Objetivo 4 (39 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Pero ese mismo día, esa misma mañana los muchachos de las comunicaciones "se quemaron", como dicen, porque un teléfono público en el lugar estaba interceptado por los bandidos y estos descubrieron nuestros movimientos cuando la chica nos llamó de ese punto. Y no se comunicó con un celular sino con un teléfono fijo en el Centro de Operaciones.

Lo cierto es que las naves y los comandos llegaron al punto indicado, y nada. Los bandidos habían desaparecido una vez más. Allanaron la cabaña que se encontraba en construcción en aquella zona y como no hallaron nada, se trasladaron a otra que, según los bandidos, estaba terminada.

Llegaron allí pero aún no la habían habitado. Estaban montando una serie de tanques para surtirse de agua dulce y la casa se levantaba en un lugar con una vista impresionante que, además, dominaba los cuatro puntos cardinales. Los carpinteros y sus trabajadores se habían ido, era víspera de Navidad.

De todas maneras el objetivo había cambiado de zona posiblemente por el vuelo de los helicópteros sobre la playa y, desde luego por la llamada telefónica de la chica. Más tarde contaron que una hora antes habían sospechado que la Policía planeaba una operación en esa localidad y que, efectivamente, Mario había estado allí bronceándose.

Aquel día el cabecilla de los delincuentes, o "jefe militar", contaba:

—Nos tocó salir en carrera de esa playa. El Viejo todavía anda en fuga y tenemos que esperarlo.

FELIPE (Oficial superior)

Nuestros analistas con sus controles habían encontrado un contacto importante que al parecer estaba con el objetivo. Por problemas de seguridad en el manejo de la información, no lanzamos la operación desde el mismo sitio de la vez anterior, porque aparentemente alguien estaba filtrando datos y por orden de Antonio, se lanzó la operación desde la nueva base. Volamos primero de Bogotá a Cartagena de Indias, cinco horas dentro de las cajas de sardinas.

Como los dos superiores del grupo, Antonio e Ismael, no podían movilizarse —mi general, porque había acabado de contraer matrimonio, y el otro, por molestias físicas— enviaron a tres oficiales para que lideráramos la operación: Aníbal, Camilo y yo.

Aníbal es piloto, maneja muy bien el tema de planeación de operaciones aéreas, y nosotros la parte investigativa, somos quienes decimos qué se debe hacer. Sin embargo, nuestro jefe suspendió en parte su luna de miel y tuvo que alcanzamos en Cartagena. Llegó más o menos el dieciocho de diciembre.

Desde allí comenzamos a hacer sobrevuelos y a determinar ubicaciones en las playas, banda izquierda del Golfo de Urabá, al frente de donde se había realizado la operación anterior.

Ahora éramos cuatro oficiales además de sesenta hombres de comandos y varios helicópteros en Cartagena, temporada alta de turismo, esperando a que surgiera una información clave para atacar.

Los oficiales estábamos todo el día juntos, por lo cual los vínculos de amistad entre nosotros se alimentan con cada operación, con cada actividad: desayunábamos juntos, almorzábamos juntos, cenábamos juntos. Compartíamos todo el tiempo esperando el momento indicado y las comunicaciones nos daban muchas ideas de que en ese sitio del Golfo estaba el objetivo, pero no podíamos confirmarlo y tampoco queríamos quemar ese cartucho hasta no estar ciento por ciento seguros. Alrededor del veinte de diciembre el avión hizo un sobrevuelo y logró ubicar uno de los puntos que nosotros le habíamos dado como referencia.

Transcurrieron varios días y otro avión, el que necesitábamos para una operación muy específica estaba en los talleres de mantenimiento, pero luego de la intervención del director de la Policía para que agilizaran la reparación, la nave llegó al punto que necesitábamos.

El veintitrés de diciembre estábamos almorzando en Cartagena y apareció en una playa del Golfo —en el pequeño puerto de Acandí—la persona más cercana al objetivo a quien estábamos esperando para atacar.

Partimos y en la zona acometimos sobre dos puntos: la playa y una casa aún sin terminar de construir, en la cota más alta de aquella zona, con la vista más bella que se pueda imaginar... Más bella y, desde luego, más estratégica.

Por la diferencia de tiempos y distancias entre Cartagena y el objetivo, no logramos consolidar los planes: otra operación fallida. El tipo alcanzó a escaparse nuevamente, pues unos minutos después dijo uno de los bandidos:

—Cayeron donde estaba el Viejo, pero hacia un momento él había salido de allí.

Estamos hablando de una región selvática en la cual, si usted no tiene unos elementos de información puntuales, no es tan sencillo como buscar a alguien en otro lugar. La selva es inmensa y muy dura para trabajar en ella.

Nuevamente en ceros.

Nos sacaron del área a eso de las siete en un vuelo con visores nocturnos. Esa misma noche nos recogió un avión en la pista de otro pueblo. Allí llegamos cansados, embarrados, con hambre, con sed, nos sentamos en la misma pista de aterrizaje y al poco tiempo llegó un avión Caraván que tiene capacidad para unas veinte personas. Era el veintitrés de diciembre.

Seleccionamos quiénes nos íbamos y el resto del grupo se quedaba en ese lugar para ser transportado al día siguiente a Bogotá. Llevaríamos un par de minutos después de despegar, sonó un timbre agudo y empezó el técnico a correr por todo el avión, y miraba por una ventana, miraba por otra y resultó que se estaba incendiando un motor.

El avión logró girar y aterrizó nuevamente.

CARLOS (Analista)

Una vez más estábamos en el punto de partida. Permanecimos desconectados de la banda más o menos un mes, tiempo en el cual estuvimos buscando a alguien, buscándolos, buscándolos y finalmente nuestro apoyo fueron algunos datos vagos que teníamos en torno al tal Serafín, hombre de su confianza, y gracias a ellos logramos controlar a la mamá y a la hermana para tratar de ubicarlo.

Cuca, el hijo del carpintero, tampoco aparecía, todo el mundo seguía escondido, hasta que, a los treinta y tantos días, a finales de enero, apareció finalmente Serafín que le había entregado trabajo a otra persona y ya no tenía tanta importancia. Ahora el hombre era Tito —sobrino de los Úsuga—, un cabecilla financiero que entró a custodiar al objetivo.

ISMAEL (Coronel)

A los tres meses de haberse ido, reapareció el informante atolla y nos dijo que había hablado con una mujer a la que empezamos a llamar la enfermera, y le pedimos que la hiciera subir hasta donde se hallaba Mario, pues él no podía llegar allá de un momento a otro.

—Perfecto, mañana le voy a decir que lo haga—dijo, y luego contó que ella había aceptado.

Pero la mujer no sabía que el informante trabajaba con nosotros. Él le dijo que queda trabajar con Mario y le pidió que lo ayudara hablando por él.

Efectivamente, unos días después recogieron a la mujer y como yo tenía gente en muchos puntos sobre la vía, controlamos el carro, pero finalmente no llegó a uno de aquellos puntos. Habían salido de la carretera y entraron con ella camino de la serranía a partir de una finca donde tomaron mulas y siguieron trepando, según se lo contó después al informante.

Ella fue, regresó y le dijo:

—Ya lo recomendé, el man dice que en otra ocasión sí, pero que por ahora no porque la situación está muy tenaz.

Nosotros verificamos que realmente la mujer tenía acceso al objetivo.

—Ya les he dicho que ella es la única que tiene acceso al sitio. Necesitamos llegar a ese punto, dijo el hombre.

Esa tarde volvimos a hablar con él:

—Le voy a decir a la muchacha que trabajo para ustedes que sigamos en esa onda.

Lo que planeábamos era que ella llevara un dispositivo y lo colocara al lado del objetivo, pues había dicho que regresaría a los quince días y el informante insistió:

—Esta mujer hace algunos años fue mi amiga y es una de las pocas personas que conocen el gran secreto de Mario: para tener sexo con él durante, que sé yo, horas, ella le aplica primero una inyección en.

Desde luego, antes de que regresara la mujer alistamos una mochila con el dispositivo que nos iba a dar la ubicación exacta del bandido. Eso solamente lo sabíamos Antonio —nuestro jefe—, el informante estrella y yo.

Se aproximaba la segunda subida de la enfermera y en uno de los arrebatos el informante le contó que trabajaba para nosotros, que había entregado a Los Mellizos, que iba para el exterior protegido y que recibiría un dinero como recompensa.

Parece que la mujer cerró los ojos unos segundos:

—¿Cómo así? ¿Qué es eso? —preguntó extrañada.

Silencio.

Palideció un poco, luego salió camino de la serranía llevando la mochila sin imaginarse lo del dispositivo, pero una vez arriba le contó a Mario lo que le había dicho el informante estrella. Entre otras cosas, ella había subido con el fin de delatarlo.

CARLOS (Analista)

Tito, quien había reemplazado a Serafín, también era despierto, sagaz y mantenía tan bien custodiado a Mario que no permitía que nadie más llegara hasta él. El tipo mandaba a sus dos secretarios a llevar mensajes desde la banda oriental del Golfo, al norte, en una zona llamada La Cenizosa, a orillas de un lago de agua dulce, donde estaban ubicados ahora.

Gracias a Serafín nos habíamos ido reencontrando con la banda y luego apareció en el reparto otro personaje de aquella cartelera de nombres: Marihuano, un mensajero en moto. La verdad es que el objetivo no se sentía seguro cerca de aquel lago, porque por allí cruzaba todos los días el Ejército, porque estaba ubicado sobre una vía de acceso con bastante tráfico, porque extrañaba la soledad de la jungla... Además era una planicie, él no estaba acostumbrado a ese tipo de terrenos, y dije:

—El man está débil, no tiene suficiente gente de confianza. Bueno, lo cierto es que cuando íbamos a operar en aquel sitio hubo una filtración y de un momento a otro el objetivo decidió huir:

En ese momento Marihuano le dijo a Tito:

—Hermano, tenemos que alistar un carro para hacer el movimiento...

Tomaron el camino de Cerro Azul, pero se detuvieron quince días en un par de fincas antes de llegar al sitio. En la primera hizo una reunión y los cabecillas celebraron la llegada del capo.

En aquel punto estaba ubicado Mauricio (Úsuga) y luego de unos días, el objetivo salió para las montañas, exactamente a la cima del Yoky, donde se encontraba la cabaña sin terminar.

Desde luego no había escogido esa zona para asentarse, pero sin embargo se quedó un tiempo en la región.

Para entonces ya habíamos localizado a Cuca a través de la esposa, y gracias a ella, a la mamá, al papá y, además, a Camilo, un joven tan indisciplinado que unos días después le contó a un amigo que estaba feliz porque ahora andaba hombro a hombro con el objetivo.

—Ese man no se separa un segundo de Don Mario —le contó más tarde el amigo a otro amigo.

Por esos días el capo dijo que necesitaba formar un grupo de seguridad más sólido y se reunió con el zoológico que lo rodeaba. Allí estaban Nelson, Serafín, Cuca, pero volvió a crecer el cartelón con Camilo. Se trataba de un sobrino del capo de quien no habíamos tenido referencias, pero estuvimos en contacto con él un par de días, sólo dos días, y le dije a nuestro jefe:

—Ese es el que nos va dar la ubicación de Mario. Estoy seguro.

—Esperemos.

La historia es que, aunque estaba totalmente prohibido, el muchacho se escapaba del grupo por las noches y se comunicaba con una novia tan inquieta como la de las inyecciones, que vivía en Necoclí.

Sucede que Camilo acostaba a Mario y como este prohibía llevar celulares a la zona donde se encontraba, cuando alguien salía o entraba a la cabaña lo hacía requisar. Sin embargo, el muchacho envolvió muy bien un aparato dentro de una bolsa plástica y lo enterró al pie de un árbol, a unos quinientos metros de la vivienda. Desde allí llamaba a Necoclí y desde la primera noche la parejita estuvo mucho tiempo en una actividad tan severa como puede ser la de Gokú. Sexo a larga distancia entre el árbol y el pueblo.

Eso ya es novela roja.

Así estuvimos varias noches y finalmente le informamos a nuestro jefe que se estaban dando todas las condiciones para enviar un avión y establecer las coordenadas del árbol del arrebato. Realmente Camilo había resultado una referencia tan certera como se lo habíamos anunciado.

RAUL (Oficial superior)

Lanzamos entonces la segunda fase. Empezamos a saturar el cuadrante ya determinado con aproximadamente doscientos cincuenta Hombres Jungla en grupos pequeños. Teníamos más o menos veinticinco patrullas de cinco equipos cada una La intención era que hicieran presencia en la zona y presionaran al bandido que ahora terna que hallarse en ese sector.

En aquella actividad duramos más o menos tres días hasta cuando empezamos a tener resultados, pues fueron surgiendo informaciones según las cuales el tipo, efectivamente había salido del campamento de la primera fase y huido hacia donde nosotros habíamos planificado el cuadrante. Esta zona era para él un terreno de mucha confianza porque lo conocía más o menos bien y allí tenía varias propiedades.

Efectivamente, resultó así.

Bueno, pues pronto cayó dentro del cuadrilátero y allí la saturación de fuerza lo desesperó. Al tercer día la gente encargada de su seguridad empezó a dar señales, y ya por fuentes humanas y por medios técnicos empezamos a tener una idea más clara del sitio donde se encontraba.

Entonces empezamos a tratar de desconcertarlo moviendo las patrullas de un lado para otro, recogiéndolas en los helicópteros durante las noches y ubicándolas en otros puntos dentro del área demarcada.

La estrategia era colocar un equipo de hombres cerca de donde imaginábamos que él estaba y eso duró más o menos cuatro días, es decir, llevábamos siete días en la zona moviendo a nuestra gente, otros haciendo labores de vecindario, mirando las fincas, casas, en una palabra, haciendo presencia y desde luego, mucha presión en la zona.

Creo que fue el séptimo día cuando se generó una comunicación de uno de sus hombres de confianza con una novia o algo así, que vivía en un pueblo cercano.

Mario tenía mucha disciplina en la parte militar. Él mismo se cercioraba de que su sistema de seguridad funcionara, en todo momento estaba presionando a su hombres para que fueran muy cautos en la seguridad y por consiguiente les tenía prohibido cargar celulares. Tanto así que él llegaba, enfrentaba a dos o a tres de sus hombres y los hacía requisarse entre ellos para verificar que no llevaran equipos de comunicación.

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