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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (33 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Mi exuberante aullido se hizo más fuerte, más intenso, y acalló al resto de gente. En la distancia, se oyó una respuesta. La reconocí. Era Aretha, la loba que nos habíamos encontrado al llegar a la isla. Unió su propia voz a la mía; me decía que ella también estaba viva.

Y entonces me golpeó el precio de romper las leyes de la naturaleza. Mi voz se quebró y quedó convertida en un borboteo estrangulado. Incapaz de respirar, caía al suelo, y me llevé las garras a mi nuevo morro. Presa del pánico, sentí como el peso de la mácula caía sobre mí. Tirité, y me empezaron a picar los ojos porque había olvidado cerrarlos al empezar a frotar la cara contra el suelo. La mácula empezó a constreñir cada vez más mi alma.

¡
No
!, pensé, al sentir que el gris de la inconsciencia rozaba el borde de mi visión. Sobreviviría. No permitiría que aquello me matase. Podía soportarlo. Ceri lo había logrado, y para ella había sido mil veces peor. Podía soportarlo. Pero dolía… Dolía como si la vergüenza y la desesperación se hubiesen hecho reales.

Mi voluntad se elevó, aceptando lo que había hecho. Jadeando, obligué a mi lengua a volver a ocupar su posición en mi boca. Estaba llena de tierra, y los dientes me rechinaron. Estupefacta, me quedé tumbada, sin hacer nada, satisfecha de que los pulmones me funcionasen a excepción de unos pocos metros, el mundo había adquirido una tonalidad en blanco y negro, pero podía percibir el color si estaba lo bastante cerca. Dejé que mis ojos contemplasen el mundo mientras yo intentaba averiguar cómo ponerme en pie, y mi mente empezó a inventariar los colores, hasta que todo aquello me pareció natural. Los sonidos también me parecían completamente desconocidos. No podía captarlas palabras, y todo lo que no comprendía se convertía en un susurro de fondo.

—¡Rache! —exclamó Jenks, y yo pegué un respingo cuando las orejas se me giraron hacia atrás. Contenta, mi cola empezó a menearse. Era patético. Contuve el aliento para alzarme, pero enseguida descubrí que no tenía suficiente coordinación para hacer ambas cosas al mismo tiempo. Frustrada, me puse en pie a trompicones; empecé a sentir la nueva forma en que funcionaban mis músculos, aunque estuve a punto de caer de nuevo.

Pam seguía tirada en el suelo, jadéate mientras completaba su transformación. Debía de estar a punto de hacerlo; Karen había cambiado en apenas treinta segundos, y ya casi había transcurrido todo ese tiempo. El olor de la ceniza y de la carne corrupta casi embotaba mis sentidos. Bajo eso, podía oler a las manadas que me rodeaban con tanta claridad como si fuesen huellas digitales; en algunos de ellos destacaba el olor de la pólvora, en otros el hedor de la grasa, en los últimos un leve rastro de un perfume caro. Pam gozaba de una extraña mezcla: ser en parte humana, en parte lobo, se traducía en un gusto a huevos podridos que flotaba en mi lengua.

Estornudé mientras pensaba en esto. El gentío soltó un respingo; me di cuenta de que permanecían en silencio, y que me observaban con una mezcla de sorpresa y de asombro. ¿Me había transformado? ¿Y qué? Ya les había dicho que podía hacerlo.

—Es roja —susurró alguien.

Sorprendida, lancé una mirada a las zonas de mi cuerpo que podía ver. Joder, era verdad, era roja. Era un maldito lobo rojo, con una piel llena de ondas que se iba haciendo negra al descender hacia las patas. ¡Eh, era preciosa!

Alzada sobre mis cuatro patas, giré la cabeza hacia Jenks. Su mirada se cruzó con la mía, y se separó enseguida, como si me pidiese que prestase atención a todo lo que estaba sucediendo.

—Es un lobo rojo —comentó alguien con unos pantalones demasiado anchos, mientras meneaba el brazo de la persona que tenía al lado—. Y ha cambiado perfectamente. —S u voz se fue tiñendo de asombro—. ¡Joder, es un puto lobo rojo!

Siguieron murmurando aquellas palabras, repitiéndolas una y otra vez, y si los lobos pueden ruborizarse, yo lo hice. ¿Qué importaba el color? Lo único que tenía que hacer era derribara Pam.

Como si me hubiese leído el pensamiento, Pam se alzó sobre sus patas en un movimiento repentino. Era enorme, ya que mantenía casi toda su masa humana. Los labios se le alzaron un poco y un suave gruñido brotó de su interior; tenía los ojos marrones fijos en mí. Mi pulso se aceleró y mis patas traseras dieron un paso atrás. El gentío empezó a gritar al verme hacer aquello, generando un ruido que hizo que los oídos me doliesen. Pam continuó gruñendo su promesa de dolor. Walter intentaría evitar que me matase hasta que les proporcionase la información que deseaban, pero yo dudaba que tuviese éxito en su intento.

—Vamos, dame con todas tus fuerzas —ladré. Ella saltó, levantando una nubecilla de tierra.

El gruñido de Pam se hizo todavía más agresivo cuando hubo recorrido de un salto la mitad de la distancia que nos separaba. Mis pensamientos saltaron a Karen, a sus mandíbulas rodeando mi garganta, al miedo que me había paralizado. Pero entonces me fijé en el orgullo que mostraban sus ojos y algo en mi interior se rompió. Bajó aquella piel, bajo todos aquellos músculos, seguía siendo inteligente, y con aquella inteligencia seguiría temiendo el dolor… aunque no pudiese sentirlo.

Obligué a mis músculos a que se pusiesen en marcha y saltasen hacia delante, en silencio, sin elevarse mucho del suelo.

Nos convertimos en una confusión de dientes chasqueando y de garras que golpeaban. Ella no esperaba mi ataque, y cuando intentó agarrarme la garganta acabó clavándome los dientes en el muslo. Giró para la cabeza para agarrarme el cuello, con las patas delanteras casi encima de mí. Con el vientre en el suelo, me agaché por debajo de ella y encontré algo que morder. Era una pata muy delgada, poco más que hueso y piel. La mordí con todas mis fuerzas.
No moriré aquí por culpa del orgullo de otra mujer
.

La superficie rugosa del hueso chocó contra mis dientes, con la misma sensación de unas uñas arañando una pizarra. Pam soltó un gañido de dolor, lo que me dio algo de esperanza. ¿Lo había sentido?

Pam cayó sobre mí cuando perdió el equilibrio. Se dio la vuelta y volvió a alzarse sobre cuatro patas. Yo estaba cubierta de tierra y sentía como uno de mis muslos palpitaba en el punto en que me lo había mordido.

Los hombres lobo que nos rodeaban gritaban con aprobación; los hombres de negocios trajeados, de algún modo, me parecían más feos que los hombres vestidos con monos de trabajo que movían las armas, saludando a su alfa. Jenks parecía dispuesto a correr a mi lado, ya que los soldados que lo mantenían sujetos parecían cada vez más relajados. Me preguntaba por qué solo habían absorbido su dolor cuando se había transformado, pero entonces me di cuenta de qué era lo que deseaban: el jefe de David había querido que concluyésemos rápidamente nuestras negociaciones. Estos lobos no querían eso.

Observé sus rostros mientras seguían coreándonos. Eran salvajes, chulos, ansiaban sangre. No era el comportamiento habitual de los hombres lobo, aunque se escondiesen en los bosques más allá de la ley de la SI. Y no se limitaba únicamente a los lobos militares, o a los que iban vestidos como miembros de una banda callejera; los que iban trajeados y con zapatos de vestir también compartían el mismo comportamiento. Mientras Pam y yo nos inclinábamos para acceder a la zona herida, casi vomité al sentir la diferencia que había en todos aquellos seres unidos en un círculo. De todos ellos fluía el ego de un alfa, aunque les faltaba su sofisticación. Mostraban la actitud agresiva y naturalmente elevada de un alfa, pero no contaban con su control.

Y me hubiese preocupado mucho por ello si no hubiese tenido que ocuparme de Pam.

Al otro lado del claro, Pam mantenía una de sus patas elevada, con la mirada determinada. Yo me agaché y mostré los dientes. Era consciente de que se trataba de una postura de sumisión, pero en mi interior yo no era un lobo.

—¡Rache! —chilló Jenks un instante antes de que Pam atacase. Yo reculé, pero me alcanzó de todos modos. Sentí que las fuerzas me abandonaban cuando su enorme mandíbula me agarraba del cuello y me sacudía. El dolor me recorrió todo el cuerpo y me quedé sin aire. No dejé que el pánico me dominase, y alcé las patas delanteras hacia sus ojos. No los alcancé.

Ella volvió a sacudirme con su terrorífica fuerza. Sentí que me ardía la columna vertebral. El dolor abrumó mis sentidos. Los gritos de nuestro público también me golpeaban, casi me obligaban a rendirme. Todavía sujeta por Pam, levanté las patas traseras hasta formar casi una pelota, y le golpeé la cabeza, desesperada. Ella soltó un gemido cuando le golpeé los ojos, y me lanzó rodando hasta los pies de nuestra audiencia.

—¡Rachel! —volvió a gritar Jenks, pero logré levantarme sobre las patas.

—¡Ve a por Nick! —ladré, con el lomo erizado mientras avanzaba cojeando para evitar que los que nos estaban mirando me pateasen. No tenía ni idea de cómo iba a acabar todo aquello. No me rendiría. No teníamos por qué morir todos. Pam jadeaba; tenía la piel rasgada alrededor de uno de sus ojos. De él manaba sangre. Seguía mis movimientos.

—¡Vea por Nick! —volvía gritar, aunque sabía que no podía comprenderme—. ¡Te alcanzaré después!

No tenía ni idea si aquello sería la verdad o solo era un deseo.

—Es demasiado duro, Rache —dijo en voz baja, pero de todos modos pude escucharlo. Pam también debía de poder—. Vendré a por ti cuando le haya encontrado.

Las orejas de Pam se movieron cuando se dio cuenta de que íbamos a intentar hacernos con Nick. Con la cabeza inclinada para protegerse el ojo herido, saltó hacia delante con un gruñido salvaje. Se dirigía hacia Jenks.

—¡Corre! —aullé, mientras saltaba para interceptarla. Ella se detuvo de golpe al encontrarme a mí entre ella y Jenks. La había mordido en dos ocasiones, y ya había comprendido que ser más pequeña equivalía a ser más rápida. No pude comprobar si Jenks se iba, pero creí que había sido así al ver que los ojos de Pam seguían algo que se movía a mi espalda. Nadie le prestaba atención a él. Sentí como la determinación me invadía. Él era mi vanguardia; en esta ocasión era yo quien le guardaba las espaldas. No dejaría que aquella loba fuese tras él. Pam movió las patas, frustrada. Intentó advertir a sus compañeros alzando el morro hacia el cielo y aullando, y los lobos que nos rodearon la imitaron, ya que creían que intentaba hacer que me acobardase. Sus voces humanas casi eran iguales a su aullido lupino.

—¡No lograrás pasar! —ladré. Con un movimiento valiente, alcé mi propia cabeza y también aullé, intentando ahogar su propia voz. ¡
Estoy viva, y seguiré viva
!

Sorprendida, Pam cortó su aullido, y mi voz se alzó por encima del resto; sus notas agudas sonaban auténticas, resonaban desafiantes. Oí otro aullido cerca; Aretha.

Los hombres lobo que nos rodeaban se quedaron en un silencio absoluto; sus rostros reflejaban una duda, en algunos hasta miedo. Durante un momento mi voz se mezcló con la de Aretha, y los dos aullidos se extinguieron al unísono.

Pam estaba asombrada de que la loba me hubiese respondido. Seguía de pie, con la cola bajada, la sangre manando de un ojo y con una pata trasera fuera del suelo a mí me dolía todo: el lomo, el muslo… y sentía olor a sangre en una oreja, que me palpitaba. ¿Qué me había hecho allí?

Jenks me esperaba, así que me recompuse como pude y salté.

Pam cayó hacia atrás. Sus mandíbulas se cerraron sobre mi cuello mientras yo intentaba agarrarle la pata delantera. Me aparté de ella, y un aguijonazo en la oreja me indicó que había vuelto a acertarme. Rodé en el suelo, y ella me siguió. Saltando a mis pies, fui al encuentro de su avance con una sonrisa agresiva, mostrando todos los dientes.

Me atacó sin pausa, y yo reculé rápidamente. Todo el público estaba en silencio. Contenían el aliento. Alguien iba a morir, y Jenks ya no estaba conmigo.

Encontré su cuello, pero perdí la presa cuando mis colmillos se cerraron sobre él y ella se retorció para apartarse. Tenía una pata en su boca, y sentí como la adrenalina me recorría todo el cuerpo. Tenía menos de medio segundo antes de que me la rompiese de una dentellada.

Caí al suelo y tiré de la pata. Sus dientes rasgaron las almohadillas de mi zarpa. Gemí, y me revolví, alejándome de ella. Jadeantes, vacilamos un momento a nuestras espaldas, el círculo de hombres lobo se había convertido en varios grupos de gente tensa. Nadie se había dado cuenta de que Jenks había desaparecido. Pam se preparó y yo sentí como la rabia ardía en mi interior.

No tenía tiempo para aquello.

Pero ella vaciló de nuevo; se quedó paralizada cuando su mirada se clavó en un punto en la orilla del lago, a mi espalda. Se me erizaron los pelos y un escalofrío me recorrió la piel, pero no me di la vuelta. No necesitaba hacerlo, ya que la alarma se asomó a la mirada de Pam cuando vio que yo seguía con los ojos las evoluciones de un segundo lobo que había llegado a la zona de aparcamiento, que podía ver tras los grupitos de gente. Se elevó un murmullo asustado; se llevaban las manos a la boca y señalaban con los dedos cuando se dieron cuenta de que Aretha había penetrado en el complejo, que había ignorado el olor de los hombres lobo y que se había sentido atraída por el ruido de mi combate contra Pam. Aretha había llegado, y no parecía muy contenta.

Con las orejas levantadas, la loba avanzaba confiada por el aparcamiento, por la sombra de los árboles que lo rodeaban. Su vientre redondo testimoniaba que llevaba cachorros en su interior, y sentí cierta preocupación. Pam y yo luchábamos por el dominio de su isla. Su manada nos había rodeado mientras nosotras luchábamos, ciegas a cualquier otra cosa. Mierda.

No huyas, Pam
, pensé cuando vi que se sentía aterrorizada. Aunque tuviese aspecto de loba, seguía siendo humana. Estaba herida, y rodeada por la manada de un alfa enloquecido. Y apestaba a mujer, no a loba.

—¡Pam! —ladré, al darme cuenta de que empezaba a darse la vuelta—. ¡No!

Pero lo hizo. Se dio la vuelta y empezó a correr, esperando que me atacasen a mí mientras ella se refugiaba en los edificios. Como se suele decir, no tienes que ser más rápido que el lobo que te persigue, sino más rápido que los otros que huyen.

Me obligué a clavar las patas con firmeza en el suelo, para evitar seguirla cuando tres sombras grises pasaron a mi lado y la persiguieron. La multitud entró en pánico. Alguien disparó su arma y yo me moví de lado, con mis garras levantando un poco de tierra. Mi pulso latía con fuerza.

Mis ojos se sentían irremediablemente atraídos hacia los cuatro lobos que esquivaban los árboles y las mesas de picnic. Aterrorizada, Pam cruzó las puertas de seguridad y corrió hacia los árboles. En unos segundos habían desaparecido. Un gemido de dolor dominó los gritos de confusión de la gente que me rodeaba. Walter empezó a gritar, ordenando silencio, y en la nueva calma se oyeron unos gruñidos salvajes, unos ladridos desesperados. Y un silencio espeluznante.

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