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Authors: Guillermo Toledo

Razones para la rebeldía (2 page)

BOOK: Razones para la rebeldía
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Ante ustedes, queridos lectores y queridas lectoras, toda una exhibición de memoria analítica que, cual bisturí, va separando el grano de la paja. En el relato no hay escándalos ni efectos emocionales, hay simplemente una comparación entre el mundo oficial y la tremenda realidad que acucia a miles de seres humanos. Es sorprendente que cuando se habla de la SGAE, tan de actualidad en estos días, puedan leerse informaciones, juicios que realizados hace tiempo retratan con anticipación lo que está pasando en la actualidad.

A través de las páginas del libro, Willie va repasando todo el temario que, ocupando los titulares de los informativos, es presentado como algo lejano, asépticamente distante y fuera de nuestra experiencia vital más inmediata. La actualidad bastante sesgada en sentido del Poder es como una estantería sobre la que se han colocado figurillas convenientemente ubicadas para esquivar las miradas críticas sobre sus imperfecciones. Palestina, El Sáhara, Libia, Cuba, la Política, la Sanidad, la Crisis, La Monarquía, la Democracia, los gastos en Defensa, el 15-M o el incierto futuro centran un discurso fresco, a ras de calle, de impecable lógica aristotélica. Es frecuente, en el mundo que se autocali-fica de «progre», referirse a las denuncias y críticas de la sociedad realmente existente como catálogos de obviedades; y todo ello con un tono de espléndido y petulante aburrimiento propio de los bien instalados y con mala conciencia. Lo que ocurre es que por referirse a estas «obviedades» muchos profesionales son apartados de sus trabajos, marginados o puestos en las listas de personas incómodas.

Willie se limita a señalar ante el lector todos los elementos de la realidad que son velados por el cartón piedra de los escenarios: los reales y sobre todo los mentales. Habrá quien pueda discrepar de su estilo (no es mi caso) o de su sinceridad empeñada en llamar a las cosas por su nombre. Pero los hechos son los hechos y él cuenta la parte visible de los mismos y también la invisible. Es como un airado mujik ruso que, a base de denuncia y activismo comprometido, diera una patada al tinglado de los actuales imitadores de Potemkin.

Pero el relato, por diáfano, rotundo y sincero que sea su autor, tiene un hilo conductor, una guía, una tensión narrativa y unas secuencias que delatan al otro autor: Pascual Serrano. Los profesionales de la información tienen como paradigma del bien hacer que el entrevistado llene toda la entrevista y que el autor de las preguntas desaparezca aparentemente. Precisamente en esa ausencia buscada y calculada reside la labor de quien pugna por sacar de su interlocutor lo mejor y más interesante de sus palabras.

Me imagino a Pascual como un Sócrates juguetón y cachazudo conduciendo las reflexiones de Willie a sus mejores secuencias y momentos. Y debe ser difícil porque el personaje tiene mucho que contar y seguramente querrá hacerlo de manera global, resumida e inmediata. Hay que preguntar, repreguntar, volver al origen y sobre todo mantener la tensión de la narración y su emotividad inherente.

El texto no es solo el acta de una experiencia permanente en la lucha y en la búsqueda de la justicia; es una reflexión acerca de las apariencias y de quienes las montan, beneficiándose de ellas. Si el gran público quisiera saber, para adquirir una entidad ciudadana democrática activa y actuante, otro sería el escenario por el que nos moveríamos. La obra de Willie y Serrano tiene esas características. Absténganse los súbditos, lean los ciudadanos.

JULIO ANGUITA

Origen de un compromiso

Comencé a tener determinada sensibilidad social gracias a mi entorno familiar, gracias a mis padres. Ellos no llegaron a militar en ningún partido político, pero estuvieron realmente implicados en la lucha antifranquista. Al ser médico mi padre, a mi casa llegaban heridos de manifestaciones, que venían para que él los atendiera. Incluso sé que en casa llegó a esconderse gente perseguida, cosas que supe, eso sí, más adelante, porque entonces era muy pequeño. A mí, por ejemplo, me bautizó un cura rojo, que se llamaba Ignacio Del Pon, una persona muy amiga de mis padres, que mantenían muchas y muy buenas relaciones con curas de izquierda del barrio madrileño de Manoteras.

La primera música que escuché fue la de Víctor Jara, la de los Quilapayún, la de Paco Ibáñez, Mercedes Sosa o Violeta Parra. Mis padres, según oía la música y la letra de las canciones, me contaban historias: por ejemplo, con Víctor Jara me explicaban el golpe de Estado contra Allende del 73. Recuerdo que cuando ganó el PSOE las primeras elecciones, en 1982, salí a la calle con ellos y con muchas más personas, y en El País se publicó una foto en la que aparecía, con doce años, subido a un buzón de correos con una bandera roja, una bandera que había hecho comprando la tela en una tienda, para celebrar el triunfo del PSOE. Ingenuos de nosotros.

De esa época y de las que vinieron recuerdo los pósters del Che Guevara, pegatinas, carteles de la ORT... Mis padres, en efecto, no militaron en un partido político, pero se encontraban cercanos a esa organización de izquierda maoísta, e incluso mi padre fue, durante unos años, presidente de la Asociación de Amistad con el Pueblo Chino. Por otro lado, mis estudios los cursé en el Colegio Estilo, que dirigía Josefina Aldecoa. Se trataba de un colegio de izquierdas, donde muchos padres de los chicos y chicas militaban en el Partido Comunista, y en el que los profesores pertenecían también al ambiente cultural de la izquierda. De modo que, desde muy pequeño, tanto en mi casa como en el colegio, ya escuchaba hablar de política.

Siendo adolescente fui a diferentes manifestaciones, pero hubo un punto de inflexión en el que pasé de ser una persona concienciada a ser algo más, a ser más activista, más ideologizado. Fue ya en el año 2000, con la Ley de Extranjería de Aznar. Recuerdo que fui a una manifestación en contra de la ley y luego, en casa de mi amigo Alberto San Juan, de pronto me encontré diciéndole: «Estamos realmente indignados con esta nueva ley, cómo se va a tratar a los inmigrantes, y está bien ir a las manifestaciones y conversar en bares y casas, pero creo que debemos dar un paso más e implicarnos activamente en la lucha por los derechos humanos y sociales. Mañana hay una asamblea en el barrio de Lavapiés para decidir si una serie de personas, entre inmigrantes y activistas, se van a encerrar en una parroquia de Madrid. Te propongo que vayamos a la asamblea, nos informemos y, si se confirma el encierro, nos encerremos». Dicho y hecho: fuimos con Alberto a la asamblea del día siguiente y terminamos encerrados durante un mes en una parroquia de Vallecas.

Aquello, el encierro en la parroquia de Vallecas, fue una experiencia que me marcó muchísimo. A partir de ese momento, tan bonito como duro, donde 70 u 80 personas de más de una docena de nacionalidades dormíamos todas las noches en 40 metros cuadrados, ya nada fue igual. Recuerdo que estaba haciendo la película Peor imposible, y como los coches de la productora recogen y dejan a los actores y actrices en sus propias casas, en mi caso tenían que ir a buscarme por la mañana y a devolverme por la noche... ¡a la parroquia ocupada!

En esta parroquia tuve mi primera experiencia asamblearia y aprendí cómo funcionan los movimientos sociales, cómo funciona la lucha política; allí aprendí realmente a implicarme y trabajar. A partir de entonces, cuando me dicen por ejemplo «Gracias por apoyar» o alguna frase por el estilo, siempre respondo lo mismo: «No estoy apoyando, estoy participando, soy parte del movimiento o de la manifestación o de la protesta». Básicamente, porque no soy un intelectual que está en su casa apoyando o escribiendo un manifiesto, sino que soy un ciudadano al que su conciencia le obliga a participar.

Con los acontecimientos ocurridos en las asambleas de Lavapiés y el encierro en la parroquia de Vallecas también comencé a reflexionar, casi de manera obligada, sobre mi «fama». Porque una cosa curiosa que sucedió entonces fue que tanto Alberto San Juan como yo éramos personajes conocidos y, al vernos en la reunión de Lavapiés por ejemplo, los asambleístas se quedaron extrañados. Nos miraron con desconfianza y era normal, porque existe un cierto prejuicio comprensible desde la izquierda hacia los famosos, hacia los conocidos de la tele. La izquierda piensa que los famosos salimos en la televisión, ganamos mucho dinero y, por tanto, somos sospechosos de ser partícipes del capitalismo, cómplices del capital. Y me ha costado mucho tiempo llegar a ser aceptado: tras once años de activismo, todavía sigo luchando para ser considerado como uno más.

Sin ir más lejos, en el 15-M algunos criticaron mi presencia en la Puerta del Sol porque consideraban que me mostraba allí para sacar algún tipo de beneficio particular, lo que muestra por su parte un desconocimiento absoluto de la realidad, de mi realidad. Porque si alguna consecuencia tiene para mí el hecho de participar en actividades, manifestaciones y reivindicaciones de distinto sino y tipo, esa consecuencia es negativa a nivel profesional. Si bien entiendo, a esta altura de los acontecimientos, que mucha gente no crea que acudo a estas manifestaciones a título personal... Pese a todo recuerdo perfectamente que cuando era más joven y veía a un actor, a una actriz o a cualquier artista posicionarse políticamente en la izquierda, eso me provocaba muchísima emoción y triplicaba mi admiración por su trabajo profesional. Es por eso por lo que, cuando empecé a ser conocido, sentí como una suerte de obligación el implicarme en la realidad política en la que vivimos. Así, al principio utilizaba mi popularidad para apoyar determinadas causas, y pensaba que eso era positivo. Pero con el tiempo me voy dando cuenta de que, en parte quizás, estaba equivocado: he observado que al final del proceso, los medios de comunicación terminan hablando del actor o del famoso de turno «concienciado», en lugar de hablar de la noticia real. Y entonces es esa la noticia, que hay un actor famoso implicado en la movilización X, y deja de ser noticia la causa de la movilización X. Esto sucede por ejemplo con el Festival de Cine del Sáhara. Su origen es claramente político: llamar la atención sobre la situación de los campamentos de refugiados saharauis. En la medida en que van allí actores, productores o directores conocidos, los medios son atraídos y vienen a cubrir la noticia. Pero con la experiencia y el paso del tiempo me estoy dando cuenta de que cuando vuelven del Sáhara y cuentan la noticia, lo que los medios subrayan es a «Victoria Abril, vestida de noche en el desierto» o señalan que «Javier Bardem entrega los premios en una jaima», pero no se habla de la causa del Festival, ni del conflicto, ni de los responsables, ni del sufrimiento de la gente saharaui. Sinceramente, no tengo muy claro el porcentaje de beneficio que repercute en la causa el hecho de que haya un famoso allí. Sin embargo, cada vez que surge una reivindicación, lo que hacen los movimientos sociales es buscar e intentar captar a una cara conocida. Conclusión: decido acudir como ciudadano «normal», pero entiendo que es difícil.

Realmente me considero un ciudadano común y corriente, pero no lo soy a los ojos de los demás y eso condiciona, de una forma u otra, mi participación en este tipo de actividades reivindicativas. Además, en mi opinión, los artistas o los actores y actrices debemos implicarnos en política en el mismo grado, ni mayor ni menor, que cualquier otro ciudadano que tenga otra profesión. Ahora bien, en mi gremio la gente se implica muy poco. Hasta hace nada, el pesado al que le tocaba llamar a los actores, a las actrices, a los compañeros y compañeras para pedirles su firma o su asistencia a un acto o a una manifestación era yo mismo. Debo reconocer que suele haber una buena respuesta, pero la reacción más frecuente es preguntarme quién más va al acto o a la mani que estoy convocando. Y siempre que esto ocurre me pregunto lo mismo: ¿es más importante saber de quiénes va a estar uno rodeado o acompañado que la causa en sí? En el ámbito de la prensa sucede lo mismo, los medios no van a una rueda de prensa porque Israel haya asesinado a 1.300 personas en dos semanas en Gaza, sino porque en la rueda de prensa para denunciar ese hecho están las caras conocidas que a ellos o a sus jefes les apetece sacar. Lo cual convierte todo en una operación de marketing. Todo ello me entristece mucho, y desde hace algún tiempo ya no llamo más a nadie, que cada uno se responsabilice de su vida y de sus actos según se lo dicte su propia conciencia.

En cualquier caso, he comprobado que la mitad de los que me reconocen por la calle no tienen ni idea de mis posiciones políticas. Hay una gran cantidad de gente que no lee un periódico, que no sabe absolutamente nada de política, ni le interesa, y por regla general tampoco saben nada de mis posturas políticas. Simplemente me conocen porque soy actor, porque hice Siete vidas, El otro lado de la cama, Cuestión de sexo o Crimen ferpecto. Aunque también sucede otra cosa curiosa, con gente que nunca va al cine pero que me conoce porque en El Mundo o en Intereconomía soy una obsesión para ellos, y salgo continuamente. Lo que también he comprobado es que el 90 % de quienes se me acercan para hablarme de política, lo hacen para agradecerme mi postura, para darme ánimos y las gracias por mis posiciones. En este sentido, estoy convencido de que hay mucha gente de izquierdas que se siente huérfana en los medios de comunicación, y personalmente agradezco más esas felicitaciones que las que se dirigen a mi trabajo de actor, porque a mí lo que me interesa es vivir en una sociedad que esté politizada, con ciudadanos políticamente comprometidos. Además, los que me apoyan por mis posiciones políticas están saludando a Willie Toledo, y los que me felicitan por haber actuado en Siete Vidas están saludando al Richard, mi personaje en esa serie. Y yo soy Willie, no Richard.

Uno de los problemas que tenemos los actores y las actrices, a quienes nos gustaría participar en obras que tuvieran un mínimo de mensaje ideológico y político, es que hay pocas obras de este tipo y no es sencillo que nos toquen. En mi caso, la mayoría de mis películas y trabajos en televisión no tienen nada de compromiso político. Apenas había algo en La lengua de las mariposas, o en la comedia Seres queridos, que va sobre una pareja palestino-israelí, o en Crimen ferpecto, que trataba sobre la fiebre consumista. Todas las películas de Alex de la Iglesia, por ejemplo, bajo una apariencia disparatada, tienen una enorme carga de profundidad. Recuerdo que cuando vino Ken Loach a rodar Tierra y Libertad, me volví loco para intentar trabajar en aquella película, pero no lo conseguí. Desde entonces no se ha rodado aquí nada parecido. Hay cositas, pero uno no las elige. Me hubiera encantado trabajar en También la lluvia o en Los lunes al sol, prefiero hacer eso que El otro lado de la cama.

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