Read Recuerdos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (35 page)

BOOK: Recuerdos
2.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Quiero que sea concienzudo. Molécula a molécula, si es necesario.

—Oh, tendrá que serlo.

—Y, um… recuerde que aunque esté dentro de los laboratorios de SegImp, y forme parte de un equipo, no está dentro de la cadena de mando de SegImp. Me informará directamente a mí.

Weddell bajó las cejas, pensativo.

—Eso es… muy interesante.

—Adelante, pues.

Weddell ladeó la barbilla en reconocimiento ligeramente irónico.

—Sí, mi señor, ah… Vorkosigan, ¿no?

—Oh, «milord Auditor» sería lo correcto, esta semana.

—Comprendido.

—Yo no iría más allá sin arriesgarme a una hemorragia nasal.

—¿Es eso una advertencia?

—Sólo una orientación. Una cortesía.

—Ah. Gracias. —Weddell asintió, y continuó contemplando los procedimientos por encima del hombro de Avakli.

Weddell/Canaba seguía siendo un capullo de corazón, se dijo Miles. Pero entendía de biología molecular.

Tras una conversación con el almirante Avakli, Miles llamó a Gregor para informar del éxito de la operación. Luego volvió a ver a Illyan una vez más. Encontró al jefe de SegImp sentado en la cama, vestido, con Lady Alys sentada cerca de él. Illyan sonrió un poco al verlo entrar, la primera expresión de tranquilidad que Miles veía en su rostro desde hacía varios días.

—Hola, señor. Me alegro de tenerlo de vuelta.

—Miles —asintió Illyan, cuidadosamente; luego se llevó la mano a la cabeza como para asegurarse de que seguía allí—. ¿Cuánto tiempo lleva aquí? Acérquese.

—Sólo unos cuatro días, creo. O cinco. —Miles se puso al otro lado de la cama.

También Illyan estudió el uniforme de su Residencia y sus condecoraciones. Extendió la mano para tocar suavemente la cadena de oro de Auditor. Tintineó con una nota leve y pura.

—Esto sí que es… inesperado.

—El general Haroche no me dejaba entrar. Gregor decidió que esto ahorraría discusiones.

—Qué creativo por su parte. —Illyan dejó escapar una risita sorprendida, que Miles no supo interpretar del todo—. Nunca se me habría ocurrido. Pero no hay mal que por bien no venga.

—Si ahora puede cuidar de sí mismo, señor, creo que me iré a casa.

—Yo me quedaré un rato —se ofreció Alys—. Has hecho un buen trabajo, Miles.

Miles se encogió de hombros.

—Demonios, no hice tanto. Supongo que sólo puse en movimiento a los técnicos.

Con esfuerzo, convirtió un saludo de despedida en un ligero y civilizado ademán, y se marchó.

De vuelta a su dormitorio en la Residencia Vorkosigan, Miles colgó su uniforme para llevarlo luego a la lavandería, y lo despojó de sus condecoraciones, que guardó cuidadosamente. Era probable que pasara mucho tiempo antes de que volviera a llevarlas otra vez, si es que lo hacía. Con todo, habían servido a un buen propósito. Por último, alzó la cadena de oro de su improvisado trabajo como Auditor, y la dejó girar a la luz, estudiando su exquisito detalle.

Bueno. Fue divertido mientras duró
.

Supuso que tendría que devolver pronto la cadena a la Residencia, para que la guardaran en la cripta de donde la habían sacado. Parecía un poco descuidado dejar un objeto de tanto valor artístico e histórico tirado en un cajón. Con todo… un trabajo nunca había acabado hasta que se escribían los informes; una década en SegImp le había enseñado eso, aunque no le hubiera enseñado nada más. Y hasta que Avakli y sus alegres compañeros entregaran su informe, Miles no podría ofrecer el suyo a Gregor.

Arrojó la cadena sobre un montón de camisas.

19

Reacio, aunque firme, Miles se sentó ante su comuconsola al día siguiente y llamó a la división de tratamiento de veteranos del Hospital Militar Imperial. Concertó una cita para un examen preliminar encaminado al diagnóstico de sus ataques. MilImp era el lugar más lógico al que ir; tenían tanta experiencia en casos de criorresurrección como cualquier otro sitio de Barrayar, y tenían acceso privilegiado e inmediato a todos sus archivos médicos, clasificados o no. Las notas de la cirujana de su Flota Dendarii ahorrarían semanas de repetitivas pruebas. Tarde o temprano, Ivan recordaría sus amenazas de llevar a rastras a Miles hasta la clínica que eligiera, o peor aún, se chivaría a Gregor. Eso era típico de Ivan.

Misión cumplida, suspiró Miles, se retiró de su comuconsola y se levantó para dar un paseo sin rumbo por los resonantes pasillos y cámaras de la Residencia Vorkosigan. No es que echara de menos la compañía de Ivan, exactamente, era sólo que… echaba de menos tener compañía, aunque fuera la de Ivan. La Residencia Vorkosigan no había sido construida para este silencio. Había sido diseñada para albergar un sonoro circo a todas horas, con su complemento de guardias y personal, doncellas y chambelanes y jardineros, correos presurosos y lánguidos cortesanos, visitantes Vor con sus séquitos, niños… con los sucesivos condes Vorkosigan como maestros de pista, los ejes sobre los que giraba toda la gran rueda chillona. Los condes y las condesas Vorkosigan. La fiesta se hallaba en su apogeo en la época de su tatarabuelo, supuso Miles, justo antes del fin de la Era del Aislamiento. Se detuvo ante una ventana que daba al camino de acceso, e imaginó caballos y carruajes, oficiales y damas bajando de ellos con destellos de espadas y revuelo de telas.

Dirigir a los Mercenarios Dendarii había sido algo parecido, al menos en el aspecto circense. Miles se preguntó si la Flota Dendarii sobreviviría a su fundador tanto como la Residencia Vorkosigan había sobrevivido al primer conde durante once generaciones. Y si sería desmantelada y reunida por completo con la misma frecuencia. Era extraño haber creado algo tan orgánico y vivo que continuaría en su ausencia, sin él para empujar y animar… igual que los niños seguían viviendo sin ningún otro acto de voluntad por parte de los padres.

Quinn era sin duda su digna sucesora. Miles debía renunciar a cualquier pretensión de regresar con los Dendarii y ascenderla a almirante, y punto. ¿O el nombramiento del personal sería ahora cosa de Haroche? Miles habría confiado en Illyan para que se encargara de Quinn. ¿Pero tenía Haroche la reflexión, la imaginación requeridas? Suspiró incómodo.

Sus vagabundeos lo llevaron a la sucesión de habitaciones del primer piso, cuyas vistas al jardín trasero eran las mejores y que habían sido el formidable cubil de su abuelo durante sus últimos años de vida. Los padres de Miles no se habían mudado a ellas después de la muerte del viejo conde, sino que permanecieron en sus grandes salas de la planta de arriba. Habían conservado las habitaciones del viejo conde como una especie de suite para invitados imperiales: dormitorio, baño privado, salón y estudio. Ni siquiera Ivan, experto en lujos, había tenido valor para solicitar esa zona tan elegante durante su reciente estancia. Había ocupado en cambio un pequeño cuarto cercano al de Miles, aunque eso podría haber sido para tener un ojo puesto sobre su errático primo.

Mientras contemplaba las silenciosas cámaras, Miles sintió que lo invadía la inspiración.

—¿Secuestro? —murmuró el general Haroche a la mañana siguiente, mirando a Miles por encima de la comuconsola de Illyan.

Miles sonrió apenas.

—Difícilmente, señor. Una invitación para que Illyan disfrute de la hospitalidad de la Residencia Vorkosigan durante su convalecencia, que ofrezco en nombre de mi padre. No tengo dudas de que aceptará.

—El equipo del almirante Avakli no ha descartado aún la posibilidad de sabotaje en el chip, aunque yo mismo me siento cada vez más abocado a la explicación natural. Pero con esa incertidumbre, ¿es suficientemente segura la Residencia Vorkosigan, comparada con el cuartel general de SegImp?

—Si el chip de Illyan fue saboteado, es muy posible que haya ocurrido en el entorno de SegImp; ahí es donde Illyan ha estado la mayor parte del tiempo, después de todo. SegImp no ofrece ninguna protección, y eso es evidente. Y, ah… si SegImp no puede garantizar la seguridad de la Residencia Vorkosigan, sin duda eso será toda una noticia para el antiguo Lord Regente. Puede que incluso lo considere un escándalo de importancia.

Haroche enseñó los dientes.

—Argumento anotado, milord Auditor. —Miró a Ruibal, sentado junto a Miles—. ¿Su opinión médica sobre este traslado, doctor Ruibal? ¿Buena o mala idea?

—Mm… más buena que mala, creo —dijo el grueso neurólogo—. Illyan está físicamente preparado para regresar a una actividad normal aunque liviana… nada de trabajar, por supuesto. Añadir un poco de distancia entre él y su despacho contribuirá a evitar discusiones al respecto.

Haroche alzó las cejas. Al parecer hasta entonces no había considerado esta embarazosa posibilidad.

—Démosle el alta médica —añadió el doctor Ruibal—, que descanse y se relaje, que lea un poco o lo que sea… que lleve un diario de los nuevos problemas. Puedo hacerle su examen diario allí también, sin duda.

—Nuevos problemas. —Miles había captado la frase de Ruibal—. ¿Cuáles son sus problemas actuales? ¿Cómo se encuentra?

—Bueno, está físicamente bien, aunque comprensiblemente fatigado. Reflejos motores normales. Pero su memoria reciente, para expresarlo con sencillez, está hecha un lío. Su calificación en las tareas cognitivas que implican utilizar la memoria a corto plazo está por debajo de lo normal en él; una normalidad que en su caso, por supuesto, era extraordinaria. Es demasiado pronto para decir si su estado será permanente, o si su cerebro se recuperará con el tiempo. O si hará falta una intervención quirúrgica. O, Dios me ayude, qué clase de intervención sería. Recomiendo un par de semanas de descanso y actividad variada, y luego ya veremos.

Lo cual daría tiempo a Ruibal para buscar soluciones.

—Me parece razonable —dijo Miles.

Haroche asintió.

—La responsabilidad será entonces suya, Lord Vorkosigan.

Tras otra llamada personal al laboratorio de Avakli, Miles se dirigió a la clínica de SegImp para lanzar la invitación a Illyan. Allí encontró una insospechada aliada para su autoimpuesta misión de persuasión en Lady Alys, que estaba una vez más de visita. Iba tan impecablemente vestida como de costumbre, ese día con ropa rojo oscuro y femenina al estilo Vor, es decir, cara.

—Pero si es una idea espléndida —dijo ella, cuando Illyan empezó a dar largas—. Muy justa y adecuada por tu parte, Miles. Cordelia lo aprobaría.

—¿Eso le parece? —dijo Illyan.

—Sí, desde luego.

—Y la suite tiene ventanas —recalcó Miles—. Montones y montones de ventanas. Eso es lo que siempre he echado de menos cada vez que he estado aquí dentro.

Illyan contempló su habitación de paredes peladas.

—Ventanas, ¿eh? No suponen necesariamente una ventaja. Cuando Evon Vorhalas disparó esa granada de gas por la ventana del dormitorio de tus padres, tú pagaste las consecuencias. Recuerdo esa noche… —Su mano se retorció; frunció el ceño—. Es como un sueño.

El incidente había ocurrido hacía algo más de treinta años.

—Por eso todas las ventanas de la Residencia Vorkosigan fueron luego equipadas con pantallas de fuerza —dijo Miles—. Ahora no hay ningún problema. Se está muy tranquilo, pero tengo una nueva cocinera.

—Ivan me ha hablado de la nueva cocinera —admitió Illyan—. Con todo lujo de detalles.

—Sí —dijo Lady Alys; una expresión un tanto calculadora cruzó sus finos rasgos. ¿Lamentaba que los días de saqueos de caballos, ganado, y siervos en las propiedades de los lores vecinos hubieran acabado para siempre?—. Y será mucho más conveniente y cómodo para la gente visitarte allí que en este lugar terrible y deprimente, Simon.

—Mm —masculló Illyan. Le sonrió brevemente, con aspecto reflexivo—. Es verdad. Bien, Miles… sí. Gracias. Acepto.

—Excelente —se congratuló Lady Alys—. ¿Necesitas alguna ayuda? ¿Quieres utilizar mi coche?

—Tengo fuera mi coche y mi conductor —dijo Miles—. Creo que podemos apañarnos.

—Entonces, en ese caso, creo que os veré allí. Estoy segura de que has pasado algo por alto, Miles. Los hombres siempre lo hacen.

Lady Alys asintió con decisión, se levantó con un revuelo de faldas, y salió rápidamente.

—¿Qué puede querer traer que la Residencia Vorkosigan no tenga ya? —se preguntó Illyan, con cierta diversión.

—¿Flores? —aventuró Miles—. ¿Doncellas bailarinas? Er… ¿jabón y toallas?

Ella tenía razón: no había pensado en todo.

—Me muero por averiguarlo.

—Bueno, sea lo que sea lo que se le ocurra, seguro que estará bien.

—Tratándose de ella, se puede contar con eso —reconoció Illyan—. Es una mujer digna de confianza.

Al contrario que algunos hombres de su generación que Miles conocía, Illyan no parecía encontrar ninguna contradicción en esto. Vaciló, y miró a Miles con los ojos entornados.

—Creo recordar… ella estuvo aquí. En algunos momentos desagradables.

—Así es. Con estilo.

—Siendo Lady Alys, ¿cómo si no? —Illyan contempló la pequeña habitación, como si realmente la viera por primera vez en semanas—. Su respetada tía tiene razón. Este lugar es deprimente.

—Entonces marchémonos de aquí.

Salieron del cuartel general de SegImp con sólo una maleta y muy poco ruido. Después de todo, Illyan llevaba viajando ligero de equipaje más años de los que Miles tenía.

Martin los condujo a la Residencia Vorkosigan en el lujoso y anticuado vehículo de tierra blindado. Llegaron al nuevo hogar de Illyan y encontraron a Alys dirigiendo a un grupo de limpieza, que se marchaba ya. Habían traído flores, jabón y toallas, y sábanas limpias. Si Miles cumplía alguna vez su amenaza de convertir la Residencia Vorkosigan en un hotel, sabía a quién contratar para la dirección general. Martin pasó cinco minutos colocando las exiguas pertenencias de Illyan en su lugar; luego Alys lo envió a la cocina.

El leve embarazo que Illyan sentía al verse el centro de todas estas atenciones se disipó un tanto cuando Martin regresó empujando un carrito de té cargado con una potente merienda al estilo de Ma Kosti, que colocó en la mesa del salón, ante el jardín trasero. Lady Alys tenía al parecer buena mano con el servicio; todas las bandejas y los utensilios apropiados habían sido hallados por fin, y se les había dado un uso adecuado. Pero tras una ronda de té y crema, bocadillos, huevos escalfados, albóndigas en salsa de pasas, las famosas tartas de albaricoque, vino dulce, y unas cosas de chocolate con la densidad del plutonio cuyo nombre Miles ni siquiera conocía, todo el mundo se relajó.

BOOK: Recuerdos
2.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Bride Gone Bad by Sabine Starr
Creeps Suzette by Mary Daheim
Pretty Poison by LAVENE, JOYCE AND JIM
Crossed by Lacey Silks
Marrying Cade by Sally Clements
Dawn of the Dragons by Joe Dever