Objetivo 4 (33 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Los comandos se hallaban listos y sabían que yo les avisaría en qué momento debíamos actuar.

En aquel lapso, cinco de los seis hombres que se hallaban en una especie de pasillo entraron a la casa y mis hombres dijeron que solamente había quedado una persona afuera pendiente del Mellizo que continuaba en el gimnasio, y había otros dos a las tres cerca de las motos.

Era el momento propicio y le dije al francotirador que estuviera pendiente de los dos hombres cercanos a las motos. Ellos nos podrían ver inicialmente.

Efectivamente empezamos a avanzar sobre la casa mediante una técnica que se llama "línea extendida" que consiste en colocarse todos a la misma altura, avanzando a la misma velocidad, uno al pie del otro. Uno al pie del otro...

Nos fuimos nosotros tres hacia las doce, es decir, de frente a la casa, avanzaron los demás y el francotirador y su compañero permanecían inmóviles en sus puestos.

Dimos unos pasos más, enfrentamos la casa, nos vieron los de las motos y empezaron a dispararnos. Nosotros corrimos y el francotirador los abatió de forma inmediata.

Cuando avanzábamos ya de frente hacia la casa, uno de mis hombres se hizo al lado izquierdo de la entrada, solo, porque por allí se encontraba la negra con un tipo. El se les acercó los neutralizó y cuando nosotros íbamos llegando a la vivienda, salió el segundo Mellizo disparándonos, pero cayó muy pronto con un balazo donde termina la garganta y comienzan las clavículas, en la tráquea. Un solo disparo.

Salieron otros dos y nos enfrentamos con ellos, le dimos de baja a uno, el otro se entregó y los que estaban dentro de la casa partieron en dirección al lugar que ocupaba la negra pero el comando que estaba en ese punto también los neutralizó.

Un poco después escuchamos disparos y salieron de la vegetación, atrás de la casa, dos hombres que no habíamos visto.

El francotirador y su compañero ya estaban abandonando su puesto para quitarles las armas y revisar los cuerpos de los que habían caído al lado de las motos, y los que aparecieron por detrás quedaron frente a ellos, con la mala suerte, que los dos comandos tenían armas más pesadas, una ametralladora y un par de lanzagranadas.

Aquellos buscaron la vegetación detrás de la casa, insistieron con fuego nutrido y, claro, los comandos los disminuyeron en cosa de minutos. Los bandidos tiraron sus armas y partieron.

En esos momentos comenzaron los comentarios entre los bandidos. Decían que un batallón completo del Ejército le había caído al patrón. Los tipos se llamaban por números y empezaron a hacer coordinaciones, a organizarse.

Nosotros habíamos dejado de disparar y me comuniqué con Antonio:

—El objetivo está neutralizado.

—¿Es él? ¿Realmente es él? —preguntó.

—Sí. Es él. Es él.

—Verifique bien.

—Verificado. Es él. Está tendido a la entrada a la casa...

Por favor, envíennos refuerzos en helicópteros porque estamos escuchando que los bandidos tratan de organizarse.

Luego entramos: una casa humilde, juguetes sexuales, dos botellas de tequila especial, Don julio 194, ropa interior de marca, camisas y pantalones camuflados, gorras finas, todo sin estrenar.

Salí hasta la puerta, miré una vez más el cadáver y en ese momento ya no lo vi parecido al objetivo, llamé a dos de mis hombres y les mostré la fotografía que cargaba en un bolsillo:

—¿Este es el muerto?

—Sí, claro. Es el misino, respondieron.

En aquel momento se desató una tormenta: la lluvia parecía una cortina espesa, rayos, relámpagos, viento huracanado. Eran cerca de las siete de la noche.

SEBASTIÁN (Oficial superior)

A esa misma hora, con el mismo temporal, arrestamos a Juanes, a las dos mujeres prepago y al primo de Los Mellizos, aquel que habíamos capturado cuando se nos voló Pablo Arauca del peaje.

RAÚL (Comando)

Por causa del temporal trasladaron en un avión gente de la Policía Judicial, oficiales, dactiloscopista y un fotógrafo especializado para comenzar la fase judicial. Más tarde los recogieron en un aeropuerto cercano, pero por el estado del tiempo sólo pudo volar un helicóptero.

La nave llegó hasta allí por instrumentos. No lejos de la casa cruzaban líneas eléctricas, el aparato alcanzó a tumbar una y estuvo a punto de caer sobre el lago.

A la medianoche entraron otros dos helicópteros, más comandos y con ellos nuestros jefes.

FELIPE (Oficial superior)

Uno de los caídos allí fue Rambo, el sujeto que controlábamos en Taraza, el de la motocicleta dorada, un pistolero al servicio del bandido.

Víctor, el Mellizo, tenía dos pistolas, pantalón camuflado de desierto y el torso desnudo. Rambo llevaba una subametralladora MP5 y otro escolta, también caído, un fusil AK47.

Una operación con transparencia. Así como se había dado de baja a los que se enfrentaron, estaban vivos los que no lo hicieron.

Aquella noche, nosotros habíamos despegado volando visual en plena época de lluvias, pensando en qué momento podía caerse el helicóptero, en qué momento... Llovía mucho, un viaje molesto, feo, riesgoso. Llegamos al punto y no encontrábamos la casa.

Luego los muchachos de tierra nos ubicaron, logramos aterrizar... Uno de aquellos aterrizajes en los que uno no sabe dónde tocó tierra, cómo logró ponerse a salva Esa noche los relámpagos medianamente nos permitían ver el piso, lleno de charcos y barro, charcos...

En la puerta de entrada a la casa encontramos el cadáver del bandido tendido sobre el piso.

Mirando aquella casa, mi primera conclusión fue que no vale la pena ser delincuente. ¿Por qué? Porque puede que sea dueño de cientos o de miles de millones de dólares, que pueda pagar ]a deuda externa de un país con dinero del narcotráfico, que pueda acceder a lo que más le guste, que la modelo más prestigiosa se acueste con uno durante un fin de semana a cambio de miles de dólares. O que llegue a ser el delincuente más rico y más poderoso... Puede ser.

Pero ¿observar la forma como vivía esa persona? La construcción parecía un criadero de cerdos: una casa similar a una choza, enclavada en un cañón entre las montañas, pisos de barro sentado, paredes en bahareque, o sea, palos mezclados con caña y barro.

Entraba usted y encontraba una sala comedor con un par de sillas de plástico, un desorden de botas embarradas, una cama ancha, doble y un televisor con señal satélite, un aire acondicionado, no sabíamos si servía o no servía, un armario con unas treinta camisetas camufladas, oscuras, con nombres en inglés, debajo de las cuales se cruzaban ratones, cucarachas, basura.

Al otro lado encontraba usted veinte telas para secarse el sudor, aquí las llaman ponchos, cantidades de pantalones camuflados con ocho bolsillos cada uno, lociones, juguetes sexuales, guantes, gorras, más allá un baño pequeño, modesto.

En una mesa una especie de sopa, un sudado frío y dentro del sudado más cucarachas.

Atrás, una estufa y una habitación donde dormían los guardaespaldas: colchones tirados sobre aquel piso de barro y basura en los rincones.

Allí transcurría la vida de un hombre lleno de dinero.

FERNANDO (Inteligencia)

El Mellizo tenía allí unas cartas impactantes para uno, cartas como una en la que la hija le decía: "Papi, muchas gracias, la pasé superdelicioso, gracias por prestarme tu isla. Allá hicimos una rumba muy chévere con mis amigos".

Encontramos fotografías de una isla bella, tal vez en el Caribe. Estos hombres eran dueños de propiedades casi inverosímiles para cualquier persona corriente.

Había fotos de él con la familia en Australia. Cartas donde los hijos le decían, "Papi, estamos cansados de vivir solos, necesitamos que estés con nosotros. Parecemos extraños".

De todas sus mujeres, había varias fotos de una modelito que lo traía loco. Ella lo regañaba, mandaba en él: "¿Cómo es esto? ¿Vamos a estar juntos o no vamos a vivir juntos? ¿Cómo es la cosa?", le decía en una grabación.

ISMAEL (Oficial superior)

El resultado fue la caída del objetivo y algunos de sus pistoleros, dados de baja como respuesta al ataque. La negra y otro narco fueron capturados.

¡La negra era un travestí!

Luego de la operación contra Víctor Manuel, el segundo Mellizo, viajamos a Bogotá, el general Óscar Naranjo citó a una conferencia de prensa en la Dirección de la Policía y en ella anunció la caída del bandido.

Para entonces habíamos llegado a un testigo que luego llamamos el informante estrella. El general Óscar Naranjo conocía con detalles la historia que le había contado ese hombre y en la conferencia de prensa, luego de anunciar la caída de Víctor Manuel, agregó:

—A su hermano, Miguel Ángel Mejía Muñera, alias Pablo Arauca, lo capturaremos en algunas horas porque sabemos dónde se encuentra.

Una estrategia para hacerlo mover del sitio donde se hallaba.

El resultado fue inmediato porque, efectivamente, a raíz de aquel anuncio, el bandido se trepó en una tractomula y emprendió camino.

Yo estaba en Bogotá con parte de mi gente y los demás se hallaban en la zona donde había caído el segundo Mellizo Uno de mis agentes viajó a Cali en un avión de la Policía, allá tomó un carro y localizó a la tractomula a más de doscientos kilómetros, prácticamente llegando a Medellín. A eso de las ocho de la noche el vehículo tomó la vía que conduce a un pueblo llamado Barbosa.

Nosotros nos trasladamos de Bogotá a Medellín. A las ocho salimos con mi gente en siete carros, viajamos toda la noche y luego de amanecer alcanzamos al vehículo en plena ruta.

Unos kilómetros adelante de donde lo localizamos, el chofer se detuvo en un hotel y el oficial que iba siguiéndolo anunció que haría lo mismo, pero nosotros le dijimos que no.

—Descanse dentro de su carro.

El conductor de la tractomula durmió dos horas y reinició el camino.

Inmediatamente montamos el operativo en diferentes hoteles, en diferentes puntos claves a la espera de su paso. Unas horas después llegó a una estación de gasolina y se detuvo, yo le mandé a una persona a vigilarlo y él se quedó allí. Durmió nuevamente.

A las siete de la noche continuó el viaje y se detuvo una vez más en un motel a la orilla de la carretera.

Nosotros enviamos a una pareja de agentes a hospedarse en aquel lugar, les dieron habitación al lado de la del chofer, y un poco después entraron en comunicación con nosotros:

—Acaban de llegar dos camionetas. Se bajaron cuatro hombres.

—¿Qué hacen?

—Están hablando con el chofer de la tractomula —dijo la chica.

Permanecieron allí más de una hora.

La muchacha vio que en un momento dado se subió a la tractomula un joven y al lado de él una tercera persona, de bigote, con una pistola en la cintura.

—Están saliendo. Las dos camionetas van detrás —nos comunicó.

SEBASTIAN (Inteligencia)

Ante el aviso de la chica partimos con Felipe en un carro blindado, alcanzamos al vehículo y continuamos con el seguimiento y a partir de allí lo marcamos hasta llegar a un punto donde fue interceptado, más de den kilómetros adelante.

ISMAEL (Oficial superior)

El objetivo partió del motel, tomó la vía principal, yo tenía a mi gente ubicada en ventas a la orilla del camino, en casitas, y comenzaron a reportar a dos camionetas y al vehículo del objetivo desde cada uno de aquellos sitios.

Un poco después divisé las camionetas y la tractomula y coordiné el seguimiento.

—Tal, sígala, un kilómetro adelante se aparta y lo releva Fulano, después Sutano...

SEBASTIÁN (Inteligencia)

Luego de la partida, Felipe y yo habíamos hablado con la Policía de Carreteras y unos pocos kilómetros adelante detuvieron a la tractomula, la revisaron y la dejaron continuar su camino. En la cabina iban el conductor, su ayudante y el Mellizo atrás, sentado en una silla amplia.

ISMAEL (Oficial superior)

Me encontraba en un punto estratégico y la vi pasar, me fijé en el chofer y en el tripulante, pero el tripulante no tenía bigote.

—¿Será? ¿No será?

A la altura de una "Y" el objetivo tomó la vía que conduce a Bogotá. Me acerqué a una patrulla de la Policía de Carreteras en un puesto de control y les dije:

—Yo soy Fulano de Tal. Estamos en un operativo. Vienen dos camionetas con matrículas tal y tal, marcas tales, colores tales, necesito que las detengan y las requisen.

Buscaba que dejaran sola a la tractomula. Ellos hicieron lo que les pedí, informaron que todos los ocupantes estaban armados aunque con documentos, y les dije nuevamente:

—Deténganlos ahí. Pidan antecedentes, demórenlos cuanto puedan.

La tractomula continuó adelante.

FELIPE (Oficial superior)

En un punto del camino se bajó el ayudante de la tractomula y compró Gatorade, Red Bull, bebidas energizantes, galletas, golosinas que no son típicas de ese gremio.

—¿Cuántos van en la cabina? —le pregunté a mi compañera —Yo veo dos.

—Yo también veo dos.

Antonio, nuestro jefe, estaba en la carretera con la mitad del grupo de comandos. Allí coordinó con la Policía local de una ciudad llamada Honda, los comandos se pusieron chalecos de la Policía de Carreteras y montaron un puesto de control en la entrada al municipio.

El lugar en el cual sería detenida la tractomula era una estación de gasolina escogida por el jefe, que tenía para él una historia especial. Exactamente en ese sitio salió nuestro grupo de comandos uniformados con chalecos de la Policía de Carreteras y detuvieron al vehículo.

ISMAEL (Oficial superior)

Una vez se detuvo, un comando se dirigió al conductor.

—Sus documentos.

—No, pero ¿por qué me paran a mí?

Antes de él habíamos hecho detener a un camión similar, y como respuesta continuamos haciendo lo mismo con los vehículos pesados que iban apareciendo:

—¿Usted qué carga lleva?

—Bananos.

—Abra.

La tractomula estaba vacía;

—¿Dónde lleva la cocaína?

—Yo no soy traficante. Yo no llevo cocaína. No llevo nada.

—¿No lleva cocaína? ¿Está seguro?... ¡Entréguenos la cocaína!

—Señores, yo no llevo nada. Nada. Por Dios...

—¿Para dónde va?

—Para Cali.

—¿Para Cali? ¿Vacía?

—S...

—¿Cuántas personas van con usted?

—Solamente el ayudante.

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