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Authors: Guillermo Toledo

Razones para la rebeldía (3 page)

BOOK: Razones para la rebeldía
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Evidentemente, la producción cinematográfica con un mínimo contenido político es prácticamente nula, y en televisión ya mejor ni pensarlo. Bueno, rectifico: lo que no existe es una producción con contenido político de izquierdas. Porque Hollywood es el órgano de propaganda capitalista número uno del mundo, lo decía Fernando León y aquí lo suscribo. En su gran mayoría, las películas de Hollywood son plenamente políticas: soldados yankis que, según la época histórica que toque, luchan contra indios, mexicanos, rusos o árabes.

¡Pensemos que, después de la industria del armamento, la segunda industria de Estados Unidos es la industria del entretenimiento! Y como industria que es, está dominada por grandes grupos empresariales, con sus intereses políticos que son, lógicamente, trasladados al cine. En España ocurre exactamente igual.

Se hacen series como República, o Cuéntame cómo pasó. Esta última es propaganda política: en Cuéntame... no aparecen fusilamientos, ni torturas, ni presos políticos, aparece, sí, un mínimo de persecución, aparece un hijo que le sale un poquito rojete al protagonista, pero todo es muy light. Y no se puede pretender hacer una película realista sobre la España de la década de 1960 sin contar la brutalidad del régimen franquista. Pero se hace, del mismo modo que se escribe el diccionario de la Real Academia de Historia que omite decir que Franco era un dictador. En nuestra televisión y en nuestro cine no hay conflicto social: solo existen conflictos emocionales y personales, aunque la acción se desarrolle en contextos fuertemente sociales como ocurre con la serie Periodistas o El comisario. Incluso si uno le pide a la Policía que lo dejen rodar en una comisaría o que le presten un vehículo policial, la Policía pide el guión de la película o la serie y solo prestan el escenario o el coche patrulla si les parece bien el guión. Es comprensible quizá, pero no es lícito porque esa cooperación que se le está solicitando a la Policía, que es una institución pública, o se les da a todos por igual o no se le da a nadie, pero no debería darse colaboración a quienes solo hablan bien de la Policía.

La profesión de actor y el compromiso político

Otra cuestión que me planteo es en qué medida mi compromiso político puede o pudo haber afectado negativamente a mi carrera profesional como actor. En ocasiones pienso que si no me hubiese comprometido como lo he hecho, como lo hago, mi carrera profesional hubiera ido mucho mejor, hubiera sido más famoso, más popular y, sobre todo, hubiera sido mucho más rico.

Al principio, cuando comienzas, para intentar entrar en este mundo coges todo lo que te sale, pero luego ya te vas poniendo más exigente. No me veo siete años haciendo una misma serie de televisión, por ejemplo. De modo que, por un lado, algunas cosas no me interesan y, por otro, hay cosas, sencillamente, para las que no me llaman. Con el tiempo y la experiencia me he dado cuenta de que ser actor, solo ser actor, no es lo que me hace feliz. Me apasiona ser actor, lo disfruto mucho, pero solamente eso, lo disfruto mucho y es un motor de mi vida, pero pasarme meses y años, como me he pasado, actuando ininterrumpidamente en proyectos que además no me interesaban demasiado, no es la situación que deseo para mi vida. Ahora solo acepto papeles que me interesan. No estoy dispuesto a trabajar solo para no salir del mercado, que es una cosa que preocupa mucho a los actores: desaparecer del todo en algún momento. Se olvidan de ti.

Por otro lado, también hay que decir que el trabajo del actor puede ser muy jugoso, desde luego, porque si trabajas mucho y eres muy conocido, puedes ganar mucho dinero. Este es otro de los atractivos que la profesión tiene para algunos actores, para algunas actrices; también la popularidad que se puede conseguir, o los privilegios sociales que se pueden mantener. Pero a mí ni el dinero, ni la fama, ni los privilegios me llaman la atención.

Yendo a la realidad, una anécdota que muestra las consecuencias negativas que, para mi profesión de actor, tiene mi compromiso político, me la contó un buen amigo, que colabora en un programa de una conocida emisora. Recuerdo que un día que nos encontramos por casualidad, mi amigo me contó que unos días antes había presentado la escaleta del programa en el que colaboraba, donde anunciaba que iba a hablar de mí, de mi trabajo como actor, pero también de mi implicación política. Entonces se dirigió a él el director del programa, en principio de buen rollo, para decirle que había visto en la escaleta del programa del día siguiente que iba a hablar de mí. El caso es que en esta cadena no me tenían en buena consideración.

Los Goya del «No a la guerra»

Me he dado cuenta de que si eres sencillamente progre y de izquierdas, como creen ser en el Partido Socialista, y te dedicas a decir cosas como que yo no voto al Partido Popular porque son de derechas y si ganasen me iba del país, eso te supone un escudo, porque parte del poder político y, sobre todo, del entorno cultural del país lo ejerce el PSOE. Es más extraño escuchar a un actor o a un escritor decir: «Yo pedí el voto por el PP». Eso está mal visto entre las huestes de la intelectualidad progre, que es mayoritaria. La derecha es la derecha. Aznar es un pro israelí, un pro sionista y el presidente de una fundación que se llama Asociación Hispano-Israelí. Pues bien, Aznar va de frente y te lo dice.

Pero es peor esta gente que se camufla detrás de la cortinilla de la progresía y luego en su modo de vivir, de comportarse, en su estilo y en su nivel de vida, queda en evidencia que lo que les importa son sencillamente sus propios intereses. Esto se ha notado mucho, por ejemplo, con su defensa de la Ley Sinde.

Indiscutiblemente, la gala de los Premios Goya que se pronunció contra la Guerra de Irak ha marcado un antes y un después en la percepción ideológica que se tiene del mundo del cine en España. Merece sin duda la pena detallar los entretelones de aquellos acontecimientos.

En el grupo de teatro Animalario estábamos preparando la obra Alejandro y Ana: lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del presidente cuando Marisa Paredes, presidenta de la Academia de Cine, nos propone a Ernesto Alterio, a Alberto San Juan y a mí presentar la gala de los Premios Goya de 2002. Se acababa de estrenar El otro lado de la cama y éramos los actores de moda. En ese momento, pienso: «Hostia, tres horas de televisión en directo, en La 1 de TVE». Y precisamente también era el momento en que Aznar se encontraba en la cresta de la ola, era recibido por Bush, su hija se casaba con todo el boato y la ostentación posible, Aznar estaba en plena crisis de grandeza y soberbia. Eran tres horas para decir lo que quisiéramos, y recuerdo que el resto de mis compañeros, con más o menos rapidez, aceptaron la idea de hacer algo contra la Guerra de Irak. Mientras ensayábamos la obra de teatro Alejandro y Ana..., empezamos a escribir el guión de los Goya. En ese momento sucedió la catástrofe del Prestige, lo cual calentó todavía más el ambiente. Hicimos el guión y se lo presentamos a TVE. Imagino que miembros de la Academia también lo leerían, claro. Casi todo lo que nosotros hicimos en el escenario, y que tanto indignó a la derecha, que nos acusó de premeditación y alevosía, fue informado a las dos instituciones con antelación.

Lo que sucedió es que luego los invitados, cuando salían a dar o a recoger un premio, llevaban la pegatina del «No a la guerra», y en lugar de dedicar el premio a su padre, madre o a todo el equipo, como es tradicional, le decían a Aznar y a su gobierno que no estaban de acuerdo con que nuestro país participara en una guerra imperialista y criminal como la Guerra de Irak. Algunos incluso hicieron referencia al Prestige: Luis Tosar le dijo a Aznar que si quería petróleo no hacía falta ir a Irak a buscarlo, que fuera a Galicia. Javier Bardem le recordó a Aznar que ganar las elecciones no era un cheque en blanco. El propio PP hizo un escándalo de eso...

En realidad, hasta entonces las galas de los Premios Goya nunca habían sido seguidas masivamente. En mi opinión, si se hubieran callado, si por ejemplo el PP no hubiera hablado del tema de la gala, ninguneándola, la repercusión hubiera sido mínima. Pero al día siguiente todo el PP y sus medios de comunicación pusieron el grito en el cielo, montaron un gran escándalo. La interpretación de la derecha fue que el mundo del cine al completo había dado un ilegítimo golpe de Estado contra el gobierno legítimo de Aznar.

A todo esto, nosotros no habíamos hablado con ninguna organización ni con ningún grupo político. Solo la Unión de Actores, el sindicato mayoritario del sector, organizó un acto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde acudió gran parte de la izquierda cultural del país. Y allí pensamos, entre todos los asistentes, cómo podíamos intentar detener la participación de España en la Guerra de Irak. Una de las cosas que se planteó fue, precisamente, la de aprovechar la gala de los Goya. De modo que, por una parte, como Animalario hicimos lo que nos pareció en la gala. Y luego, por otra parte, bajo el liderazgo de la Unión de Actores y tras esa asamblea celebrada en el Círculo de Bellas Artes, se decidió, además, realizar otros actos de protesta, que en la gala se llevaran las chapitas de «No a la guerra», y que cada uno, en el momento de salir al escenario, dijera algo contra la guerra si lo consideraba oportuno. Fueron dos acciones diferentes y no coordinadas. Entendíamos que ese acto, la gala de los Goya, era para el cine, era nuestro espacio, nuestro lugar y, por tanto, éramos plenamente soberanos para hacer lo que nuestra conciencia y arte nos dictara.

Lo que sucedió fue que después de siete años del gobierno del PP, los tres últimos de mayoría absoluta, la gente estaba deseando escuchar otra cosa que no fuera el discurso reaccionario de ese partido político, necesitaba ver en la televisión algo diferente a la manipulación de Urdaci y compañía. Me consta que a la mañana siguiente de la gala de los Goya, los trabajadores de TVE se abrazaban e incluso algunos lloraban por haber visto ese grado de libertad de expresión que no habían vivido en los últimos años. «Nos tenían secuestrada la televisión y han llegado los del cine y han visto una grieta por donde entrar»: eso es lo que creo que percibieron.

Alejandro, Ana y Animalario

Diez días después estrenábamos la obra Alejandro y Ana... El grupo Animalario quería hacer una obra de teatro sobre la derecha, sobre el pensamiento de la derecha, tanto en los poderosos como en la clase trabajadora, que en ocasiones también comparte el ideario de la derecha. Y no sabíamos muy bien cómo desarrollar ese espectáculo, en qué ambiente, por ejemplo. Entonces se casa la hija del presidente Aznar y Andrés Lima, el director del espectáculo, ve en un quiosco el especial del Hola, que era de un grosor tremendo, con toda la hagiografía de Aznar y de sus invitados, en un tono empalagoso de falsa poética insoportable. Vimos que allí estaba toda la derecha representada, los banqueros, los políticos poderosos, los periodistas, los empresarios y también, detrás, la gente que no vemos, el personal de servicio, los cocineros, los camareros, el personal de limpieza, es decir, la idea perfecta para nuestro proyecto de obra teatral: la metáfora de la sociedad de derechas estaba allí representada.

Todo esto, la gala de los Goya y la obra de Animalario sobre la boda de la hija de Aznar, sucede en un momento político intenso: mayoría absoluta del PP, anuncio de participación en la Guerra de Irak, el desastre del Prestige... Es entonces cuando nos llama Javier Yagüe, dueño de la sala alternativa de teatro de Madrid Cuarta Pared, donde se hace buen teatro. Javier es también el director de un festival que se llama Escena Contemporánea, que tenía un apartado que se denominaba algo así como «teatro fuera del teatro», y que consistía, como su nombre lo indica, en escenificar una obra teatral en la calle, en un hotel, en una casa particular... Y fue con ese formato como Javier nos propuso hacer algo a los de Animalario. Andrés dijo que sí, el plan era hacer Alejandro y Ana... durante tres días como Escena Contemporánea físicamente en un salón de bodas del barrio de Prosperidad, en Madrid. Al final hicimos 500 representaciones durante dos años de gira por todo el país y nos concedieron el Premio Max al Mejor Espectáculo de Teatro en 2004. Y eso contando los boicots de las administraciones del PP y de algunas empresas privadas: según nos contaron, sin ir más lejos, El Corte Inglés de Valencia, que había sido contratado para la venta de entradas, se dedicó a decir que las entradas estaban agotadas.

También es verdad que, si hoy en día, hiciéramos una obra sobre la Guerra de Libia, ni los ayuntamientos del PP ni los del PSOE nos contratarían. Estoy convencido de que si ahora, en la presentación de los Premios Goya del próximo año por ejemplo, pretendiésemos hacer algo similar a la gala del «No a la guerra» con motivo de nuestra participación en otra guerra igual de imperialista y criminal como es la Guerra de Libia, nos abuchearían y acusarían de utilizar los Premios Goya con motivaciones políticas, de olvidar que la razón fundamental de esos premios es promocionar el cine español, y conseguiríamos que se pusieran la pegatina apenas un 15 % o un 20% de la gente. Estoy seguro de que mucha gente de la que entonces nos apoyó, ahora recurriría a idénticas acusaciones a las que entonces esgrimió el Partido Popular. Una de las razones para ese cambio es que ahora gobierna el PSOE, y en el cine hay mucho votante del Partido Socialista. Basta saber que recientemente preguntaron, a la salida de un acto sobre la memoria histórica, sobre la Guerra de Libia, y compañeros como Juan Diego, Juan Echa-nove, Miguel Ríos, Luis García Montero, Almudena Grandes... todos dijeron que la guerra no es lo más indicado pero que en este caso no podían permitir que Gadafi machacara a la población civil.

En realidad es como sucede en la sociedad en general. Es mínima la población que ha salido a protestar contra la Guerra de Libia. También influyen los medios de comunicación. En aquella época, Prisa estaba en contra. Y si alguno ahora está en contra de bombardear Libia dice que habrá que decir algo contra Gadafi, que es un dictador, pero cuando la Guerra de Irak no decíamos nada de Sadam Hussein, no recuerdo que nadie dijera que había que poner algo contra Sadam en ningún manifiesto. Si hay 80 dictadores en el mundo, ¿por qué debo decir algo más de Gadafi que de los otros? Yo tampoco quiero que bombardeen Marruecos para liberar al Sáhara, que es una de mis causas, porque sé que no va a morir Mohamed VI, van a morir los marroquíes.

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