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Authors: Dan Simmons

Olympos (88 page)

BOOK: Olympos
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Los nombres finalmente le suenan. Quirón le enseñó al joven Aquiles mitología además de teología para honrar a los dioses vivos y presentes. Asia e Ione eran Oceánidas, hijas de Océano, junto con su tercera hermana Panthea: la segunda generación de titanes nacidos después del apareamiento original de Tierra y Gaia, titanes que habían gobernado los cielos y la tierra junto con Gaia en tiempos antiguos antes de que su tercera generación de retoños, Zeus, los derrotara y los arrojara al Tártaro. Sólo a Océano, de todos los titanes, se le había permitido exiliarse a un lugar más amable y agradable, encerrado en una capa dimensional bajo la cobertura cuántica de Tierra-Ilión. Océano podía ser visitado por los dioses, pero sus retoños habían sido desterrados al hediondo Tártaro: Asia, Ione, Panthea y todos los demás titanes, incluido Cronos, hermano de Océano, que se convertiría en padre de Zeus, su hermana Rea, que se convertiría en madre de Zeus, y las tres hijas de Océano. Todos los demás hijos varones del apareamiento de Tierra y Gaia (Ceo, Hiperión y Jápeto, además de las otras hijas, Tea, Temis, Mnemósine, la dorada Febe y la dulce Tetis) también habían sido desterrados al Tártaro tras la victoria de Zeus en el Olimpo, miles de años antes.

Todo esto lo recuerda Aquiles de sus lecciones aprendidas en la pezuña de Quirón. «Y vaya que me sirve de mucho», piensa.

—¿Habla? —truena Panthea, sobresaltada.

—Chirría —dice Ione.

Las tres gigantescas Oceánidas se acercan para escuchar los intentos de Aquiles por comunicarse. Cada intento es terriblemente doloroso para el asesino de hombres, ya que significa inspirar y tratar de usar la horrible atmósfera. Un observador supondría por los sonidos resultantes (y supondría correctamente) que hay una desusada cantidad de helio en la mezcla de dióxido de carbono, metano y amoníaco que compone la densa sopa de la atmósfera del Tártaro.

—Parece un ratón aplastado —ríe Asia.

—Pero el chirrido parece vagamente el intento de un ratón aplastado por hablar civilizadamente —truena Ione.

—Con un dialecto terrible —reconoce Panthea.

—Tenemos que llevarlo al Demogorgo —dice Asia, acercándose.

Dos manos enormes alzan con brusquedad a Aquiles, los dedos gigantes sacan de sus doloridos pulmones, al apretar, la mayor parte del amoníaco, metano, dióxido de carbono y helio. Ahora el héroe de los argivos jadea y tose como un pez fuera del agua.

—El Demogorgo querrá ver a esta extraña criatura —coincide Ione—. Llévalo, hermana, llévalo al Demogorgo.

—¡Llévalo al Demogorgo! —corean las gigantescas formas insectoides que siguen a las tres mujeres gigantes.

—¡Llevadlo al Demogorgo! —corean formas más grandes y menos familiares que las siguen.

66

La
eiffelbahn
terminaba en el Paralelo 40, en la antigua costa de Portugal, al sur de Figueira da Foz. Harman sabía que a menos de ciento cincuenta kilómetros al sureste, los moldes de campos de fuerza modulados llamados Manos de Hércules separaban el océano Atlántico del la seca Cuenca Mediterránea, y sabía exactamente por qué los posthumanos habían secado la cuenca y para qué la habían utilizado durante casi dos milenios. Sabía que a menos de trescientos kilómetros al noreste, donde terminaba la
eiffelbahn,
había un círculo de noventa kilómetros de anchura de tierra convertida en cristal donde hacía tres mil doscientos años el Califato Global había librado su batalla final con la N.U.E.: más de tres millones de protovoynix lanzados sobre doscientos mil caballeros de infantería mecanizada de humanos condenados. Harman sabía que...

Sabía, sabía demasiado. Y comprendía demasiado poco.

Los tres (Moira, el holograma solidificado de Próspero y Harman, todavía con el dolor de cabeza de toda una vida) se encontraban en la plataforma superior de la última torre
eiffelbahn
. Harman había terminado su viaje en cabina... quizá para siempre.

Tras ellos se alzaban las verdes montañas de la antigua Portugal. Ante ellos se extendía el Atlántico con la Brecha siguiendo hacia el oeste desde la línea de la ruta de la
eiffelbahn
. El día era perfecto (temperatura perfecta, brisas suaves, ni una nube en el cielo) y la luz del sol se reflejaba en el verde de la cima de las montañas, en la arena blanca y en las amplias extensiones de azul a cada lado de la grieta de la Brecha Atlántica. Harman sabía que incluso desde lo alto de la torre
eiffelbahn
veía sólo unos noventa kilómetros al oeste, pero la visión parecía continuar durante mil kilómetros. La Brecha empezaba como una avenida de cien metros de ancho con bajas terrazas verdiazules a cada lado, pero continuaba hasta que sólo era una línea negra que cortaba el lejano horizonte.

—No esperaréis en serio que vaya caminando hasta América del Norte —dijo Harman.

—Esperamos en serio que lo intentes —dijo Próspero.

—¿Por qué?

Ni la posthumana ni el nuncahumano le respondieron. Moira abrió el camino hasta los escalones que conducían a la plataforma inferior del ascensor. Llevaba una mochila y parte del material para la caminata de Harman. Las puertas del ascensor se abrieron y llegaron a una estructura en forma de jaula y empezaron a bajar dejando atrás travesaños de hierro.

—Te acompañaré un día o dos —dijo Moira. Harman se sorprendió.

—¿Sí? ¿Por qué?

—He supuesto que te gustaría la compañía.

Harman no tuvo ninguna respuesta a esto. Mientras salían al recodo de hierba bajo la torre
eiffelbahn
, dijo:

—Sabes, a unos pocos cientos de kilómetros al sureste, en la Cuenca Mediterránea, hay una docena de instalaciones posthumanas de las que Savi no sabía nada. Conocía Atlántida y la forma de subir con las Tres Sillas a los anillos, pero eso era más o menos una broma cruel posthumana... ella no sabía nada de los sonies y las naves de carga almacenadas en las otras burbujas de estasis. Si es que las burbujas siguen allí, claro...

—Allí están todavía —dijo Próspero. Harman se volvió hacia Moira.

—Bien, acompáñame unos cuantos días hasta la Cuenca en vez de enviarme a recorrer durante tres meses el suelo del océano.... un paseo que probablemente no termine nunca. Volaremos en sonie hasta Ardis o en una de las lanzaderas hasta los anillos para que conecten la energía y los enlaces de los faxnódulos.

Moira negó con la cabeza.

—Te aseguro, mi joven Prometeo, que no querrás ir a la Cuenca Mediterránea.

—Casi un millón de calibani andan sueltos por allí —dijo Próspero—

. Antes estaban atrapados dentro de la Cuenca, pero Setebos los ha liberado. Han matado a los Voynix que antes guardaban Jerusalén, han cubierto el norte de África y Oriente Medio, y habrían cubierto ya casi toda Europa si Ariel no los estuviera conteniendo.

—¡Ariel! —exclamó Harman. Imaginar al pequeño... espíritu enfrentándose solo a un millón de calibani en estampida (o incluso a uno solo) era totalmente absurdo—. Hmm —dijo, sin dejarse convencer.

Los tres caminaron hacia el borde de la colina. Un estrecho sendero serpenteaba hasta la playa. Desde esa distancia, la Brecha Atlántica parecía más real y extrañamente aterradora. Las olas lamían cada lado del segmento imposible abierto en el océano.

—Próspero —dijo Harman—, tú creaste a los calibani para que contuvieran la amenaza Voynix. ¿Por qué les permites que anden sueltos y salvajes?

—Ya no los controlo.

—¿Desde que llegó Setebos? El mago sonrió.

—Perdí el control de los calibani... y del propio Calibán, muchos siglos antes de Setebos.

—¿Por qué creaste a esos malditos seres?

—Por seguridad —dijo Próspero. Y sonrió de nuevo.

—Nosotros... los posthumanos —intervino Moira—, le pedimos a Próspero y su... compañero... que crearan una raza de criaturas lo bastante feroces para impedir que los voynix inundaran la Cuenca Mediterránea al replicarse y pusieran en peligro nuestras operaciones allí. Verás, usábamos la Cuenca para...

—Cultivar comida, algodón, té y otros productos que necesitabais en las islas orbitales —terminó Harman—. Lo sé —Hizo una pausa, pensando en lo que la post acababa de decir—. ¿Compañero? ¿Te refieres a Ariel?

—No, no a Ariel —dijo Moira—. Verás, hace mil quinientos años, la criatura que llamamos Sycórax no era todavía el...

—Es suficiente —la interrumpió Próspero. El holograma parecía cohibido.

Harman insistió.

—Pero lo que nos dijiste hace un año es cierto, ¿no? —le preguntó al magus—. La madre de Calibán fue Sycórax y su padre Setebos... ¿o eso también era mentira?

—No, no —dijo Próspero—. Calibán es una criatura nacida de la bruja y un monstruo.

—Tengo curiosidad por saber cómo un cerebro gigantesco del tamaño de un almacén con docenas de manos más grandes que yo consigue aparearse con una bruja de tamaño humano —dijo Harman.

—Con mucho cuidado —dijo Moira... bastante predeciblemente, pensó Harman. La mujer que parecía una joven Savi señaló la Brecha—. ¿Estamos preparados para comenzar?

—Tengo otra pregunta para Próspero —dijo Harman, pero cuando se volvió para hablar con el magus, éste había desaparecido—. Maldición. Odio que haga eso.

—Tiene asuntos que atender en otra parte.

—Sí, estoy seguro, Pero quería preguntarle una última vez por qué me envía a través de la Brecha Atlántica. No tiene ningún sentido. Voy a morir allí. No hay comida...

—He empaquetado una docena de barritas de comida para ti —respondió Moira.

Harman se echó a reír.

—Perfecto: dentro de doce días no habrá comida ninguna. Ni agua... Moira sacó una forma plana, suave y curva de la mochila. Parecía uno de los odres de vino del drama turín, pero vacío. Del odre salía un fino tubo. Se lo tendió a Harman, que advirtió lo frío que estaba al contacto.

—Un hidratador —dijo Moira—. Si hay humedad en el aire, por poca que sea, esto la recolecta y la filtra. Si llevas la termopiel, recoge tu sudor y tu aliento, los limpia y te proporciona agua potable de esa forma. No morirás de sed ahí fuera.

—No he traído la termopiel.

—Yo la empaqueté por ti. La necesitarás para cazar.

—¿Cazar?

—Pescar sería un término más adecuado —dijo Moira—. Puedes atravesar el campo de fuerza contenedor en cualquier momento y matar peces bajo el agua. Ya estuviste bajo el agua con una termopiel, allá arriba, en la isla de Próspero, hace diez meses, así que sabes que la piel te protege de la presión y la máscara de ósmosis te permite respirar.

—¿Qué se supone que debo usar como cebo para conseguir esos peces?

Moira le dedicó una rápida sonrisa.

—Para los tiburones, orcas y muchos otros habitantes de las profundidades, tu cuerpo valdrá, mi Prometeo.

A Harman no le hizo ninguna gracia.

—¿Y qué utilizo para matar a los tiburones, orcas y los otros ciudadanos de las profundidades que pueda querer comer? ¿Los insulto?

Moira sacó una pistola de la mochila y se la tendió.

Era negra, más oscura y más gruesa y mucho más fea que las armas de flechitas a las que estaba acostumbrado, y más pesada. Pero la culata, el cañón y el gatillo eran bastante parecidos.

—Esto dispara balas, no dardos de cristal —dijo Moira—. Es un artilugio explosivo. No está cargado con gas, como sucede con las armas que has usado antes... pero el principio es el mismo. Hay tres cajas de munición en tu mochila... seiscientos proyectiles autocavitantes. Eso significa que cada bala crea su propio vacío por delante bajo el agua... el agua no las frena. Esto es el seguro (ahora está puesto), pulsa el punto rojo con el pulgar para quitarlo. Tiene más retroceso que las armas de flechitas y es mucho más fuerte, pero te acostumbrarás.

Harman sopesó el arma varias veces, apuntó al lejano mar, se aseguró de que el seguro estuviera puesto y la guardó en la mochila. La probaría más tarde, cuando estuviera en la Brecha.

—Ojalá pudiéramos llevar una docena de armas como ésta a Ardis —dijo en voz baja.

—Puedes llevarles ésta —dijo Moira. Harman cerró el puño. Giró hacia Moira.

—Más de tres mil kilómetros —dijo furioso—. No sé cuántos kilómetros podré hacer al día, aunque capture a esos malditos peces y tu aparato hidratador siga funcionando. ¿Treinta kilómetros al día? ¿Cuarenta? Podría tardar doscientos días en llegar sólo a la costa este de América. Pero ese tipo de progreso sería sólo si la Brecha es plana... y estoy buscando mapas en cercanet y lejosnet ahora mismo. ¡Hay malditas cordilleras montañosas ahí fuera! ¡Y cañones más profundos que el de Colorado! Macizos, grietas rocosas, grandes surcos donde la actividad de las placas tectónicas abrió el fondo del océano y desparramó lava. Este suelo oceánico se está recreando siempre: es más grande, más áspero y más rocoso de lo que solía ser. Tardaré un año en cruzarlo y, cuando llegue, me quedarán otros mil quinientos kilómetros que cubrir hasta volver a Ardis.... a través de bosques y montañas infestadas de dinosaurios, tigres de dientes de sable y voynix. Tú y esa personalidad mutante del ciberespacio podéis teletransportaros cuánticamente adonde queráis y llevarme con vosotros. O podéis ordenar a un sonie que vuele hasta aquí desde cualquiera de los escondites posthumanos donde habéis almacenado vuestros juguetes, y yo podría estar en casa ayudando a Ada dentro de unas horas... menos. En cambio, me enviáis a la muerte ahí fuera. Y aunque sobreviva, pasarán muchos meses antes de que pueda regresar a Ardis y es probable que Ada y todos los que conozco estén ya muertos... que los hayan matado ese engendro Setebos o los voynix o el invierno o el hambre. ¿Por qué me hacéis esto?

Moira no se arredró ante su furiosa mirada.

—¿Te ha hablado Próspero alguna vez de los predicadores de la logosfera? —preguntó tranquilamente.

—¿Predicadores? —repitió Harman como un estúpido. Notaba que la adrenalina que llenaba su sistema empezaba a agotarse y que se sumía en la desesperación. Antes de que pasara un minuto, sus manos estarían temblando—. ¿Quieres decir predictores? No.

—Predicadores —dijo Moira—. Son tan únicos (y a menudo tan peligrosos) como el propio Próspero. A veces confía en ellos. A veces no. En este caso, les ha confiado tu vida y quizá el futuro de tu raza.

Moira sacó el hidratador de la mochila y se lo cargó a la espalda, colocando el tubo flexible para beber de forma que corriera a lo largo de su mejilla. Empezó a bajar el empinado sendero que conducía a la playa.

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