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Authors: Dan Simmons

Olympos (44 page)

BOOK: Olympos
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El sonie no volvió a la hora del almuerzo, ni una hora más tarde.

Daeman esperó. Sabía que Ada y los demás estaban nerviosos: los exploradores y los grupos de leñadores habían advertido movimiento de voynix en las sombras de los bosques situados al norte, el este y el sur de Ardis, como si estuvieran preparándose para un ataque masivo, y no quería apartar a diez personas de su deber antes de que Harman y los otros dos regresaran.

No regresaron a media tarde. Los vigías de las torres de guardia y las empalizadas seguían mirando hacia las nubes bajas y grises, obviamente esperando ver el sonie.

Daeman sabía que tenía que marcharse, que Harman tenía razón, que había que hacer rápidamente el reconocimiento fax y el viaje de advertencia, pero esperó otra hora más. Luego dos. Por ilógico que pudiera ser, le parecía que si se marchaba antes de que Harman y el sonie regresaran, sería como abandonar a Ada. Si algo le había sucedido a Harman, Ada se quedaría destrozada, pero la comunidad de Ardis sobreviviría. Sin el sonie, el destino de todos podía quedar sellado durante el siguiente ataque voynix.

Ada había estado ocupada toda la tarde y sólo había salido de vez en cuando a contemplar el cielo desde la torre de la cúpula de Hannah, a solas. Daeman, Tom, Siris, Loes y unos cuantos más se habían mantenido cerca de ella pero sin hablarle. Las nubes se oscurecieron y se puso a nevar otra vez. Toda la corta tarde se fue pareciendo más y más a un terrible crepúsculo.

—Bueno, tengo que ir a trabajar a la cocina —dijo Ada por fin, subiéndose el chal sobre los hombros. Daeman y los demás la vieron marcharse. Finalmente, él entró en la casa, subió a su pequeño apartamento de la segunda planta y rebuscó en el arcón de su ropa hasta dar con lo que necesitaba: el vestido de termopiel verde y la máscara de ósmosis que Savi le había dado hacía más de diez meses.

El traje había sido desgarrado por las garras y los dientes de Calibán, se había manchado con su sangre y la de la criatura, y luego con el barro, durante el aterrizaje forzoso en sonie la primavera anterior. El lavado había eliminado las manchas, el traje había tratado de autorreparar todos los cortes y desgarrones. Casi lo había conseguido. Aquí y allá, la capa superior verde de tejido aislante era casi invisible y dejaba al descubierto la pátina plateada de la capa molecular misma, pero sus facultades calefactoras y su función de mantenimiento de presión estaban casi intactas. Daeman había faxeado a un nódulo situado a quinientos metros sobre el nivel del mar, un nódulo deshabitado, asolado por los vientos y nevado conocido simplemente como Pikespik, para comprobarlo. La termopiel lo había mantenido con vida y caliente y la máscara de ósmosis también había funcionado, proporcionándole suficiente atmósfera ampliada para respirar con facilidad.

En su habitación, bajo los aleros del edificio, metió la termopiel y la máscara en la mochila, además de saetas para la ballesta y botellas de agua, y bajó las escaleras para reunir a su grupo.

Un grito le llegó desde el exterior. Daeman echó a correr al mismo tiempo que lo hacían Ada y media casa.

El sonie era visible a un kilómetro de distancia. Había aparecido claramente entre las nubes, trazando círculos por el suroeste, pero de repente se tambaleó, cayó, se enderezó, luego volvió a tambalearse, de repente se precipitó hacia el suelo justo tras la empalizada del jardín sur. El disco plateado se enderezó en el último minuto, chocó con la parte superior de la empalizada de madera (tres guardias se arrojaron de bruces al suelo para evitar la máquina) y luego se desplomó en la tierra congelada, rebotó diez metros, volvió a golpear, lanzó tierra por los aires, rebotó una vez más y se deslizó hasta detenerse, abriendo un surco en la tierra.

Ada encabezó la carrera desde el porche mientras todos se acercaban a la máquina caída. Daeman la alcanzó segundos después que ella.

Petyr era la única persona a bordo. Yacía aturdido y sangrando en la posición central delantera. Los otros huecos acolchados para los pasajeros estaban llenos de... armas. Daeman reconoció versiones del rifle de flechitas de cristal que había traído Odiseo, pero también pistolas y otras armas que nunca había visto.

Ayudaron a Petyr a salir del sonie. Ada se arrancó un trozo limpio de túnica y lo usó como compresa en la frente del joven.

—Me he golpeado la cabeza cuando el campo de fuerza se ha desconectado —dijo Petyr—. Estúpido de mí. Tendría que haber dejado que aterrizara solo... He dicho «manual» cuando el piloto automático se ha desconectado, justo después de salir de las nubes... Creía que sabía pilotarlo... y no sé.

—Calla —dijo Ada. Tom, Siris y los demás la ayudaron a sostener al joven—. Cuéntanoslo cuando lleguemos a la casa, Petyr. Los guardias... a vuestros puestos, por favor. Los demás volved a lo que sea que estuvierais haciendo. Loes, tú y algunos de los hombres podríais traer esas armas y los cargadores de munición. Puede que haya más en los compartimentos de almacenamiento del sonie. Llevadlo todo al salón principal. Gracias.

Una vez en la salita de Ardis Hall, Siris y Tom trajeron desinfectante y vendas mientras

Petyr contaba su historia al menos a treinta personas.

Describió la Puerta Dorada bajo el asedio voynix y el encuentro con Ariel.

—Entonces la burbuja se ha oscurecido varios minutos, el cristal se ha vuelto opaco a la luz del sol y, cuando el buckycristal ha recuperado la transparencia, Harman se había ido.

—¿Ido adónde, Petyr? —La voz de Ada era firme.

—No lo sabemos. Nos hemos pasado tres horas buscando por todo el complejo, Hannah y yo, y hemos encontrado las armas en una especie de sala museo, dentro de una burbuja que ella no había visto antes... pero no había ni rastro de Harman ni del ser verde, Ariel.

—¿Dónde está Hannah? —preguntó Daeman.

—Se ha quedado allí —respondió Petyr. Estaba inclinado hacia delante, sujetándose la cabeza vendada—. Sabíamos que teníamos que llevar de vuelta a Ardis el sonie y tantas armas como fuera posible. Ariel ha dicho que lo había reprogramado para que regresara más despacio que a la ida: el viaje de vuelta ha durado unas cuatro horas. Según Ariel, Odiseo saldrá de su nido dentro de setenta y dos horas, si la máquina puede salvarle la vida, y Hannah ha dicho que va a quedarse allí hasta saber... hasta saber si lo consigue o no. Además, como hemos encontrado docenas de armas más (tendremos que regresar con el sonie) Hannah ha dicho que ya la recogeremos entonces.

—¿Estaban los voynix a punto de entrar en las burbujas? —preguntó Loes. Petyr negó con la cabeza y entonces hizo una mueca de dolor.

—No lo creemos. Resbalan por el buckycristal y no hay salidas ni entradas en funcionamiento aparte de la puerta semipermeable del garaje que se ha sellado detrás de mí cuando he salido con el sonie.

Daeman asintió. Recordaba el buckycristal libre de fricción del dosel del reptador durante su viaje por la Cuenca Mediterránea con Savi y las puertas de membrana semipermeables que había en la isla orbital de Próspero.

—En cualquier caso, Hannah tiene unas cincuenta armas de flechitas de cristal —dijo Petyr con una sonrisa triste—. Las hemos llevado al museo en cofres y mantas. Podría matar a un montón de voynix si logran entrar. Además, la sala donde está el nido de Odiseo está oculta al resto del complejo.

—No vamos a enviar al sonie de vuelta esta noche, ¿verdad? —preguntó la mujer llamada Salas—. Quiero decir... —Miró hacia las ventanas; estaba oscureciendo.

—No, no vamos a enviar el sonie de vuelta hoy —dijo Ada—. Gracias, Petyr. Ve a la enfermería y descansa un poco. Traeremos el sonie a la casa y haremos inventario de las armas y municiones que has traído. Puede que hayas salvado Ardis.

La gente se marchó para ocuparse de sus cosas. Incluso en el prado más lejano había murmullos de conversación excitada. Loes y otros que ya habían disparado las armas de flechitas de cristal traídas por Odiseo probaron las armas nuevas (todas las pistolas de flechitas que probaron funcionaban) en un campo de tiro dispuesto a tal efecto detrás de Ardis, donde poder empezar a entrenar a los demás. El propio Daeman supervisó la recuperación del sonie. Volvió a la vida cuando los controles se reactivaron y flotó otra vez a tres palmos del suelo. Media docena de hombres lo llevaron detrás de la casa. Los compartimentos de almacenamiento situados en la parte trasera y los lados de la máquina (donde Odiseo una vez había guardado sus lanzas cuando iba a cazar Aves Terroríficas) estaban en efecto llenos de armas.

Finalmente, al anochecer, con el crepúsculo de invierno desvaneciendo la luz del cielo, Daeman fue a ver a Ada, que estaba junto a la torre del horno de Hannah. Se disponía a hablar pero descubrió que no sabía qué decir.

—Ve —dijo Ada—. Buena suerte.

Besó a Daeman en la mejilla y lo empujó hacia la casa.

Con la última luz gris de la tarde nevada, Daeman y los otros nueve cargaron sus mochilas con más flechas, pan, queso y botellas de agua (pensaron en llevarse algunas de las nuevas pistolas de flechitas, pero decidieron quedarse con las ballestas y los cuchillos, armas con las que estaban familiarizados). Recorrieron rápidamente los dos kilómetros que separaban la empalizada de Ardis Hall del faxpabellón. A ratos corrían. Había sombras moviéndose en las sombras más profundas del bosque, aunque ninguno de los diez vio ningún voynix al descubierto. No había ruido de pájaros en los árboles, ni siquiera aleteos dispersos ni las llamadas comunes en invierno. En la empalizada del faxpabellón, los nerviosos hombres y mujeres que montaban guardia allí (veinte en total) primero les dieron la bienvenida porque pensaron que llegaban temprano a reemplazarlos y luego manifestaron su disgusto cuando se enteraron de que el grupo estaba allí para marcharse. Nadie había faxeado de entrada ni de salida en las últimas veinticuatro horas y el equipo de guardia había visto voynix (docenas de ellos) en el bosque, dirigiéndose hacia el oeste. Sabían que el pabellón del faxnódulo no era defendible si los voynix atacaban en masa y todos querían volver a Ardis antes del anochecer. Daeman les dijo que no querrían estar en Ardis aquella noche y que un equipo de relevo tal vez no consiguiera llegar al faxpabellón antes del anochecer a causa de la actividad de los voynix, pero que alguien acudiría en sonie para comprobar cómo se encontraban al cabo de unas horas. Si atacaban el pabellón y los defensores conseguían hacer llegar un mensajero a Ardis, el sonie traería refuerzos, de cinco en cinco.

Daeman contempló el equipo que había formado: Ramis, Caman, Dorman, Caul, Edide, Cara, Siman, Oko y Elle. Informó de su misión a los nueve voluntarios por última vez: se le había asignado a cada uno una lista de treinta códigos de faxnódulo, simplemente por orden numérico ascendente, ya que la distancia a la que se encontraban los destinos desde Ardis no marcaba ninguna diferencia en el mundo del fax. Les explicó de nuevo cómo iban a contactar con los treinta sitios antes de regresar. Si había signos de la telaraña de hielo azul y de Setebos, el de las muchas manos, tenían que tomar nota, ver lo que pudieran desde el faxpabellón y salir pitando. Su trabajo no era luchar. Si la comunidad parecía normal, tenían que comunicar la noticia a quien estuviera al mando y faxear al siguiente nódulo lo más rápidamente posible. Incluso con los retrasos en la entrega de los mensajes, Daeman esperaba que cada uno pudiera completar su misión en menos de doce horas. Algunos de los nódulos estaban escasamente poblados (poco más que un puñado de casas en torno a un faxpabellón), así que las estancias serían breves, aún más si los humanos habían huido. Si alguno de los mensajeros no regresaba a Ardis Hall en un plazo de veinticuatro horas se le daría por muerto y se enviaría a alguien en su lugar para notificar a los treinta nódulos correspondientes. Tenían que regresar antes de completar su circuito de treinta nódulos sólo si resultaban gravemente heridos o si descubrían algo que fuera importante para la supervivencia de todos en Ardis. En ese caso, tenían que volver inmediatamente.

El hombre llamado Siman miró ansiosamente las colinas y praderas circundantes. Ya estaba oscureciendo. No dijo nada, pero Daeman le leyó el pensamiento: «¿Qué posibilidad tenían de recorrer aquellos dos kilómetros en la oscuridad, con los voynix en movimiento?»

Daeman llamó a los defensores del faxpabellón. Les explicó que si alguna de aquellas personas regresaba con noticias importantes y el sonie no estaba disponible, quince soldados de guardia debían acompañar al mensajero hasta Ardis Hall. En ningún caso había que dejar sin defensa el faxpabellón.

—¿Alguna pregunta? —inquirió al grupo. A la luz moribunda, sus rostros eran óvalos blancos vueltos hacia él. Nadie tenía ninguna.

»Nos marcharemos siguiendo el orden de los códigos —dijo Daeman. No perdió tiempo deseándoles suerte. Faxearon uno por uno, tecleando el primero de sus códigos en la placa de la columna que se alzaba en el centro del pabellón y desapareciendo. Daeman se había quedado con los últimos treinta códigos, sobre todo porque Cráter París se encontraba entre los números altos, igual que los nódulos que había comprobado. Pero cuando faxeó, no tecleó ninguno de esos códigos sino que pulsó el número alto poco conocido que llevaba a la isla tropical deshabitada.

Todavía era de día cuando llegó. La laguna era azul celeste. El agua, más allá del arrecife, de un azul más profundo. Nubes de tormenta se acumulaban en el horizonte occidental y el sol de la mañana iluminaba la parte superior de lo que recientemente había aprendido a llamar estratocúmulos.

Tras mirar alrededor para asegurarse de que estaba solo, Daeman se desnudó y se puso la termopiel, permitiendo que la capucha colgara suelta en su cuello y la máscara de ósmosis de una cinta bajo su túnica. Luego se puso pantalones, túnica y zapatos, y guardó la ropa interior en la mochila.

Comprobó los otros artículos que llevaba: tiras de tela amarilla que había cortado en Ardis, los dos martillos más burdos que había hecho forjar a Reman, que era el mejor herrero de Ardis cuando no estaba Hannah. Cuerdas. Flechas de repuesto para la ballesta.

Quería ir primero a Cráter París, pero allí era medianoche y para ver lo que tenía que ver Daeman necesitaba luz del día. Sabía que faltaban unas siete horas para que amaneciera en Cráter París y estaba bastante seguro de que podía visitar la mayoría de sus otros veintinueve faxnódulos antes. A algunos de los lugares que aparecían en su lista había faxeado después de huir de Cráter París la última vez: Kiev, Bellinbad, Ulanbat, Chom, Loman’s Place, Drid, Fuego, Torre de Ciudad del Cabo, Devi, Mantua y Satle Heights. Sólo Chom y Ulanbat estaban invadidos por el hielo azul entonces y esperaba que siguiera siendo así. Aunque hicieran falta doce horas completas para advertir a la gente de las otras ciudades y nódulos, sería pleno día cuando faxeara por último a Cráter París.

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