Objetivo 4 (17 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Todo eso yo lo informaba y en Bogotá ya sabían, no sólo qué le gustaba al Paisa, sino lo verdaderamente importante: que seguía acampando en el mismo lugar...

Ese día había pasado mucho susto porque cuando llegué estaban ellos a la orilla del camino y vi esa cantidad de gente vestida de verde y de negro y sentía corrientazos por el cuerpo, me temblaba la voz. Estaba alterado. Paré, me dijeron que bajara el mercado rápido. Empecé a descargar y cuando ellos cayeron en la cuenta de que yo trabajaba solo, llamaron a dos niños, característica de los frentes de la guerrilla en esa región... Pues los miré una y otra vez y sí, eran unos verdaderos niños.

Cuando llegué se lo dije al Chocoano. Yo le comentaba todo demostrarle más confianza, y él decía:

No se preocupe que usted trabaja conmigo. A usted no le va a suceder nada.

Además de conducir el camión yo le hacía consignaciones. Tenía anotados los bancos y los números de las cuentas que él utilizaba y, claro, toda esa información la depositaba a la vez en el buzón muerto.

Últimamente permanecía siempre al lado del Chocoano, y sólo iba a cargar bultos a la plaza de mercado si se trataba de su camión. Todo esto porque una tarde le había dicho:

—Patrón, ya terminé de descargar, me voy a trabajar a otro lado porque tengo que continuar —y respondió:

—No. Quédese conmigo. Necesito que me haga unas cosas. Desde ahí él empezó a utilizarme para todo.

En una ocasión me puse a organizar su casa mientras el muchacho aquel que no me quería hacia cuentas. Yo veía que una plata la metía en un sobre y la otra la guardaba en el bolsillo. Todas las tardes veía lo mismo y luego le entregaba el sobre al Chocoano. Me imagino, dineros ajenos.

Cuando me di cuenta de eso, no sabía si contarle o no contarle al patrón, porque dije:

—Si le cuento, de pronto dice que soy un sapo, o no me para bolas, porque, igual, aquel era un muchacho de mucha confianza y yo era un aparecido.. .Pero si se lo digo y me cree, y lo comprueba, voy a subir muchos puntos.

Duré tres noches pensando y finalmente decidí contárselo. Al día siguiente salimos a dejar una carga y en el camino le dije:

—Patrón, tengo que contarle algo, pero no es para, que lo comente porque yo no soy un sapo, o para que diga otras cosas.

—¿Qué sucede?

—He visto que el muchacho guarda una plata en el sobre que le entrega a usted, pero saca otro dinero y se lo mete en su propio bolsillo...

—¿Eso es cierto?

—Seguro.

A raíz de la noticia, él le puso una prueba al muchacho que consistió en dejarle por la mañana una plata de más en el cajón de la mesa.

Por la tarde el muchacho le entregó unas cuentas, y él le dijo:

—Aquí falta dinero.

Y luego:

—Déjeme ver sus bolsillos, usted me está robando.

Lo presionó tanto que el muchacho se sintió acorralado y se puso a llorar y le contó, y el Chocoano no tuvo consideración Lo sacó de su casa.

Después él me preguntó dónde vivía, le conté, y me dijo:

—¿Por qué no se viene para mi casa? Aquí está la habitación que ocupaba el muchacho. —¿Sí?

—Sí. Tranquilo. Véngase. No lo piense tanto. Me fui a vivir allí. El compró una cama, una silla, un televisor pequeñito, un colchón... A partir de ahí comenzó a mandarme a recoger dineros que, entendí inmediatamente, eran del chantaje de la guerrilla. Ya no iba él a hacerlo.

En una oportunidad se recogió mucho dinero, calculo unos cuarenta millones de pesos en dos semanas, y me dijo:

—Mañana vamos a dejarles mercado a los amigos. Usted se va conmigo.

Al día siguiente cargamos el camión y partimos. Él llevaba el dinero. Descargamos, esperamos a que llegara la guerrilla... Ya estaba yo un poco menos tenso. Esa vez habló con uno de ellos, se devolvió, sacó el dinero del camión y se lo entregó al guerrillero.

Me empecé entonces a dar cuenta de otras cosas. Por ejemplo, cuando se iba a entregar plata, preferiblemente iba él, pero con los mercados muchas veces fui yo solo. Hasta ese momento seguíamos el mismo camino: vía Chontaduro.

Una vez en su casa, desde luego empecé a enterarme de mayores intimidades. Empecé a ver más cantidades de dinero producto de las extorsiones que le hacían llegar de diferentes municipios. Lo que yo había visto hasta entonces era una pequeña parte en relación con lo que le veía manejar ahora.

Allí también supe por primera vez que al Paisa le gustaba ingresar prostitutas a su campamento, aunque el Chocoano no decía que eran para el cabecilla sino "para la guerrilla". Sin embargo, la comisión de Medellín confirmó que eran para el Paisa.

Una noche me dijo que íbamos a entrar a la misma zona a llevar a unas personas para los amigos. Madrugamos y, efectivamente, nos fuimos con dos mujeres que llegaron al pueblo, muy bonitas, muy atractivas, pero una más que la otra. Una tenía unos veinticuatro años y la otra, una rubia que luego supe su nombre, Marcela, se veía más joven, unos veintitrés le calculo yo: piel blanca, alta, piernas largas, el cuerpo con varias cirugías estéticas.

Cuando ellas llegaron, el Chocoano las subió al camión y nos fuimos los cuatro, pero por incomodidad no podíamos acomodarnos todos en la cabina, así que en esa primera entrada no les escuché ni una palabra. Imaginé que ellas preguntaron por mí, pues él no acostumbraba a ingresar con alguien a la zona.

Sin embargo, cuando salieron de allí empezó alguna confianza con ellas, ya saludaron, yo les preguntaba algo y eran más asequibles.

Cuando nosotros llegamos a aquel punto, Chontaduro, donde entregábamos la comida, dejamos a las mujeres con un grupo de guerrilleros. Ellos las recibieron, las ingresaron y nosotros esperamos entre tres y cuatro horas. Al cabo de ese tiempo las recogimos y regresamos a Urrao.

Unos días más tarde el Chocoano no pudo conducir por causa de un problema en la espalda y terminé convirtiéndome en el único conductor.

Si había que hacer negocios de la guerrilla, por la enfermedad empezó a delegarme más funciones, de manera que cuando comenzó a entregarme el dinero me di cuenta de la cantidad que le estaba entrando al Frente Treinta y Cuatro de las FARC. Cada paquete que yo llevaba contenía alrededor de trescientos millones de pesos de ese momento Eso era entonces demasiado dinero... Y sigue siéndolo.

Cuando yo ingresaba mandaban sobres sellados, pero no los abría porque era muy poco el tiempo con que contaba para llegar al pueblo y encontrar la forma de volverlos a sellar.

Algunos eran fáciles de abrir. Otros no. En uno de los que abrí iban una especie de calcomanías que les daban a los conductores de vehículos, con los números de la matrícula de cada uno, en las que constaba que los conductores ya habían pagado la cuota del chantaje. La guerrilla tenía un control total de la zona.

Todo aquello iba concordando con lo que tenía Inteligencia en Medellín y lo que yo estaba comprobando en la zona. Mediante el cruce de información se iba armando un rompecabezas que mostraba que quien estaba detrás de todo era el Paisa.

Un poco después el Paisa volvió a llamar al Chocoano para que le mandara "gallinas" de nuevo, pero esta vez pidió que fuera únicamente Marcela. A partir de ahí siguió llegando únicamente ella.

Desde luego ingresamos los dos, ya empecé a hablarle un poco más, a ganar su confianza, me contó que tenía una hija, que había viajado por Centroamérica haciendo "La gira del Caribe", que tenía muy buenos clientes en Medellín, que durante un tiempo había trabajado en un bar y con el dinero que ahorró se hizo practicar las cirugías estéticas para mejorar el cuerpo y empezar a cobrar más.

Ahora estaba trabajando como prepago: algo así como a la carta. El cliente escogía a la mujer en un álbum fotográfico, le decían la tarifa, él la escogía y algunas veces pagaba por adelantado. Pero pagaba sumas altas. Qué bares ni qué carajo. En esos sitios era muy complicado aguantarse a los borrachos. Además, ganaba menos. Ahora atendía a los clientes en su apartamento o iba a domicilio.

En total ingresamos a Chontaduro unas cuatro veces y ahora mi misión era tratar de entablar una relación más íntima con ella para, de pronto, ponerla a trabajar de nuestro lado de forma directa, pues después de las primeras tres entradas no me dijo qué había hecho allá adentro, ni con quién había estad.

A raíz de la enfermedad del Chocoano viajé mucho a Medellín a comprarle medicinas y a consignar unas platas en unos bancos de la ciudad, y, desde luego, aprovechaba para verla.

MARIELA (Analista)

Después de la retención de la guerrilla, preferimos dejar a los socios Antonio y Fernando quietos en el pueblo controlando las salidas y entradas del Chocoano.

Entonces ya teníamos algo más cercano al Paisa, puesto que ahora conocíamos la existencia de aquellas mujeres que estaban entrando y que, de una u otra forma, el Chocoano invariablemente sabía con varios días de anticipación cuándo iban a llegar, no quisimos insistir más en colaboradores ni en guerrilleros retirados y preferimos reforzar lo que ya teníamos.

En enero, un año después de haber comenzado la operación, obtuvimos coordenadas de la ubicación del cabecilla, aproximadamente en un sector ubicado entre Vigía del Fuerte y Urrao que era por donde estaban entrando las "gallinas". Hasta ese momento se trataba de información muy general y parte la cruzamos con la Fuerza Aérea, sin detallar de qué se trataba.

En tanto, Rodrigo concretó que efectivamente el Chocoano mantenía comunicaciones secretas y que, además, existía una costurera cuyo trabajo no era muy claro ni muy libre de sospechas, que ocupaba una parte de su casa.

También para este mes tuvimos información de desmovilizados que nos detallaron algo de la vida de Paola, la compañera sentimental del Paisa. Nos dieron el nombre de su hermana en Medellín, quien, según ellos, tenía contacto con Paola.

La mamá de Paola estaba posiblemente viviendo en Urrao. Quisimos tener esta información en reserva para más adelante, pues también había señales de que Paola querría abandonar la selva porque se sentía enferma. La comisión de Urrao estableció la ubicación de sus familiares.

En abril se estableció que el Chocoano y las "gallinas" tenían una especie de rutina, pues entraban utilizando la misma ruta. No obstante, dos semanas más tarde el Chocoano le dijo a nuestro hombre que en adelante les tocaría comenzar a entrar por otra zona. Eso quería decir que ya no lo seguirían haciendo por un punto llamado Pantano Grande sino por otro ubicado más al sur. Aquella información nos hizo pensar que el Paisa iba a trasladar su campamento a un punto diferente.

En mayo, es decir, un año y cinco meses después de haber comenzado nuestro trabajo, Rodrigo logró la confianza del Chocoano y aquel lo llevó a una vereda llamada Mandé, lugar que nunca habían utilizado para llevarle comida, mujeres, whisky y potenciadores sexuales al cabecilla. Ese era otro sitio. A partir de allí, Rodrigo empezó a reportarnos nuevas rutas y lugares con su GPS y ahora trabajábamos concentrados en la nueva zona, a unos treinta kilómetros de la anterior.

En junio Rodrigo empezó a ingresar solo con las prostitutas, pues el Chocoano le había delegado una serie de trabajos de responsabilidad por la gran confianza que le tenía ahora y reportó que generalmente estaba llegando al mismo punto. Nosotros comparábamos las coordenadas y encontrábamos que la diferencia eran metros. El comenzó a hacer un trabajo juicioso y a memorizar los nombres de los guerrilleros con quienes trataba en cada entrada y así nos reportó, por ejemplo, un alias importante a quien le decían Cantante: un miliciano de los caseríos de Vásquez y Barrancón en Mandé, la nueva vereda.

Cuando ya él comenzó a entrar a aquella zona, por el sur del río Murrí, nuestro jefe le indicó que debía detallar más colaboradores, personas civiles que estuvieran en la zona de influencia de la nueva ruta. Es que toda esa información detallada en el momento del planeamiento es muy valiosa: uno tiene que saber con qué civiles, con qué niños, con cuántas mujeres nos* vamos a encontrar en el momento de un ingreso al área.

Rodrigo empezó entonces a darnos ese tipo de detalles, reportándonos uno, dos o tres nombres y descripciones cada vez. Mencionó, por ejemplo a Alcides, el cabecilla de milicias en la vereda Mandé; Lucho le decían al segundo; Marión, a un miliciano que se ubicaba en la desembocadura del río Curbatá en el Murrí; Domingo y Nemesio, milicianos del Alto Murrí, y así fue tomando forma un panorama mucho más detallado, mucho mejor descrito de los habitantes de aquellos sitios, para uno, desamparados en medio de ríos y selva.

Entre muchas otras cosas, Rodrigo fue penetrando más y más al Murrí porque allá el Chocoano tenía algún ganado y aprovechando el tema se ingeniaba cosas para que le contara no sólo quién vivía allí sino cómo era su personalidad, su genio, su talento o su torpeza, sus familias, sus relaciones y, por otro lado, cómo actuaba la guerrilla con aquella población.

Estas personas formaban toda una cadena de informantes para las mismas FARC, y, por ejemplo, cuando observaban helicópteros o captaban que el ejército se movía cerca, se encargaban de dar la alarma a través del voz a voz que llegaba de forma rápida a los hombres de seguridad del Paisa: marandúa, le dicen en la selva amazónica.

Toda esa información la cruzábamos con la que nos daban los guerrilleros desmovilizados y así iba tomando más solidez el panorama humano, y desde luego físico, de la zona.

Para el doce de julio, diecinueve meses, o sea un año y siete meses después de haber comenzado la operación, la Policía capturó a un tal Tío Pacho, miembro de la estructura del Paisa, que manejaba a un grupo y también se dedicaba a la extorsión.

Aquello nos causó gran inquietud, no solamente por saber qué conocía en detalle de su jefe sino para confirmar hasta dónde había precisión o proximidad con los perfiles y la información que nosotros habíamos acopiado hasta entonces. A este hombre lo entrevistamos en Medellín.

Él nos dijo que dos meses atrás había hablado con el Paisa y se refirió a un lugar en el cual se encontraría en aquel momento con más o menos treinta guerrilleros. Dijo que le gustaba el whisky de tal marca, y que buscaba un contacto para conseguir uniformes de las Fuerzas Militares. Supuestamente un ex integrante del ejército al que llamaban Arturo era quien le vendía más o menos unos trescientos por una suma realmente baja. Aquel personaje le estaría suministrando este tipo de materiales a otras estructuras del mismo Frente.

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