar, se quedó con ellos una temporada, y luego se fue a la Colonia Beta. Mi abuela betana lo está cuidando por mi madre. Se ha matriculado en la Universidad de Silica, la misma ciudad en la que ella vive… estudia contabilidad, nada menos. Parece que le gusta. Incomprensible, ¿no? No puedo dejar de pensar que el gemelo de uno debería compartir más tus gustos que un simple hermano.

—Tal vez más adelante os volváis más parecidos.

—No creo que Mark vuelva a relacionarse más con los militares.

—No, pero tal vez a ti te empiece a interesar la contabilidad.

Él la miró, receloso… Oh, bueno. Estaba bromeando. Lo notaba por las arrugas en la comisura de sus ojos. Pero cuando dejó de sonreír, unas leves patas de gallo siguieron clavadas allí.

—Mientras nunca críe su barriga…

Tomó un sorbo de vino. La mención de Mark le hizo recordar Jackson's Whole, su criorresurrección, y todos los problemas secretos que seguían acarreándole consecuencias no deseadas. También recordó a la doctora Durona, su cirujana de criorresurrección. ¿Habían tenido éxito las refugiadas hermanas Durona para fundar una nueva clínica en Escobar, lejos de su repudiado ex hogar? Mark tendría que saberlo; aún les enviaba dinero, según su última comunicación. Y si era así, ¿estaban dispuestas a aceptar a un paciente nuevo, o más bien viejo? ¿Con mucha discreción?

Podría tomar un permiso largo, en apariencia para visitar a sus padres en Sergyar. Desde Sergyar sólo había un corto salto hasta Escobar. Una vez allí iría a ver a Rowan Durona… Le sería todavía más fácil eludir a Illyan si fingía que era un viaje para ver a una amante. O al menos engañar al conde. Incluso se permitía que los agentes de SegImp tuvieran vida privada, a regañadientes, aunque para Miles era un misterio si el propio Illyan tenía una. El breve lío amoroso de Miles con Rowan había sido una especie de error, un accidente sucedido mientras aún sufría de crioamnesia. Pero se habían despedido, le parecía, en buenos términos. ¿Conseguiría persuadirla para que lo tratara, y que no quedara ningún registro susceptible de ser encontrado por SegImp?

Podría hacerse… arreglar la cabeza, fuera lo que fuese lo que tenía mal, y seguir adelante, sin que nadie lo descubriera. ¿No?

Una parte de él empezaba ya a lamentar no haber convertido ambas versiones de su informe de la misión para SegImp en cartas cifradas, y guardar la decisión final para más tarde, cuando hubiera tenido un poco más de tiempo para pensárselo. Entregar una, destruir la otra. Pero ahora estaba comprometido, y si lo estaba, necesitaba un plan mejor que confiar en la suerte.

Era Escobar. En cuanto su agenda se lo permitiera. Resultaba extremadamente molesto que no tuviera que pasar por Escobar en aquel viaje a casa.

Se sentó, y contempló la triunfal montaña de platos, copas, vasos, y cuencos que cubrían la mesa; más parecía una escena de batalla después… bueno, después de que Taura hubiera acabado. No haría falta más limpieza. Dirigió la mirada hacia la cama, por encima de su hombro envuelto en seda.

—Bien, señora. ¿Una siesta? ¿O algo?

Ella siguió su mirada.

—Algo. Luego una siesta —decidió.

—A tus órdenes. —Hizo una reverencia Vor, sentado, y se levantó para cogerle la mano—. Aprovecha la noche.

4

Según el procedimiento estándar para los correos de regreso, un vehículo de tierra de SegImp con su conductor recogió a Miles en el lanzapuerto militar de las afueras de Vorbarr Sultana, y lo condujo directamente al cuartel general de SegImp en la ciudad. Miles deseó que el conductor redujera un poco la velocidad, o que diera la vuelta a la manzana unas cuantas veces más, cuando el cuartel general se asomó al doblar la última esquina. Como si las frustrantes semanas que había pasado pensando en su dilema a bordo de la nave gubernamental camino de casa no fueran suficientes. No necesitaba pensar más, necesitaba acción.

El conductor franqueó el puesto de seguridad y atravesó las puertas hasta el enorme edificio gris, enorme, sombrío y espantoso. La impresión no se debía únicamente al estado mental de Miles; el cuartel general de SegImp era uno de los edificios más feos de Vorbarr Sultana. Los turistas, que por lógica habrían evitado el lugar, se acercaban a verlo gracias a la interesante reputación de su arquitecto, quien, según la leyenda, había muerto loco después del brusco declive de su patrón, el emperador Yuri. El conductor llevó a Miles más allá de la imponente fachada, hasta una discreta puerta lateral reservada a correos, espías, informadores, analistas, secretarios, porteros y otra gente que tenía trabajo de verdad que hacer en el edificio.

Miles despidió a coche y conductor con un gesto y se quedó de pie ante la puerta, en medio del frío de la tarde otoñal, vacilando una última vez. Tenía la terrible sensación de que su plan cuidadosamente elaborado no iba a funcionar.

Y aunque funcionara, los tendría pegados a la espalda para siempre, esperando pillarme
ex post facto. No. No lo soportaría. Entregaría la tarjeta cifrada, sí, no le quedaría otra opción, pero luego (y antes de que Illyan tuviera oportunidad de revisar el tres veces maldito informe), le expondría a Illyan un resumen oral y le contaría toda la verdad. Podría fingir haber considerado la noticia de su problema médico demasiado grave para registrarla, ni siquiera en mensaje cifrado. Haría como si estuviera arrojando el problema a los pies de Illyan, puntual y adecuadamente, para que él tomara una decisión. De todas formas, era físicamente imposible que Miles lo hubiera hecho llegar a casa más rápido.

Si se quedaba allí más tiempo, en medio del frío, fingiendo estudiar los estilizados monstruos de granito tallados en bajorrelieve en el dintel de la puerta («gárgolas estreñidas», los había bautizado algún gracioso), acabaría por acercarse un guardia y le haría preguntas amables pero incisivas. Decidido, se quitó el abrigo militar y se lo colocó cuidadosamente doblado sobre el brazo, apretó la maleta cifrada contra su túnica verde, y entró.

El empleado del mostrador lo sometió a los habituales controles de seguridad sin hacer ningún comentario. Todo era muy rutinario. Miles dejó en el guardarropa la chaqueta (que no procedía de ningún almacén militar, sino que había sido confeccionada a medida para que se ajustara a su tamaño). Un indicativo de su nivel de seguridad fue que lo enviaran sin escolta al no demasiado accesible despacho de Illyan. Había que subir por dos tubos elevadores distintos y bajar por un tercero para llegar a esa planta.

Una vez en ella, y tras atravesar el último escáner del pasillo, encontró abierta la puerta exterior del despacho. El secretario de Illyan estaba ante su mesa, hablando con el general Lucas Haroche, jefe de Asuntos Domésticos. Miles comparaba el cargo del general con el de gigoló para esposas aburridas, pero de hecho realizaba uno de los trabajos más desagradables y desagradecidos del servicio: seguir posibles planes de traición y grupos antigubernamentales estrictamente del lado barrayarés. Su contrapartida, el general Allegre, tenía la tarea de hacer lo mismo para la confiada Komarr.

Miles normalmente trataba con el jefe de Asuntos Galácticos (en su opinión un título mucho más exótico y evocador) en las raras ocasiones en que no lo hacía directamente con Illyan. Pero el de AG estaba destinado en Komarr, y esta vez Miles había sido conducido directamente a Barrayar sin escala en el planeta que guardaba el único portal de salto de Barrayar en el nexo de gusano.
Cabe suponer que es urgente
. Quizá fuera lo suficientemente urgente para desviar la atención de Illyan de la mala noticia de Miles.

—Hola, capitán. Hola, general Haroche.

Como oficial supuestamente inferior, Miles dirigió a ambos un saludo vago, que ellos devolvieron con la misma desgana. Miles no conocía bien al secretario de Illyan; el hombre llevaba en aquel puesto crítico unos dos años, lo que le daba a Miles unos seis años de ventaja sobre él en veteranía como satélite de Illyan, si uno quería planteárselo en esos términos.

El secretario tendió la mano para coger el maletín cifrado.

—Su informe, bien. Firme, por favor.

—Yo… quería entregárselo al jefe en persona. —Miles indicó la puerta interna, cerrada.

—Hoy no puede. No está.

—¿No está? Esperaba… había algunos comentarios que necesitaba añadir.

—Se los transmitiré en cuanto regrese.

—¿Volverá pronto? Puedo esperar.

—Hoy no. Está fuera de la ciudad.

Mierda
.

—Bueno… —Reluctante, Miles le tendió la maleta y presionó la palma cuatro veces contra el lector de la comuconsola para confirmar y dar fe de la entrega—. Esto… ¿dejó alguna orden para mí? Debía saber que iba a llegar.

—Sí, teniente. Estará de permiso hasta que le llame.

—Pensaba que era urgente, ¿o por qué si no hacerme volver corriendo a casa en la primera nave? Acabo de pasar varias semanas de vacaciones a bordo.

—¿Qué quiere que le diga? —El secretario se encogió de hombros—. De vez en cuando, SegImp recuerda que es un organismo, militar. Dése prisa y espere.

Miles no le sacaría ninguna información no autorizada. Pero si tenía tanto tiempo… su pequeño plan para largarse a Escobar y recibir tratamiento secreto, tan recientemente descartado, saltó de nuevo a primer plano.

—Permiso, ¿eh? ¿Tengo tiempo y autorización para visitar a mis padres en Sergyar?

—Me temo que no. Tiene que estar preparado para volver a presentarse aquí dentro de una hora como máximo. Será mejor que no abandone la ciudad.

Al ver la expresión angustiada de Miles, añadió:

—Lo siento, teniente Vorkosigan.

Ni la mitad de lo que lo siento yo
. Le habían hecho recordar a la fuerza su propio lema de que ningún plan de batalla sobrevive al primer contacto con el enemigo.

—Bien… dígale a Illyan que me gustaría verlo, cuando más le convenga.

—Por supuesto. —El secretario tomó nota.

—¿Y cómo están sus padres, teniente Vorkosigan? —preguntó cordialmente el general Haroche. Era un hombre canoso de unos cincuenta y tantos años, que llevaba un uniforme verde ligeramente arrugado. A Miles le gustaba su voz, que era profunda y rica y a veces burlona, con un leve acento provinciano de los distritos occidentales que todos los años pasados en la capital no habían conseguido eliminar. Haroche se había ganado una formidable reputación en los círculos internos de SegImp gracias a su trabajo, aunque era prácticamente desconocido para los de fuera, algo que Miles valoraba. Le llevaba dos años de ventaja a Miles como fijo en el cuartel general de SegImp; pero una década realizando el trabajo de Haroche, reflexionó Miles, le haría salir canas a cualquiera, y también le acarrearía problemas estomacales.

—Probablemente tendrá usted información sobre ellos más reciente que la mía, señor. Creo que mi correo me está persiguiendo todavía a casa desde el punto de salto del cuartel general Asuntos Galácticos en Komarr.

Haroche volvió las palmas de las manos hacia fuera y se encogió de hombros.

—No, en realidad no. Illyan ha apartado a Sergyar de mi departamento, y ha creado uno separado para Asuntos Sergyaranos igual al de Komarr.

—Seguro que no habrá mucho que hacer en un departamento aparte —dijo Miles—. La colonia tiene menos de treinta años de antigüedad. La población todavía no llega al millón de habitantes, ¿no?

—Apenas —intervino el secretario.

Haroche sonrió algo sombrío.

—A mí me pareció prematuro, pero lo que pide el ilustre virrey conde Vorkosigan… se suele cumplir. —Entornó a medias los ojos, como si dirigiera a Miles una mirada significativa.

No me vengas con chorradas nepotistas, Haroche. Sabes cuál es mi verdadero trabajo. Y lo bien que lo hago
.

—A mí me suena a otro trabajo burocrático de SegImp. Los colonos están demasiado ocupados meneando el culo para fomentar ninguna rebelión. Tal vez solicite el puesto.

—Me temo que ya ha sido ocupado. Por el coronel Olshansky.

—¿Sí? He oído decir que es un hombre firme. Sin duda Sergyar está en una situación estratégica crítica en el nexo del agujero de gusano, pero pensaba que ese aspecto recaía en Asuntos Galácticos. Supongo que Illyan piensa en el futuro. —Miles suspiró—. Creo que bien podría marcharme a casa. La oficina puede encontrarme en la Residencia Vorkosigan, cuando decida que quiere verme.

Los labios del secretario se estiraron en una siniestra sonrisa.

—Oh, podemos encontrarlo dondequiera que esté.

Era un chiste interno de SegImp. Miles se rió, diligente, y escapó.

Miles llegó al último vestíbulo del tubo elevador camino a la salida al mismo tiempo que un capitán uniformado de verde, un tipo de cabello oscuro y mediana edad con ojos intensos de color castaño, entrecerrados, y una nariz afilada que cortaba su perfil romano: un rostro familiar pero completamente inesperado.

—¡Duv Galeni! —exclamó Miles—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Vaya, hola, Miles. —Galeni sonrió cuanto era capaz, con una mueca complacida. Estaba un poco más viejo y un poco más grueso que la última vez que Miles lo había visto, pero parecía relajado y confiado—. Trabajando, naturalmente. Solicité que me destinaran aquí.

—La última vez estabas trabajando en contrainteligencia, allá en Komarr. ¿Es esto un ascenso? ¿Desarrollaste una súbita preferencia por la burocracia en vez del trabajo de campo? ¿Has venido a bañarte en el brillo radiactivo de los centros del poder imperial?

—Todo eso, más… —Galeni miró alrededor, como para asegurarse de que se encontraban solos. ¿Qué secreto era tan importante que debía ser susurrado allí, en el centro mismo del laberinto?—. Hay una mujer.

—Santo Dios, eso parece una de las frases de mi primo Ivan. Tú, una mujer, ¿y qué?

—No te atrevas a burlarte de mí. ¿Sigues disfrutando de ese, ah, envidiable acuerdo con la formidable Quinn?

Miles controló un respingo; pensó en la última discusión que habían tenido Quinn y él.

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