Objetivo 4 (27 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Estuvimos en actividad algo más de un mes, y un día determinado la Mona regresó a Bogotá, lo esperamos y por la noche lo ubicamos dirigiéndose hacia Chía, una población a menos de una hora al norte de su apartamento.

Un par de días después —y eso es muy importante para mí— iba para mi casa y como uno vive, come y duerme con el caso en el que está trabajando, pensé: "¿Qué pretenderán hacer ahora?". Luego soñé que el Mellizo iba en una bicicleta cubierto con un pequeño sombrero de jugador de golf y que detrás de él veía a un hombre que lo cuidaba. Eso fue un jueves.

El viernes conté mi sueño y, cosa curiosa, un poco antes del mediodía hubo un diálogo del Pollo con el dueño de un almacén de artículos para ciclismo:

—Necesito un equipo completo para ciclista, incluyendo, desde luego, la bicicleta, casco, zapatillas y guantes para un amigo muy especial. Confírmeme esta noche.

Más tarde el Pollo fue hasta la bicicletería y dijo que necesitaba el equipo para asistir el domingo a la Ciclovía, un certamen que hay los días de descanso en Bogotá. Consiste en que la gente se toma ciertas avenidas por las que no circulan carros durante las mañanas, y presumimos que el Mellizo iba a aprovechar esa costumbre para moverse en busca de una finca lejana del centro del país que le ofrecía seguridad.

Calculábamos que el objetivo se movilizaría en una camioneta y si los escoltas que marchaban adelante captaban algún movimiento sospechoso, él abandonaría el vehículo, continuaría en la bicicleta y más adelante lo recogerían nuevamente.

CARLOS (Analista)

En ese momento, la prioridad era ubicar la casa donde se alojaba el Mellizo. Ahora el apartamento de la calle ciega no jugaba para nada, porque la Mona permanecía más tiempo fuera de la capital. Mientras tanto, el objetivo debía girar en tomo al Pollo y por lo tanto nos dedicamos a él, pero primero teníamos que volverlo a ubicar.

FERNANDO (Inteligencia)

Por fin reapareció el tal Pollo. Una mañana dijo que iba para un lugar de gran comercio llamado San Andresito del Norte y nos ubicamos allí. Un poco después lo ubicamos a bordo de una camioneta, a la entrada del lugar.

Me dieron un equipo, me acerqué al vehículo y cuando estaba cerca hice que me caía y para levantarme me apoyé en un guardafango, le adapté un aparato y al tiempo di un grito para distraer a la gente.

Regresé y los demás dijeron: "Va saliendo".

—¿Saliendo? Ese carro no era el que me habían señalado. Tremenda equivocación de mi parte. Afortunadamente una fila de autos que esperaban salir nuevamente de allí, me dio tiempo, pegué la carrera, lo alcancé y se lo quité. Regresé, busqué la camioneta señalada, me volví a caer, volví a gritar y esperé a que se alejara.

Efectivamente, el Pollo salió por la autopista Norte en dirección de Chía.

En aquel sector el aparato nos dio las coordenadas de un sitio específico, ubicamos al personaje, pero al tercer día dejó de funcionar. Se le había agotado la batería y sólo teníamos una ubicación, para nosotros incierta en ese momento.

Desde luego, teníamos que verificar sin ningún error el sitio exacto donde debía encontrarse escondido el Mellizo y debíamos retirar el equipo fuera de servicio y reemplazarlo por uno nuevo. Era un domingo.

El martes el Pollo le dijo a alguien que pronto saldría hacia un restaurante de hamburguesas, pero iba a aprovechar que allí había una estación de gasolina y le iba a hacer algo al carro.

Llegamos al sitio descrito, el Pollo dejó su carro en la estación de servicio y se alejó de allí, de manera que esperé un par de minutos y cuando iba acercándome vi llegar dos motocicletas de alto cilindraje y en ellas un par de hombres llevando un maletín. Unos segundos más tarde apareció el Pollo, se reunieron allí mismo y le entregaron el maletín que inmediatamente imaginamos contenía dinero. Los de las motocicletas tenían fachas inconfundibles de bandidos.

El caso es que logré esconderme un momento, se fueron los tipos, el delincuente regresó al restaurante de hamburguesas y yo entré al taller, recobré el aparato con las baterías descargadas y le coloqué uno que funcionaba.

Ese segundo instrumento continuó dándonos las coordenadas y con esa ayuda localizamos un punto específico en Chía.

A partir de allí nos apoyamos primero en agentes jóvenes de Inteligencia de ambos sexos que llegaron hasta el sitio, lo estudiaron y dieron recomendaciones, luego desde el aire complementamos la información de los jóvenes y logramos detalles precisos de una gran vivienda aislada en medio de una extensa zona verde arropada por una barriada, rodeada por una lona verde como aquellas que utilizan para aislar las construcciones.

CARLOS (Analista)

Antes de que se iniciara la operación tuvimos que trasnochar en una vigilancia cerrada y cuando creíamos estar más que listos para actuar, llegó nuestro jefe que generalmente le hace algunas preguntas al analista, y me dijo:

—¿Entramos o no entramos?

—Creo que deberíamos esperar la oportunidad de la bicicleta —le respondí—, porque parece muy claro que el objetivo va a utilizar ese truco. Ya comprobamos que se la llevaron hasta aquella finca y se encuentra allí.

Sin embargo, el jefe ordenó llamar a los Comandos Antiterroristas, ellos llegaron y se preparó el operativo.

ISMAEL (Oficial superior)

Bueno, la historia es que nos encontrábamos en el San Andresito del Norte, aquel gran centro de comercios. El Pollo, nuestro hombre, había partido a gran velocidad, pero el dispositivo colocado en su carro por Fernando nos reportaba los puntos por los cuales se estaba moviendo. Aquel avanzó un tanto, hizo un retorno y un poco después tomó una vía secundaria, llegó a Chía y se dirigió a las afueras del lugar.

Allí penetró en aquel conjunto de casas que parecían de los niveles más pobres, algo así como una especie de zona de invasión, como un refugio de desterrados. Más tarde, a medida que nos acercábamos veíamos algo parecido a una serie de covachas apretujadas, y decíamos:

—¿Un hombre adinerado en ese lugar?

Nuestro señalador ubicaba a la camioneta en medio de aquel conjunto.

El dilema era cómo entrar a esa zona tan deprimida sin ser detectados, porque los muchachos de Inteligencia habían visto gente harapienta, gente descalza, gente con los zapatos rotos, con los ojos muy abiertos, y rodeando la zona en torno de la casa, una malla electrificada cubierta por la lona verde.

De acuerdo con todas aquellas indicaciones se dio la orden de irrumpir en el lugar, de frente y por distintos puntos. Pedimos las órdenes judiciales, iniciamos el operativo y avanzamos cuando apenas comenzaba a amanecer.

Bueno, pues aquello fue una locura. Cuando nos acercamos un poco más, empezaron a ladrar perros, sonó una sirena, los celadores pitaban, lanzaban voces de alarma, los de las covachas gritaban, también hacían sonar pitos, cacerolas, latas, tarros, ollas, tablas... Cortamos la malla por diferentes puntos y penetramos.

La casa tenía unos cuatro mil quinientos metros cuadrados incluido el terreno en el contorno, era bien construida y más grande que la zona verde que ocupaban todas las casuchas juntas. En el primer piso encontramos una sala comedor, afuera un patio, una habitación y un garaje amplio.

En el segundo piso estaba el Pollo, en el extremo de una habitación amplia con una cama y un televisor, y al frente otra con varios camarotes.

Luego vimos un carro deportivo antiguo, un gimnasio, una moto Harley Davidson, que le gustan a Pablo Arauca tanto como los tatuajes de carabelas que lleva en los brazos... Y sobre un mueble del comedor, un ponqué de chocolate.

Otra vez se nos había escapado Pablo Arauca.

Bueno, pues no se supo a qué horas se escabulló, no sabíamos si se hallaba escondido en alguna covacha de los alrededores o realmente había logrado alejarse de allí... Pero ¿cómo?, ¿por dónde?

Entraron entonces nuestros sabuesos a revisar documentos y a verificar objeto por objeto, papel por papel, en busca de algo que nos permitiera seguir rastros.

La casa del perro era una especie de escondite. Uno la levantaba y encontraba un doble fondo en el que podía caber una persona. Seguimos buscando indicios que nos llevaran a algún lugar, pero sin éxito, de manera que nos miramos las caras nuevamente tristes.

Luego comenzamos a salir, pero cuando uno de los muchachos dijo "Se nos quedó el dispositivo en la camioneta" le ordené que regresara a recuperarlo.

El muchacho que lo había colocado fue a retirarlo y al regreso me miró:

—La camioneta está estacionada en un lugar diferente a aquel donde lo habíamos encontrado a la entrada. Alguien la movió en cosa de segundos.

—Regresemos. ¿Qué ha sucedido?

Cuando irrumpimos por primera vez, el Pollo estaba en calzoncillos. Ahora se hallaba vestido. ¿Quién más pudo haber movido la camioneta?

—Abra ese vehículo.

Lo abrió y esta vez encontramos una cartera pequeña de hombre con dos teléfonos celulares dentro.

Para no generar sospechas inmediatas, le pregunté:

—¿Va a salir ahora?

—Sí. Voy a comprar lo del desayuno.

—Bien.

Mientras lo distraje, el muchacho miró si había usado alguno de los teléfonos en los últimos minutos y comprobó una llamada hecha cuando empezábamos a ocupar nuestros vehículos para irnos. Anotó el número y lo volvió a colocar dentro de la cartera.

Nuevamente transcurrieron cinco, seis, siete, ocho días, aquel celular no funcionaba, nosotros dudábamos que Pablo Arauca aún estuviera en Bogotá, pero a los catorce se escuchó su voz:

—Vaya a donde Alberto.

Ahora se encontraba en un sitio lejano, al norte de Bogotá.

Se llama Magdalena Medio, un valle en el fondo de dos cordilleras imponentes, ubicado en el centro del país.

Habíamos venido de la costa Caribe a un día y medio de camino de la capital, por carreteras que se retuercen a través de las crestas de los Andes, sin túneles ni viaductos que atenúen la sucesión infinita de curvas —medio país—, y ahora debíamos regresar nuevamente al Magdalena Medio, a aquel valle, un lugar llamado Puerto Boyacá, en la ribera del río Magdalena.

Aquel es territorio de un paramilitar conocido como Ramón Isaza, padre de Terror, que también se movía en esa zona, muy complicada para cualquier operación policial.

Una vez llegáramos allí debíamos procurar que la Policía local no supiera que nos encontrábamos en el lugar. Por tanto se tomó la decisión de trasladar gente de Inteligencia pero uniformada, utilizando medidas especiales para que nadie se enterara del movimiento.

Sucede que cuando se trabaja en este campo, nuestros documentos dicen a qué Departamento de Policía pertenecemos, y cuando la gente lo sabe, se altera Les da temor. Piensan que uno va a investigarlos a ellos.

Por lo tanto trasladamos primero a nuestra gente de Inteligencia a diferentes lugares del país, de allí a otras zonas y finalmente al Magdalena Medio.

Como complemento buscamos compañeros con buena hoja de vida que ya se hubieran retirado, gente subalterna en la que uno podía confiar totalmente y los llevamos desde sus lugares de origen. Eran agentes de mucha experiencia aprobados por el general Óscar Naranjo, director de la Policía.

Una vez allí, nosotros nos hospedamos en diferentes casas algunos en hoteles, en residencias: entonces éramos actores de diferentes oficios.

En la recolección de información duramos prácticamente dos meses conociendo la zona, conociendo gente, costumbres, ciertos rincones, ciertos bares, ciertos lugares de turismo, pero evitábamos comunicarnos de forma física unos con otros.

No mucho después de haber llegado surgió nuevamente el Pollo y en su entorno fuimos descodificando toda una cadena. Así empezaron a aparecer en escena gentes del pueblo y de diferentes puntos de la región, nos dedicamos a cubrir las citas que acordaban entre ellos, pero pronto comprobamos que Pablo Arauca no se hallaba en el poblado. Estaba oculto en inmediaciones de un lugar llamado el Dos y Medio, valle del Magdalena adentro.

Más allá de este lugar hay una región extensa conocida como El Marfil en la cual, supimos luego, el Mellizo tenía cuatro o cinco casas campestres, a una de las cuales iba cada día para reunirse con alguien del narcotráfico y, además, entre ocho y diez fincas donde se alojaba de forma indistinta.

Tomando como punto de partida el Dos y Medio, comenzamos a utilizar un campero ruso, algo muy común en aquellos rincones, un vehículo viejo pero a la vez familiar para la gente de la región.

Inicialmente uno de nosotros empezó a ir con el chofer a los rincones que rodean el pueblo, pero debido al control que eje reían los bandidos, en un comienzo no pasaron mucho más allá del Dos y Medio:

—Es que vengo con mi señora y estoy buscando algún negocio en este lugar... Quiero conocer mejor la región... Me gustan mucho el lugar y la gente —decía cada vez.

Fue varias veces con el chofer a algunos de los puntos por donde sabíamos que se movía Pablo Arauca. En esa labor emplearon días y días. Finalmente licenciamos al chofer y nuestro compañero tomó el vehículo.

Como él ya había estado en todos aquellos rincones al lado del chofer, lo habían hecho detener en sitios diferentes, tanto gentes del objetivo, como bandidos de Terror y del paramilitar Ramón Isaza. Ahora aquel llevaba a su lado a otro agente de Inteligencia.

Por las mañanas ellos se ubicaban en el parque principal del pueblo y allí la gente los abordaba:

—Voy para tal vereda, lléveme

—Vale tanto —respondía.

Ya conocía las tarifas, las distancias, los recorridos.

En el círculo del Pollo una tarde hizo su aparición la Mona: efectivamente Pablo Arauca se hallaba en la región. Nosotros no sabíamos de él desde cuando se nos había escapado en la camioneta del oficial de la Policía, con su esposa, su hija y Pablo Arauca.

Pero ¿qué nos había llevado a Puerto Boyacá?

Aquella llamada que dijo "Donde Alberto".

Nosotros llegamos a aquel lugar en época de feria. Allí, la Mona adquiría ganado de las razas más finas para Los Mellizos, estuvimos a su lado algunas veces y lo vimos comprar toros reproductores de cien, de doscientos millones de pesos de la época. Entonces habíamos enviado a una muchacha y a un muchacho de Inteligencia a cierto hotel, ellos llegaron como una pareja y les dieron habitación al lado de la del conductor de la Mona.

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