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Authors: Dan Simmons

Olympos (92 page)

BOOK: Olympos
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—Unos cuantos días más —dijo Daeman en voz baja— y creo que podrá salir de la jaula.

Sacó la antorcha encendida de su hueco y la alzó sobre el pozo. Del tamaño de un ternero pequeño, la superficie de su cerebro brillando de mucosidad húmeda y gris, el bebé de Setebos colgaba de la reja. Media docena de manos tentaculares agarraban el oscuro entramado de hierro. Ocho o diez ojos amarillos bizquearon, parpadearon y se cerraron ante la súbita llamarada de luz. Dos de sus bocas se abrieron y Ada contempló fascinada las filas de pequeños dientes blancos de cada una.

—Mami —chirrió. Hablaba desde hacía una semana, pero su voz real no era tan humana ni tan infantil como su voz telepática.

—Sí —dijo Ada—. Celebraremos una reunión general hoy. Que todos voten para decidir el momento. Pero tenemos que hacer los preparativos finales para marcharnos pronto.

El plan no gustaba a casi ninguno, pero era lo mejor que se les había ocurrido. Mientras Daeman y unos cuantos más guardaban al bebé, empezarían a evacuar materiales y personas a una isla que habían descubierto a unos cincuenta kilómetros río abajo desde Ardis. No era la isla paradisíaca a la que Daeman quiso faxear en el otro extremo del mundo, pero aquel islote rocoso estaba en el centro del río, donde la corriente era veloz y, lo más importante, el terreno era defendible.

Todos habían supuesto que los voynix faxeaban de algún modo, desde alguna parte, aunque las comprobaciones diarias del faxnódulo de Ardis mostraban que seguía sin funcionar. Eso significaba que los voynix podrían seguirlos fácilmente, quizá incluso faxear hasta la isla. Pero los cuarenta y ocho supervivientes podían congregarse y emplazar su campamento en una depresión en el centro del islote, cazas y traer su comida en el sonie, como ya hacían, y la isla era tan pequeña que los voynix tendrían problemas para faxear más de unos pocos cientos cada vez. Podrían matar y expulsar a ese número.

Los últimos hombres y mujeres en dejar Ardis (y Ada pretendía ser la última mujer) matarían al engendro de Setebos. Y entonces los voynix arrasarían aquel lugar vacío como saltamontes frenéticos, pero el resto de los supervivientes estarían en la isla y a salvo. A salvo unas cuantas horas, suponía Ada.

¿Podían nadar los voynix? Ada y los otros habían rebuscado en sus recuerdos por si habían visto a uno de sus voynix esclavos nadar en la historia antigua antes de que el cielo se cayera hacía diez meses, antes de que Harman y la difunta Savi y Daeman destruyeran la fermería y la isla de Próspero. Antes del final de su alocado mundo de fiestas e interminables faxeos y seguridad. Nadie estaba seguro de haber visto un voynix nadar.

Pero en el fondo de su corazón Ada estaba segura. Los voynix podían nadar. Podían caminar por el lecho del río, bajo el agua y con toda aquella corriente si era necesario. Alcanzarían a los humanos en su islita en cuanto el bebé Setebos estuviera muerto.

Y entonces los supervivientes, si quedaba alguno, tendrían que huir otra vez... ¿pero adónde? Ada estaba a favor de ir a la Puerta Dorada de Machu Picchu, ya que recordaba bien la descripción de Petyr de los voynix agrupados allí, incapaces de entrar en las burbujas verdes medioambientales de las torres del puente y los cables de suspensión. Pero casi ninguno de los demás quería ir a un Puente que no habían visto nunca: estaba demasiado lejos, de todas formas, tardarían demasiado tiempo en llegar, quedarían atrapados dentro de las estructuras de cristal sobre la nada, rodeados de voynix.

Ada les había contado cómo Harman, Petyr, Hannah y Nadie/Odiseo habían llegado al puente en menos de una hora, lanzándose a las inmediaciones del espacio y luego cayendo por la atmósfera sobre el continente sur. Explicó cómo el sonie todavía tenía ese plan de vuelto en su memoria, cómo un viaje a la Puerta Dorada de Machu Picchu sólo tardaría unos cuantos minutos más que el del ferry que los llevaría río abajo hasta la isla rocosa.

Pero siguieron sin querer intentarlo. Todavía no.

Sin embargo, Ada y Daeman continuaron haciendo planes para esa larga evacuación.

De repente se oyó un sonido en la oscura línea de árboles, al suroeste:

una ruido sibilante.

Daeman echó mano a su rifle de flechitas y lo sujetó con fuerza tras quitar el seguro.

—¡Voynix! —gritó.

Ada se mordió los labios, la cosa Setebos a sus pies olvidada por un momento, sus urgencias mentales ahogadas por ruido de verdad. Alguien junto a la hoguera central hacía sonar la campana de alarma. La gente salía del gran cobertizo y las tiendas y gritaba para despertar a los demás.

—No lo creo —dijo Ada, casi gritando para que Daeman pudiera oírla por encima del estrépito—. No suena igual.

Cuando la campana dejó de tañer y los gritos se apagaron, lo oyó con más claridad: un sonido metálico, rasposo, mecánico, no como el silencioso saltar y moverse de mil voynix al ataque.

Entonces apareció una luz, un reflector que los apuñalaba desde el cielo, a sólo unas pocas docenas de metros de altura, y la lanzada y el círculo de luz iluminaban las ramas peladas, la hierba congelada y ennegrecida por las hogueras, las murallas de la empalizada y los asombrados centinelas en los burdos parapetos.

El sonie no tenía reflector.

—¡Coged los rifles! —gritó Ada al grupo que se encontraba cerca de la hoguera. Algunas personas empuñaban ya sus armas. Otras las prepararon.

—¡Desplegaos! —gritó Daeman, corriendo hacia el grupo y agitando los brazos—. ¡A cubierto!

Ada estuvo de acuerdo. Fuera lo que fuese esa cosa, si tenía intenciones hostiles, no había ninguna necesidad de ayudarla agrupándose como blancos gordos y felices.

El zumbido se hizo tan fuerte que ahogó incluso la campana de advertencia que alguien había vuelto redundantemente a hacer sonar.

Ada vio algo mecánico que volaba, mucho más grande que su sonie pero mucho más lento y más torpe. No era el estilizado óvalo de su sonie sino dos círculos abultados con el reflector sobresaliendo del círculo central. La cosa flotaba y se agitaba como si estuviera a punto de estrellarse, pero rebasó las bajas murallas de la empalizada (un centinela tuvo que tirarse al suelo para evitar las protuberancias de la máquina voladora) y resbaló por la hierba congelada hasta llegar no muy lejos del pozo, volvió a alzarse en el aire y luego se posó pesadamente.

Daeman y Ada corrieron hacia allí, Ada lo mejor que sus cinco meses de embarazo le permitían y con una antorcha, y Daeman con el rifle automático alzado y apuntando a las formas oscuras que salían de la máquina que había aterrizado.

Las formas oscuras eran personas... ocho según contó Ada rápidamente. Vio rostros que no reconoció, pero los dos últimos de la máquina, los dos que habían estado en los controles cerca de la parte delantera del círculo de metal, eran Hannah y Odiseo... o Nadie, como había pedido que lo llamaran los últimos meses antes de que fuera herido y lo llevaran al Puente.

Y entonces Ada y Hannah se abrazaron, y ambas lloraron pero Hannah sollozaba casi histérica. Cuando se detuvieron a mirarse una a la otra, Hannah jadeó:

—¿Ardis Hall? ¿Dónde está? ¿Dónde está todo el mundo? ¿Qué ha pasado? ¿Está bien Petyr?

—Petyr ha muerto —dijo Ada, sintiendo la falta de énfasis en su propia reacción emocional a las palabras. Demasiado horror había sucedido en un periodo de tiempo demasiado corto: sentía el alma magullada—. Los voynix lanzaron una ofensiva poco después de que os marcharais. Rebasaron las murallas, usaron piedras como proyectiles. La casa ardió. Emme ha muerto. Raman ha muerto. Peaen ha muerto... —Repasó la lista de aquellos viejos amigos que habían muerto durante el ataque y después.

Hannah (que siempre había sido delgada pero parecía mucho más delgada a la luz de las antorchas) se cubrió la boca, horrorizada.

—Venid —dijo Ada, tocando la muñeca de Nadie y rodeando de nuevo a Hannah con el brazo—. Parecéis hambrientos. Venid junto al fuego... pronto amanecerá. Podéis presentarnos a vuestros amigos y os conseguiremos algo de comida. Quiero que me lo contéis todo.

Se sentaron junto a la hoguera hasta que el sol salió, intercambiando información tan faltos de emociones como podían dadas las circunstancias. Laman cocinó un rico guiso y lo comieron junto con tazas de lata de lo último que quedaba del rico café que habían encontrado en uno de los almacenes parcialmente quemados.

Las cinco nuevas personas, tres hombres y dos mujeres, se llamaban Beman, Elian, Stefe, Iyayi y Susan. Elian era el líder, un hombre completamente calvo con la autoridad de la edad, tal vez casi tan viejo como Harman. Todos estaban vendados o habían resultado levemente heridos y, mientras los demás hablaban, Tom y Siris atendieron sus heridas con los suministros médicos que les quedaban.

Ada contó rápidamente a su joven amiga Hannah (quien de algún modo ya no parecía tan joven) y al silencioso Nadie la Masacre de Ardis, los días y noches en la Roca Hambrienta, la caída del funcionamiento del faxnódulo, la acumulación de voynix, y la eclosión y el aprisionamiento del bebé Setebos.

—Sentí esa cosa en mi mente incluso antes de que aterrizáramos —dijo Nadie en voz baja. Mientras Hannah empezaba su relato, el fornido griego de la barba gris, vestido solamente con su burda túnica a pesar del frío clima, se acercó al pozo y contempló a su cautivo.

—Odiseo salió de su nicho recuperador una semana después de que Ariel se llevara a Harman —dijo la joven morena de ojos brillantes—. Los voynix continuaron intentando entrar, pero Odiseo me aseguró que no podrían mientras el campo de fricción cero estuviera conectado. Comimos, dormimos... —Hannah bajó los ojos un instante y Ada supo que los dos habían hecho algo más que dormir—. Esperábamos que Petyr regresara a por nosotros como había prometido, pero al cabo de una semana Odiseo empezó a trabajar intentando unir los fragmentos de sonies y otras máquinas voladoras que habíamos visto en el garaje... el hangar, o como demonios se llame. Yo me encargué de las soldaduras. Odiseo hizo que el sistema de propulsión y los tableros de circuitos funcionaran. Cuando nos quedamos sin componentes, busqué el resto en las burbujas y salas secretas de la Puerta Dorada.

»Él consiguió que el aparato flotara y volara un poquito dentro del hangar. Está compuesto principalmente por dos máquinas voladoras tipo servidor llamadas balsas volantes, no es para viajes largos y tuvimos problemas con los sistemas de guía y control. Finalmente Odiseo logró desmantelar parte de una IA inferior que manejaba parte de la cocina del Puente, dejando la parte de la cocina y las recetas pero lobotomizándola para que se encargara de la navegación y la altura de la balsa. No ha sido un vuelo fácil con esta máquina torpe... sigue queriendo prepararnos el desayuno y nos sugiere recetas.

Ada y algunos otros se rieron. Había más de una docena de personas escuchando, incluidos Greogi, el manco Laman, Ella, Eddie, Boman y los dos médicos. Los cinco recién llegados heridos estaban comiendo guiso caliente y escuchando en silencio. La nieve que Ada había olido horas antes caía liviana, pero no se aferraba al suelo. La luz del sol asomaba entre los grupos de nubes.

—Finalmente, cuando estuvimos seguros de que Ariel no iba a traer a Harman de vuelta y que ni Petyr ni ninguno de vosotros ibais a regresar a recogernos, llenamos la balsa con suministros (trajimos más armas que encontré en otra de las salas secretas), abrimos las puertas del hangar y nos dirigimos al norte, esperando que los repulsores nos mantuvieran en el aire y el burdo sistema de navegación nos trajera a las inmediaciones de Ardis.

—¿Eso fue ayer? —preguntó Ada.

—Eso fue hace nueve días —contestó Hannah.

Al ver la sorpresa de Ada, la mujer más joven continuó:

—Esta cosa vuela despacio, Ada, a noventa o cien kilómetros por hora como máximo. Y hemos tenido problemas. Perdimos la mayoría de la comida cuando nos posamos en el lugar donde Odiseo dice que estaba el istmo de Panamá. Por suerte, habíamos añadido las bolsas de flotación a la balsa de modo que pudo actuar como una balsa de verdad durante unas cuantas horas mientras aligerábamos peso y Odiseo toqueteaba los sistemas de vuelo para que volvieran a funcionar.

—¿Elian y los demás ya estaban entonces con vosotros? —preguntó

Boman.

Harman negó con la cabeza, bebió más café y se acurrucó sobre su taza de latón como si eso le diera el calor necesario.

—Tuvimos que detenernos en la costa cuando cruzamos el mar del istmo —dijo—. Allí había una comunidad de faxnódulos... creo que has estado ahí, Ada: Hughes Town. Había un alto rascacielos de plastimigón con toda la enredadera.

—Fui una vez a una fiesta de Tres Veintes —dijo Ada, recordando la vista del mar desde una terraza en lo alto de aquella torre. Era joven, aún no había cumplido los quince años. Fue por aquella época cuando conoció por primera vez a su regordete «primo» Daeman y recordaba la sensación de sensualidad a la que despertaba en aquellos días.

Elian se aclaró la garganta. El hombre tenía cicatrices lívidas en la cara, los antebrazos y las manos, y su ropa era más bien una masa de harapos rasgados, pero se comportaba con mucha autoridad.

—Éramos más de doscientos en la comunidad nódulo cuando los voynix atacaron, hace un mes —dijo con voz suave pero grave—. No teníamos armas. Pero la torre principal de Hughes Town era demasiado alta para que llegaran saltando, y había algo en la superficie exterior que les impedía escalar y colgarse, y las terrazas salientes hacían más fácil la defensa que ningún otro lugar al que pudiéramos retirarnos. Colocamos barricadas en las escaleras (la energía de los ascensores se había desconectado durante la Caída de los Cielos, naturalmente), y usamos todo lo que pudimos encontrar como arma: herramientas de servidores, barras de hierro, burdos arcos y flechas hechos con cables de metal y tornillos de los carricoches y droshkies... cualquier cosa. Los voynix acabaron con casi todos nosotros, media docena o así llegaron al faxpabellón y escaparon en busca de ayuda antes de que el fax dejara de funcionar; los otros cinco y yo estábamos en el ático de la torre de Hughes Town con quinientos voynix ocupándolo todo. Llevábamos cinco días sin comida y dos sin agua cuando vimos la balsa aérea de Nadie y Hannah cruzando el golfo.

—Tuvimos que tirar por la borda más comida y suministros médicos e incluso la mayoría de las armas y las municiones para dejar espacio para el peso extra —dijo Hannah mansamente—. Y tuvimos que aterrizar otras tres veces más para hacer reparaciones. Pero finalmente hemos llegado.

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