—¿Y están aquí? —preguntó Jenks. Mi mirada siguió la suya hasta el mapa. Jax asintió con la cabeza.
—Sí, y os puedo mostrar exactamente dónde.
Mis ojos intercambiaron una mirada silenciosa con Jenks. Esto sería mucho más largo que un simple golpe de entrar y largarse.
—Vale —acepté, preguntándome si encontraría un listín telefónico en la habitación—. Nos quedaremos aquí al menos una noche más… y seguramente toda la semana. Quiero saberlo todo, Jax.
Jax voló hasta casi tocar el techo.
—¡De acuerdo! —exclamó. Jenks lo miró fijamente.
—Tú te quedas aquí —declaró, con un tono cargado de control parental, aunque él mismo pareciese solo un chiquillo. Había cruzado los brazos, y la determinación de sus ojos habría hecho que un bulldog se apartase de su hueso.
—Y una mierda voy a… —Jax dejó escapar un chillido ahogado cuando Jenks lo agarró en el aire. Abrí los ojos como platos. No sabía de qué se preocupaba Jenks: no había perdido ni un ápice de su velocidad.
—Tú te quedas aquí —ladró—. No me importa lo mayor que seas, sigues siendo mi hijo. Hace demasiado frío para que seas efectivo, y vamos a empezar con las lecciones. —Soltó a Jax, que se quedó flotando en el punto en que su padre le había soltado, con una expresión asustada—. Antes de que te pueda llevar conmigo, tienes que aprender a leer —farfulló Jenks.
—¿Leer? —exclamó Jax—. Ya me las apaño.
Incómoda, me levanté y me estiré, y empecé a abrir cajones hasta encontrar las páginas amarillas. Quería saber con qué contaba, ya que estábamos lejos de Cincinnati. Una isla… ¡por el amor de Dios!
—¡No tengo por qué aprender a leer! —le espetó Jax.
—¿Cómo que no? —gritó Jenks—. ¿Quieres vivir este tipo de vida? Tú mismo lo has escogido… Te enseñaré todo lo que yo sé, pero tienes que ganártelo.
Me senté a la cabecera de la cama, desde donde podía observarlos mientras pasaba las delgadas páginas. Era el listín del año anterior, pero nada cambiaba mucho en las ciudades pequeñas. Me paré cuando encontré un gran número de tiendas de hechizos. Sabía que debía de haber una buena cantidad de brujas locales que se aprovechaban de las fuertes líneas luminosas del área.
La furia de Jenks se apagó con la misma velocidad con que había surgido.
—Jax, si hubieses sabido leer —explicó, con un tono más suave—, nos habrías podido decir dónde te encontrabas. Podrías haberte colado en el primer autobús que se dirigiese a Cincinnati y haber llegado a casa antes de la puesta de sol. ¿Quieres aprender a forzar cerraduras? ¿A poner las cámaras en bucle? ¿A saltarte los sistemas de seguridad? Pues demuéstrame que te lo mereces aprendiendo lo que más te ayudará cuando tengas problemas.
Jax descendió con el ceño fruncido, y sus pies se posaron sobre un montoncito de polvo de pixie.
—Mira. —Jenks cogió el lápiz que yo había dejado en la mesa y se inclinó sobre el mapa—. Tu nombre se escribe así. —Un momento de silencio—. Y este es el alfabeto. —Escuché el sonido del afilado lápiz al romperse, y vi que Jenks le pasaba un pedazo de grafito a su hijo—. ¿Recuerdas la canción? —inquirió—. Cántala mientras practicas con las letras… Y «l-m-n-o-p» no es una sola letra, sino cinco. Me llevó una eternidad darme cuenta.
—Papá… —se quejó Jax.
Jenks se puso de pie e inclinó la lámpara para que iluminase mejor el mapa.
—Ha y quince fabricantes distintos de cerrojos en los Estados Unidos. Tienes que saber con cuál te estás enfrentando antes de que tú y tu cazarrecompensas acabéis en siempre jamás.
Con un aleteo agudo, Jax empezó a escribir.
—Las letras tienen que ser tan grandes como tus pies —le indicó Jenks mientras se acercaba a mí, para ver cómo me iba con las páginas amarillas—. Nadie podrá leer tu escritura si las haces más pequeñas, y lo que quieres es que la gente pueda leerla.
Con los ojos teñidos de culpabilidad, Jenks se sentó a mi lado; yo cambié mi postura, para no resbalar hacia él. Desde la mesa nos llegaba el canturreo de la canción del alfabeto, pero sonaba como una canción fúnebre.
—No te preocupes por él, Jenks —le pedí, observando como
Rex
le seguía hasta la cama y empezaba a acercarse a él con pequeños botes sobre la colcha—. Estará bien.
—Ya lo sé —respondió, con una mirada de preocupación.
Rex
saltó sobre su regazo y él bajó la mirada hacia el animal—. Pero no estoy preocupado por él, sino por ti —añadió con voz suave.
—¿Por mí? —Alcé la mirada mientras seguía pasando las páginas.
Jenks no apartaba la mirada de la garita, un revoltijo de pelo naranja amodorrado entre sus brazos.
—Solo tengo un año para entrenarlo correctamente, para que sigas teniendo alguien que te cubra las espaldas cuando yo ya no esté…
—
Dios
.
—Jenks, no eres una botella de leche con fecha de caducidad. Tienes un aspecto estupendo…
—No —me interrumpió, con los ojos todavía clavados en los movimientos de sus dedos entre el pelo de
Rex
—. Me queda un año de funcionamiento tolerable, pero cuando pase, todo será muy rápido. No pasa nada. Quiero asegurarme de que estarás bien, y si trabaja contigo no sentirá tentaciones de volver a cometer una estupidez con Nick.
Tragué saliva, intentando disolver el nudo que se me había formado en la garganta. No lo había recuperado solo para volverlo a perder.
—Maldición, Jenks —exclamé mientras Jax volvía a empezar la canción del alfabeto—. Debe de existir algún hechizo, algún encantamiento que…
—No existe. —Por fin me miró a los ojos. Mostraban cierta amargura, mezclada con rabia—. Así es la vida, Rache. No quiero dejarte desprotegida. Deja que lo haga. No te fallará, y yo me sentiré mejor sabiendo que no estará trabajando para Nick ni para nadie de su calaña.
Triste, me senté a su lado; deseaba abrazarlo o llorar sobre su hombro, pero aparte de la escenita ante Terri en la tienda, en cada momento en que le había tocado se había librado de mí.
—Gracias, Jenks —logré pronunciar, y empecé a mirar las páginas antes de que él percibiese mis ojos anegados en lágrimas. Nada de lo que pudiese decir haría que yo o él nos sintiésemos mejor, sino que tendría el efecto contrario. Noté que cambiaba el ritmo de las caricias de
Rex
; era evidente que también deseaba cambiar de tema.
—¿Qué te parecería alquilar una lancha?
Respirando profundamente, lancé una ojeada a las páginas impresas descoloridas por el tiempo.
—No estaría mal, pero tenemos el problema del ruido. —Me miró inexpresivo, y añadí—: Además, sería una estupidez por nuestra parte pensar que no vigilan el agua, y no creo que podamos atracar allí y esperar que no nos vean. Incluso de noche se oiría el ruido; el agua transporta muy bien el sonido.
—Podríamos acercarnos a remo —sugirió; yo le respondí con una mirada.
—Hmm… Jenks, no es un lago, es el puto océano. ¿Has visto el tamaño del buque cisterna que pasaba por debajo del puente cuando hemos llegado a la ciudad? Su estela podría volcarnos. No pienso ir al estilo cano a menos que me digas que te llamas Pocahontas. Además, la luz ambiental nos descubriría, a pesar de que no haya luna llena. Y esperar que haya niebla es ridículo.
Hizo una mueca, echó un vistazo a Jax y se aclaró la garganta para incentivarlo a que volviese a cantar la canción del alfabeto.
—¿Quieres ir volando? Ya no tengo alas…
—Por debajo del agua —respondí, pasando más páginas. Jenks me miraba, parpadeando.
—Rache, tienes que dejar de usar ese sucedáneo de azúcar. ¿Por debajo? ¿Sabes el frío que hace?
—Escúchame… —Encontré la página que buscaba, aparté a
Rex
de su regazo y lo dejé caer encima el listín. Era mi turno de acariciar la gata. Se removió y giró, hasta colocarse bajo el calor de mis manos—. Mira —le indiqué, encantada de que
Rex
estuviese jugueteando con mi brazalete—. Tienen trajes de buceo sacados de los naufragios, encantados para no morir congelados a pesar de la corriente, el agua es bastante clara y como son bienes públicos, te puedes llevar lo que quieras de los restos. Es una búsqueda del tesoro para pobres.
Jenks soltó un bufido.
—Nunca he nadado, ya menos que tú hayas tomado clases y yo no lo sepa, no sabes bucear.
—No importa. —Señalé el anuncio a media página—. ¿Lo ves? Tienen licencia para llevar a quien sea, sin tener en cuenta la experiencia. Ya había oído hablar antes de estas cosas. Te enseñan lo justo para que no te mates y puedes salir con un guía. Una vez has firmado el formulario de permiso, no se hacen responsables de ti, excepto si se produce una negligencia gorda.
—¿Una negligencia gorda? —Me miraba con las cejas arqueadas—. ¿Cómo perder a dos submarinistas? ¿Es que nadie se dará cuenta si no volvemos a la lancha?
Empecé a acariciar con más brío a
Rex
, y ella me miró con su dulce cara de gatita.
—Bueno, no quería escaparme a sus espaldas, sino que quería hablarlo con el propietario. Llegar a un acuerdo…
Jenks lanzó una mirada, que revoloteaba sobre su trabajo.
—¿Confiarás en que un humano mantenga la boca cerrada?
—Por Dios, Jenks… ¿qué quieres que haga? ¿Qué les robe el equipo?
—No —respondió, pero lo hizo tan rápido que me hizo pensar que aquello era realmente lo que creía que tenía que hacer—. Digamos que hablas con el propietario, y que se muestra de acuerdo con llevar a cabo tu plan… ¿Cómo planeas volver a tierra firme con Nick?
Ah, claro, también estaba eso.
—Tal vez nos puedan prestar un tanque de oxígeno y un traje adicional para que todos podamos volver nadando. Pero si no llegamos al continente, sí que podremos alcanzar la isla Mackinac. Mira, si casi podríamos acceder a ella caminando por debajo del agua. Y desde allí podemos montar en el transbordador, que nos llevará al otro lado del estrecho; eso les confundiría a la hora de seguirnos la pista. —Contenta con mi resolución, me aparté un mechón de pelo de la cara.
Jenks se levantó y dejó el listín encima de la cama, a mi lado.
—Hay muchos «sies».
—Solo ha y uno, pero muy grande —admití—. Pero no tenemos tiempo de llevar a cabo una operación de reconocimiento de una semana, y si empezamos a hacer preguntas descubrirán que nos encontramos aquí. Es nuestra mejor opción para llegar a la isla sin que nos detecten. Y prefiero poder escapar por debajo del agua, sin que puedan vernos, que por encima, por donde nos pueden seguir. Podemos salir a la superficie en cualquier parte de la costa y desaparecer.
—Estás hecha toda una James Bond —se mofó Jenks—. ¿Y si han golpeado tanto a Nick que no puede nadar?
Sentí que la preocupación recorría mi cuerpo.
—Pues robaremos una lancha. Es una isla, deben de tener barcas. No es mala idea… Incluso podríamos ir en lancha hasta Toledo, si fuese necesario. Si se te ocurre alguna idea mejor, soy toda oídos.
Con la cabeza baja, meneó la cabeza.
—Es tu misión… Dime dónde tengo que colocarme.
La primera oleada de alivio que sentí al ver que sí que me acompañaría no duró mucho, ya que enseguida empecé a configurar una lista mental de todos los preparativos necesarios para llevar a cabo la misión.
—Nuevas pociones para hacer dormir —murmuré, mientras seguía acariciando a
Rex
, haciéndola sumirse en un sueño profundo. Jenks fue a comprobar los avances de Jax—. Un mapa de verdad. Y necesitamos hacer un poco el turista: hablar con los pescadores de la zona y descubrir los horarios de navegación de los barcos que entran y salen de Bois Blanc. ¿Quieres hacerlo tú? Te gusta hablar…
—Por las bragas de Campanilla, estás empezando a sonar como Ivy —se quejó suavemente, mientras se inclinaba sobre la mesa y le señalaba un error a Jax. Parpadeé y aparté la vista de aquel culo de dieciocho años vestido con pantalones ceñidos.
Es un pixie casado… Mi nuevo mantra
—. Pero no tiene por qué ser algo malo —añadió al erguirse de nuevo.
Miré el teléfono del hotel. Deseaba saber si ya habrían abierto o si tendríamos que esperar una semana a que se iniciase la temporada, pero me quedé donde estaba con
Rex
. Seguramente era un negocio regentado por humanos, y de noche estaría cerrado.
—Sin errores, Jenks —advertí, sintiendo frío en todo el cuerpo excepto en la zona en la que se apoyaba
Rex
—. La vida de Nick depende de ello.
El viento soplaba con fuerza a pensar del brillante sol de la mañana, y bizqueé para observar el horizonte. Me sostenía en el borde del barco mientras nos acercábamos a la zona de los naufragios. Jenks estaba sentado a mi lado, en la zona de sotavento de la cabina, a la vez asombrado y horrorizado de poder ver su aliento condensado y no estar muriéndose congelado. Cuando estábamos en el muelle no parecía que hiciese tanto frío, pero aquí fuera helaba, incluso a través del neopreno del traje de submarinismo. ¿
Cuándo nos van a dar los amuletos de calefacción
?
—¿Estás bien? —preguntó Jenks, alzando la voz por encima del traqueteo del motor.
Asentí, y cogí entre las mías sus enrojecidas manos, que agarraban con fuerza su taza de café, intentando extraer de ella algo de calor que lo protegiese de las enormes olas que saltaban sobre nosotros, como si el viento las batiese. Parecía nervioso, aunque no sabría decir el motivo. En la piscina de prácticas, el día anterior, lo había hecho bastante bien. Le di unas palmaditas en la rodilla y él dio un respingo. Encogiéndome, le eché un vistazo al resto de pasajeros: estudiantes de instituto de excursión.
El día anterior habíamos tenido suerte. Mi llamada a Los Naufragios de Mackinaw nos reservó una plaza para practicar aquella misma tarde en la piscina del instituto local y plazas en la salida de hoy. Todavía no había logrado hablar con el capitán Marshal, y se nos acababa el tiempo. Aquel hombre trabajaba normalmente como entrenador de natación del instituto; se había mostrado muy amable con nosotros, y había trabajado pacientemente con Jenks hasta lograr que se mojase más que las rodillas, y que se sumergiese completamente, pero cada vez que quería hablar con él de las verdaderas razones por las que quería subir a su lancha, alguien nos interrumpía; normalmente, su ayudante. Antes de darme cuenta, la clase ya había terminado y Marshal había desaparecido; solo pude lograr echarle un buen vistazo a su figura en bañador y tartamudear de forma terrible cuando quería llamar su atención o solicitar su ayuda. Seguro que me tomaba por una pelirroja descerebrada. Era consciente de que su ayudante, Debbie, sí que me consideraba como tal.