Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (19 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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—Es cierto —continuó Molly—. He podido hacerlo desde los trece años.

—Muy bien —dijo Pierre, pero su tono delataba el hecho de que pensaba que todo eso era sólo un truco que podría descubrir sólo con prestar la atención adecuada—. Muy bien. ¿Qué estoy pensando ahora?

—Eso es francés. No sé francés. Vu... lai... vu... co... alguna cosa. La palabra
moi
sé que significa yo.

—¿Cuál es mi número de la Seguridad Social canadiense?

—Ahora no estás pensando en ese número. No puedo saberlo si no piensas en él este mismo momento. —Una pausa—. Estás pensando los números en francés.
Cinq
, es decir, cinco, ¿correcto?
Huit—
ocho.
Deux...
dos. Hum, lo estás repitiendo. Se me hace difícil seguirte. Piénsalo una vez más ahora.
Cinq huit deux... six un neuf, huit trois neuf.

—Leer el pensamiento no es... —se detuvo.

—«No es posible.» ¿No es eso lo que ibas a decir?

—Pero ¿cómo?

—No lo sé.

Pierre estuvo callado largo rato, sentado en completa inmovilidad.

—¿Has de estar en contacto físico con la persona? —preguntó al fin.

—No. Pero he de estar cerca de ella. La persona ha de estar en lo que yo llamo mi «zona», no a más de un metro de distancia. Me ha sido muy difícil estudiar el asunto de forma empírica, ya que al mismo tiempo soy el experimentador y el sujeto experimental. Y todo eso sin revelar a aquellos con quien estoy lo que intento hacer. Pero diría que el... el
efecto...
se rige por una ley del tipo del inverso del cuadrado. Si la distancia se hace el doble sólo puedo oír, si «oír» es la palabra adecuada, los pensamientos una cuarta parte de lo que los oía, para decirlo de alguna forma.

—Hablas de «oír». ¿No ves mis pensamientos? ¿No ves las imágenes mentales?

—Así es. Si sólo hubieras pensado en una imagen de un oso hormiguero, no podría haberlo sabido. Pero cuando te concentraste en las palabras «oso hormiguero», bueno... «oír» es una palabra tan buena como otra cualquiera, lo oí tan claramente como si me lo dijeras al oído.

—Eso es... es increíble.

—Has estado a punto de decir «sorprendente», pero cambiaste de parecer antes de pronunciarlo.

Pierre se echó atrás en el sofá, aturdido por la sorpresa.

—Puedo detectar lo que llamo «pensamientos articulados», las palabras que tu cerebro usa —dijo Molly—. No puedo detectar imágenes. Ni emociones. Gracias a Dios no puedo leer las emociones.

—Debe de ser algo abrumador. —Pierre la contemplaba con tina mezcla de asombro y fascinación.

—Puede serlo —Molly asintió con un gesto de la cabeza—. Pero hago esfuerzos conscientes para no invadir la intimidad de las personas. Me han llamado «distante» varias veces en la vida, pero es casi literalmente cierto. Tiendo a quedar a una cierta distancia, a no estar físicamente demasiado cerca de la gente, manteniéndola fuera de mi zona.

—Leer el pensamiento —dijo Pierre de nuevo, como si la repetición de alguna forma hiciera la idea algo más digerible—.
croyable.
—Sacudió la cabeza—. ¿Otros miembros de tu familia tienen esta... esta habilidad?

—No. Una vez se lo pregunté a mi hermana Jessica, y creyó que estaba loca. Y mi madre... bueno, hay noches en que mi madre no me habría dejado salir si hubiera podido leer mi mente.

—¿Por qué lo mantienes en secreto?

Molly le miró un instante, como si no pudiera creer que le hiciera esa pregunta.

—Quiero llevar una vida normal... al menos tan normal como sea posible. No quiero que me estudien, ni que me conviertan en una atracción de feria o, Dios no lo permita, le digan algo de esto a la CIA o a alguno de ésos.

—Y dices que nunca se lo has dicho a nadie.

—Nunca —confirmó Molly con un movimiento de la cabeza.

—Pero me lo has dicho a mí.

—Sí —Molly apartó la mirada de sus ojos.

Pierre entendió lo que eso significaba.

—Gracias —le dijo. Le sonrió, pero pronto la sonrisa se desvaneció, y miró hacia lo lejos—. No sé —dijo—. No sé si podré vivir con la idea de que mis pensamientos no son privados.

Molly se movió en el sofá, poniendo una de las piernas bajo el cuerpo y tomando la otra mano de Pierre.

—Pero de eso precisamente se trata —dijo Molly con la mayor seriedad—. No puedo leer tus pensamientos...
porque piensas en francés.

—¿Sí? —preguntó Pierre sorprendido—. No sabía que pensaba en uno u otro lenguaje. Los pensamientos son..., bueno,
pensamientos.

—Los pensamientos más complejos se articulan —le dijo Molly—. Se formulan en palabras. Créeme en esto. Es mi especialidad. Sólo piensas en francés.

—Y así puedes oír las palabras de mis pensamientos, pero no puedes comprenderlos.

—Sí. Bueno, quiero decir que conozco algunas palabras francesas... casi todos saben alguna:
bonjour, au revoir, oui, non
, cosas como ésas. Pero mientras sigas pensando en francés no te podré leer el pensamiento.

—No sé qué decir. Es una verdadera invasión de la intimidad.

Molly le apretó las manos con fuerza.

—Fíjate, siempre sabrás que tus pensamientos son privados cuando estés fuera de mi zona... un metro o algo así.

—Es como... —Pierre movía la cabeza en un gesto de negación—
. Mon Dieu
, no sé. Es como descubrir que tu novia es la Wonder Woman.

—Ésa tiene unos pechos mucho mayores que los míos —rió Molly.

Pierre sonrió, después se inclinó y le dio un beso. Pero tras unos breves segundos se apartó.

—¿Sabías que iba a hacer eso?

—No —ella sacudió la cabeza en un gesto de negación—. Realmente no. Tal vez medio segundo antes de que fuera evidente que lo harías.

Pierre se echó de nuevo hacia atrás en el sofá.

—Eso cambia las cosas —dijo.

—No debería hacerlo, Pierre. Sólo las cambia si dejas que lo haga.

Pierre asintió con un gesto.

—Molly, yo...

Y ella oyó las palabras en su mente, las palabras que hacía tiempo deseaba oír, pero que todavía tenían que ser expresadas en voz alta. Las palabras que tanto significaban.

—Yo también te quiero —dijo Molly acurrucándose en sus brazos.

Pierre la abrazó con fuerza.

Tras unos momentos dijo:

—Bueno, ¿y ahora qué?

—Seguimos adelante —dijo Molly—. Intentaremos construir un futuro juntos.

Pierre respiró ruidosamente.

—Lo lamento —dijo Molly de repente, sentándose de nuevo y mirando a Pierre—. Te estoy presionando, ¿no es así?

—No —dijo Pierre—. No es eso. Es sólo que... —Calló—. Mierda —dijo al fin—, ésta es una noche de grandes revelaciones, ¿no es así? No me estás presionando, Molly. Quiero construir un futuro contigo. Pero bueno, lo que ocurre es que puede que yo no tenga mucho futuro.

Molly le miró y parpadeó.

—¿Cómo dices?

Pierre siguió mirando a Molly a los ojos, esperando su reacción.

—Puedo tener la enfermedad de Huntington.

—Dios mío, Pierre. Cuánto lo siento. —Molly se hundió hacia atrás.

Pierre se envaró. Molly, aunque aturdida, tuvo la suficiente presencia de ánimo para reconocer la reacción. Pierre no deseaba piedad. Molly le apretó la mano.

—La enfermedad de Huntington se hereda, ¿no es cierto? Uno de tus padres ha de haberla tenido también, ¿no?

—Mi padre —asintió Pierre.

—Sé que crea problemas musculares.

—Es algo más que eso. También provoca un deterioro mental.

—Oh —Molly apartó la mirada.

—Los síntomas pueden aparecer en cualquier momento, a los treinta, a los cuarenta o incluso más tarde. Me pueden quedar otros veinte años buenos, o podría empezar a tener síntomas mañana mismo. Oh, si tengo suerte no tendré el gen y no pillaré nunca la enfermedad.

Molly sintió como sus ojos se humedecían. Lo educado habría sido hacerse a un lado, no dejar que Pierre supiera que estaba llorando, pero no habría sido honesta. Después de todo no se trataba de piedad. Le miró fijamente a la cara, después se inclinó y le besó. Cuando se apartó un espeso silencio creció entre ellos. Finalmente Molly alzó la mano para limpiar su propia mejilla y después usó el dorso de esa misma mano para enjugar la mejilla de Pierre, que también estaba húmeda.

—Mis padres —dijo Molly con lentitud— se divorciaron cuando yo tenía cinco años. —Sopló con fuerza como si el antiguo dolor pudiera escapar con el aire—. En estos días, cinco o diez años buenos juntos es todo lo que la mayoría de la gente logra obtener.

—Tú te mereces más —dijo Pierre—. Te mereces algo mucho mejor.

—Nunca he tenido nada mejor que esto. —Molly hizo un gesto de negación con la cabeza—. No... no he tenido mucho éxito con los hombres, al poder leer sus pensamientos... Contigo es diferente.

—No lo sabes —dijo Pierre—. Podría ser tan malo como con los demás.

—No. Contigo no —Molly sonrió—. He notado la forma en que me escuchas, la forma en que te interesas por mis opiniones. No eres el tipo de mono macho habitual.

—Ese es el mejor cumplido que nadie me haya dicho —Pierre sonrió levemente.

Molly rió, pero casi de inmediato se puso seria.

—Mira, sé que esto suena como si fuera una creída, pero se que soy bonita...

—Si hay que decir la verdad, estás como un tren.

—No estoy buscando alabanzas. Déjame terminar. Sé que soy bonita...la gente me lo ha dicho desde que era una niña pequeña. Mi hermana Jessica se ha dedicado a hacer de modelo muchas veces y mi madre todavía logra que la gente gire la cabeza para verla. Tú eres el único hombre que he conocido que ha mirado más allá de mi apariencia exterior para ver lo que había dentro. Te gusto por mi manera de pensar, por... por...

—Por el contenido de tu personalidad —dijo Pierre.

—¿Qué?

—Martin Luther King. Los que han obtenido el premio Nobel constituyen mi hobby particular, y siempre me ha interesado la gran oratoria... aun cuando sea en inglés.

—Tengo que hacerte una pregunta —Molly le sonrió—. ¿Qué significa
«joli petit cul»?

Pierre se enjuagó la garganta.

—Es algo... algo un poco ordinario. «Bonito culito» sería una buena aproximación. ¿Cuándo lo oíste?

—En la Biblioteca Doe, la noche en que nos conocimos. Fue el primer pensamiento tuyo que «oí». —Oh.

Molly rió.

—No te preocupes —sonrió con malicia—. Me gusta que me encuentres físicamente atractiva, al menos mientras no sea la
única
cosa que te interese.

—No lo es. —Pierre sonrió, pero después una mueca de tristeza le cruzó el rostro—. Pero sigo sin ver qué tipo de futuro podemos tener.

—Tampoco lo sé yo —dijo Molly—. Pero deja que lo descubramos juntos. Te amo, Pierre Tardivel —le abrazó.

—Y yo también te amo —dijo él, por primera vez en voz alta.

Permanecieron abrazados, con la cabeza de Molly descansando en el hombro de Pierre.

—Creo que deberíamos casarnos —dijo Molly.

—¿Qué? Molly, sólo hace unos meses que nos conocemos.

—Lo sé. Pero te amo y tú me amas. Y tal vez no tengamos mucho tiempo que perder.

—No puedo casarme contigo —dijo Pierre.

—¿Por qué no? ¿Porque no soy católica?

Pierre rió abiertamente.

—No, querida, no. —La abrazó de nuevo—. Dios mío, te quiero. Pero no puedo pedirte que te cases conmigo.

—No me lo estás pidiendo tú. Soy yo quien te lo ha pedido a ti.

—Pero...

—Pero nada. Me meto en esto bien enterada de todo.

—Pero seguro que...

—Ese argumento no servirá.

—Pero si piensas en...

—Ni siquiera eso me preocupa.

—Pero además, yo...

—Va, déjalo. Ni siquiera tú crees eso.

—¿Todas nuestras discusiones van a ser así? —Pierre seechó a reír.

—Por supuesto. No tenemos tiempo para perderlo en discusiones.

Pierre calló un rato mientras se mordía el labio inferior.

—Hay una prueba —dijo al final.

—Sea la que fuere, la pasaré —dijo Molly.

—No, no, no. —Pierre reía—. Quiero decir que hay una prueba para la enfermedad de Huntington. Hace poco que existe. El gen de Huntington se descubrió en marzo de 1993.

—Y ¿no te has hecho la prueba?

—No... yo no...

—¿Por qué no? —el tono de voz era de curiosidad, no de enfrentamiento.

Pierre suspiró y miró hacia el techo.

—No hay cura para la enfermedad de Huntington. No hay nada que pueda ayudarme si lo sé. Y..., y... —sollozó y quedó un momento en silencio—. No sé cómo explicártelo. La mayoría de las personas que pueden tener la enfermedad de Huntington no se ha hecho la prueba.

—¿Por qué? ¿Es dolorosa?

—No. Todo lo que hace falta es una gota de sangre.

—¿Es una prueba cara?

—No. Diablos, puedo hacerla yo mismo utilizando equipo del laboratorio.

—Entonces ¿por qué?

—¿Sabes quién es Nancy Wexler?

—No.

—Todos los que tienen la enfermedad de Huntington saben quién es. Es la presidenta de la Fundación de Enfermedades Hereditarias, que ha encabezado la busca del gen de Huntington. Tenía el cincuenta por ciento de posibilidades de tener la enfermedad de Huntington, su madre había muerto a causa cié la enfermedad, y pese a todo nunca se hizo la prueba.

—No entiendo por qué la gente no se hace la prueba. Quiero saberlo.

Pierre suspiro.

—Eso es lo que decís los que no estáis en peligro de coger la Enfermedad. Pero no es tan sencillo. Si descubres que tienes la enfermedad, pierdes toda esperanza. Es imposible escapar. Por lo menos por ahora, tengo algunas esperanzas...

Molly asintió con un ligero gesto de la cabeza.

—Y..., y——, bueno, algunas veces me cuesta dormir por la noche. He... he pensado en el suicidio. Lo hacen muchos de los que pueden contraer la enfermedad. He estado... bastante cerca un par de veces. Lo que ha impedido que lo haga es la posibilidad de que tal vez no tenga la enfermedad.

Molly se acercó y le acarició la mejilla.

—Entonces, no te hagas la prueba. Lo decía en serio: quiero casarme contigo y, si después ocurre que tienes la enfermedad, ya nos ocuparemos de ello en su momento. Mi proposición no depende de que te hagas o no la prueba.

Pierre parpadeó. Estaba a punto de llorar.

—Soy tan afortunado por haberte encontrado.

—Yo siento lo mismo respecto a ti —sonrió Molly.

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