Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción (14 page)

BOOK: Premio UPC 1996 - Novela Corta de Ciencia Ficción
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Los colores aún titilaban en el cielo cuando la Virgen declaró:

—La Virgen de las Nubes ha venido a demostrar su poder, que es el poder de la luz. Sólo Ucan conoce ese poder.

Miró a Ucan, y Ucan, abrumado por el poder de la luz, murmuró:

Túmulos de cúmulos ondeantes
,

murallas de negrura pantanosa.

Ella asoma radiante entre las nubes...

Las extrañas palabras cuyo ritmo lo habían mantenido despierto toda la noche, y lo habían acompañado en el último tramo, acudían a sus labios con naturalidad.

La Virgen aprobó con un gesto firme y le indicó que empezara de nuevo. Ambos recitaron a coro:

Túmulos de cúmulos ondeantes
,

murallas de negrura pantanosa.

Ella asoma radiante entre las nubes
,

cuchillo de luz en las tinieblas
,

ocaso de la sombra y de la bruma
,

alborada en plena medianoche.

Ucan notó que la voz de la Virgen ya no salía de la máquina. Era una voz fuerte y clara, pero ahora se parecía más a la voz que él había oído en sueños. Era como si la Virgen hubiera atemperado el poder de esa voz para permitir que se oyera la de Ucan.

La Virgen se aproximó a Ucan, bañada por el fulgor de las luces que aún estallaban en el cielo.

Como una novia, pensó Ucan.

Pero de pronto la voz de la Virgen volvió a salir por la máquina, con mayor resonancia que antes.

—El destino del Pueblo Radiante está encarnado en Ucan, quien predijo la llegada de la Virgen de las Nubes cuando nadie le creía. Ucan conoce mis palabras, y esas palabras son más poderosas que las luces que traen el día a la noche.

La muchedumbre callaba. Ucan miró por encima del hombro, vio las antorchas y recordó el funeral de su padre, cuando se había pasado toda la noche en pie esperando que el fuego devorase el cadáver para que él recibiera el espíritu.

—Quiero que se acerque Cutec —dijo la Virgen.

Cutec vaciló, miró alrededor. Todos apartaron la vista, como temiendo que el solo contacto de esa mirada los volviera impuros ante la Virgen.

La Virgen repitió la orden, apuntando hacia Cutec el objeto que empuñaba en la mano derecha.

Cutec fue hacia ella lentamente.

—Cutec se ha empeñado en ignorar las leyes que el Padre Ucan fijó en pleno cautiverio —declaró la Virgen—. Ha faltado el respeto al Padre Ucan, que ahora está encarnado en su hijo. Ha prometido que las mujeres no se sentarían más en el consejo, como si las mujeres no parieran hijos y no trabajaran a la par de sus hombres. Cutec quiere volver a los tiempos en que los hombres se embriagaban y maltrataban a sus mujeres, a los tiempos de miseria en que el Pueblo Radiante no tenía ese nombre y comía las sobras de la Gente Blanda.

Cutec estaba a un paso de Ucan. La Virgen le ordenó que se detuviera.

Cutec cayó de rodillas ante Ucan. Ucan extendió las manos para tocarle la cabeza, para nombrarlo nuevamente su hijo.

—No —dijo la Virgen—. Cutec no será hijo. Mientras el pueblo no haya llegado al Valle Radiante, que está a pocas horas de aquí, Cutec será un Otro. Nadie le hará daño, pero nadie lo tocará ni lo mirará, ni siquiera su mujer y sus hijos, hasta ese momento. Cutec habrá muerto para el pueblo por esas pocas horas. Es un castigo benigno. La próxima vez, su muerte será física e irreversible. Que los miembros del consejo que apoyaron la sedición de Cutec reflexionen sobre esta breve muerte.

La Virgen miró con severidad a los hombres del consejo, que agacharon la vista.

Ucan miró los ojos de Cutec, tratando de leer lo que decía esa mirada. El odio y el respeto combatían con la angustia y el pasmo. Ya no había desprecio en esos ojos. La Virgen añadió:

—La Virgen, en su doncellez, es madre del Pueblo Radiante. Esto es un milagro, y quienes respeten ese milagro prosperarán. Pero hoy habrá un milagro aún más grande, porque la Virgen de las Nubes se sumará al Pueblo Radiante y caminará con ellos. Renunciará a su poder para afianzar su poder. Dejará de ser la visión de uno para ser una presencia entre todos. La Virgen caminará con el pueblo hasta el valle y tendrá un mero nombre de mujer, Mara. Pero ahora el Pueblo Radiante debe prosternarse para dar a entender que ha comprendido.

El Pueblo Radiante se prosternó.

Un nuevo estruendo en el cielo. La muchedumbre apretó la frente contra la tierra, temiendo no haber demostrado suficiente respeto. El estruendo se prolongaba. Algunos se animaron a abrir los ojos y vieron que nuevas luces descendían hacia ellos.

12

Mara estaba satisfecha con el efecto que habían surtido las bengalas y los altoparlantes. No sentía el menor remordimiento por alentar la superstición entre esa gente, porque en cierto modo la superstición rozaba una verdad. No sabía exactamente qué era, pero sabía que había algo real en ese sentido de comunión que Ucan padre había descubierto en el Dios Bueno, y Ucan hijo en la Virgen de las Nubes. Aunque las imágenes fueran burdas, las creencias no lo eran.

No se sorprendió al oír el ruido de otros helicópteros. Alan no le había impedido partir, pero hasta último momento la había amenazado con algo que para una hija de la Urdimbre era peor que la muerte: la denunciaría sin atenuantes, valiéndose de su condición de supervisor para acusarla de haber contravenido las normas con toda conciencia y en plena posesión de sus facultades. Eso implicaba un castigo que para una hija de la Urdimbre podía representar una muerte similar a la que ella acababa de imponerle a Cutec por pocas horas: no sólo perder su carrera, sino quedar excluida de la red. Mientras tecleaba las órdenes de despegue y navegación en el panel del minicóptero, Mara sólo pensaba en esa muerte a la que se arrojaba voluntariamente, pero optó por dejar de pensar en eso para planear su milagro.

Y mientras planeaba, no pudo resistir la tentación de conectarse con la Urdimbre, de buscar un alma afín en medio de esta turbulencia. Entró en el Palacio, invitó a charlar a Marra, mujer, de Filipinas. Mara no supo si el parecido del nombre la irritaba, la confortaba o qué.

¿Haciendo algo interesante?
, preguntó Marra.

Volando en helicóptero para provocar un milagro
, tecleó Mara.

Estás más borracha que yo, o más loca.

Soy la Virgen de las Nubes
, tecleó Mara.

Tus frases son como esas frases en tagalo que decía mi abuelo.
Nunca quise aprender tagalo y nunca le entendí.

El malestar en la cultura
, tecleó Mara.

Lo que digas. Te deseo suerte. Tal vez deba aprender tagalo, qué se yo. Después del próximo trago.

Ahora volvía a sentir preocupación. Pasaba de su papel de Virgen de las Nubes al de infractora que debía afrontar la represalia del Instituto. Sentía todo el peso y el dolor del destino que había elegido. ¿Tenía que elegirlo? A fin de cuentas, ya había ayudado a Ucan. No tenía por qué condenarse para siempre. Aunque hubiera arruinado su carrera, no tenía por qué renunciar a la civilización.

Pizzas y cervezas, pensó. Conversaciones en línea con Anwar de Malasia y Marra de Filipinas.

No, su decisión ya estaba tomada. En cierto modo esa decisión se había independizado de ella. A pesar de su resistencia, estaba unida a Ucan y su pueblo por un lazo más fuerte del que hubiera deseado.

Avanzó hacia el Pueblo Radiante alzando los brazos.

—Ahora —dijo— quiero que el Pueblo Radiante forme una rueda alrededor de mí y de Ucan. El y yo seremos el centro del círculo.

Aun en medio de la farsa, la voz le temblaba de emoción, pero esa emoción no era fingida.

La tribu asintió, la rodeó.

Así los enfrentaría, rodeada por esta gente para protegerse de cualquier intento de arresto. Tal vez fuera una cobardía, pero ya había demostrado suficiente coraje por hoy. Había renunciado de un plumazo a su carrera y a la Urdimbre, así que buscar un poco de protección no era mucho pedir. Sabía que el Instituto jamás se animaría a dañar a sus neoprimitivos. Ya que iba a ser uno de ellos, también ella tenía ese derecho moral.

Un helicóptero se había posado en tierra. Bajaron el director y Alan, acompañadospor gente uniformada y armada.

El director caminó hacia ella con paso firme pero calmo. Alan lo seguía manso como un cordero. Pobre Alan. Su botín, su famoso premio, corría peligro, y había sufrido un revés en su prestigio, aunque hubiera recuperado algunos puntos al denunciarla. ¿Pero cómo justificaría haber permitido que las cosas llegaran a semejante extremo?

Mara ordenó al Pueblo Radiante que se sentara alrededor de ella, y ella permaneció de pie. El director y Alan llegaron a pocos metros de la fila de gente sentada. Hablaron desde esa posición.

—Doctora —dijo el director—, huelga decir que esta actitud no tiene antecedentes en el Instituto. Por lo que me ha informado el psicotécnico, debo entender que usted actúa con pleno dominio de sus facultades.

Mara concedió que el ampuloso director le despertaba cierta admiración. Afrontaba la mayor crisis interna que había vivido el Instituto del Hombre, una crisis que tal vez le costara el puesto. Por dentro debía de estar hirviendo de furia, pero no perdía la compostura.

—Actúo con plena conciencia, en todo sentido de la palabra, director.

—¿En todo sentido de la palabra? ¿Comprende que ha violado todas las normas éticas del Instituto? ¿Comprende lo que significa esta intrusión en el destino de una exocultura?

—Me doy cuenta de que ya éramos intrusos, de que esta gente podría haber marchado a su perdición si yo no intervenía.

—Mara —dijo el director, adoptando un tono afectuoso—, no quiero discutir con usted. Quiero creer que tiene una explicación mejor. Quiero hacer lo posible para salvarla. Ayúdeme, por favor.

—Tengo una explicación mejor, y se la he dado al psicotécnico.

El director miró de reojo a Alan, enfrentó a Mara.

—El me ha contado algo, sí. Comprenderá que sus conclusiones todavía deben analizarse con detenimiento. Sus pruebas no son concluyentes. Me temo que su vanidad la ha llevado demasiado lejos.

—La realidad no es concluyente, director. Y no es vanidad, de ninguna manera. Las circunstancias me pusieron en esta situación, pero no por mérito mío. Ante una realidad híbrida, opté por uno de los resultados posibles.

—El privilegio de la mirada omnisciente, Mara, no la autorizaba a ser Dios.

—No quiero ser Dios, director, sólo encontrarlo. Y por ahora lo he encontrado aquí, entre esta gente. Reconozco que abusé de algunos efectos especiales, pero eso es todo. Era necesario en las circunstancias.

El director carraspeó, miró desdeñosamente en torno. Su tono afectuoso desapareció.

—Mara, le encarezco que se rectifique y venga con nosotros. Necesitaremos su experiencia para corregir este error, en la medida de lo posible, y para aclarar sus causas. No me obligue a ser severo. ¿Sabe que puedo mandarla arrestar por esto?

—¿Bajo qué acusación?

—Ante todo, usted ha utilizado propiedad del Instituto con fines puramente personales —dijo el director sin convicción. Se refería al minicóptero, desde luego, aunque también podía incluir el uniforme, la pistola de bengala y hasta las botas que Mara llevaba puestas—. Pero además sus faltas profesionales exceden el ámbito del Instituto y se pueden considerar delictivas. De hecho, tengo autorización legal para arrestarla.

La amenaza era débil en sí misma, y Mara lo sabía. En realidad el director confiaba en que Mara terminaría por acatar lo que le habían enseñado.

No podía condenarse de ese modo al destierro.

De hecho, Mara dudó una vez más.

Le temblaba la voz cuando respondió:

—Si intenta arrestarme, esta gente me defenderá. Como ve, obedecen mis órdenes. ¿O piensa usar violencia contra ellos?

El director agachó la cabeza. Era evidente que se sentía derrotado, pero no por una cuestión de orgullo personal. Mara pisoteaba todo aquello que el director había defendido en su vida, y sintió piedad de él. Habría querido que hubiera otra manera.

—Lamento esa respuesta, Mara, con toda sinceridad. Me obliga a recomendar su exoneración. Pero le recuerdo que todavía es hija de la Urdimbre. Si su pretexto era salvar a esta gente, supongo que lo ha conseguido. Veo que la obedecen, en efecto, y harán lo que usted diga. Sólo le pido que no lo pierda todo. Le prometo que no habrá acusaciones formales.

Mara dejó de fingir firmeza. Decidió mostrar en sus palabras la emoción que sentía en su interior.

—Si regreso con usted, director, no podré volver a tener contacto con la tribu.

El director vaciló. Agachó la cabeza al responder:

—No, no podrá.

—Entonces mi lugar está aquí.

Mara lagrimeaba. Notó con asombro que al director también le brillaban los ojos.

—Se lo suplico, Mara —dijo el director.

La midió con la mirada. Mara podía adivinar perfectamente sus pensamientos.

—Soy importante para esta gente —dijo Mara—. Si a partir de ahora ustedes intentan capturarme, en cualquier momento, la intrusión será aún más grave que la mía, y no servirá para ningún propósito positivo.

El director la miró nuevamente, asintió.

—Por última vez, Mara, le suplico. Cada palabra que usted dice es un obstáculo para que yo la ayude, pero por ultimísima vez le suplico que no lo pierda todo.

Mara no respondió. El director la miró un largo instante. La súplica era sincera. Tenía los hombros encorvados. Parecía mucho más viejo que unos instantes atrás. Al fin comprendió que Mara no cedería, que la Urdimbre había perdido a una hija.

—Espero sinceramente que esto valga la pena —dijo. Dio media vuelta y echó a andar hacia el helicóptero.

Alan vaciló un segundo antes de seguirlo. Miró a Mara con una expresión que oscilaba entre el ruego y el rencor. Al fin se fue sin decir nada. Un dildo, pensó Mara, pero sin sarcasmo, dolorida por su propia indiferencia.

Un hombre bajó del segundo helicóptero para abordar el vehículo donde había llegado Mara. Pronto las dos máquinas se elevaron y se perdieron en el cielo nocturno.

Mara sintió angustia, pavor.

¿Qué había hecho?

La magnitud de su renuncia la abrumó aún más ahora que era totalmente irreversible. Miró a esa gente. Ropa andrajosa y sucia, zapatos rotosos, olor a transpiración. Jaulas de gallinas, bolsas de semillas, coches desmantelados funcionando como improvisadas carretas, el pelo ensortijado de los hombres, la piel grasienta de las mujeres. Antes había pensado en aquello que perdía, pero cada uno de estos detalles le hablaba de lo que ganaba, y no le resultaba alentador. Conocía esa vida en todos sus detalles, como observadora, pero ahora ya no habría distanciamiento. Ya no habría pausas para darse un baño después de cada inmersión.

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