Objetivo 4 (29 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Como en aquella operación participamos ocho hombres, cargábamos muchas cosas; armamento, municiones, equipos nocturnos, optrónicos —ayudas infrarrojas diurnas y nocturnas—, que son elementos para operaciones especiales que pesan, y aún sin haber tenido que caminar, el desgaste físico dentro de aquella volqueta había sido mayor. Cada comando lleva más o menos cuarenta y cinco kilos sobre los hombros.

Bueno, desembarcamos en una zona despoblada y confiábamos en que las coordenadas nos conducirían a la casa de una finca sobre una meseta y al frente de ella una piscina. En ese lugar generalmente permanecía la Mona.

Una vez en tierra empezamos a avanzar en la dirección de aquella casa, desde luego, no por la carretera sino a través de la vegetación y de la espesura del bosque, terreno complicado porque presentaba depresiones, hondonadas, ascensos casi verticales y por tanto muchas corrientes de agua en el fondo de las cañadas.

A medida que la vegetación fue haciéndose densa, era más difícil caminar en plena noche, a pesar de que llevábamos visores especiales y ayudas electrónicas, ayudas magnéticas, equipos de ultrasonido...

Avanzábamos en silencio y además de los visores nos ayudamos con equipos en nuestras armas que refuerzan la visión iluminando áreas en el entorno que sólo son detectables mediante aparatos especializados. Digamos que son lámparas con rayos de luz invisibles.

Avanzamos hasta localizarnos muy cerca de la casa. Las características del terreno en aquel lugar eran muy irregulares porque ahora estábamos en el filo de una cañada que caía en pendiente pronunciada hasta una corriente de agua. Vegetación encasa en el lugar.

Al lado de la casa localizamos varias camionetas bajo un cobertizo, una de ellas la de la Mona, nos acercamos un poco más y verificamos sus placas. En ese momento nos encontrábamos a unos doce, quince metros de la casa, una de las cuatro o cinco fincas en las cuales realizaba sus reuniones el bandido, según los hombres de Inteligencia.

Sabíamos que allí no podíamos permanecer mucho tiempo porque seríamos detectados por la cercanía y en un terreno que no se prestaba para camuflarnos, de manera que tomamos la decisión de alejamos unos ochocientos metros, hasta una zona con vegetación, totalmente al frente de las construcciones. El punto era un poco retirado, pero a mayor altitud sobre el resto del terreno, de manera que con los equipos especiales, las miras de las armas y la ubicación de los comandos —dos por punto cardinal en tomo a la casa—, el control era óptimo.

Sin embargo, antes de replegarnos hasta aquellos sitios, dejé a tres hombres en el filo de la hondonada que se inclina buscando la corriente de agua. ¿Por qué tres hombres? Porque en caso de tener que enfrentar al objetivo, una de sus rutas de escape sería aquella pendiente a espaldas de la casa.

Amaneció, empezó algún movimiento, vimos luego llegar a la Mona en una camioneta que ubicó cerca de las que se hallaban en el lugar. Veíamos también a una señora con tres niños pequeños y a un muchacho, al parecer encargado de asear la piscina y cumplir con los quehaceres de la casa.

La Mona salía con frecuencia hacia otros puntos en El Marfil, regresaba y partía nuevamente en distintas direcciones, donde al parecer estaba la cueva del bandido. Yo me comunicaba con mis jefes por un teléfono satelital y ellos decían, según los controles que llevaban a través del analista en Bogotá, que el tipo no estaba aún en el sitio, pero que, definitivamente iba a llegar.

Avanzó un poco la mañana y empezó la presencia de campesinos en el sector que ocupábamos para podar algunos árboles y... algo increíble: la corriente de agua estaba cercada para evitar que el ganado se acercara a beber en ella. Mucho después supimos que la gente creía que estaba envenenada.

Bueno, pasaron dos y pasaron tres días y no sucedía nada diferente. Nosotros quietos en nuestro sitio y los tres comandos, también expectantes, agazapados en la cañada.

Por las noches mandaba a un par de muchachos livianos a explorar las cercanías de la casa, ellos seguían por los bordes de los senderos para tratar de acercarse bastante, pues los jefes habían advertido que posiblemente el objetivo pudiera estar en alguna habitación. Como era un tipo muy disciplinado, sabíamos que en general evitaba moverse del lugar para que no lo vieran. No obstante, las estancias de la casa permanecían apagadas y en silencio.

Pasaron cuatro días, cinco días... Al llegar el séptimo estábamos físicamente disminuidos porque en las horas diurnas hacía muchísimo calor, por las noches caían unos aguaceros torrenciales y como estábamos infiltrados no podíamos colgar carpas ni hules y debíamos permanecer allí sin movernos. Teníamos solamente nuestros uniformes que sirven para diferentes temperaturas, pero no tan extremas como las que se presentaban allí al mediodía y a la madrugada, de manera que el rigor del clima fue afectándonos poco a poco.

Además, a esa altura estábamos sin comida porque la operación había sido planeada para tres, cuatro días, y aunque teníamos raciones, nos hacía falta especialmente el agua.

Sin embargo, algunas veces bajábamos a la cañada y la tomábamos de la corriente al fondo, pero de todas maneras estábamos en un estado de pre deshidratación.

En nuestro equipo cargamos elementos para primeros auxilios, entre ellos dextrosa y los aditamentos necesarios para aplicarnos el suero en las venas. Tuvimos que apelar a ellas para contrarrestar nuestra deficiencia física. Nos aplicábamos aquel fluido entre nosotros mismos, pues tenemos un entrenamiento especial, pero comenzó a agotarse.

Finalmente, al terminar aquel día, nuestros jefes tomaron la decisión de relevamos con el grupo de comandos que estaba alerta en la base.

Bueno, lo prepararon, esa noche nos pusimos una cita en el mismo sido donde habíamos desembarcado y nos cambiamos más o menos a la una de la madrugada.

Ellos habían entrado en la misma volqueta por el Dos y Medio aproximadamente a las nueve de la noche, algo que pensamos había sido una falla porque a tal hora no era normal la circulación de esa clase de vehículos.

Finalmente desembarcaron, les dimos explicaciones en cuanto al terreno que iban a encontrar, les indiqué dónde tenían que dejar a los muchachos para el bloqueo en la parte posterior de la casa, y el resto buscaría ocupar los puntos donde nos habíamos ubicado nosotros. Además, les señalamos un rumbo porque, a pesar de hallamos frente a la casa en línea recta, para nosotros el camino seguro es movemos por donde no nos vean y, claro, así un kilómetro se convierte fácilmente en siete.

El segundo equipo empezó su labor, pero tuvo la mala suerte de que los campesinos que talaban árboles cerca de donde nosotros estábamos se trasladaron más cerca de la casa, empezaron a trabajar en una zona con escasa vegetación baja, y en un momento determinado uno de ellos se fue acercando, se fue acercando, pasó su motosierra de forma horizontal y estuvo a punto de cortar al comando que permanecía inmóvil en aquel lugar.

En forma inmediata lo descubrió allí tendido en medio de la hierba, pero en ese momento el muchacho no supo qué hacer por lo sorpresivo del movimiento del aserrador y aquel simplemente se hizo el que no lo había visto, continuó unos minutos talando ramas y se fue alejando, se fue alejando... En ese momento se escuchó que uno de los bandidos dijo: —Atención, hay unos patiamarraos escondidos entre la hierba. Hay hombres armados, hombres armados encima de nosotros.

Como habían sido descubiertos, nuestros jefes tomaron la decisión de ir a rescatarlos, pero a la vez tratar de llegar hasta la cueva del bandido.

ISMAEL (Oficial superior)

Los primeros comandos regresaron a la base, comenzaron a hidratarse, se asearon, comieron muy bien, durmieron unas pocas horas, pero luego tuvieron que regresar al área a bordo de tres helicópteros, acompañados por algunos de nuestros investigadores.

Los demás habían penetrado a la casa de Pablo Arauca y sólo encontraron a una señora, las últimas revistas de farándula y una colección de aparatos para sexo, otra pasión del bandido. Finalmente, un ponqué de chocolate. Por quinta o sexta vez se nos había escapado el objetivo, luego de un año de buscarlo y, claro, la frustración fue muy grande en aquel momento, la desmotivación de los investigadores, el desánimo del analista, la desilusión de los comandos...

Los últimos días habían sido tan intensos y los resultados iniciales tan prometedores, que el analista había hecho trasladar una colchoneta especial hasta el Centro de Operaciones en Bogotá y desde allí escuchaba y coordinaba durante las noches.

RAUL (Comando)

Regresamos al punto en tres helicópteros y entramos a la casa. Por dentro era una fortaleza en medio de la vegetación. Resultó ser una estancia cómoda con garitas camufladas para la vigilancia, trincheras, zanjas de arrastre, un par de túneles... En total eran tres niveles de construcción vertical con alojamientos bajo el nivel de la tierra, baños, comedores. Fácilmente allí podían alojar a unas ochenta personas.

Desde afuera se veía simplemente una casa de un piso hecha en madera fina, una construcción bonita, buenas habitaciones, buenas camas.

Algo característico de Los Mellizos es que a donde llegábamos, siempre encontrábamos diferentes tipos de aparatos sexuales, píldoras, ungüentos, ropa negra para sadomasoquismo, con sus amarres, esposas, látigos, máscaras que cubrían la parte alta de la cara o la cara completa, guantes... Allí había estado Pablo Arauca hasta hacia muy poco.

También encontramos revistas de actualidad y revistas de sexo que llevaban hasta el lugar las reinitas y las modelos prepago contratadas.

El tema de la alimentación también era muy específico. En las neveras había abundante comida de mar: mariscos, cangrejos, langostas, pulpo, y tortas y bizcochos llevados de Bogotá.

Allí también encontramos una especie de depósito con tres cuatrimotos grandísimas, nuevas, bonitas, para movilizarse dentro de la zona. Sin embargo no fueron capturados ni la señora ni los muchachos que cuidaban la finca.

A Los Mellizos les gustaba el deporte, entonces en los escondites en que se sentían seguros, marcaban rutas para trotar y a lo largo de ellas mantenían puestos de seguridad desde donde los custodiaban cuando salían a hacer ejercicios o a montar en cuatrimoto o en bicicletas todoterreno que siempre se hallaban en sus escondites.

En total aquella operación duró nueve días y al final dejamos una serie de controles sobre la Mona, que permaneció siempre en la casa de la piscina, a unos cuatro kilómetros de aquella fortaleza.

ISMAEL (Oficial superior)

Regresamos a la base en silencio y unos minutos más tarde apareció Antonio, nuestro jefe:

—Un momento. Aquí lo que necesitamos es una ayuda de mi Dios. Vámonos todos para misa, llegó la Semana Santa. Vámonos a rezar —dijo en voz alta.

Nos fuimos, asistimos a las ceremonias y le pedimos al Señor que nos ayudara, porque nos preguntábamos: "¿Qué está sucediendo? ¿Hay corrupción de por medio? ¿Hay infiltración? Aquí hay algo muy especial. Necesitamos la ayuda de mi Dios". El gran entusiasmo del comienzo parecía esfumarse.

Como estrategia decidimos dejar quieto un tiempo a Pablo Arauca, que seguramente no iba a regresar a ese sector, "zona quemada" la llamamos. Un día más tarde le dije a nuestro jefe;

—¿Por qué no atacamos a Víctor, el segundo Mellizo? Parece que Pablo Arauca estuviera rezado, o tiene pacto con el diablo o tiene mucha gente infiltrada en sus áreas de influencia, o hay fuga de información... Aquí sucede algo. Hemos montado varias operaciones, ¿cuántas?, ¿cinco?, ¿seis? Yo creo que fueron bien planificadas, pero se nos ha escapado.

En aquel momento realizamos un análisis profundo de lo que habíamos hecho, cómo lo habíamos hecho, por qué habíamos fallado si hubo fallas, qué factores habían jugado en nuestra contra en cada ocasión, y a la vez tomamos la decisión de esperar a que el bandido se reacomodara en algún lugar y reanudara los contactos con quienes trabajaba.

Como conclusión decidimos escoger a Felipe, un oficial, para que se pusiera al frente de la búsqueda de Víctor, en un sector que ya habíamos ubicado, una zona amplia en las escarpadas montañas de Antioquia, a cientos de kilómetros al noroccidente de Bogotá: dos poblaciones llamadas Taraza y Caucasia.

El área estaba controlada por un par de narcotraficantes conocidos como Cuco Vanoy y su segundo, apodado el Puma, quienes lo habían acogido a raíz de nuestra última operación.

Felipe es un oficial que por su profesionalismo y su responsabilidad, calculábamos, podría demorarse un promedio de seis meses estableciendo las bases, pues debía ubicarse en el sitio, conocer la zona, penetrarla, infiltrarla, trazar las tácticas iniciales, es decir, montar algo similar a lo que se había hecho anteriormente.

El oficial partió y nosotros nos quedamos en nuestra base de Mariquita, retomando los pasos de Pablo Arauca mediante nuevas informaciones, nuevos registros electrónicos y asistiendo a misa, porque Antonio, nuestro jefe, es devoto y decía que estábamos muy cerca del objetivo pero nos faltaba pedirle ayuda a nuestro Dios.

En cada oportunidad yo decía: "Señor, si Tú crees que ese señor no le conviene al país, dame la forma de capturarlo. Pero si Tú crees que es mejor dejado ir, ponme todas las trabas".

Finalizando aquella semana nos llamó Felipe:

—Ya hay indicios del segundo objetivo.

Un grupo de oficiales nos trasladamos a un lugar llamado Caucasia en aquella zona para apoyarlo y estuvimos allá analizando la nueva situación y calculando estrategias a partir de lo que se iba conociendo.

Felipe hizo un recuento de toda la labor: vigilancias, seguimientos, entrevistas con fuentes, control de las primeras zonas.

Un buen trabajo.

—En esa zona —nos explicó— el control es muy difícil. Digamos que a espaldas de donde posiblemente se haya ubicado el segundo Mellizo hay una gran red de caminos y carreteras y por alguna de estas vías se nos puede escapar hacia el norte.

El sector es demasiado amplio.

Efectivamente, eran carreteras, caminos, sendas, trochas de toda índole que el Mellizo tenía muy controladas con la gente de Cuco Vanoy. Ellos avisaban si en algún punto de aquella extensa zona se movía un ser extraño. Y si veían a alguien en esas condiciones lo seguían, le montaban un control cerrado y hasta podían llegar a matarlo. En toda esa región sé presentaban muchos casos de familiares que denunciaban la desaparición de hijos, de esposos, de compañeros de trabajo.

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