—Es un gato —reconocí, ganándome el premio Pulitzer al mejor intelecto. Bueno, en realidad era solo un cachorro; tendría que haber ganado menos puntos.
La boca de Jenks se movía, pero no brotó de ella ningún sonido. Reculó unos pasos, con los ojos teñidos de lo que me parecía terror puro.
—¡Es un gato! —repetí, y añadí un frenético—: ¡Jax, no! —cuando el pixie descendió hasta el suelo. Me estiré para cogerlo, pero me eché atrás cuando el peludo gato naranja se estiró y me bufó.
—Se llama
Rex
. Es una gata —nos comunicó orgullosamente Jex. Sus alas se detuvieron completamente cuando aterrizó en el sucio suelo que había al lado de la incubadora y le acarició vigorosamente la barbilla a la gata, que se relajó, se olvidó de mí y estiró el cuello para que Jax pudiese alcanzarle el punto exacto.
Respiré lentamente. ¿Cómo en «Tiranosaurio Rex»? Genial. Joder, genial.
—Quiero quedármela —soltó Jax, mientras la gatita se tumbaba en el suelo y empezaba a ronronear, sacaba y escondía las afiladas zarpas y cerraba los ojos
Es una gata
. Vaya, esa noche no se me escapaba ni una.
—Jax —pronuncié con tono persuasivo, y el diminuto pixie se erizó.
—No voy a abandonarla —respondió—. Si no fuese por ella, mi primera noche aquí me habría congelado. Me ha mantenido caliente. Si la abandono, la bruja que regenta este lugar la encontrará de nuevo y la llevará al matadero. ¡Se lo he oído decir!
Miré a la gatita y después a Jenks. Parecía que estaba hiperventilando, y lo cogí de un brazo, por si se desmayaba.
—Jax, no puedes quedártela.
—¡Es mía! —protestó Jax—. La he estado alimentando con capullos de mariposa, y ella me ha mantenido caliente. No me hará daño. ¡Mirad!
Jenks casi sufrió un infarto cuando vio que su hijo revoloteaba ante la gata, provocándola para que le atacase. La punta blanca de la cola se movió y sus cuartos traseros se estremecieron.
—¡Jax! —gritó Jenks, librándolo del peligro cuando la pata de
Rex
salió disparada.
Mi corazón se me alzó hasta la garganta, y tuve que reprimirme para no tener que lanzarme a salvarlo, también.
—¡Papá, suéltame! —exclamó Jax, que volvió a quedar libre, voló por encima de nuestras cabezas con la gata observándolo con una intensidad que me estaba destrozando los nervios.
Jenks tragó saliva.
—La gatita salvó la vida de mi hijo —dijo entre temblores—. No vamos a dejarla aquí para que se muera de hambre o para que la sacrifiquen en la perrera.
—Jenks… —protesté, observando cómo
Rex
seguía las evoluciones aéreas de Jax con la cabeza alzada y pasos suaves—. Alguien la adoptará. Mira lo dulce que es. —Me tuve que agarrar las manos para evitar cogerla en brazos—. Estoy segura —continué, aunque mi resolución empezó a desvanecerse cuando
Rex
se tumbó y se colocó en una postura mona e indefensa, con su barriguita blanca al aire—. Ahora es dulce y suave, pero crecerá. Y vendrán los gritos. Los chillidos. Y jardín lleno de pelo de gato.
Jenks frunció el ceño.
—No me la quedaré, pero le encontraré un hogar. Ha salvado la vida de mi hijo; no dejaré que se muera de hambre.
Meneé la cabeza mientras Jax estallaba de alegría y su padre recogía a la gatita. Rex se contoneó un poco antes de aposentarse en la doblez del codo. Jenks la sostenía con seguridad, como si fuese un bebé.
—Deja que la coja —me ofrecí, estirando el brazo.
—La tengo bien cogida. —El rostro angular de Jenks estaba pálido. Parecía a punto de desmayarse—. Jax, fuera hace mucho frío. Resguárdate en el bolso de la señorita Morgan hasta que lleguemos al motel.
—¡No! —exclamó Jax, sorprendiéndome cuando se encendió sobre mi hombro—. No viajaré dentro de ningún bolso. Estaré bien con
Rex
. Por el diafragma de Campanilla, papá, ¿dónde te crees que he dormido los últimos cuatro días?
—¿El diafrag…? —tartamudeó Jenks—. No digas palabrotas, jovencito.
Esto no está sucediendo
.
Jax descendió para posarse en medio de la barriguita de
Rex
, y casi desapareció entre el pelo de la gatita. Jenks respiró profundamente; tenía los hombros tan tensos que se podrían haber partido huevos entre esos músculos.
—Tenemos que irnos —susurré—. ¿Podemos discutir todo esto después? Jenks asintió, y con el mismo paso tambaleante de un borracho se dirigió a la parte frontal del pabellón. Como Jenks sujetaba al minino, yo tenía que abrir las puertas. Cuando entramos en la zona de regalos, el olor a libros ya alfombra se me antojó como olor a muerte. Miré temerosa el exterior, esperando encontrarme luces rojas y azules destellantes, por lo que me sentí bastante aliviada al ver que había solo oscuridad en el callejón.
No dije nada cuando Jenks se sacó la cartera del bolsillo trasero del pantalón y dejó en el mostrador hasta el último dólar en efectivo que le había dado. Hizo un respetuoso gesto con la cabeza hacia la cámara que había tras el espejo, y nos fuimos tan rápidamente como habíamos llegado.
No vimos a nadie mientras volvíamos al aparcamiento, pero no respiré libremente hasta que no cerré la puerta de la furgoneta detrás de mí. Con dedos temblorosos, encendí el motor, reculé con el vehículo y emprendí la marcha hacia la carretera.
—Rache —me llamó Jenks, con los ojos clavados en la gatita que sostenía entre brazos, rompiendo el tenso silencio—. ¿Podríamos detenernos en la tienda para comprar comida para gatos? Tengo un cupón.
Ya empezamos
, pensé, añadiendo a la lista de la compra un cajón para la arena. Y un abrelatas. Y un recipiente para el agua… y tal vez un ratón de juguete, o diez.
Miré a Jenks por el rabillo del ojo, sus dedos largos y suaves acariciaban la zona entre las orejas de
Rex
, y la gatita ronroneaba con suficiente fuerza para que se la oyese en toda la furgoneta. Jax dormía el sueño de los exhaustos entre sus patas. Una sonrisa triste asomó a mis labios, y sentí como me relajaba. Nos libraríamos de la gatita en cuanto le encontrásemos un buen hogar.
Seguro.
—Se encuentra bien —comuniqué a través del teléfono móvil, con el estómago en tensión al ver que
Rex
acechaba a Jax encima de la cama. Estaba sentado con aspecto abatido bajo la sombra de la lámpara, mientras su padre le echaba una bronca.
—¿Cómo habéis logrado encontrarlo tan rápido? —quiso saber Kisten. Su voz sonaba débil y lejana; había demasiadas torres entre nosotros.
Respiré profundamente para advertir a Jenks de la presencia de la gata, pero él se inclinó sin abandonar su arenga para agarrar al peludo cadete de guerrero y sostenerla de forma tranquilizadora, para que olvidase lo que iba a hacer. Solté un suspiro e hice una pausa para intentar recordar qué estaba diciendo.
—Estaba en una muestra de mariposas. —Me volví en mi silla, colocada al lado de la ventana, y apunté con el mando a distancia, un tanto destrozado, hacia el aparato de televisión y apagué las noticias locales de las diez. No habían incluido ninguna noticia de última hora sobre unos intrusos en la tienda, así que me parecía que todo iría bien. Hasta apostaría que nadie miraría las grabaciones de la cámara, a pesar del dinero que Jenks había dejado en el mostrador.
—Se ha hecho amigo de una gata —añadí, estirándome para agarrar la última porción de pizza. El brazalete de oro negro que había encontrado en la maleta brilló en la noche, y sonreí con ese regalo, sin que me importase mucho que seguramente regalase ese tipo de joyas a todas sus conquistas, como una forma muy poco sutil de fardar de ellas ante todos los que supiesen el significado de esos regalos. Ivy tenía uno, y también Candice, la vampira que había intentado matarme el pasado solsticio. Me encantaba sobre todo el pequeño colgante en forma de calavera que llevaba, pero tal vez no era un club al que me sintiese muy orgullosa de pertenecer.
—¿Una gata? —respondió Kisten—. ¡No me jodas!
Solté una risita mientras hacía chocar la calavera metálica con el brazalete.
—Sí. —Le pegué un bocado a la pizza—. La ha alimentado a base de capullos de mariposa a cambio de que lo mantuviese caliente —añadí con la boca llena.
—¿Y es una gata? —repitió, todavía sin dar crédito.
—Se llama
Rex
—respondí alegremente, meneando mi nuevo brazalete y deslizándolo por mi brazo hasta la muñeca. ¿
Qué otro nombre le puede poner un pixie de nueve años a un depredador que mide cien veces más que él
? Le lancé una mirada a Jenks, que sostenía a la soñolienta gatita, y arqueé las cejas—. ¿Quieres una gata?
Su risa hizo que los kilómetros que nos separaban pareciesen desaparecer.
—Vivo en un barco, Rachel.
—Los gatos pueden vivir en botes —declaré, contenta de que se hubiese trasladado de los cuarteles de Piscary cuando Skimmer fue a vivir allí. Consideraba que todavía estaba demasiado cerca de ellos con su yate de dos pisos amarrado en el muelle del restaurante—. Eh… esto… ¿cómo está Ivy? —le pregunté con suavidad, moviéndome sobre la silla para apoyar las rodillas sobre el brazo de la butaca verde.
El suspiro de Kisten estaba cargado de preocupación.
—Skimmer está en la iglesia desde que te has ido.
La tensión me arqueó los hombros. El intentaba averiguar si me sentía celosa, lo notaba en su voz.
—¿Ah, sí? —dije alegremente, pero sentí como la sangre abandonaba mi rostro cuando examiné mis sentimientos, preguntándome si la ligera rabia que sentía eran celoso era el rechazo a la idea de alguien en mi iglesia, comiendo de mi mesa, usando mis cucharas de cerámica para hacer magdalenas. Tiré el pedazo mordisqueado de pizza de vuelta a la caja.
—Está cayendo en sus viejos hábitos —me advirtió Kisten, lo que me hizo sentir todavía mejor—. Estoy dándome cuenta. Sabe que está sucediendo, pero no puede detenerlo. Rachel, Ivy te necesita allí, para que no olvide lo que realmente desea.
Se me tensó la mandíbula al recordar la conversación que habíamos tenido al lado de la furgoneta. Tras vivir con Ivy casi un año, había visto las marcas que la manipulación de Piscary había dejado en sus pensamientos y en sus reacciones, aunque no sabía cómo habían llegado allí. Saber lo mal que lo había pasado me revolvía el estómago, y no me podía creer que quisiese volver a ello voluntariamente, aunque Skimmer abriese la puerta y la obligase a atravesarla. Kisten estaba reaccionando de forma exagerada.
—Ivy no se derrumbará porque yo no esté allí. Por Dios, Kisten, confía un poco en ella.
—Es vulnerable.
Fruncí el ceño y balanceé los pies, de manera que di unos cuantos puntapiés contra las cortinas. Jenks había colocado en la mesa la planta marchita, que ya tenía mejor aspecto.
—Es la vampira viva más poderosa de Cincinnati —le recordé.
—Por eso es tan vulnerable.
No añadí nada, porque era consciente de que tenía razón.
—Solo serán unos días —dije por fin, deseando no tener que discutir sobre aquello por el puñetero teléfono—. Volveremos en cuanto localicemos a Nick.
Jenks dejó escapar un gruñido, y yo aparté la mirada de la planta.
—¿Desde cuándo vamos a ir a por Nick? —preguntó, con su joven rostro rezumando furia—. Hemos venido por Jax. Ya lo tenemos. Mañana volveremos.
Sorprendida, abrí los ojos todo lo que pude.
—Kist, te llamo luego.
El suspiró; era evidente que había escuchado a Jenks.
—Claro —respondió, resignado a que no volviese a casa hasta que Nick estuviese a salvo—. Hablamos después. Te quiero.
Mi corazón dio un vuelco, y repetí aquellas palabras en mi mente.
Te quiero
.
Era cierto, yo lo sabía en el fondo de mi ser.
—Yo también te quiero —respondí yo con voz suave. Podría haberlo susurrado, y aun así me habría escuchado.
La conexión telefónica se cortó y apagué el teléfono. Necesitaba cargar la batería. Empecé a recopilar mis ideas para iniciar la discusión con Jenks mientras cogía el cargador del bolso y lo enchufaba. Me di la vuelta y me encontré a Jenks de pie, en su postura de Peter Pan, con los brazos en jarras, sobre las caderas, y los pies separados. Aunque ahora midiese casi dos metros la efectividad de aquella postura no había cambiado. Tal y como le sentaban aquellas mallas negras, podía colocarse en la postura que quisiese.
Rex
estaba en el suelo, parpadeando adormilada con sus ojitos de gatita inocente. Jax aprovechó la ocasión para volara la cocina y centrarse en sacar un vaso del paquete de plástico. Con ojos bien abiertos, se nos quedó mirando mientras mordisqueaba la mezcla de polen de abeja y jarabe de arce que su padre le había preparado en el mismo momento en que cruzamos la puerta.
—No voy a irme sin Nick —dije, obligando a mi mandíbula que se relajase.
El no me abandonó. Pensó que había muerto. Y ahora necesita ayuda
.
El rostro de Jenks se endureció.
—Se llevó a mi hijo. Le ha enseñado a ser un ladrón… y ni siquiera a ser un buen ladrón. Le ha enseñado a ser un ratero del tres al cuarto al que pueden atrapar…
Vacilé, sin estar segura de si estaba enfadado por lo de ser un ladrón… o por lo de ser un mal ladrón. Decidí que eso ahora no importaba, así que yo también me coloqué en una actitud chulesca, y señalé agresivamente el aparcamiento.
—Esa furgoneta no se va a mover hasta que estemos todos a bordo.
Desde la cocina, Jax hizo chasquear las alas para llamar la atención.
—Van a matarlo, papá. Le han pegado una paliza. Lo quieren, y le pegarán hasta matarle si no les cuenta dónde está.
Jenks se dio la vuelta y vio a
Rex
cuando el diminuto depredador se había dado cuenta de dónde estaba Jax y empezó de nuevo a acecharlo.
—¿Qué quieren? —preguntó con recelo.
Jax se detuvo mientras estiraba el brazo para coger otro bocado de la mezcla de polen y jarabe.
—
Hum
… —tartamudeó, con las alas destellando a rachas. Yo me dejé caer sobre mi silla y me quedé mirando el techo.
—Mira —los interrumpí, estirando las piernas, sintiéndome agotada—. Lo que ha pasado, pasado está. Jenks, siento que estés enfadado con Nick, y si quieres quedarte aquí viendo la tele mientras yo voy a salvarle el culo, no te criticaré por eso. —Los dedos con los que acariciaba a
Rex
se frenaron; sabía que le había dado donde le dolía—. Pero Nick me salvó la vida —continué, cruzando las piernas mientras sentía la culpabilidad recorrerme.
Me salvó la vida, y yo me acosté con el primer tío que mostró algo de interés por mí
—. No puedo irme.